viernes, 30 de septiembre de 2011

Arcoiris sobre el Lago Leman

En Ginebra, las puestas de sol son rosas, como amaneceres, y los arcoiris se multiplican tras la lluvia cubriendo el lago y la ciudad. Estas son algunas de nuestras fotos. 





viernes, 23 de septiembre de 2011

Otro circuito para pasear

Salida del Parc des Bastions a la Place Neuve
 (donde se encuentra el Conservatorio, 
que ser reparte, con el Victoria Hall, la temporada musical). 
Siempre hay gente jugando con el Ajedrez gigante.
Rue de la Corraterie, con sus banderitas y 
sus tiendas (carísimas) para ir hacia el lago. 
Reloj de flores del Jardín Inglés (al lado del lago). 
Todos los años cambian el diseño. 
Esta vez tocaban los números esparcidos entre la hierba.  
Cruzar el puente del Montblanc (también con banderas)


Pasear por el Quai du Montblanc en la orilla oeste 
del lago.  Las vistas desde allí son impresionantes y,
 las mansiones de la orilla otro tanto. 
Por si acaso uno se aburre de ver lago, montañas y
 la vista de la Ciudad Vieja, tiene la opción de 
cambiar la mirada hacia esos palacetes. ¡Si lo hacen 
para no romperle la estética del panorama al pobre turista!
Siguiendo por el muelle, se llega al Parc de Mon Repos
Y un poco más lejos, al de la Perla del Lago, donde se 
encuentra el jardín Botánico.
Ha nevado en los Alpes. Desde el lago, 
contemplamos la ciudad, el jet d'eau y la puesta de sol 
sobre el Montblanc, teñido de rosa. ¡Una maravilla!

lunes, 19 de septiembre de 2011

Tarde de paseo

Os propongo un recorrido por Ginebra que requiere unas cuantas horas y calzado cómodo.  Fue mi paseo de ayer tras la lluvia ya que, los charcos en mis zapatos, evitaron que lo pudiese hacer por la mañana. Inconvenientes de la reducción de equipaje: no había traído botas de agua.

Mi paseo comienza por el PARC DES BASTIONS.  
El parque también da acceso a la Place Neuve, 
pero lo reservo para otro día.

Se sube a la Ciudad Vieja hasta la PLACE DE BOURG-DE-FOUR



TOUR DU MOLARD.
En la Place du Molard se encuentra el Café Central,
 donde sirven unas ostras estupendas,
aunque yo tuviese mala suerte el otro día.
También hay una cervecería, "Lord Nelson",
donde elaboran una cerveza, que está buenísima.

 Los adoquines del suelo tienen mensajes
 de bienvenida en muchos de ellos 
y se iluminan por la noche. 
Bajando por las callejuelas de la Ciudad Vieja,
 se llega a la RUE DU RHÔNE
con todas sus tiendas de lujo y 
sus joyerías llenas de diamantes.
 Desde ahí, al LAC LEMAN, lugar favorito de paseos de turistas, 
pocos ginebrinos se arriesgan, aunque, los fines de semana 
se convierte en una auténtica Pasegiata.

Por la orilla del lago hasta el PARC DE LA GRANGE 
donde sí se concentran los ginebrinos con sus infantes. 
Me di un paseo por su rosaleda, 
que suele ser su parte más silenciosa. 
¡Suerte de flores con espinas! Los niños se pueden pinchar
 por lo que, sus padres, los mantienen alejados. 
Los gritos se quedan por otros lados del parque
 y, no siempre, son infantiles. Está claro que,
 en todas partes, hay cotillas escandalosas.
Regreso por la orilla del lago hasta alcanzar
 el jardín inglés y el puente del Montblanc. 
Da comienzo el Ródano. 
Si se sigue el curso del río, pasamos por el 
BATIMENT DE FORCES MOTRICES 
y, desde ahí, continua un paseo por la orilla hasta
 llegar a la UNIÓN ARVE- RÓDANO
Yo llegué a la punta de la isla de la foto, 
con lo que en realidad, veía el puente y
 casi podía tocar el agua de los dos ríos.
MEZCLA AGUA ARVE- RÓDANO  
UNIÓN ARVE-RODANO (desde mi posición)
Cambié de río. Proseguí por el Arve hasta 
el PONT DE CAROUGE (sobre el Río Arve)

Una vez allí, un pequeño paseo por CAROUGE, 
por si no había caminado suficiente. 
Y aún me quedaba el regreso a casa. 
Tomé el camino por Plainpais. 

domingo, 18 de septiembre de 2011

Paseo por la orilla de los ríos




Hoy está el día lluvioso pero, se coge el chubasquero y, ¡a pasear igualmente! La ciudad se queda más vacía, el empedrado y las fachadas de piedra de las casas de la ciudad vieja también tienen una pátina especial con el agua, y no estoy dispuesta a perdérmelo. Así que, aunque hay motos, basket y no sé cuantos planes de deportes, una menda se va a dedicar a vadear charcos. Hoy hay "marché" en Plainpalais, la plaza que está detrás de casa de nuestro amigo, donde tienen quesos, embutidos y delicatessen varias, además de fruta y verdura. Para las cenas viene muy bien, después de nuestras comilonas podemos morir si cenamos a ese nivel y, hoy domingo, que hay muchos restaurantes cerrados, escogeremos algunos de esos platos para hacer una comida en casa tranquilos. Así también dejamos que el estómago se recupere para que pueda seguir funcionando en condiciones durante la próxima semana. Esperemos que la lluvia no evite que se instale el mercado.


Ayer estuvimos recorriendo un paseo que hay por la orilla del Arve, el otro río de Ginebra y que lo separa de Carouges. Es un paseo peatonal, más silencioso que el de la orilla del lago y bastante más agreste. Los árboles llegan hasta el agua que, aunque tiene un color turbio, verde-gris, contrasta muy bien con la ladera de la montaña y la vegetación de la orilla. Por allí no hay turistas, sí alguna bici y algún corredor. Si se sigue el paseo se llega a la unión del Arve con el Ródano , en el que llama la atención el color tan distinto de los dos ríos, turbio el Arve y verde oscuro y transparente el Ródano. Se puede continuar por la orilla del Ródano hasta le Battiment de Forces Motrices(foto), precioso edificio del siglo XIX cuya función era regular la altura del agua del río y el lago. Actualmente su uso es más para fines culturales: teatro, exposiciones, etc.




sábado, 17 de septiembre de 2011

Turismo gastronómico

¡Menos mal que Ginebra es una ciudad para pasear! Así bajamos, algo, los atracones que os cuento en nuestras visitas a sus restaurantes. No creo que quememos todo lo que comemos, para eso deberíamos dar varias vueltas a todo el perímetro del lago todos los días pero, al menos, exploramos paseando todos y cada uno de sus rincones. Pongo el piloto automático en las piernas y echo a andar hasta que el resto, que no debe disponer del mismo dispositivo, me implora que regresemos.

El jueves estuvimos por el lado Este del lago. Por ese camino se llega hasta el Parque La Grange que es, junto con la plaza du Bourg-de-Four de la ciudad vieja, uno de mis lugares favoritos de Ginebra. No ya sólo por bonito sino que, además, posee un encanto especial semejante al que se puede encontrar en los rincones de Florencia, especialmente en San Miniato, y en las cuestas de San Francisco, con sus vistas a la bahía y al puente rojo del Golden Gate.

