miércoles, 25 de febrero de 2015

La leyenda del mar

Este cuento es el prefacio de "Las Perlas de la Sirena", esta tarde sentía que necesitaba sumergirme en alguna leyenda y he optado por compartir esta. Espero que os guste. 


LA LEYENDA DEL MAR


Entre la Mitología del Mar existe una antiquísima leyenda que afirma que, cuando un humano atrapa a una sirena, ésta queda ligada al mundo del mortal y debe abandonar el Océano.

Infinidad de hombres han abandonado sus vidas terrestres en persecución de este mito. Movidos por el impulso de desvelar los misterios del océano, se han hecho a la mar en busca de respuestas. Empero, la mayoría fracasan en su intento. En presencia de las sirenas sucumben bajo el conjuro vibrante de sus cuerpos. Prendados de su armonía, nadan, enajenados, hacia el fondo abisal. Una vez alcanzado su destino, pierden su guía. Ignorantes del secreto que diluye las fronteras entre la vida y la muerte y que, al ser revelado, permite traspasarlas a voluntad para llegar a formar parte de la eternidad de las aguas, miran pero no ven. Vagan sin rumbo, extraviados dentro de un mundo legendario, diferente y desorientador. Luchan por regresar al aire de la superficie y entregan su último aliento en la batalla.

Las sirenas son el mar, figuras que surgen del océano y de la fuerza del viento, de juegos de sombra y de luz y de brillos irisados sobre fondos de arena. Son su espuma, su rugido, su silencio y su misterio. Hablan su lenguaje de sonidos dulces, de ritmos cadenciosos y de vibrantes ecos. Del mar conocen todos sus secretos, saben dónde hallar los tesoros hundidos en sus profundidades y cómo despertar la vida que late entre las rocas.

Las sirenas comparten con el mar su memoria. Carecen de individualidad, no tienen recuerdos propios. Su vida inmortal transcurre en un presente efímero, fugaz, sin conocer otro pasado que el de las leyendas del océano. Las sirenas son aún más esquivas que los destellos de luz fugaz sobre el agua. Al igual que ésta se derrama entre los dedos desde el cuenco de las manos, así escapa la ilusión de su reflejo del abrazo de sus perseguidores. Sólo cuando una de ellas lo elige, puede ser retenida. El precio de su decisión será el de renunciar al Mar para siempre y, con él, a su memoria. Sus recuerdos se perderán en la inmensidad.

Jamás habrá vuelta atrás. El Océano la repudiará: encriptará sus enigmas en un lenguaje desconocido, le arrancará los secretos contenidos en el brillo de sus escamas y le ocultará sus misterios. A cambio, su sombra se hará corpórea, la espuma y la sal se cubrirán de una piel fina e inalterable y sus nuevos cabellos atraparán la fuerza de las corrientes y la luz del día, o de la noche. Para la sirena la eternidad se transformará en un extraño sentimiento: el amor. Por él sacrificará su libertad y su inmortalidad, para unir, de forma irrevocable, su nueva vida a la de su amado.

martes, 24 de febrero de 2015

El rizador errante


¡Hasta House se ha visto influenciado por los anuncios de máscaras que prometen pestañas como mariposas! Hace unos días me comentó que mis pestañas eran bastante largas pero que quedarían mejor si las abría hacia los lados. ¡Cómo si fuese algo tan sencillo!


Aún así me esforcé por complacerle. No tengo las pestañas de hermanísima, y que han heredado las sobrinas, que son largas, oscuras, espesas y gruesas. Las mías son solo largas pero claras y finas. Es una suerte que exista la máscara y, después de años de uso, puedo certificar que algunas hacen milagros. Mi favorita, la máscara extensión de La Roche-Posay, es todo un hallazgo: hipoalergénica, testada en ojos sensibles y guarda una estupenda relación calidad precio. Lo ideal es combinar una máscara densificante con una alargadora, dejando secar entre capa y capa, pero a mí me basta con la que he nombrado.

Lo de abrir las pestañas como alas no depende de la pobre máscara sino que esa función le incumbe al rizador. Tengo uno que venía incluido en un estuche de manicura, regalo de Juteco. Creo que el rizador y las tijeras es lo único que he llegado a usar del susodicho estuche. Me he acostumbrado a llevar las uñas cortas y sin pintar, es lo más práctico para las cirugías, y enseguida noto cuando crecen. Se me ocurrió pintármelas en una ocasión y duraron lo que tardé en regresar de la compra. Me pase el camino con la sensación de llevar yeso pegado en las manos, fue algo incomodísimo, no veía el momento de deshacerme del dichoso esmalte.

Tras la petición de House, ¿qué mejor pretexto?, decidí comprarme un rizador en condiciones. Después de investigar opiniones por internet, opté por el de MAC. Contaba con la ventaja, que también valoré, de que la tienda me pillaba a tiro de piedra. Quizá la distancia al centro de ventas no sea un criterio de calidad al uso, pero es fundamental desde el punto de vista práctico. Me acerqué al Corte Inglés y, en menos de cinco minutos, ya me había hecho con mi rizador en el stand de MAC.

Ya que estaba en el Corte Inglés... ¿Por qué no dar una vuelta para investigar lo ultimísimo de las rebajas y, entre medias, ojear los avances de temporada? Procuraría no picar. Sé que suena contradictorio, acercarse a la tentación con la intención de no caer en ella, pero el caso es que la tentación estaba demasiado cerca y una es débil, tanto que ni siquiera pensé en alejarme.

Recorrí las distintas boutiques, examiné los percheros e incluso me probé un vestido-sudadera. El recuerdo de mi visita al barrio de Salamanca actuó de revulsivo y no compré nada: todo me pareció bastante vulgar, carente de originalidad y de calidad dudosa. Mejor así, en mi armario no hay hueco (aunque sé que las sobrinas se prestarán encantadas a ayudarme a hacer un poco de espacio).

Tenía que ir a la mercería a por unas cintas. Al dejar el abrigo sobre el mostrador, me di cuenta de que no llevaba mi bolsa de MAC. En algún punto había perdido mi rizador no estrenado. ¡Qué catástrofe! Convencida de que había sido en el probador, regresé. No estaba. Hice memoria y me acordé de que había apoyado la bolsa en una repisa para mirar unas camisetas. Sí, seguro que había sido entonces. Me encaminé hacia los estantes y allí solo estaban las camisetas. Pregunté a la dependienta.
- Disculpa, ¿no habrás encontrado una bolsa de MAC?
- Pues sí. La acabo de dejar en Atención al cliente.
- ¡Ufff! Mil gracias.

