lunes, 29 de septiembre de 2014

Barbecho

Biology gives you a brain. Life turns it into a mind. Jeffrey Eugenides

No suelo publicar las entradas cuando me suceden las cosas, a veces lo escribo en el momento para desahogarme pero luego lo dejo en barbecho. Si estoy triste confío en que esa tristeza se alivie al escribir, busco palabras poéticas y bonitas para transformar mis sentimientos en algo romántico y mucho más llevadero. Es la belleza la que permanecerá cuando ceda el bajón. Eso no significa que sólo escriba palabras bonitas en mis momentos de melancolía. Cuando estoy feliz sueño despierta y disfruto perdida en el preciosísimo mundo de mi nube rosa.

Las desilusiones y las decepciones también suelen esperar. Con frecuencia faltan factores que, cuando se conocen y se encajan, muestran que las cosas no son tan malas como parecían. Hay malentendidos que no son más que eso, malentendidos, y no verdaderas ofensas. El ser consciente de ello sucede a posteriori y, por desgracia, no frena el primer salto. El no precipitarse más de la cuenta puede llegar a evitar que una se caiga con todo el equipo y sin paracaídas (con el correspondiente y doloroso batacazo). Cuando eso ocurre las secuelas son muy difíciles de arreglar.

En ocasiones me espero directamente antes de escribir. Puede que esté simplemente demasiado rabiosa y me convenga dejar pasar el tiempo para desfogarme sin quemarme. No deseo revivir la situación con sus emociones en toda su crudeza, necesito algún tipo de catalizador. El sarcasmo y la ironía requieren un análisis humorístico de la situación y si, en ese momento, el humor es inexistente, se recurre a la amargura en su lugar. La amargura es un sustituto pésimo que da un resultado lleno de cinismo. Según Joe Klein: "El cinismo es lo que pasa por perspicacia entre los mediocres." El cinismo no consuela, y tampoco es divertido.

Que nadie se alarme cuando lea algo preocupante. Si soy capaz de contarlo es porque ya se me ha pasado.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Excursión al Polo

La excursión al Polo es el nombre con el que mis tíos se refieren a la acampada que todos juntos hicieron, en amor y compaña, a las Lagunas de Ruidera durante el mes de Noviembre de 1979. Las tiendas de campaña no están precisamente acondicionadas para soportar condiciones extremas, en realidad tampoco lo están para las no extremas, y pese al calor familiar, pocas veces en su vida recuerdan haber pasado tanto frío como en esa ocasión.

Aunque a mí se me acuse de pecar de optimista, mi optimismo no es en absoluto comparable al de mis tíos, y cuando miento (de mentar que no de mentir) a mis tíos hablo de casi todos ellos, no de ejemplos aislados. El panorama de aquella excursión habría echado para atrás a cualquiera, pero cualquiera no es mi familia. Antes de continuar con la historia es preciso presentar a los protagonistas. El plantel de intrépidos aventureros, la mayoría aún veinteañeros, lo formaban:

1. Mi tío Pepe, no sé si fue en ese viaje en el que acuñó su famosa frase de que el frío es algo psicológico aunque, que yo sepa, ni psicólogos ni psiquiatras han podido hacer mucho para convencer al planeta de cambiar las estaciones, al menos hasta el momento. Para esta ocasión el tito estrenaba unas fabulosas deportivas de las que presumía todo orgulloso, y de las que espero disfrutase. Le acompañaban la siempre paciente tita Li, gracias a ella sé que ese gen existe en la familia, su hija mayor, de 2 años, y su bebé de 10 meses.

2. Un embarazo de 8 meses no es óbice para participar en cualquier diversión y Lucky se apuntó al evento junto con su barriga, su marido, el Gris, sus dos hijos - Pal, la mayor, contaba nada menos que con 7 añazos -, el padre inválido del Gris y la cascarrabias de su tía. La verdad es que no me extraña que Lucky quisiera salir de casa.

3. El colofón del plan lo ponían las gemelas, las responsables de 13 años que ejercían de carabinas de unos jovencísimos Cuca y Billete, novios por aquel entonces. Ni siquiera la buena influencia de las gemes logró evitar la propensión a las desventuras del Billete.

4. Afortunadamente, en el último momento, al rescate del grupo, que a pesar de las estrecheces de las tres tiendas de campaña tiritaban de frío, acudieron el Fernández con la tita Merche. Los salvadores cargaron en el coche todos los jerseys y prendas de abrigo que encontraron en su casa y, de paso, en la de los vecinos y amigos, cogieron carretera y manta, literalmente, y se presentaron en el camping.