Un bonito recorrido consiste en, desde el Blvd des Philosophes atravesar el parque de los Bastiones (fotos) y subir a la Ciudad Vieja hasta la Place de Bourg-de-Four, que es en realidad un ensanche triangular en el que convergen varias calles, todas ellas con aire medieval. Desde la plaza se puede bajar directamente hacia el lago y, una vez allí, bordear su orilla. Otra alternativa sería salirse hacia la zona en la que estaba el antiguo foso, cruzar por uno de los puentes en dirección al Museo de Arte y visitar la zona donde se encuentra la Iglesia rusa con sus cúpulas doradas en forma de cebolla y las impresionantes mansiones de su alrededor. Otro aliciente para mis acompañantes son los coches aparcados por allí. En esta opción se continúa hasta la Plaza des Eaux Vives y se baja por la calle de este mismo nombre hasta el Parque. Esta parte del trayecto es menos agradable que ir por el lago, aunque ambas son igualmente ruidosas, porque la carretera que corre paralela a éste está muy transitada.

En el Parque La Grange hay una mansión, cerrada y deshabitada, que pertenecía al multimillonario americano que donó el jardín a la ciudad. El césped, rodeado de enormes robles, cae hacia el lago, del cual se atisba un fragmento azul enmarcado por los árboles. Paseando por sus caminos inclinados se llega a una rosaleda que aún en Septiembre conserva buena parte de las flores. Es una preciosidad. Todos los años hay un concurso de rosas y hay una zona de exposición con las plantas premiadas. Me encanta recorrer despacio las calles entre los parterres y escoger mi flor favorita, aunque no es una decisión fácil. Me inclino por las que tienen matices, ya sea rosadas con salmón y algo de amarillo pálido o, si no, me suelen gustar las blancas con un toque de rosa pálido. Las que tienen pétalos de textura de terciopelo, generalmente rojas densas y oscuras, también me encantan.

El jueves comimos en un restaurante japonés, Takumi, en la Place Neuve, que es donde sale la puerta Norte del Parque de los Bastiones. Este restaurante hace chaflán en una de sus esquinas al oeste. Tienen un tempura de cangrejo de concha blanda que es para volver y repetir, cosa que haremos. También tomamos un sashimi de vieira impresionante. Todo estaba buenísimo: el sushi de anguila, las gyozas, el sashimi de atún... Me gustaron menos las cortezas de piel de pescado pero confieso que nunca me han ido las cortezas.
Ayer, para inaugurar el fin de semana, fuimos a Roberto's, el mejor italiano de Ginebra. No tienen pizzas, no es de esos italianos. Donde sí las tienen, y muy buenas, además de un risotto espectacular que no nos perdemos en ninguna visita, es en el Italia, en el Blvd des Philosophes. En Roberto's nos pusieron unos tacos de parmesano para empezar con los que podríamos haber comido y, que estaban tan bueno que dimos buena cuenta de todos y cada uno de ellos. Me perdí en la carta, todo me sonaba más que apetecible. House se pidió una ensalada de pulpo en la que el animal se deshacía en la boca y luego una lengua al marsala que estaba excepcional. Siempre me ha gustado la lengua pero nunca la había probado tan buena como esa. Yo me decanté por unos boletus a la provenzal, deliciosos, y unos chipirones al grill (también estupendos). De postre tiramisú (buenísimo) y creme brulée, perfecta. Nos trajeron Godivas con el café además de unas galletitas de mantequilla hechas por ellos que eran un autentico vicio. No sé si repetiremos (la única pega es que no es precisamente económico) pero lo intentaremos.

El paseo, después de una buena siesta, trascurrió por la orilla oeste del lago, hacia el Parque de la Perla del Lago, donde se encuentran el museo de ciencias, el jardín botánico y, en el que un mirador te indica el Montblanc y otros picos de los Alpes. Es un parque precioso aunque menos íntimo que el de la Grange. Además debe de ser un lugar habitual de reunión y era viernes por la tarde. Nos fuimos, más bien nos echaron,  porque la música estaba altísima y molestaba. La cena, en casa, consistió en algo ligero, que aún estábamos con la digestión del parmesano.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Maria Joao Pires en el Victoria Hall


Ginebra es una ciudad preciosa aunque no llega a ser perfecta, le falta poco para ello, pero tiene sus inconvenientes como lo carísima que es, no ya solo las tiendas sino los alquileres y, aún más, el precio de las casas es tal que, la sola idea de comprar una vivienda en ella, queda fuera de los límites de mi desbordante imaginación. Claramente, para vivir bien en ella, y se vive realmente bien aquí, hay que tener una situación económica muy holgada. Para colmo, con el cambio actual franco-euro, es imposible comprar nada ahora mismo (va a ser la cura de mi adicción, lo que no es una mala idea como terapia). Es una ciudad para ricos, los escaparates de las joyerías con de dejarte boquiabierto sino ciego con los brillos de los diamantes, de varios quilates solos a acompañados por otros aún mayores o, en su defecto, rubíes densos de los que llaman de "sangre de pichón" o unas hermosas esmeraldas. No todo el lujo es sinónimo de buen gusto, ni mucho menos. De hecho hay bastantes cosas horrendas para lo caras que son. Claro que también hay preciosidades, sólo contemplarlas merece la pena. Lo único que he comprado es chocolate, que engorda más que los diamantes pero libera endorfinas, es antidepresivo y bueno para el colesterol, según los últimos estudios. Los escaparates de las bombonerías también son dignos de admiración. De momento, además de ver las exposiciones de otras muchas, he ido a la Bonbonnière y a Carouge, así que aún me falta Micheli. Son las tres mejores según nuestro amigo, que se las conoce casi todas, y coincido con él (otras cosas que he probado en otros lados son más pesadas y con menos matices de sabor). Me había acercado a mirar algún regalo pero, decidí que podía esperar.
En relación con nuestras vacaciones el pasado año en Cadiz, me sorprende que me está resultando más ruidosa de lo que recordaba. La carretera que pasa al lado del lago tiene mucho tráfico, con lo que los paseos por la orilla no son silenciosos y tranquilos. En ese sentido, el barullo hace que eche de menos el sonido del mar en Cádiz con nuestras puestas de sol de más de una hora de duración. Con eso, la ciudad sería perfecta. Si no se puede una comprar caprichos, tampoco pasa nada. Para pasear por el centro, lo ideal es hacerlo antes de las 11 de la mañana, antes de que se llene de compradores y turistas. Ayer me fui a Carouge. Ese barrio es mucho más silencioso y tranquilo. Es precioso, porque está todo cuidadísimo. Era un pequeño pueblo a las afueras de Ginebra, al otro lado del río, antes de unirse a la ciudad. El paseo hasta él es por la Rue de Carouge, que es una calle sorprendentemente fea, transitada, ruidosa e incluso con algo de sensación de sucia. Una acera es más bonita que la otra, aunque hay trozos insalvables en ambas. Es mejor caminar por la acera de la derecha cuando se va en dirección Carouge y, así, tener la vista de los de la acera izda que son los que están mejor. Aún mejor es ir por Plainpalais y, al llegar al Pont de L'Arve, continuar por la orilla del río. Es curioso que la destartalada Rue Carouge sea la que una la zona del Bº des Philosophes, de las más bonitas y lujosas, lleno de palacetes y casas señoriales, con el cuco barrio de Carouge, tan cuidado, con sus calles más estrechas que se abren en un par de plazas muy amplias (la del Templo y la del Mercado), casitas pequeñas de 2 ó 3 pisos, con cierto aire de cuento, homogéneas, sin monotonía, y bien pintadas con colores pasteles. Había mercado en la Place du Marché, por supuesto, no más de 20 puestos con todo colocado y muy poco concurrido. También es cierto que he llegado allí a las 11 de la mañana y, a esa hora, todavía las calles no han caído ante los invasores. En la Place du Marché, hay una heladería artesanal estupenda, Bellamia, con sabores como el chocolate extra-noir, a los que no hay quien se resista. El de yogur también es delicioso y tienen especialidades tipo tiramisú, crema a la amarena, sabaione... entre las que resulta difícil decidirse.
Ayer por la tarde estuvimos en el concierto del Victoria Hall: orquesta de Leipzig con obras de Mendelssohn, Beethoven y Dvorak. La solista al piano era Maria Joao Pires y fue realmente espectacular: el silencio en el teatro, la fuerza de la música que hace vibrar el aire, ver todos los arcos de los violines deslizarse al unísono sobre las cuerdas y luego ¡el piano!. A la Pires se le deshacían las manos sobre el teclado de pura fluidez en su interpretación. No sé si llegué a respirar en su actuación. ¡Pura magia!
Os dejo un link de You- tube para escuchar su Claro de Luna:

martes, 13 de septiembre de 2011

la boa del Principito

Hace un rato hemos regresado de nuestra comida en Le Socrate (Rue Micheli du Crest 16), sitio absolutamente recomendable tanto por el trato como por la comida. Una de las especialidades es la carrillera de ternera, de la que me han servido primero un lado de la cara y, luego, otra ración con el segundo carrillo. ¿Para qué separarlas? Ambos maseteros han ido a mi estómago a hacerse compañía mutua. Mi señor esposo se ha tomado una ensalada de arenques de primero, seguido de un codo de cordero. No teníamos muy claro lo que era el souris de agneau, así que había que probarlo para salir de dudas. En su opinión de experto, estaba en su punto: tierna y jugosa. Nuestro amigo ha pedido el menú, que traía unas alcachofillas (una ración pequeña que son las que yo me he tomado para abrir boca y que le he cambiado por una ensalada verde y un "volaille", que es algo así como medio pollo picantón, con una guarnición de pastel crujiente de patatas). Tras aquello, han venido las sugerencias de los postres. ¿Quién se podía resistir a una "île flotante", traducción de las natillas con nubes de la abuela? Yo no, así que me he tomado mi platito que me ha traído muy buenos recuerdos. La única diferencia con las linarenses estribaba en que éstas eran algo más líquidas, no tenían galleta y en su lugar traían unas almendras fileteadas por encima del merengue, que le daban un toque de genialidad, un contraste crujiente crujiente y ligero. Los demás se han tomado un "baba au rhum" (enorme trozo de bizcocho con ron, más una botella de ron que nos han dejado en la mesa para que el comensal lo remojase a su gusto) y un soufflé helado de Grand Manier (el licor venía en el postre sin botella extra). Cada uno ha terminado feliz con su elección.

Tras un rato obligado de sobremesa, antes de ser capaces de levantarnos de la mesa, hemos regresado a casita que, afortunadamente, está muy cerca. Como la boa del Principito, en la que el elefante se ha visto sustituido por la cabeza de una vaca suiza, me he tumbado a hacer la digestión mientras los demás se peleaban con la cafetera. La susodicha máquina es un invento genial de los que muele y hace un café delicioso (en opinión de los expertos, que yo me decantó por el té), pero que, de vez en cuando, requiere una purga para funcionar en orden. Dale a un hombre una máquina y se mantendrá entretenido todo el tiempo que tarde en que funcione a su gusto. Este último matiz es importante o no se dará por satisfecho. Por ello es fundamental, cuando algo no funciona, escoger bien el momento para comentarlo. Si hay algún evento previsto a corto plazo es mejor dejarlo correr hasta que no haya ningún compromiso en ciernes. Eso sí, al finalizar con él, el aparato estará mejor que nuevo.

Ahora que soy capaz de moverme de nuevo, aprovecharé para salir a dar una vuelta. Seguro que el paseo termina de asentar la comida y hace un día precioso. Sería un desperdicio pasar la tarde en casa sin acercarse al lago.

domingo, 11 de septiembre de 2011

En Ginebra

Llegamos a Ginebra tras algo de retraso por percances en el aeropuerto de Barajas. Para empezar, cambiaron hasta tres veces la puerta de embarque, de la D56 pasó a la D58, volvimos a la D56 para finalmente, decidirse por la D55. No es que la moviesen mucho, pero debían de tener ganas de comprobar si la gente estaba suficientemente atenta a las órdenes de megafonía. Podemos dar fé de que todo el pasaje fue muy obediente y cambiaron diligentemente de un lado a otro, mientras nosotros seguíamos cómodamente sentados en la sala. No es que estuviésemos inválidos, sino que solemos esperar a que la cola haya avanzado para unirnos a ella antes de embarcar (entre estar en el avión o en la sala de espera, se está mejor en esta última), por lo que íbamos viendo como los cagaprisas habituales iban moviéndose de un lado a otro. Al principio acelerados, pero en los últimos avisos, bajaron el ritmo, más resignados que otra cosa.
Pese a intentar ahorrarnos el prolongar la estancia en el interior del aparato, los hados se habían aliado para que no nos saliésemos con nuestro propósito. Se estropeó la bomba hidráulica del camión de repostaje y, en vez de bajar el depósito una vez terminado, lo subió más, hasta que quedó enganchado, y atascado, en el ala. Tuvieron que venir los bomberos a sacarlo de ahí, aunque al pasaje nos dejaron dentro del avión para que no nos perdiésemos el espectáculo desde primerísima línea de fuego (que ellos debían entender como situación privilegiada en primera fila). Todo iba siendo narrado con detalle por el piloto, en francés y en inglés, lo que sirvió para entablar conversación con nuestro compañero de asiento, que no hablaba ninguno. Un chaval de Toledo que, coincidencias de la vida, iba a la zona de Chamonix a pescar. Por supuesto, como buena hermana, le informé bien de la tienda y actividades del hermanísimo, no fuese a desperdiciarse un cliente en potencia. Una vez terminaron los bomberos con sus labores de rescate del camión y, no sé si además hacerle un test de alcoholemia a su conductor, porque tiene mérito empotrarlo de esa manera, fue el turno de los mecánicos para evaluar los daños y la seguridad del vuelo. Salvo algún rasguño, todo parecía en orden. Podíamos ponernos en camino, claro que, para entonces, se supone que deberíamos estar aterrizando en Ginebra. Había que reintegrarse al tráfico aéreo, y eso supuso otro reajuste de horario. Por supuesto, última hora narrada por nuestro locuaz piloto. Nos repartieron chocolate suizo en la espera. Luego nos sirvieron algo de beber. Cuando nos empezamos a mover, empezó a llegar un delicioso olor a pan horneado. Parecía que estaban usando los motores para algo más que para quemar combustible. En esta época en la que las aerolíneas apenas te dan los buenos días, nos sirvieron a todos un trozo de pizza italiana (made in Italy según figuraba en el paquete) de la que dimos buena cuenta, pese a que abrasaba, e incluso nos sirvieron más bebida y volvieron a pasar con el carrito de nuevo. Tanta atención se la debemos a Swissair y, realmente, es de agradecer el trato que nos dieron.
Volamos a toda velocidad sobre el cielo de Europa, aunque era imposible recuperar la hora, pero el viaje no tuvo más incidencias, fue breve y la recogida de equipajes fue rápida. Tiempo habían tenido para revisar la carga y evitar errores al respecto. Taxi y a casa de nuestro amigo, que tenía más cena preparada. Con cualquier otra compañía aérea era fácil que hubiésemos llegado famélicos, pero no fue el caso. Nos sentamos a la mesa y, en cuanto se pasó la adrenalina del viaje, se me empezaron a caer los párpados. Tuve que retirarme mientras ellos siguieron charlando hasta las tantas.
Para celebrar mi primer día en la ciudad, me levanté temprano (me cuesta menos que trasnochar, soy una alondra casada con un búho). Calculé que tenía un par de horas antes de que mis compañeros amaneciesen y me fui a dar una vuelta. Había un mercadillo de antigüedades en Plainpalais (que ponen todos los sábados). Me dediqué a curiosear sin más, ya que aún no tenía francos suizos y me resultó imposible gastar nada (va a estar ahí el truco). Proseguí camino: me bajé hasta el Ródano y crucé al otro lado del río para darme un paseo por su orilla hasta llegar al lago. Recorrí aquel paseo hasta la Rue des Alpes, que tiene una plaza ajardinada preciosa, rodeada por edificios de arquitectura señorial e, inicié la vuelta. Crucé el puente del Montblanc por su versión peatonal. Me paré a contemplar el lago y el jet d'eau, cogí la Rue de Rhone, luego una de las callejuelas que suben de la Rue du Rive hasta la ciudad vieja y, de ahí, me pasé por el Parque de los Bastiones para volver a casa. Por supuesto, los dos hombres de mi vida de estas vacaciones, estaban amaneciendo para entonces. Una vez estuvieron listos, volvimos a salir. A diferencia de la mañana, las calles se habían llenado de gente. Entre unas cosas y otras y, con el horario europeo, era casi la hora de comer. Decidimos irnos al Cafe du Centre en la Place du Molard a por unas ostras. El día era estupendo y la terraza estaba llena, pero muchos estaban ya con el café y sólo esperamos unos diez minutos para tener mesa. Nos pedimos las ostras combinadas con diversos mariscos, en cantidad suficiente como para asegurarnos que no pasaríamos hambre aunque se diese mal el resto de nuestra estancia. Postres (por supuesto): helado de chocolate para mí, creme brulée para mi marido y fresas (que en Ginebra son pequeñitas y deliciosas) para nuestro anfitrión. Algo de sobremesa con el café noisette y un paseo de vuelta a casa para ayudar a bajar el atracón. Pasamos por La Bonbonnière en la Rue du Rive y nos hicimos con reservas de chocolate y trufas. En casita, mi estómago se rebeló. Mejor os ahorro los detalles, pero hoy estoy ya bien. Lo único que me queda es una contractura horrible en el cuello, que me dejó bloqueada en el momento, producida por la fuerza de mis espasmos. Supongo que me debió tocar la "ostra mala", aunque ninguna lo parecía ni me percaté de ningún sabor extraño. Hoy me ha tocado hacer algo de dieta. Como el mercadillo de los domingos de Plainpalais es de alimentación, con bastantes tiendas de quesos, fiambres, comidas preparadas (italianas, pollo asado...), hemos escogido un pollo (he desayunado arroz blanco y prefería pollo para comer) y, además de estar bueno, me ha sentado estupendamente. Eso sí, el próximo domingo me resarciré en el mercado ¡Tantas cosas buenas que te ofrecían a probar y una menda sin poder catar nada! Puestos de quesos italianos y franceses, patisseries con sus pequeñas muestras de degustación, también puestos de pan gourmet, frutos secos, encurtidos y aún más delicias apetecibles. Sé que no estoy perfecta porque no me apetece chocolate y, eso, en mi caso, es muy significativo. De todos modos, espero que el martes, que hemos reservado en Le Socrate (Rue Micheli-du-Crest, 16, muy cerca de la bombonería Micheli, en el nº1 de esta calle que hace chaflán con el Boulevard des Philosophes) esté perfectamente. El miércoles seguramente nos toque tartar en el restaurante de la Comedie (el mejor tartar de Ginebra y de los mejores que he tomado en ningún sitio). Este está al lado del Teatro de la Comedie, en el Boulevard des Philosophes (al lado de casa).
La tarde se ha nublado y mis dos acompañantes se han quedado enganchados a la informática. Por supuesto, si había disfrutado de Ginebra con sol, también tenía que hacerlo bajo las nubes y hasta con alguna gota de agua (escasa y breve). Esta ciudad es bonita con cualquier clima y, la amenaza de lluvia, la despeja de turistas.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Equipaje