El Corte Inglés estaba vacío en general, sin embargo descubrí que el público se concentraba en Atención al cliente. Afortunadamente los de la cola fueron muy amables. Les comenté que sólo quería recoger una bolsa olvidada y me dejaron colarme. Mientras esperaba a que terminaran de atender a la señora con la que estaban, me dediqué a escudriñar el terreno en busca de mi rizador. Lo descubrí abandonado sobre una silla. Cuando me atendieron les dije lo que contenía la bolsa y me la devolvieron al instante. Para evitar nuevos desastres, regresé a casa.

Por cierto, mis pestañas no se han transformado en abanicos pero el efecto del rizador es muy bonito.

domingo, 22 de febrero de 2015

Plataformas, libros y pruebas

¡Al fin! ¡Ya está Paloma en papel!

Esta semana me llegaron los ejemplares de prueba de Paloma. Me hizo mucha ilusión tener el libro en papel entre mis manos. La portada, diseñada por mi primo Juan, queda preciosa, y no es pasión de prima, sino la pura verdad. Le mostré un ejemplar a House para que me diese su opinión, la mía no iba a ser objetiva, y decidimos que aún había cosas mejorables.

Me volví a meter en la página de Create Space para hacer las correccioner. Lo primero fue escoger un tamaño ligeramente menor, quería que el libro fuese de verdad "de bolsillo" y cupiese con facilidad en los bolsos, con los sacos que acarrea ahora la gente no iba a haber problema pero, personalmente, prefiero los bolsos no muy grandes para no correr el riesgo de dislocarme el hombro. Además de los distintos juegos de llaves y la cartera, llevo varios pintalabios, un bloc, algunos bolígrafos y un libro pequeño. En realidad ese libro cumple una función "de rescate", está ahí por si en algún momento lo necesito, aunque en el coche y en el hospital no es probable que recurra a él, pero ¿quién sabe? ¿Y si un día me quedo atrapada en el ascensor? En esos instantes un libro es un item imprescindible.

Al cambiar el tamaño tuve que maquetar de nuevo la portada y el contenido. Uno de los problemas de Create Space es que los diseños de cubierta no incluyen espina, así que el canto va vacío. Para localizarlo en la estantería habrá que pegarle una etiqueta. Es un pequeño inconveniente y, cuando aprenda a diseñar portadas sin ayuda del programa, seguro que lo podré subsanar. En otras plataformas de autopublicación ese tema está resuelto. Lo sé porque he presentado uno de mis libros al concurso de Bubok. Se trata de "Las perlas de la sirena". En esta ocasión, más que un cuento es una leyenda. Mi idea de leyenda es semejante a la de los románticos del siglo XIX, así que se trata de una novela romántica, sí, pero a la antigua usanza. El proceso de autopublicación es similar en ambas plataformas aunque con Bubok el producto final sale más caro. ¿Por qué? No lo sé, supongo que tendrá su explicación pero, como nadie me ha desglosado la factura, no sé en qué radican las diferencias. No le he puesto el precio para hacerme rica, sino que ese era el coste de la publicación. El veredicto del concurso sale el 31 de marzo y, si no gano, lo que me extrañaría mucho que sucediese, haré una versión del libro para amazon, que espero resulte más económica.

Siempre me impone revisar mis libros, sé que suena ridículo pero se me hace un nudo en el estómago ante la idea. Son algo muy mío, algo importante y eso conlleva una responsabilidad, quizá autoimpuesta pero responsabilidad al fin y al cabo. Por muchas vueltas que les haya dado, siempre encuentro algo que no me convence, adjetivos que sobran o frases que podría haber expresado mejor. No es fácil asumir que no es perfecto, al contrario, resulta frustrante. Aunque soy consciente de mis limitaciones, hago como todo el mundo, arrinconarlas en un lugar de mi mente. Sin embargo, en esos momentos, son algo evidente y que se exhiban delante de una con tanta claridad no es un trago agradable.

Confieso que me enfrenté solo por encima a mis temores. Corregí lo necesario pero sin meterme a fondo, sin analizar cada frase con detalle, era la única manera de evitar reescribir la novela. También tuve algunos problemillas con la portada que me costaron toda una tarde de quebraderos de cabeza hasta arreglarlos. Finalmente parece que dejé todo en orden y, según me han informado, en unos días, el libro de Paloma estará disponible en amazon (de hecho ya sale, se ve en este enlace). Sigo sin comprender que una obra finalista del Premio Lazarillo (en el que solo hay dos finalistas) no haya encontrado editor.

¡Qué emoción cuando he entrado en amazon y he descubierto que ya está Paloma en papel!

viernes, 20 de febrero de 2015

Se busca nube rosa

There is something in me maybe someday to be written; now it is folded, and folded, and folded, like a note in school. Sharon Olds

Mi nube rosa es una nube de aurora escondida en el amanecer y que, lentamente, se deshace y se eleva hasta desaparecer. Es una corona alrededor del sol que se asoma, sin querer, al abrirse el cielo en un día encapotado y forma un halo brillante que el cuerpo de la estrella apenas deja entrever. Es una nube que crece sobre el resto, al atardecer, hasta inundar el cielo del crepúsculo, o forma un arcoiris que se disuelve bajo la lluvia de las tormentas vespertinas para, al día siguiente, nacer, rosada y casi dorada, con el sol de la mañana.

De vez en cuando mi nube se escapa sin mí y, aunque espero su regreso, siento que  se aleja y la echo de menos. Quisiera alcanzarla. ¿Alguien sabe cómo atraparla?

jueves, 19 de febrero de 2015

El absceso

Ayer se quedó un paciente ingresado en Urgencias. A mi compañera no le gustó nada el aspecto de su garganta y le pidió un scanner. Después de un día de tratamiento conviene reevaluarlo. Bajo a verle. No parece que esté mal. Ganas de irse no le faltan. Me lo encuentro vestido, en el pasillo, de charla con el familiar de otra enferma. Se conocen y han coincidido en el hospital.
- ¿Qué tal se encuentra?
- Mucho mejor, con ganas de volver a mi casa.
Me temo que no está tan bien cómo se cree, la voz aún le suena a "patata caliente" y eso no es normal.
- Le voy a subir a la consulta para explorarle -le explico.
Como el hombre se mueve sin dificultad, no aviso a un celador para que le acompañe. Total, los dos llevamos el mismo camino y puede venirse conmigo.