A pesar de la llegada providencial de los rescatadores, la gelidez del ambiente distaba mucho de resultar adecuada para un bebé tan chico y unos ancianos delicados y quejicosos. El Fernández y la tita Li se llevaron al chiquitín al hotel y se repartieron a los abuelos, a los que separaron cada uno en una habitación, para que estuvieran cómodos, calladitos y bien cuidados.

Una vez acostados los infantes, la reunión se animó. El frío arreciaba y, para terminar de entrar en calor, Billete preparó unos cubatas de pobre: cognac con cola. Semejante brebaje resultó ser un gran vomitivo, hecho que Billete comprobó en sus propias carnes y que dejó constancia indeleble sobre las zapatillas nuevas del tito Pepe que, aparcadas en la puerta de la tienda, conocieron una vida muy breve. Aquel contratiempo no les aguó la fiesta y, atraídos por la juerga, se acercaron los otros huéspedes del camping, un par de hippies.
- ¿Tenéis un porrito? - preguntó uno de ellos.
El muchacho no se amilanó ante la negativa, ni siquiera fue consciente de las miradas atravesadas que le lanzaron los menos tolerantes con los asuntos de drogas.
- ¡Vaya bien que lo tenéis aquí montado! ¿Sois todos pareja?
El tito Pepe decidió aclararle la situación con un resumen muy sucinto.
- En realidad no. Mi mujer (Li), se ha ido al hotel con el marido de ella - y señaló a la tita Merche.
El hippy se quedó boquiabierto durante el segundo que tardó en reaccionar.
- ¡Joe! ¡Vosotros sí que tenéis marcha!

miércoles, 24 de septiembre de 2014

La picadura

- ¿Cuándo piensas ir a la farmacia? - me pregunta House.
- ¿Para qué? Si no me pica - le respondo.
- No importa si te pica o no, sinceramente creo que debes ir a la farmacia - me contesta.
Nuestra conversación versa sobre una simple, o quizá no tan simple, picadura. En realidad son dos las lesiones, aunque House sólo se refiere a una. La otra se encuentra en mi mano derecha y esa sí que no la puedo ignorar porque me pica a rabiar. No sólo me produce una horrible desazón sino que la mano ha duplicado su tamaño y presenta un aspecto similar al de una pelota de rugby. Los cordones de mis venas, habitualmente gruesos y con relieve, el sueño de cualquier anestesista, han desaparecido bajo el edema.

La picadura de la que hablamos pertenece al mismo mosquito, con la enorme diferencia de que no me pica. ¿Por qué, entonces, le molesta tanto a House? La razón es que es aún más evidente que la primera y no hay modo de disimularla: se halla en mitad de mi frente y presenta el aspecto de un chichón del diámetro de mi cabeza. No exagero. La ventaja es que, si no me la toco, ni me acuerdo de que está ahí (lástima que sea yo la única). Me di cuenta de su aparición al lavarme la cara, para despejar el sueño, tras nuestra primera noche en el Parador. Noté el relieve de un chichón y un leve picor. Opté por dejarlo tranquilo. Por desgracia aquello no era más que el germen y tenía toda la intención de desarrollarse sobre mi frente. Desde entonces han transcurrido dos días y va en camino de convertirse en mi siamesa.

- ¿Te has mirado en el espejo?- insiste House.
La verdad es que lo he evitado, con el tacto me basta para saber que no ha mejorado. La habitación aún tiene parte de las cortinas corridas y el espejo está en sombra. Sigo la sugerencia de House y le echo un vistazo a mi imagen. Con esa luz no me impresiona mi aspecto. En la penumbra lo más llamativo es que se me han borrado las líneas de expresión de la piel.
- ¡No tengo arrugas! - exclamo tan contenta.
La mirada de House no es tan optimista como la mía. De hecho opina que he llevado al extremo eso de ver el lado positivo de las cosas.
- ¡Pero si pareces un alienígena! - me suelta.
Me fijo mejor, segura de que no puede ser tan malo: la frente ha doblado su volumen, la hinchazón se extiende entre los ojos y sobre el puente de la nariz. Mi pequeño caballete ha desaparecido, aunque también lo ha hecho el dorso nasal, sólo se mantiene la punta. La zona interna de los párpados se ha transformado en pliegues que cubren el lagrimal y mis ojeras son bolsas. Le doy la razón a House: soy ideal para protagonizar un episodio de Star-Trek, no necesitaría nada de maquillaje.