Nos toca hacer maletas. En contra de lo que hace mucha gente, que vuelca los cajones directamente en ella, yo selecciono: cosas ligeras y sufridas, que abulten lo mínimo, así me llevo más, que, si es necesario, puedan ponerse en plan cebolla, por si hace fresco, y que, además, sirvan para pasear y para cenar. Esto último no es fácil, especialmente porque lo de "cambiar los complementos" no es practicable en los viajes. Hay muchos vestidos que se prestan a ello pero, también conviene que se arruguen poco, pese a viajar bien estrujaditos. Los complementos van reducidos al mínimo: un bolso con compartimentos para los pasaportes, billetes y por supuesto, un libro (tengo uno marrón cuero de Timberland que básicamente uso para estos eventos) y, si acaso, alguno que abulte muy poco y sea muy plegable (olvidados los de piel), en un color combinable (¿negro?, pues no, este año toca uno azul marino, de seda plegada, que compré en la tienda de regalos del Museo del Prado). Pañuelos para el cuello, de fina seda, suaves y abrigados al tiempo. También lo de los zapatos tiene su aquel. Con todo el dolor de mi corazón, los tacones se quedan en casa. ¡Vivan las bailarinas! No abultan en la maleta y son pequeñas, ligeras, cómodas y versátiles. Incluso me planteo si llevar unas zapatillas de deporte (puestas durante el viaje), en función de los planes.

Pese al tamaño de mi armario, soy capaz de conseguir meter las cosas para los viajes en una maleta de cabina. Incluso dejo hueco para algunas compras aunque, he de reconocer, que en las visitas largas en las que me da tiempo a descubrir tiendecitas de las que me gustan, la maleta de vuelta acaba un poco "forzada". Como nuestras vacaciones son en Septiembre, lo de las compras en los viajes no solía ser un problema: antes no quedaban rebajas en ese mes, sólo nueva temporada. Pero, con la crisis, la cosa ha cambiado y, no es tan sólo que haya ofertas sino que, encima, lo que queda, suele estar tirado (o al menos en relación con el precio inicial): buena calidad (fundamental, si raspa una menda es delicada y no se enfunda en eso), diseño clásico con un toque (nada de extravagancias), talla pequeña (es lo que suele quedar) y superdescuento y, ¡plaf! pico más que un pez. Como me gustan los vestidos, esos suelen hacerse un hueco sin problema en el equipaje. Claro que, como he anticipado, también me gustan los zapatos (a pocas mujeres no, hay un gen de fetichismo en el cromosoma X y las féminas tenemos dos de esos, con lo que, para los hombres resulta un misterio nuestra atracción. Ya desde pequeñas, nos calzamos los zapatos bonitos de mamá, (los otros no valen) y, esto empeora cuando se dispone de independencia económica propia. Hay mujeres sin instinto maternal pero, ¿que no les atraigan los zapatos?, podrían ser motivo de estudio con cariotipo incluido. Yo debo tener tres cromosomas X, o una traslocación extra del gen, cómo poco. La bolsa de aseo también se reduce gracias a las muestras que acumulo durante el año. Prefiero las que ya conozco, o las de farmacia en su defecto, no sea que, los experimentos, me den algún tipo de reacción indeseable. No sería la primera vez. La excepción a esto es la colonia, que soy fiel a mi Eau de parfum de Cristalle, de la que ya no se consiguen muestras pese a mi amistad con una de sus dependientas. No me llevo el bote, sino que arreglo el problema con un poco de caradura: en las ciudades, voy al centro comercial de turno y me perfumo. En Ginebra me espera El Globus: son encantadores y tienen un supermercado gourmet fantástico.