Sólo con abrirle la boca se ve el abombamiento de su pared faríngea. Compruebo su extensión, baja hasta las inmediaciones de la laringe. Definitivamente, no puedo darle el alta.
- Aún tiene que quedarse hoy aquí, y seguramente un tiempo -le comento.
- ¡Pero yo me encuentro bien! -protesta mi decisión el enfermo.
- Créame, no dejo a nadie en el hospital si no es necesario, las camas están muy solicitadas.
Todavía no he mirado el scanner, prefería conocer antes al paciente. Cuando veo las imágenes la cosa me gusta aún menos. La primera fase de inflamación ha pasado, al progresar se ha acumulado pus en la zona y hay un señor absceso. Conviene drenarlo. A ver cómo se lo cuento.
- Aunque Ud. se encuentre muy bien, lo que tiene en la garganta no lo está tanto. Se ha formado una bolsa de pus y es mejor abrirla para vaciarla. De otro modo se puede complicar y la recuperación sería mucho más lenta. Por su localización, es algo que tiene que hacerse en quirófano.
- ¿Y mañana me marcharía a casa?
¡Qué obsesión! Esa es toda su preocupación, no le asustan la anestesia ni la cirugía, que es lo habitual.
- Lo que es seguro es que, si no se lo hago, mañana no se irá.
- Entonces, opéreme.

Aviso al anestesista. El quirófano de urgencias está ocupado y tienen para un rato. Me llamará al busca cuando terminen. No espero de brazos cruzados, por suerte o por desgracia, en el hospital no suele faltar trabajo.

Pasado un tiempo prudencial, suena el busca. Es el anestesista.
- Estamos acabando - me dice.
Reclamo al enfermo en la urgencia para que lo trasladen al quirófano. En la consulta aún me queda uno por ver y me demoro unos minutos. Cuando llego a la espera de camas, me la encuentro vacía.
- ¿Y mi paciente?
- Aún no lo han traído.
- Voy a por él.
A veces es la única manera. Me encuentro a uno de los celadores de urgencias por el camino.
- Hay que trasladar a mi enfermo al quirófano.
- Yo ahora estoy desayunando. A mí no me toca.
Se lo comento a las auxiliares que se muestran mucho más colaboradoras. No se atisba ni medio celador por los pasillos y salimos a la puerta a buscar uno.
- Ahora estoy solo, cuando venga mi compañero, voy.
Supongo que su compañero está en el servicio de "nutrición". Los minutos pasan y el hombre sigue en su habitación. Lo llevaría yo pero sé que eso me costaría luego soportar un sinfín de recriminaciones.
- ¡Esto no puede ser!- protesto.  - Es ridículo parar así la actividad.
Finalmente no es ninguno de los celadores con los que he hablado el que traslada al señor, sino otra, más dispuesta, a la que han enganchado y engañado. En vista de lo visto, salgo ganando con el cambio.

Una vez en quirófano exploro la zona con cuidado. Compruebo que no haya nada con latido debajo de donde pretendo dar el primer corte. No me apetece que un vaso me dé un susto. Al apretar el pus se transparenta bajo la mucosa. Esa es buena señal. Rompo por esa zona y presiono la bolsa del absceso desde los bordes para vaciarla. Aspiro. He hecho bien en abrirlo. El pus es espeso y no lo habría expulsado espontáneamente. Desbrido con una pinza para confirmar que no quedan restos. Lavo la zona y la desinfecto. Reviso una vez más. No hay más pus y tampoco sangra. Informo al anestesista de que ya he terminado. La cirugía ha resultado fácil; la preparación, agotadora.

miércoles, 18 de febrero de 2015

Insociable

El mundo no se da cuenta de lo a gusto que se está en mi ostra y, sin embargo, tengo que abandonarla a diario. Meterme en el despacho de sesiones por la mañana me cuesta un triunfo. Antes de entrar me tengo que mentalizar. Por el camino hago acopio de paciencia, desde el instante cero de arrancar el coche. La carretera me pone a prueba. Ya en el hospital, el trabajo está ahí, a la espera, lo sé y me reconcome perder el tiempo con tantas cosas pendientes. Mientras llega el resto, reviso las últimas notas de los enfermos ingresados. Le echo un vistazo a la consulta. Mejor me estudio lo que me aguarda esa mañana para andar preparada de antemano.

La sesión empieza tarde por costumbre. Los puntuales damos un voto de confianza a los impuntuales y esperamos que ese sea el día en el que suceda el milagro. Cuando nos cercioramos de que no es así, repasamos la planta. Esa tarea se repite varias veces, según aparece el resto. Los que se han perdido los comentarios en su momento, sienten la necesidad de expresar su opinión. Con las repeticiones no ganamos tiempo. Con las interrupciones tampoco. Todo el mundo habla a la vez. No hay consenso. El volumen sube mientras unos y otros intentan hacerse oír. Es mareante. A veces tengo la sensación de que a nadie le interesa lo que se habla, sino tan solo el hecho de hablar. También pienso que hace falta un moderador aunque no puedo dejar de sentir lástima por el pobre que se empeñe en llevar a cabo semejante labor, Hércules fracasó en su día, no se atrevió ni a cruzar la puerta. Sé cual sería mi primera regla: el que llegue tarde no tiene derecho a abrir la boca. Es posible que de ese modo se arreglasen algunas cosas, aunque supongo que su impopularidad la haría inviable de entrada.

Para mi infinita desesperación, cada día, la sesión se alarga. Se discute más allá de la hora a la que está citado el primer paciente. La impuntualidad me indigna, me parece una falta de consideración hacia el resto y, cuando hay trabajo por hacer, me agobia. Reconozco que, en ese aspecto, cumplo todos los criterios diagnósticos del TOC (trastorno obsesivo-compulsivo). A la hora en punto salta un resorte que me obliga a levantarme de la silla y a escapar. Como el conejo de Alicia, miro el reloj mientras acelero por los pasillos. No me calmo hasta que no recibo al primer paciente.

-¿Vas a venir a la cena? -me preguntan en la sesión.
-No -respondo.
-¿Por qué?
-No me apetece.
Es evidente que la diplomacia no se hizo para mí, por el contrario parece que en la sinceridad grabaron mi nombre, a fuego, que el ardor en exceso duele.
-¿Y si cambias de idea?
-No voy a cambiar, si estoy mejor en casa que fuera, es tontería salir.
Mi razonamiento se cae por su propio peso y es tan evidente como cierto: prefiero estar tranquila con House a irme por ahí con los compañeros del trabajo, por bien que me lleve con ellos. Además ya he estado en otras cenas y he comprobado que la impuntualidad no se limita a las sesiones.
-A veces es necesario socializar -me recriminan para ver si me convencen por esa vía.
-Ya socializo demasiado.
Definitivamente, soy un hurón. Y me gusta mi madriguera.

sábado, 14 de febrero de 2015

El camino de las sirenas

Hubo un tiempo en que la luna aún no existía. La noche cubría el mundo con una oscuridad tan densa que el brillo de las estrellas apenas podía romperla. Al ponerse el sol, el mar se transformaba en un abismo de negrura del que escapaban las sirenas guiadas por la luz tenue de las estrellas. A veces, un astro fugaz caía al océano y las sirenas lo perseguían para colgarlo de nuevo en el cielo antes de que se apagara en el agua. Sin embargo, nunca lo encontraban.

