miércoles, 2 de mayo de 2012

Primeros coches

No recuerdo el coche canadiense, salvo por las fotos de aquella época: un sufrido Volkswagen escarabajo de color rojo, escogido por su sistema de arranque, al parecer el más adecuado para las mañanas invernales de aquel país. Nada más levantarse, había que enfundarse el anorak, el gorro, los guantes y las botas, bajar a la nieve para desenterrar el coche y darle a la llave de contacto. Una vez el motor y la calefacción encendidos, mi progenitor de turno, se subía de nuevo a la casa para ducharse, vestirse y desayunar.

Como nací en Mayo, mis excursiones motorizadas empezaron enseguida. ¡Había que aprovechar el buen tiempo! Cumplí mi primer mes en las cataratas del Niágara, en la compañía de mis dos abuelas a las que mi nacimiento, antes de lo previsto, les supuso planear el viaje de manera algo precipitada. Mejor así, conociendo a mi padre seguro que había organizado proyectos para toda su visita (y también para después). Mi madre comenta que el verano canadiense era casi igual de horrible que el invierno. El calor húmedo la dejaba aplatanada y, durante las excursiones a la naturaleza, los mosquitos se la comían viva (al parecer son muy similares a los midgets escoceses). Los insectos nunca han supuesto ningún impedimento que obligase a mi padre a adoptar otros planes así que, si era necesario envolverse en una mosquitera y armarse de un abanico para recorrer los bosques y la orilla de los lagos, estaba claro que, por una minucia de ese calibre, no se iban a quedar sin verlos.

El primer coche que recuerdo fue ya en España. Un Citroen, también rojo, con asientos de plástico negros en los que las piernas se quedaban pegadas. Claro que, en el verano, eso se subsanaba con una toalla a modo de cojín ya que, aquel material, además de pegajoso, quemaba literalmente la piel tras pasarse el vehículo horas expuesto al tórrido sol andaluz. De los viajes de aquella época recuerdo que mi madre siempre iba bien provista de bolsas en las que, "la delicada niña", vomitaba hasta la primera papilla. El paso de Despeñaperros en aquella época era criminal. Al regresar de Linares, siempre me mareaba en ese punto y no me recuperaba en todo el viaje. Por supuesto, no se podía parar, entre otras cosas porque no había donde. Recuerdo un viaje de aquellos en el que llevaba puesto un mono de punto azul marino con una especie de volantes en los tirantes y unos botones rojos, en forma de flor, para sujetarlos. ¡Era precioso! Cuando, como de costumbre, me mareé, hice todo lo posible por no mancharme la ropa, no se fuese a estropear. Pese a mis esfuerzos, no lo logré por completo y me dio mucha pena, tanta, que sólo recuerdo esa sensación y no el malestar de mis tripas. Algo después descubrí que no era buena idea desayunar tres platos de arroz con leche antes de emprender camino, por muy bueno que lo hiciese mi abuela. De ese viaje en concreto no recuerdo lo que llevaba puesto, sólo sé que, en el dichoso Despeñaperros, me arrepentí amargamente de mi glotonería y que, ese postre, perdió algo, sólo algo, de su aliciente (lo suficiente como para aprender a contenerme).

Poco después comenzaron nuestros periplos a bordo del 1430 familiar. Ese vehículo ha pasado tantos años en la familia que, a modo de Herbie, adquirió personalidad y se convirtió en un miembro más del clan. Por lo tanto, se merece otro post.

2 comentarios:

Ysabel dijo...

¡Buenas! Te he premiado con el Liebster award. Espero que te haga ilusión y que sigas la bola si te apetece.
http://thecinnamontales.blogspot.com.es

Anónimo dijo...

Quería añadir que sobre estos viajes familiares con niños pequeños los nuestros eran de lo más especial. Recordad que la autovía de Andalucía no estuvo hecha hasta que vosotros fuisteis mayorcitos y no se podía parar a nada, porque si nos parábamos, los camiones que habíamos adelantado nos volvían a adelantar, lo que suponía un gran disgusto para el conductor, que veía echados por tierra los esfuerzos empleados en las maniobras de adelantamiento. Por las mismas razones tampoco era posible una parada para hacer pis, y eso nos obligó a llevar un orinalito en la parte de atrás, que todos mirábamos con gran preocupación por si había curvas cuando hubiera que usarlo. De Señora.