Lo sorprendente es que, siendo tan desordenada consiga sintetizar de ese modo el contenido de la maleta. Me planteo si es una compensación. La gente muy ordenada que conozco hace precisamente lo contrario: se llevan la casa entera, y no lo pueden evitar. Siempre recuerdo un viaje a Escocia con otras 4 amigas en el que íbamos a alquilar un coche. Todas ellas tremendamente ordenadas y, pese a ello, me acogieron en el grupo: la oveja negra. Desde luego iban a disfrutar del contraste. Antes de reunirme con ellas pasaría una semana en Londres visitando a otra amiga que vivía allí. Me recomendaron encarecidamente que redujese el equipaje al mínimo, y eso hice: me llevé una mochila de mediano-pequeño tamaño, en la que comprimí un par de pantalones finísimos, un vestido (más fino aún), camisetas, ropa interior y una bolsa de aseo, sin mi colonia. Unas alpargatas y poco más completaron el ajuar. ¡Y eso para dos semanas! En casa de mi amiga pude poner una lavadora para reciclarlo. Quedé con ellas en la agencia de alquiler de coches directamente y, las vi aparecer con un auténtico ejército de bolsas: una, la que más me había insistido en el equipaje reducido, llevaba una maleta gigante en la que ¡incluso! había metido unas botas de montaña a estrenar (nº 40, que es de pie pequeño) y, creo recordar, que hasta una plancha, (y yo con alpargatas). Otra, llevaba una bolsa exclusivamente para los zapatos, nº 37, lo sé porque iban ¡metidos en sus cajas!. Al lado de ellas, lo del resto, que no era poco, ni siquiera moderado, resultaba más que disculpable.

Queríamos alquilar un coche pequeño. Menos mal que, con buen criterio, el hombre nos dio uno algo mayor, tipo berlina y con un maletero gigante. Meter todas las bolsas en su interior era toda una obra de ingeniería aplicada, digna sin duda del proyecto fin de carrera de algún arquitecto. Por supuesto, ¿sabéis lo que no cabía?: mi mochila. Menos mal que era pequeña, ya que viajó a los pies del copiloto toda nuestra excursión. Íbamos de Bed and Breakfast y cambiábamos de alojamiento a diario. Todos los días, nuestros anfitriones se quedaban hasta vernos meter toda aquella montaña de bultos que, esparcida por el suelo, ocupaba más que el mismo coche. No concebían que fuésemos capaces de sacar hueco suficiente para todo en el portaequipajes y, menos aún, llevar lo que sobrase dentro de la cabina con nosotras cinco. Alguna se tendría que quedar o viajar atada al techo. Cuando veían que lo conseguíamos, alguno hasta aplaudió. Cuando, a la de la maleta XL, le dio una contractura lumbar (lo raro sería que su espalda estuviese sana si eso era lo que solía necesitar para una semana) por la que no podía hacerse cargo de la misma, fuimos las demás las que teníamos que hacer pesas con ella para transportarla y encajarla en el maletero (era la primera que había que meter). Eso sí, todo aquello en realidad supuso una minucia, porque el viaje fue fantástico. Es uno de los pocos sitios de carreteras infames en las que, para más inri, había que circular por el lado equivocado de la calzada, al que regresaría encantada. En realidad, en la mayoría de aquellos caminos no había ni lados: un solo carril con unos ensanchamientos que, según la distancia entre uno y otro se suponía definían la categoría de la carretera, en los que, o te parabas o se paraban cuando se cruzaban dos coches hasta que uno de ellos pasaba. La educación vial es fundamental para los escoceses y debe resultar una asignatura dura. No quiero ni pensar en lo de sacarse el carnet: ¡examen práctico!¡coche de frente! ¡suspendido!. Los baches eran lo peor, porque el maletero rozaba el suelo en alguno de ellos. Eso sí, la puerta de este, terminó desencajada ¡pobre!. Nos lo pasamos como los indios incluso cuando nos tocó huir de alguna nube de mosquitos. Los paisajes, las playas desiertas, las carreteras semivacías (por suerte) y para rematar: Edimburgo. Me quedé con ganas de más.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Antonio López en el Thyssen

Esta mañana hemos estado en el Thyssen para ver la exposición de Antonio López. Afortunadamente habíamos comprado las entradas por Internet, porque la cola para las mismas se salía del museo y continuaba por la Castellana. Eso no quiere decir que a todo el mundo le haya entrado el afán por el arte, la belleza y la cultura en esta ciudad, sino simplemente, lo que hemos deducido dada la gran cantidad de clónicas estiradas presentes, está de moda. Si no has visto Antonio López, no debes ser nadie en esta ciudad.
En vista de la demanda, os dejo el link desde el que podéis comprar las entradas y  también podéis hacer una visita virtual de la exposición, aunque, lógicamente, no es lo mismo:
http://www.museothyssen.org/microsites/exposiciones/2011/antoniolopez/museo10.html

Teníamos tiempo, que hemos pasado en el hall, donde nos hemos encontrado a mi madre, que terminaba de ver la exposición, así que nos ha comentado sus impresiones. De momento aquí van las mías y, menos mal que no me muevo en los círculos de moda, o podría terminar excomulgada. Me ha gustado, por supuesto hay cuadros preciosos y sólo por verlos merece la pena, no me ha encantado y, en parte, me ha defraudado. Pensé que me iba a gustar todo y no ha sido así. Había oído definir al pintor como hiperrealista y, lo que conocía de él, a través de reportajes y documentales, porque nunca había visto nada en directo, así me lo parecía. Tarda diez años en terminar un cuadro pero, a pesar de ello, muchos de ellos, ni siquiera los termina. El problema que les veo es que no les queda el encanto de obras inacabadas que tienen otros artistas, son tan sólo estudios y bocetos y los percibo como tales. Matisse tiene muchos estudios de formas y colores, pero poseen o bien una fluidez o, si no, una sencillez que te conquista. También lo había oído nombrar como el "pintor de la luz". Este apelativo se debe a que muchas de sus pinturas las tiene que realizar desde el mismo punto y a la misma hora para así reflejar la luz del momento. El problema es que no todos los días son iguales ni tampoco la percepción de los mismos, aunque puede que para su ojo de artista sí lo sea: los hay alegres, tristes, grises, soleados, húmedos y secos. Para empezar, los primeros no entran en la esfera de Antonio López, con lo que su pintura no eleva el espíritu. La luz es muchas veces mortecina, y no porque refleje el final del día, sino porque hay un tipo especial de transparencia en la claridad que sus cielos no me transmiten. Falta vitalidad en sus cuadros, sus retratos resultan tétricos, como sacados de la película de "Los Otros". Creo que se debe a que, salvo su madre, los personajes no tienen expresión alguna en la boca. Una mirada inquietante, sí, pero sin calidez. Sus dibujos a lápiz son técnicamente maravillosos aunque, llega un punto, en el que se te quitan las ganas de verlos. Hay algunas obras dignas de un funeral, pese a la habilidad del artista, o puede que precisamente debido a ella, y que sea esta la culpable de impregnar con ese grado de fatalidad su trabajo. Menos mal que en la última sala están las flores y, entre ellas figura el cuadro que he puesto en este post, mi favorito: Rosas de Ávila (son 4 los cuadros de este tema y los que más me gustan son el 1 y el 2, que es el de la foto). Tan sólo por estos, y el resto de las flores, ya merece la pena la visita. Pero no son los únicos: las Gran Vías, el Membrillo, la Vid, el retrato de sus padres, su maestría con el lápiz, las ventanas y la escultura de la Figura de mujer. Eva son dignos de admiración. Creo que se disfrutaría más la exposición con menos obras, porque es un artista cuyo pesimismo hay que dosificar.
Al salir nos hemos ido a comer a "La Cocina de María Luisa", un restaurante de cocina tradicional con especialidad en setas y cocina de Soria. Es la primera vez que lo hemos visto vacío. Normalmente eso de decidir ir en el día tenía pocas probabilidades de éxito, pero vamos, hoy, podíamos haber escogido cualquier sitio donde sentarnos. El menú escogido ha consistido en: Ensalada de vieiras con langostinos y trufa, esta ha sido para compartir. De segundos: rape alangostado con romescu para mi señor esposo y pichón estofado con boletus para mí. De postre él se ha tomado un sorbete de limón con vodka (aún no he captado el encanto del sorbete de limón, parece ser un favorito con todo el mundo y, en mi opinión, para tomarse eso, es mejor no tomar nada). Bien es cierto que no soy ninguna fanática del limón, y mucho menos los dulces hechos con él, salvo la tarta de limón o el aroma que la corteza le da al arroz con leche y las natillas, y aún soy menos fan del ron, vodka o cava que le acompaña. Mis bebidas son agua (templada si es posible), vino tinto (muy pocos blancos), PX y oporto, champán francés sobre todo el rosado, y amaretto (en Sicilia me aficioné al vino a la mandorla que te ponían de postre, pero ese sólo debe de existir allí). He tenido suerte y esta vez les quedaba tarta de almendras, que he intentado probar en el resto de mis visitas a este sitio y siempre se había terminado. Hoy difícilmente iba a haber sido así, salvo que no la hubiesen hecho. Al probarla he comprendido el éxito de este postre, la única pega que le pondría sería que el trozo de tarta era muy pequeño para mi goloso gusto. Recuerda en parte al mazapán, aunque más ligero y cremoso. Acompañaba a la tarta un poco de helado de yogur (muy rico, es de los sabores que me gustan, como ya puse en otro post), una compota de manzana deliciosa y, una salsa de chocolate que no me ha gustado nada, me resultaba harinosa. Es otro de los famosos postres que odio, el famoso bizcocho fondant, en el que simplemente la masa no ha terminado de cocer en su centro y está líquida y pesada. Para colmo, hay lugares donde semejante engendro recibe el engañoso nombre de soufflé. En vez de la esperada y ligera delicia, una recibe esa clase de mazacote y, para más inri, no admiten discusión al respecto (esto me pasó en el Teitu en la C/ Orense, donde, por supuesto, no me han vuelto a ver el pelo). Los precios en Maria Luisa están algo inflados, especialmente para época de crisis. La cocina es buena pero, o se moderan o se les va a ir la clientela, que en Madrid hay mucha oferta y buena competencia. Prueba de ello es que hemos intentado probar el Paraguas, que está en la misma calle Jorge Juan, y estaban llenos, pese a ser martes.
Después de la comida, hemos pasado por De Sybaris (tienda gourmet en la esquina de Alcalá con Príncipe de Vergara). Tienen un pan de frutas y nueces de morirse. También hemos hecho acopio de Bresaola, LBV oporto de Noval (el más rico de los LVB) en mi opinión no experta y Pedro Ximénez de Ximénez-Spinola (que no habíamos probado pero que queríamos catar tras probar un brandy de esa bodega: espectaculares ambos)
Esto de la dolce vita está lleno de encanto: arte, comida y delicatessen. ¡Aún queda día por delante! ¡Y seguimos de vacaciones!