Noche tras noche las sirenas presenciaban impotentes la desaparición de las estrellas. El día en el que se hundiese la última de ellas, se verían atrapadas en las profundidades de un reino de tinieblas. Sin su guía estarían perdidas. Antes de que ese momento llegara, debían hallar la manera de preservarlas.

Una noche tejieron una red de nubes y la extendieron sobre la superficie del agua. La red detendría la caída de las estrellas que se quedarían retenidas en ellas. Sin embargo, eran tan pequeñas que se perdían entre la niebla.

Otra noche las sirenas recogieron uno a uno los reflejos de los luceros sobre el mar y los reunieron en el rincón más recóndito del océano. Crearon un lago de luz con los infinitos destellos. Junto a él, esperaron hasta el amanecer, a que el primer rayo de sol iluminase la neblina. Cuando la bruma se tiñó de blanco, llamaron al viento para que alzara las olas. Se izaron sobre las crestas de espuma y, con cuidado, tiraron del velo de niebla hasta condensarla en una esfera. En el interior guardaron el brillo de las estrellas. Para evitar que la bruma se disolviera, sellaron la esfera con nácar, simulando una perla.

Al caer la noche, cuando las sirenas remontaron la oscuridad del abismo, arrastraron con ellas la inmensa perla. En el lugar en el que el cielo y el mar se funden, surgió la luna. El cielo reconoció en su interior la luz de las estrellas y reclamó para sí la esfera. Sin embargo, la luna no quiso separarse por completo de su lugar de origen y derramó su reflejo sobre el océano. Esa senda hecha de luna, es el camino de las sirenas.

jueves, 12 de febrero de 2015

Con mi amiga

Recojo a mi amiga del cole a la salida de su hospital. El plan es puesta al día con comida y paseo de compras. Conduzco hacia el Barrio de Salamanca. Por el camino me cuenta sus últimas vicisitudes como enfermera de quirófano. En las cirugías lo único programado es el parte. A partir de ahí, lo que suceda, es imprevisible. Lo único cierto es que se corre un gran riesgo de sufrir aventuras y desventuras. No hay que buscarlas, surgen, son ineludibles, forman parte inherente del trabajo en quirófano y hay que solucionarlas al momento. No es posible despistarse. La realidad te reclama en cualquier momento.

En hospitalización las cosas son muy distintas, allí generalmente los enfermos no se desmandan, permanecen en sus puestos para recibir la medicación pautada. Las enfermeras se organizan el trabajo y es raro que esa organización se vaya al traste. Ocurre en ocasiones, pero es algo incidental. Sin embargo, en el quirófano, es lo habitual. Mi amiga ha trabajado muchos años en planta y el cambio al quirófano le ha supuesto más sorpresas de las que se imaginaba.

Aparco el coche en Velázquez. A la salida del parking está "El Lateral", he oído hablar de este sitio pero nunca he estado. ¿Probamos? propongo. Entramos. Está hasta los topes, hay incluso lista de espera. Pensamos en dar la vuelta, son casi las tres y media y lo que apetece es comer. El maitre nos asegura que las mesas están pagando. Hacemos tiempo en la barra. Vemos salir un pincho de tortilla, no sé si es por la hora pero la pinta es irresistible. No nos resistimos. Pedimos uno para saborear la espera. Está tan bueno como aparenta.

La carta son raciones, pinchos y ensaladas. Ya en la mesa compartimos un surtido. No está mal pero es mejorable, los pinchos calientes vienen fríos. La ensalada está rica. Lo mejor, sin duda: la tortilla: tierna, cremosa, con cebolla y patata que se deshace en la boca y el huevo sabroso y poco cuajado. Es el único motivo por el que merecerá la pena volver.

Voy concienciada. Sé que salir de compras por el Barrio de Salamanca es garantía de no regresar con las manos vacías. Empezamos con Rimini, en Lagasca. No les quedan rebajas, se las han llevado todas a la tienda de Claudio Coello, 3, al lado del Retiro. A cambio, la ropa de primavera está de oferta, a 29 euros o menos. ¡Qué tentación!

Siguiente parada: El Atelier, en Claudio Coello. Confieso que se trata de un pecado premeditado: telas vaporosas, colores suaves, bordados... Lo poco que les queda de invierno está al 70%. Lo de temporada no tiene descuento pero es precioso. Es un placer mirarlo y aún más vérselo puesto. Probarse vestidos maravillosos es como convertirse por un instante en la princesa de Piel de asno cuando se viste a escondidas con sus vestidos de sol y de luna. Puro narcisismo.

Seguimos por Claudio Coello hacia Goya. Las tiendecitas se alinean una tras otra pero chispea y no nos detenemos demasiado a investigar. Nos dirigimos a Lagasca 27, allí las prendas se aprietan en los percheros y los descuentos sobre los descuentos. Descubrimos un par de vestidos, a la vez clásicos y originales, de La Compagnia Italiana. Perfectos de estilo y precio, uno para cada una.

Hace siglos que no me paso por Divina, en Jorge Juan. Sería un feo no hacerles una visita, estamos al lado. Aquí no se trata de escoger sino de descartar. Hay una blusa irrepudiable, a juego con el nombre de la tienda. También es cierto que la divinidad reclama un tributo.

De camino al coche nos llama el escaparate de Leonce, en Velázquez. ¿Por qué no investigar? Llegado un punto: de perdidos, al río. Benditas rebajas, sin ellas me habría ahogado.

Me acuerdo del pobre House se ha pasado la tarde solo en casa, sin mi compañía. Para resarcirle del disgusto, compro la cena en Mallorca y añado unas torrijas de postre que, al parecer, también ha empezado esa temporada.

martes, 10 de febrero de 2015

De maquetación y divagación

¿Qué hago? ¿Me pongo a leer o escribo? En el kindle tengo a Doctorow esperándome, muy recomendable todo él, si queréis probar suerte y empezar con sus historias cortas, personalmente me impresionó la de Joline. Ahora estoy con "El cerebro de Andrew", ya que parece que andaba en busca de terapia nada mejor que leer acerca del psicoanálisis del protagonista, la verdad es que no lo escogí a propósito, coincidió que fue una de las ofertas del Kindle Flash. Antes le tocó el turno a "El arca del agua", por recomendación de la Señora, una novela negra diferente y supongo que por eso me gustó tanto, que no soy yo muy de novelas negras.

Ya que he empezado a divagar seguiré por ese camino. Se supone que hacerlo es bueno para superar el bloqueo del escritor. Ayer en concreto leí una sugerencia de un coach al respecto. Recomendaba levantarse media hora antes todas las mañanas y sentarse a escribir tres página, sin leerlas después. Se trataba de escribir sin pensar, aunque fuese "no se me ocurre nada" o "estoy harta de estar bloqueada" y seguir por esa vía. El caso es que una cosa es levantarse espontáneamente, antes de que suene el despertador, y escribir porque la historia te ha llamado y no te deja dormir, y otra cosa es adelantar la alarma del reloj media hora cuando lo que apetece es dormir. Me figuro que escribiría algo así: "tengo sueño, quiero dormir, soy idiota por hacer caso de un coach que seguro que sigue en su cama la mar de a gusto". A partir de ahí podría imaginar toda una trama de venganzas contra el maldito coach... Quizá tenga razón y sea un buen método de desbloqueo.

Sigo divagando. Cuando he empezado este post pensaba hablar sobre la maquetación y resulta que, al igual que en el soneto de Lope, he escrito dos párrafos sin contar nada relevante, y desde luego nada relacionado con mi intención original. No es que la maquetación sea un tema especialmente interesante pero sí tiene su intríngulis y, sobre todo, sus desventuras.

Después de autopublicarme en Kindle, decidí probar suerte en papel, también en Amazon, con Create Space. No es que sea una entendida en plataformas de autopublicación, simplemente los de amazon me enviaron un mensaje para informarme de esa posibilidad. No fue una decisión inmediata, durante un tiempo abandoné el tema y, no sé por qué, un día me decidí. La única explicación es que me gusta complicarme la vida, que no es lo mismo que el que me la compliquen los demás, que a fin de cuentas lo que desean es facilitar la suya.

Escribir un Word es fácil, sólo hay que abrir un documento en el icono correspondiente. Pasarlo a PDF es cuestión de buscar entre las pestañas hasta dar con la herramienta correspondiente. Sin embargo, autopublicar un libro en papel va más allá, no se puede subir un PDF sin más, hay que darle el formato adecuado. Creo que si lo hubiese sabido antes, no me habría metido en ello. Sin embargo, la ignorancia es atrevida y, una vez puesta, no se me ocurrió rendirme, no fue por pundonor, no, el motivo es que estaba demasiado ofuscada como para razonar. Además, una vez salvado el primer escollo, no podía tirar ese esfuerzo a la basura. Después de conseguir encajar la portada, retroceder era algo inimaginable.

Por supuesto la página te ayuda, cosa que descubrí a posteriori. El problema es que como el que no sabe es como el que no ve, al principio no encuentras la ayuda que necesitas e intentas hacer ese trabajo por tus propios medios, sin guía. Desconozco si a alguien le ha funcionado ese sistema, pero no fue mi caso. Una vez fracasado el primer intento, localicé unos modelos preformateados listos para descargar. A partir de ahí, según parecía, era cuestión de pegar el texto. Las apariencias engañan y comprobé que, sólo con pegar, no estaba todo hecho. Además era necesario corregir los guiones de los diálogos, línea a línea, y comprobar que los capítulos empezaban en páginas impares. Me alegré de que Paloma fuese un libro breve, sinceramente no comprendo cómo nadie es capaz de hacer lo propio con un ejemplar de 700 páginas, el pobre debe de acabar tarumba.

Aquí no ha acabado la historia, pero sí el post, que ya es algo largo y no quiero hacerme pesada. Por cierto, el blog se maqueta solo.

domingo, 8 de febrero de 2015

Una terapia peligrosa

Dos días de encierro, entre pastillas y pañuelos, son como para volverse loca, sobre todo cuando el primer día, una se encuentra tan floja que hasta leer cansa. Afortunadamente todo pasa y eso es especialmente bueno cuando lo que se termina es malo.

Supongo que tras el bajón de la enfermedad necesitaba "terapia", aunque no el tipo de terapia que se imparte en un hospital sino en un un lugar mucho más peligroso: un centro comercial. No, no estoy curada de mi shopaholismo, convertirme en una adicta a la escritura ha servido para relegar a un segundo plano mis otros vicios, todos sin término medio o no serían vicios, pero, de vez en cuando, sufro recaídas. Las rebajas son una tentación irresistible y, para empeorar las cosas, se juntan con los "avances de temporada"... ¡Ay!

Hacía mucho que no iba al antiguo Factory de S. Sebastián de los Reyes, ahora reconvertido en Style Outlet. Tras confirmar que abrían los domingos, me he acercado al despacho de House.
- ¿Te importaría que me fuese al Factory? - le he preguntado. Sabía que no me iba a decir que no pero, por otro lado, tenía la esperanza de que me contuviera.
- Claro que no, - me ha contestado, creo que le ha extrañado que le consultase y por eso, antes de despedirme, ha añadido la recomendación que necesitaba, - no gastes mucho.
En el coche me he grabado esas palabras en mi cabeza. Sólo compraría si encontraba algo absolutamente divino, el resto ya no tiene cabida en mi armario. Literalmente. Es una cuestión de espacio físico.

Toda terapia femenina empieza por los pies y Mascaró ha sido mi primer destino. Tras probarme bailarinas, botas y sandalias he salido muy recuperada (y sin ninguna caja). He descubierto que en esa tienda de Boss ya no tienen ropa de mujer así que también he superado el segundo peligro. (Se podría hacer un videojuego de esto). He pensado en los infinitos pendientes que tengo en casa y ni me he acercado al escaparate de la joyería Roselin. ¿Verdad que es cómo para sentirse orgullosa? Quizá fuese un poco pronto para cantar victoria, aún estaba al principio del primer pasillo.

El final de las rebajas tiene dos ventajas: una es que todo está mucho más barato y dos que apenas queda nada. En Lujans no había muchos restos pero aún así he estado a punto de pecar con unas botas. Finalmente he retomado el buen camino. ¿El motivo? Las notaba, no me quedaban como un guante, imperceptibles de puro cómodas. Un ajuste suave y perfecto habría sido lo único que hubiese justificado su compra.

En Javier Simorra me he probado un par de vestidos, no estaban mal pero distaban de ser divinos. He tentado la suerte en la tienda de al lado, con ropa mona y barata, aunque faltaba la "b" de buena. ¡Uff! ¡Qué tela! ¡Qué corte!