martes, 6 de septiembre de 2011

Recuerdos de Ghirlandaio

Hoy vamos a ir a ver la exposición de Antonio López en el Thyssen, lo que me ha traído a la memoria la exposición de Ghirlandaio de hace un año, también en el Thyssen. He decidido que es un buen tema y un momento adecuado para transcribir las impresiones que me causó entonces. Ni que decir tiene que me encantó. Eso es quedarme corta, la realidad es que me resultó no sólo inolvidable sino también terapéutico. No se precisan Reiki y chacras, con un poco de arte, la mente y el cuerpo se reequilibran. También escribir relaja aunque el cursor de este ordenador no ayuda, salta de vez en cuando, sin venir a cuento, simplemente porque le da la gana explorar otra parte de la página. Se coloca en cualquier lugar del texto. Si os encontráis palabras extrañas es precisamente porque me la ha hecho y no he sido capaz de encontrarlo y corregirlo. Ya lo he avisado. Sigamos con la exposición, un tema más agradable y relajante que la irritante idiosincrasia del ordenador.

Aquel día no me levanté con mucho ánimo para irme a ver nada. Era  uno de esos días en que lo mejor que se puede hacer conmigo es dejarme sola un rato. Vino la asistenta y tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no decirle a la pobre que me dejase tranquila. A fin de cuentas ella no tenía la culpa si yo andaba con el colmillo retorcido esa mañana. Para colmo, gracias a la obra de casa, se había estropeado algo del agua y cortaron el agua caliente. Por desgracia me di cuenta una vez dentro de la ducha y, aunque se supone que el agua fría puede ayudar a calmar los nervios, confieso que no me sentó muy bien. Tenía que salir de casa a echar un poco de humo por ahí.

Meterme en el Metro tampoco me apetecía demasiado, no es el lugar más sedante que conozco. Pero entre las escaleras por un lado, que si viene el metro, que si corre que la puerta está abierta, y tras un rato lectura,  al salir ya tenía decidido irme a ver la exposición.

Aunque no había cola (no sé que habría hecho si llega a haberla), mi visita no comenzó con buenos augurios: en la taquilla se quedaron sin entradas en la impresora y tuvieron que ir a por un nuevo taco, desmontar y montar el aparato y realizar las impresiones de prueba correspondientes. Afortunadamente la chica era competente y ella sola se lo guisó y comió, sin tener que solicitarle ayuda al de al lado, como suele ocurrir cuando pasa esto en el Alcampo, tras esperar un cuarto de hora de cola más un extra en la caja cuando no pasa un determinado artículo y hay que llamar al encargado para que lo verifique. Más vale que sea de primera necesidad o ahí se queda.

¡Viva el Renacimiento! Tendrían que patentarlo como terapia, visitas privadas para los pacientes psiquiátricos, básicamente neuróticos, claro. Es tan bonito, equilibrado y sereno que casi inmediatamente me mejoró el humor. La exposición estaba muy bien planteada: una primera sala sobre Florencia en la época (finales de 1400-ppos de 1500), con un plano muy bonito de la ciudad; la segunda y la tercera sala dedicadas al retrato renacentista y a su evolución, centrado lógicamente en el papel de Ghirlandaio en este tema. Realmente me sorprendió. Desde el primer retrato (simplemente en tinta), me llamó la atención su capacidad para captar la expresión y transmitirla. Muchos pintores renacentistas, tan preocupados por el equilibrio y las proporciones, se quedan un poco fríos en ese sentido, como quedaba patente en otros retratos de la exposición, que no llegaban a la altura de los de Ghirlandaio en ese aspecto, ni siquiera el mismísimo Botticelli.

El retrato de Giovanna degli Albizzi Tornabouoni, sobre el que se centraba la exposición, al haber sido restaurado recientemente, me pareció maravilloso. La pintura despierta sensaciones inimaginables que no logran reproducir las copias de promoción de la exposición. El retrato transmitía una inmensa paz, era tan hermoso que emocionaba hasta poner la piel de gallina. Te hace desear quedarte a mirarlo embelesada durante horas, si es que el resto del público lo permitiese (es normal que sea el que atraiga más gente a su alrededor, porque es verdaderamente impresionante ¿veis cómo me cambió la mentalidad? ¡si hasta disculpé a las masas!). Según paseaba por el resto de la exposición, regresé varias veces a la sala  a contemplarlo.