Venía la prueba de fuerza: los zapatos de Pedro Miralles. Difícilmente iba a escapar de esa. Me he resignado y, dispuesta a todo, he escogido un par de botas, otro de botines y unos salones. Las botas me rozaban, el 37 lo perdía al primer paso, el 36 me encajaba pero lo notaba y los botines que más me gustaban tampoco estaban en el 36. ¿Quién lo habría dicho? Los hados se habían aliado, aún no sé si conmigo o contra mí.

He seguido mi recorrido. Nada en Textura. Tienda Lindt hasta los topes y hay chocolate en casa. En Guess creí que caía ante una blusa roja de nueva temporada, supuestamente ceñida, y en la que me faltaba material para rellenarla. También he descubierto unos zapatos de liquidación, unos salones de ante fucsia y de tacón alto y fino. El precio era casi irrisorio pero, de similares características, tengo varios que no salen del armario y ha imperado el sentido común.

Botas en Panama Jack con demasiada gente en un local pequeño, me aturdía. Un vestido divino, y grande, en Golfino. Levi's saturado, al igual que Massimo Dutti, donde una percha con un vestido largo de color salmón me llamaba a voces, incluso había de mi talla, pero he preferido hacerme la sorda a comprometer mi espacio vital. Nada más allá. Lo de siempre en Camper.

Se acercaba la hora de comer, y de volver. He regresado igual que me marché. Increíble. Claro que no sé si mi rehabilitación durará mucho, el martes he quedado con mi amiga del cole para comer y tiendear por el barrio de Salamanca. Dudo si no ha sido mi subconsciente el que me ha contenido ante la perspectiva del otro plan.

viernes, 6 de febrero de 2015

De gripe y sangrados de luna llena

House empezó con síntomas de gripe durante el fin de semana. En el hospital, una de las enfermeras del servicio cayó el viernes y la segunda lo hizo el miércoles. No obstante yo vivía feliz y tranquila, me creía inmunizada. Aunque este año no habían acertado con el pronóstico de la vacuna, me pasé la semana de Reyes, mis vacaciones navideñas, a rastras y medicada. Estaba convencida de haber vencido ya al virus.

Mi confianza comenzó a flaquear el miércoles al salir del hospital. Me notaba la garganta áspera y, al llegar a casa, mi nariz empezó a comportarse como una fuente. De aperitivo me tomé un antiinflamatorio con la esperanza de cortarlo pero bien podía haberme preparado una tapilla más sustanciosa para el efecto que me hizo. Al final, harta de chorrear mocos, me coloqué un pequeño tapón (no es lo más recomendable pero sí lo más práctico).

Me levanté el jueves echa unos zorros. Después de dormir a trompicones, salí de la cama para medicarme, recuperar el sueño en esas condiciones era imposible. Mis jueves son épicos, mis pacientes vienen incluso de otras provincias y, a pesar de mi estado lamentable, si era capaz arrastrarme, no debía faltar. Para colmo me tocaba guardia, aunque albergaba la esperanza de que mis compis se apiadasen de mí, y me la cambiaran, como sucedió (gracias).

Mi programación del día consistía en atender la urgencia, los imprevistos, hacer escleroterapia a mis Rendu-Osler y curar la planta. Con ese panorama dudaba que fuese a tener un segundo libre, lo que no sabía es que iba a andar tan apurada que la descarga masiva de hormonas de estress me ayudarían a sobrellevar mi viremia.

No sólo había epidemia de gripe sino, al parecer, también de hemorragias, posiblemente culpa de la luna llena. Habían llegado a la Urgencia un par de pacientes con sangrado severo asociado a crisis hipertensivas. La sangre agobia y, tanto ellos como sus familias, venían muy asustados. Les hice ver el lado positivo: en una subida de tensión es mucho mejor sangrar por la nariz que por cualquier otro lado, sobre todo si uno de los candidatos es el cerebro. Es curioso pero, una vez que lo ven así, mejora su actitud.

Taponar bien una nariz no es fácil, en ocasiones es muy complicado y, a lo largo de la mañana, se repitieron ese tipo de casos. Estuve a punto de desesperar con uno de los enfermos de urgencias con una epistaxis posterior, después de pasar de un tipo de tapón a otro, y luego a otro más fuerte, y más molesto, anduve en un tris de colocarle un "neumo" (un engendro provisto de un par de balones que se rellenan de suero para hincharse como un globo, una auténtica tortura que procuro evitar). Afortunadamente parece que la amenaza bastó para salvar la situación y no fue preciso llegar a ese extremo. Menos suerte había corrido uno de los ingresados que, además, había tenido la desgracia de resangrar cuando cumplía el plazo para quitárselo, con lo que se había ganado una prórroga del neumo y más presión de suero. ¡Pobre hombre!

Una de mis pacientes de Rendu traía grandes noticias. El día anterior había estado en el hematólogo y había remontado la anemia. Estaba encantada, y yo también. La tengo que infiltrar con frecuencia para mantenerla controlada y me puse a ello. Ignorábamos lo que nos aguardaba. Apenas habíamos empezado cuando comenzó la hemorragia. Hacía mucho tiempo que no sangraba así, imposible saber el origen. Sólo podía taponar, apretar y esperar a que el taponamiento hiciera efecto y aquello cediera. En lo más álgido me avisó el anestesista porque iban a extubar al oncológico intervenido el día anterior. Mi auxiliar le explicó lo peliagudo de mi situación y se avino a esperar unos minutos. En cuanto el flujo de sangre se cortó, dejé a la paciente en el sillón, con la promesa de regresar, y salí pitando a la Rea donde, por suerte, todo se desarrolló sin problemas.

Regresé a la consulta y confirmé con alivio que mi enferma seguía bien. Atendí al resto sin más complicaciones, aunque aún me pesaba en el estómago la sensación de impotencia ante la hemorragia anterior. De camino a casa me relajé y los síntomas gripales reaparecieron en todo su esplendor. Auguro que albergan la mala intención de quedarse unos días conmigo, y sin pedir permiso.

jueves, 5 de febrero de 2015

Entrevista laboral

Make your mistakes, take your chances, look silly, but keep on going. Don’t freeze up. Thomas Wolfe

Hace años, para conseguir mi puesto, tuve que pasar por un proceso de selección. La primera fase conllevaba presentar una montaña de papeles: curriculum, justificantes de cursos, de congresos, artículos... Todo había de ir fotocopiado, compulsado y, lo peor de todo, al menos en mi caso, ¡ordenado! Hay quien guarda sus documentos clasificados y archivados. Mi situación es distinta: mi título de especialista estaba en el maletero de mi antiguo coche, que ya no era mío, y tuve que solicitar un duplicado, las hojas de asistencia a cursos y congresos andaban repartidas entre cajones, carpetas e, incluso, entre los apuntes de aquellos cursos. Lo de los artículos resultó relativamente más sencillo gracias a su escaso número y a mi amistad con la bibliotecaria; los más difíciles de conseguir se los pedí a los coautores que, a diferencia de mí, los guardaban en sus casas perfectamente archivados y etiquetados.

Cualquier persona sensata habría aprovechado la coyuntura para hacer una copia extra de todos aquellos papeles y así disponer de ellos en caso de necesidad. Me considero sensata en muchas situaciones, pero ésta concreta es una de las excepciones, que no la única. Eso de copiar y ordenar más de lo imprescindible no me atraía en absoluto, y no lo hice. Guardé los originales de nuevo aunque, sin que sepa muy bien cómo, porque apenas los saco, mis diplomas se las han ingeniado para desperdigarse de nuevo por todos los rincones de la casa. Sé que la mayoría están en la carpeta que House posee para ello. Por desgracia la carpeta no resulta accesible, está encajada a presión en un altillo, por lo que los papeles traspapelados permanecen traspapelados.

Superada la primera fase de baremación, venía la entrevista. El tribunal lo componían miembros de la gerencia, del departamento de personal, de los sindicatos y de la unidad de Cirugía. El consejo que recibí de los que ya habían pasado por ese trance fue: sé tú misma. Me cuesta ser otra cosa así que les hice caso. Mi entrevista fue de lo más sincera.

- ¿Por qué deseas este puesto?
- Porque valoro la estabilidad. Me gusta la frase del anuncio de coches:  "la estabilidad cuesta una vida encontrarla y un segundo perderla", me parece muy inspirada.-  No pude evitar la referencia, en ese momento es lo que se me cruzó por la cabeza.
- ¿Cómo te describirías?
- Soy idealista, un poco quijotesca incluso, es algo que me viene de familia. Soy más bien lanzada, con eso no quiero decir que sea temeraria, - corregí, -pero sí que, cuando algo va mal, intento tirar para delante y no quedarme bloqueada. - De esta afirmación me he acordado en unas cuantas ocasiones peliagudas en las que había que seguir sea como fuese.
- ¿Cual dirías que es tu mejor virtud?
- Mi abuela dice que soy muy dispuesta, claro que las abuelas suelen hablar bien de los nietos. - No les aclaré que mis abuelas no tenían fama de morderse la lengua a la hora de callarse lo que no le gustaba.
- ¿Y tu peor defecto?
Esa era fácil.
- Soy cabezota. - No podía mentirles, era tan evidente que se darían cuenta enseguida.
- ¿Qué crees que puedes aportar?
Ahí hablé un poco de mi experiencia y los que consideraba mis puntos fuertes. Mejor pecar de exceso de seguridad que causar el efecto contrario por andarme con falsa modestia.
- ¿Te gusta leer?
Llevaba un libro en el bolsillo, en concreto The Magician, de Somerset-Maugham. La pregunta, del jefe de cirugía, estaba hecha con toda la intención de ayudarme. Se la agradecí. Si hablábamos de libros todo sería más fácil.
- Sí, mucho.
- ¿Cuáles son tus autores favoritos?
Un gran tema. Ahí me explayé y, tras la sesión literaria, el tribunal decidió no hacer más preguntas. En el hospital tengo fama de habladora, no sé si fue ese el momento en el que me gané la medalla.

martes, 3 de febrero de 2015

Concatenación de casualidades

La historia de cómo empecé a atender pacientes de Rendu-Osler es toda una muestra de cómo se concatenan las casualidades a lo largo de los años.

El Rendu Osler se engloba dentro del grupo de las enfermedades raras lo que significa que tiene una prevalencia menor de uno por cada dos mil habitantes, en esta patología en concreto se considera que la cifra anda por uno de cada siete mil. Al ser tan poco frecuente, a cada hospital le corresponde un número muy bajo de enfermos aunque, dada la asiduidad con la que precisan atención, todo el hospital acaba por conocerlos. Suelen presentarse en la Urgencia por epistaxis que ellos mismos han intentado cortar, como hacen en infinidad de ocasiones. Tienen mucha más experiencia en taponamientos que un residente poco rodado por lo que, cuando aparecen con una hemorragia que no han logrado controlar, ya se sabe que el asunto es serio.

Durante mi residencia conocí a un par de ellos. Una de ellas era la madre de otra médico, una residente de familia con la que solía coincidir en las guardias. A pesar de mi inexperiencia, a la mujer le gustaba que la atendiese yo. La explicación es que le ponía anestesia y que ya desde entonces tenía claro que lo ideal era usar taponamientos reabsorbibles para así evitar el traumatismo de la retirada, con el riesgo de resangrado.

Ya con mi título de especialista en la mano, me encontré otro caso en mi nuevo hospital. En esta ocasión se trataba de una mujer mayor, encantadora, que sangraba tanto y con tanta frecuencia que acabé por citármela semanalmente para taponarla de manera preventiva. Era la única solución. Pese a eso, de cuando en cuando, tenía que acudir a Urgencias e ingresar. Investigué qué más podía hacer, ambas estábamos dispuestas a intentar cualquier idea, probé tratamientos que se describían eficaces en la literatura pero el problema es que lo que arreglaban por un lado, lo estropeaban por otro.

No fue hasta unos años después cuando heredé el paciente con el angioma faríngeo gigante (que ya comenté en otra entrada) y comencé a hacer escleroterapia. Tiempo después me llegó un nuevo enfermo de Rendu, un hombre joven, que había estado en tratamiento en Valladolid por sus lesiones nasales: allí se las habían esclerosado. Cuando le comenté mi experiencia en escleroterapia, limitada a los angiomas, se mostró encantado y no sólo quiso que le infiltrara sino que además me trajo a su hermano, aquejado de la misma patología (es hereditaria) para que le tratara. Ambos eran casos leves que no me costó mucho controlar.

No sucedió lo mismo con un enfermo con el que se presentó en nuestro Servicio una internista agobiada en busca de una salida. El hombre sangraba a chorros a diario y no conseguían remontarle la anemia por mucho que le transfundiesen. Mis compañeros me avisaron por si se me ocurría algo. La mayoría de estos pacientes son sufridos y valientes y, sobre todo, están hartos de sangrar, les limita la vida. Le hablé de la escleroterapia y me dejó hacer. Recuerdo aquella primera infiltración con pavor, fue un auténtico baño de sangre, pero tanto el enfermo como yo nos armamos de valor, y de gasas, compresas y bateas, y seguimos adelante. Una cosa teníamos clara, si no le infiltraba, iba a sangrar. Ante semejante tesitura era mejor infiltrarle, al menos intentábamos algo para que mejorara. Tras inyectarle varias ampollas, le tapone y le bajé a la urgencia para que le transfundiesen. Cierto que mi intervención contribuyó a reagudizar su anemia, pero la transfusión de ese día ya era algo previsto por la internista. En las siguientes visitas las hemorragias fueron mucho más moderadas, la anemia remontó y el hombre comenzó a llevar, por fin, una vida normal. Creo que es el presidente de mi club de fans.