Las siguientes dos salas estaban dedicadas a la "boda aristocrática": cuadros que se hicieron ex profeso para decorar el palacio del matrimonio. Entre estos había una Adoración de los Reyes, también de Ghirlandaio, con una perspectiva y una profundidad que te transportaban hasta el interior de la escena. Había dos salas dedicadas a la iconografía sacra que incluían unos libros de horas de las Medicis. Cada página era una obra de arte en miniatura. También había varios retratos de Virgen con Niño: uno muy bonito de Lippi y otro de Ghirlandaio en el que la Virgen miraba al Niño con gesto de ¡a ver qué vas a hacer! y que es una preciosa muestra de la humanización del Renacimiento. Me encantó una talla de madera y estuco en la que la madre abrazaba al niño con la misma ternura que lo haría una de carne y hueso.

En la última sala hacían un análisis científico del retrato de Giovanna: las proporciones geométricamente perfectas del Renacimiento, un estudio por Rayos X e infrarrojos, el análisis de las pinturas (describiendo los materiales utilizados para los distintos tonos) y de las pinceladas. Muy interesante.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Minerales

El primer domingo de mes, hay una venta de Minerales en la Escuela de Minas. No es que vendan rocas para coleccionistas, que también lo hacen, sino lo que a mí me atrae más que a las moscas a la miel, son las joyas con piedras preciosas y semipreciosas que exponen. Algún cruce filogenético con las urracas debe de haber cobrado cierto protagonismo en mi información genética, porque tanta atracción por las cosas brillantes no puede ser normal. Y además sé que es hereditario: ya en la visita a Florencia con mi madre, además de visitar museos, palacios e iglesias, otro de los puntos de interés turístico eran los diamantes de las joyerías. De hecho, mi primer recuerdo de nuestra excursión a Venecia son unos pendientes de diamantes en un sencillo escaparate, expuestos sobre terciopelo rojo. Con esos diamantes el escaparate no necesitaba nada más. Valían más de diecci millioni de liras, así que, o siguen allí o se los llevó otro. Pero la imagen está en mis retinas, que ya es bastante.
Aunque el hall de minas, donde se hace la venta, es realmente precioso (como muestra, la foto con los puestos del mercadillo), no es ni Florencia ni Venecia, pero también tiene diamantes, y esmeraldas, zafiros, rubíes, topacios, amatistas, citrinos y una larga lista de piedras. Las hay montadas en oro y las hay en plata, con mejor o peor calidad, pero todas con su encanto. Ni que decir tiene que, todas mis amigas tienen pendientes o colgantes o ambos de mis visitas a la Escuela. Y no suelo faltar, con lo que ya hasta me conocen (y eso que es tan sólo una vez al mes). Tanto es así, que ayer me ocurrió una cosa muy curiosa. El dueño de uno de los puestos, que además tiene una tienda en la C/ de la Escalinata (en Ópera), al verme, me pidió que si podía echarle un vistazo al puesto mientras él iba a buscar a su hijo que estaba durmiendo en el coche. Por supuesto, allí me quedé, por supuesto contemplando todas aquellas piedras brillantes, más feliz que una perdiz. Incluso le señalé cuales eran las amatistas a una mujer que se acercó por allí a preguntar. No terminé de entender muy bien aquello: quería amatistas, para ella, pero ni tan siquiera sabía reconocerlas. Salvo que lo que uno busque sea una gema concreta porque crea en sus poderes "mágicos", opino que es mejor que escoger algo que sencillamente guste, independientemente del nombre de la piedra en cuestión. Luego empezó a poner pegas: que si estas son demasiado claras (sí, pero también las amatistas claras tienen unos brillos y matices que no tienen las oscuras, porque se los come el color), que si este modelo de pendiente no me va y, lo más increíble, 15 ó 20 euros le resultaban caros para unos pendientes de plata y amatistas ¿dónde esperaría encontrar algo así a mejor precio? A lo mejor me equivoco y le resultaban "demasiado baratos" aunque, en ese caso, te compras dos y listo, ya tienes de repuesto. También podía ser que se tratase del ingrediente secreto de alguna poción esotérica y, claro, cómo esta llevase una mezcla de piedras, podría resultarle más barato beber Dom Perignon, y posiblemente más eficaz, especialmente si lo que se busca es un filtro amoroso: está demostrado, con la borrachera las defensas bajan y es más fácil caer. Lo que sí vi que costaba más caro, fue un colgante de topacios y diamantes, montado en oro, preciosísimo, que me encantó. Estaba en el puesto de alta joyería y, al igual que sucedió en su momento con los pendientes venecianos, allí se quedó.
A la salida, me pasé a comprar pasta fresca y pan sardo (unas láminas de pan finísimas y crujientes, que pueden servir incluso de base de pizza, aunque para ello hay que poner dos o tres juntas, o se deshacen). Lo suelo hacer tras salir de Minas, porque está la tienda de Il Pastaio del Vecchio Molino que elaboran ellos la pasta y está muy rica. Además tienen otras delicatessen italianas: tiramisú casero, al que tan sólo hay que añadirle un toque extra de Amaretto para que se quede perfecto, mozarella y quesos italianos, vinos, aceite, café, galletas y lemoncello (un gran favorito de mi marido). Además la chica es encantadora y también me conoce.
Con esto, salvo que me toque guardia, cumplo con la agradable rutina de la mañana del primer domingo de mes. Incluso si estoy con el busca, si no hay nada pendiente de valorar por mí, también me doy una vuelta, con le telefonito del hospital en la mano (por supuesto). Siempre voy a primera hora (abren a las 10), que luego empiezan a llegar las hordas, con y sin niños (hay una exposición preciosa y también una reproducción de una mina en el patio, que resulta interesante). La foto debe estar hecha a primera hora porque aún hay poca gente.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Primeros capítulos

Quería abrir una nueva etiqueta en el blog para poner los primeros capítulos de mis cuentos, pero me he tenido que abstener según recomendación de mi señor esposo, que no cree que sea recomendable hasta tener la resolución del jurado. De momento he enviado "Paloma" al concurso de Barco de Vapor y "El Árbol de los Cuentos" al de Gran Angular. Claro que no sabré nada de la decisión de SM hasta dentro de unos 6 meses. Se me va a hacer eterno. A petición de mi madre, estoy escribiendo la continuación de Paloma. Claro que la distribución de la obra completa está limitada, de momento y hasta que salga la resolución, a mi señor esposo, mi maternal correctora (gracias de nuevo) y, en el caso de Paloma, por supuesto a las Palomas (y gemela, que a fin de cuentas comparten material genético, con lo que es justo que también historia). También he hecho algo de sondeo para ver la aceptación. Acepto críticas, de los errores se aprende, aunque los únicos que se atreven en ese sentido son precisamente mi marido y mi madre. De hecho, con el Árbol, me he dado cuenta a posteriori de muchas cosas mejorables. Las he corregido, pero la obra ya estaba enviada al concurso y, si deciden publicarla, espero que lo hagan con la versión buena. Mandarla dos veces podría parecer de neurótica obsesiva y, aunque tenga algunas pajas mentales al respecto, conviene disimularlas.
Si se trata de locuras, nada comparable al efecto que causó la crítica de mi marido sobre mi libro de brujas (Paloma). Su opinión de darle más realismo al vuelo en escoba terminó con una menda subida sobre una. Si la intención era conseguir ser realista ¿qué mejor idea que probar a maniobrar con ella?. Como sigo vivita y coleando, habréis deducido que no me dediqué a intentar volar, aunque otro de los temas de conversación racional del tema fue analizar las leyes de la Física aplicadas a los vuelos en escoba. ¡E intentaba convencerme de lo que era y no era factible! Finalmente, le tuve que hacer ver que, el argumento en el que basaba su discusión era, de por sí, irreal. ¿Entendéis que me lo haya pasado tan bien escribiéndolo? Por cierto, sin lugar a dudas es mucho más divertido usar las escobas para jugar a las brujas que para barrer, aunque no sea la razón primordial de tener un cachivache de esos en casa (convendría valorar las prioridades: diversión vs. limpieza). Claro que, para usos más prosaicos, ya viene la asistenta a la que le viene muy bien el caos que reina en casa.
Por cierto, los que no hayáis visto la película del cartel de este post, no sabéis lo que os estáis perdiendo: "Me enamoré de una bruja" es la traducción en español: romántica, divertida, algo alocada. James Stewart es de esos "caballeros" del cine que te conquistan con su clase y, por supuesto, ni Kim Novak se resiste. No es el mismo tipo de encanto del pillo de Grant, sino una versión más noble que rezuma sinceridad. Por supuesto, está entre mis favoritas.


sábado, 3 de septiembre de 2011

Vacaciones al fin

Por fin estoy de vacaciones, parecía que este año no iban a llegar nunca. Claro que el último día de trabajo ha sido triunfal. Para empezar, me desvelé por la noche convencida de que me iban a llamar al "móvil-busca" para salir corriendo al hospital. Finalmente no fue así y estuve en casa, despierta aunque relativamente tranquila, al menos más que en el hospi. Eso sí, con tanto tiempo para adelantar acontecimientos llegué al hospital con el turbo puesto en modo "reacción". Lo primero que hice, fue organizar todas las cosas para hacer una traqueotomía que había quedado pendiente. El caso fue como sigue: el jueves llamaron al busca porque los Neumólogos, al hacer una Broncoscopia, habían encontrado con una lesión laríngea. Tras verle, se quedó en que le preparasen para el día siguiente (ayunas, analítica, etc) para hacerle una traqueotomía y, como me tocaba cargar con el busca desde las tres de esa tarde hasta la misma hora del día siguiente, mi jefe me dejó a cargo de la organización que estas cosas requieren. La otra opción podía suponer tener unas sesiones encendidas durante unos días, así que, como contaba con que me las apañaría para arreglarlo todo, me avisó para iniciar la vorágine. Eso significó que, una menda, sin casi agobios, entre paciente y paciente, mientras esperaba las pruebas de enfermería de la consulta que (por suerte para mis propósitos y por desgracia para el resto) iban a un ritmo desesperante, se fue a ver al pobre paciente y le explicó todo lo que había que hacerle. La verdad es que el estado general del hombre era poco más que regular, , siendo optimistas, aunque no parecía apurado respiratoriamente. Dado que, afortunadamente, no había necesidad de correr, lo arreglé todo según lo acordado. La mañana del viernes, según llegué, le recordé el plan a los servicios implicados, para así evitar que se me colase nadie en el quirófano. Mi entrada triunfal al hospital consistió en hacer más visitas que en Canena. Me paseé por la Rea donde pillé a traición al anestesista de guardia, fresco y recién aterrizado. Le puse al día rápidamente. Después, al quirófano, que hay que informar a la enfermería o, de otro modo, se siente ofendida (y no poco) por el lapsus. Hay veces que cuando las escuchas quejarse porque no estaban enteradas, te entran ganas de matarlas, sobre todo en las urgencias-emergencias, en las que una no está en la mejor disposición de ánimo para mostrarse comprensiva con quejas estúpidas. Hay veces que no sé si compartimos el mismo tipo de profesión, supongo que hay que asumir que lo que no tenemos es la misma visión de ésta. Como es mucho mejor para la tranquilidad mental de una evitar recriminaciones, les expliqué (con detalle, que luego hay malentendidos) lo que íbamos a necesitar. Hay veces que les haría un gráfico, lo que ocurre es que suele ser en mitad de una cirugía cuando se dan cuenta de que no lo tienen claro y no puedo quitarme los guantes para hacerlo en ese momento.  Es culpa mía que no debo saber explicarme, aunque yo creo que nuestras diferencias simplemente se deben a que yo estuve más atenta que alguna de ellas a las lecciones de Barrio Sésamo de arriba-abajo, grande y pequeño, por lo que les damos diferente significado a esos conceptos (yo opino que son obvios y ellas no). Cuando estimé que disponían suficientes datos, me subí para la sesión.
Me encontré a la nueva resi esperándonos en la puerta del despacho y me fui con ella a la urgencia a ver qué tal seguía el paciente que había dejado el día anterior por epistaxis. Había estado tranquilo y sin sangrar, así que quedé en avisar para subirlo a la consulta en cuanto me fuese posible. Posiblemente después de la traqueo, o eso pensaba.

De ahí al despacho de nuevo. Una vez allí, en sesión clínica, consultamos en el ordenador la historia del paciente de la traqueo. Pese a todos mis desvelos alguien se me había adelantado y había una nota escrita a las 7 de la mañana. Lo primero que leo es "Exitus". ¡No me lo podía creer! ¡Pobrecillo! Esto me enseñará a no precipitarme y querer hacer todas las cosas al instante. ¡Había organizado todo para un paciente que había fallecido! Leo un poco más: la enfermera a las 5 lo vio bien y respirando sin dificultad, a las 6 fue a tomarle las constantes y se lo encontró muerto. ¡Menos mal que no le habíamos hecho la traqueo el día anterior seguramente se habría muerto igual o nos habríamos quedado con la cosa de haberlo rematado con la cirugía!

Avisé de nuevo a todos, para cancelar la traqueotomía (ese proceso es mucho más sencillo y breve que la preparación, con un toque de teléfono a Anestesia y otro a Enfermería se suspende y listo). Nos fuimos a la consulta. Por supuesto pude llamar pronto para ver al  enfermo de la epistaxis, que tenía un montón de lesiones de su Rendu-Osler y ganas me dieron de esclerosarlo. Pero con 89 años y a punto de irme de vacaciones, tenía todas las papeletas de Murphy para complicarse, así que me contuve (a veces soy capaz de hacerlo). La primera parte de la mañana fue algo acelerada pero luego se tranquilizó y me pude ir a ver a la bibliotecaria que había vuelto de sus vacaciones. Allí pegamos la hebra un buen rato, tan a gusto, que una parte buena de las vacaciones es recordarlas al contar lo que has disfrutado.

En casita, relajada y con casi un mes libre por delante, me eché una siesta antológica como inauguración vacacional. Hablé con mi madre que me comentó que estaban aquí mis tíos, así que quedamos en hacer algún plan. Este, consistió al final en salir a cenar al Thai Gardens: Yam pomelo, Ensalada vermicelli y otra de carne macerada en zumo de lima, echalotas y menta (que me encanta), luego tallarines Pad Thai con gambas (que los hacen estupendos), carne al curry rojo (no la suelo pedir pero era para que tomasen alguno de los curries, en todo caso me gustan más los langostinos al curry verde, la lubina chu-chi o el homok de frutos del mar), y mi plato favorito: Pla Ma Nao (lubina al vapor con picante, y estaba muy muy picante, a A y a mí nos encantó, aunque a los demás les resultó excesivo el picor, claro que están menos habituados, en casa las especias que más se usan, con diferencia, son las del sobre del Guacamole de Old El Paso, que van bien con todo: carne, pescado, verduras, sopa y hasta ensaladas). De postre compartimos mis favoritos: flan de coco (que nos sirvieron una ración más que generosa, más del doble de lo habitual) y mousse de chocolate (negro, un poco pegajoso y no demasiado dulce, perfecto). Comimos tranquilos y tuvimos un buen rato de sobremesa. Salvo que había más ruido del que nos gusta, porque se llenó bastante, por lo demás fue una cena genial.

¡Curioso día! En resumen: final de trabajo sin dormir apenas, para organizar y después cancelar por motivos de fuerza mayor el tratamiento de un paciente sin arreglo. Un comienzo de vacaciones descansado, con siesta, una buena cena en el Thai, bien acompañada y una mejor tertulia de sobremesa.