Mi éxito me animó. Una mañana apareció un paciente en mi consulta que, entre sus antecedentes, me dijo que sufría de Rendu-Osler. Indagué al respecto y me contó que estaba con anemia y que sangraba a diario. Me ofrecí a infiltrarle y el hombre me miró con incredulidad.
- ¿Aquí lo hacen?, preguntó.
- Sí, aunque sólo tengo unos cuantos casos, le contesté.
Me informó entonces de que en Valladolid habían dejado de tratar esta patología y me preguntó si podría atender también a su hermana.
- Sin problema, respondí.

En la siguiente visita acudió con su hermana. La mujer pertenecía a la Asociación de HHT (Hereditary hemorrhagic telangiectasia, el nombre técnico de esta enfermedad) y me comentó que andaban un poco desesperados porque no encontraban médicos que les infiltrasen y me pidió permiso para notificarles que yo lo hacía. Por supuesto, se lo di.

Un par de días más tarde recibí una llamada en la consulta. Era la secretaria de la Asociación y, además, el último y el primer eslabón de la cadena: resultó ser la hija de aquella primera paciente de mi época de residente.

domingo, 1 de febrero de 2015

Jueves con mis Rendu-Osler

Una de las cosas que aprendí en la residencia es a optimizar tiempo y recursos. Había días en los que casi parecía que debía multiplicarme para atender todo lo que me requería y, como la clonación no era posible, lo suplí con velocidad: velocidad para recorrer pasillos, para hacer curas, tomar decisiones y ver y manejar pacientes. Aprendí que cuando los enfermos vienen con un problema que de verdad les preocupa, desean que se lo resuelvan, no que les den palique ni les hagan esperar, así que, generalmente, no se quejaban de mi atención expeditiva. Es cierto que hay casos que además necesitan hablar y desahogarse pero, en muchas ocasiones, se puede compaginar la escucha con la actuación médica.

Ir al grano es lo que me permite sobrevivir a veces, especialmente los jueves. Esos días tengo que meter el turbo, aunque eso no significa que no disfrute o que no me esmere por hacer las cosas lo mejor posible. Los jueves es mi día de "imprevistos": atender la urgencia, recomendados y aprovechar para rematar asuntos personales. Son esos asuntos personales los que me obligan a trabajar en un circo de dos pistas, aunque reconozco que esa situación es algo que he escogido: al disponer de tiempo, busqué enfermos con los que llenar los huecos (o quizá son ellos los que me encontraron, ya contaré cómo en otra entrada).

Los jueves recibo a mis pacientes de Rendu-Osler. En realidad no me ocupo de toda su patología, muchos de sus problemas se escapan a mis habilidades aunque, afortunadamente, para esa parte cuento con la ayuda de los internistas. Mi atención se limita al tratamiento de sus epistaxis (hemorragias nasales). No es una solución definitiva, ya me gustaría, pero al menos les alivio durante un tiempo y no sangrar a diario contribuye sobremanera a mejorar su calidad de vida.

Las hemorragias no son algo que admitan mucha espera por lo que requieren una atención casi a demanda. En la primera visita, les doy el teléfono directo de la consulta. Según me necesiten, los enfermos me llaman para avisarme que van a venir ese jueves. Les veo tan a menudo que me sé hasta sus nombres, algunos son casi de la familia. Se juntan en la sala de espera y, en el transcurso de la mañana, se acumulan. Encontrar a otros como ellos les inspira confianza, es una enfermedad rara y les consuela no saberse únicos. No hay muchos médicos que se atrevan a tratarlos y se sienten muy desamparados, algunos vienen bastante asustados. El procedimiento en sí no es complicado, no requiere ninguna habilidad especial, el problema es que es sangrante y luchar contra la sangre siempre impone. Sin embargo, si no se hace nada, el paciente sangrará espontáneamente, cada vez con más frecuencia y más cantidad, y es esa evolución lo que hay que frenar. El tratamiento se lleva un rato así que, de vez en cuando, en los momentos de descanso, me asomo a la sala para saludar a los que van llegando, preguntar cómo siguen y tranquilizar al resto.

Empiezo colocándoles un algodón empapado en anestesia tópica en la fosa nasal. Cualquier intervención se lleva mucho mejor si el dolor se minimiza y para eso la anestesia es un gran invento. La mucosa de estos enfermos es muy frágil y, aunque meto el algodón con mucho cuidado, en ocasiones, esa simple manipulación desencadena la hemorragia, y la alarma del paciente y de sus familiares. Les aviso antes de empezar para que sepan a qué atenerse y son muchos los acompañantes que prefieren esperar fuera.

La técnica no es muy distinta a la que se aplica en las varices. Consiste simplemente en infiltrar una sustancia esclerosante en las lesiones vasculares. De esa manera se fibrosan, cicatrizan y dejan de sangrar. Diluyo la ampolla en agua destilada para no dañar la mucosa sana y evitar complicaciones, aunque los riesgos aumentan con la repetición del procedimiento, por desgracia inevitable. Cargo unas jeringas pequeñas para que la infiltración sea lenta y menos irritante. Por recomendación de una de mis amigas, cirujano vascular, utilizo las agujas más finas que he encontrado en el hospital, de ese modo se supone que sangran menos.

El primer pinchazo es perilesional. Me gusta cuando los vasos se clarean según penetra el líquido en su interior, al paciente le tranquiliza, tanto como a mí, oírme decir que vamos bien. Si apenas sangra, me armo de valor y pincho en plena lesión. En ocasiones no todo es tan sencillo, la presión rompe la malformación y comienza a brotar sangre a chorros. Intento cortarla con algodones con adrenalina para proseguir con las inyecciones. No obstante, en las hemorragias más rebeldes tengo que taponar, aunque eso no obliga a cancelar la infiltración, se puede continuar con el taponamiento puesto e incluso hay casos en los que lo he retirado, total o parcialmente, al terminar. Siempre uso trocitos de material reabsorbible para que se deshaga por sí solo sin necesidad de destaponar, ya que hacerlo es doloroso, traumático y nada recomendable en estos enfermos.