Optamos por acercarnos a la farmacia. Antes nos toca pelearnos con la llave de contacto del coche. No sé si es que no le gusta el aspecto de mi mano pero el caso es que no la reconoce y se niega a entrar en la cerradura. House lo intenta y obtiene el mismo resultado. Su mano no tiene picaduras así que el problema es de otra índole: comprobamos que el pestillo está caído y bloquea el acceso. Me veo haciendo un puente (espero que Internet explique los pasos). Finalmente, con un poco de fuerza, la obstrucción cede y el coche arranca.

En la farmacia hay una columna con un espejo iluminado por el sol de la mañana de Huelva, demasiado bien iluminado para mi gusto. Capto mi imagen de refilón y pego un respingo. ¿Esa soy yo? ¡Si parezco un Beluga! (No, no hay fotos, aunque la tentación de inmortalizarme era casi irresistible a House le di pena).
- Quería algo para los mosquitos. Las picaduras me provocan alergia, - explico al tiempo que le muestro mi mano y mi frente.
- ¿En pastillas? - me pregunta el muchacho haciendo gala de prudencia.
- Había pensado en algo tópico.
El chico revisa la estantería. No hay pomadas milagrosas así que escoge una al azar. Añade una loción antimosquitos.
- Esta es muy buena - afirma.
- ¿Cree que me vendría bien alguna pastilla?
No se lo piensa, se gira y al momento regresa con una caja de Polaramine. Voy a dormir como los ángeles y eso siempre viene de maravilla, especialmente en vacaciones. Será una cura de belleza completa (los resultados están garantizados cuando se parte de semejante base).

Aún tardo varios días en recuperar mi rostro aunque tras la primera noche amanezco con algunos rasgos humanos y tras la segunda empiezo a ser reconocible. House me mantiene la prescripción durante una semana hasta que considera que he vuelto a la normalidad. Aunque este verano los mosquitos no abundan, dado lo apetecible de mi sangre, en recepción nos facilitan un insecticida en enchufe. Además, no se me permite salir de la habitación sin una buena rociada de loción.

martes, 23 de septiembre de 2014

Noche de estrellas

I have loved the stars too fondly to be fearful of the night. Sarah Williams

Sopla un viento cargado de sueños que acunan el mundo. La noche es profunda y azul, un escenario de sombras y un telón de terciopelo que deja ver a lo lejos el fulgor de las estrellas. Se abre un cielo infinito en el que clavar la mirada y pedir un deseo. Surge un horizonte en el que perderse sin moverse. En medio de la quietud basta con parpadear para que el escenario cambie, al entornar los ojos la noche se desliza.

La oscuridad revela los misterios que la luz y el sonido disfrazan. Se oye el silencio que invita a susurrar secretos. Se despiertan emociones, pasiones y miedos. La soledad se palpa. Entre las manos simula el embozo de una sábana, suave y empolvada, que invita a tirar y a envolverse en la tela, a aovillarse en su interior, como un gusano de seda, para escuchar el murmullo de los propios pensamientos. La respiración se mece en la cuna de los sueños. Hasta el tiempo se adormece bajo su calma.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Paloma

CAPÍTULO 1: EL HUEVO

Es un hecho, no por muchos conocido, que las brujas nacen de los cuervos.

Marla, la vieja y malévola bruja del reino de Idria, acechaba un nido desde hacía unos días. En realidad no le interesaba el nido sino los huevos que contenía. Aguardaba con impaciencia el momento propicio para hacerse con uno de ellos. Desde su descubrimiento dedicaba las tardes a preparar la pócima que la transformaría en un gato más negro que el betún. De esa guisa trepaba sigilosamente por las rocas y vigilaba su objetivo atentamente.

La noche era húmeda y los viejos huesos de Marla crujían al escalar hasta la cornisa. Ya llevaba varias veladas sometida a los rigores de la intemperie y tenía demasiados años como para librarse de que semejante abuso de fuerzas no le pasase factura. Sabía que quizás había esperado demasiado a hacerse con un cuervo que la sucediera. Algo vanidosa, más o menos como cualquier mujer, se había resistido a reconocer su edad hasta que ya no le quedó más remedio que rendirse a la evidencia. Pese a la visión nocturna del gato, sus ojos seguían nublados por la catarata que le molestaba desde hacía más de una década. Al principio, la incipiente opacidad había atenuado con su velo la percepción de las arrugas que cruzaban su rostro. Con el tiempo éstas se habían transformado en surcos y resultaban no sólo visibles, sino también palpables. Los atractivos lunares de su juventud habían perdido todo su encanto al crecer y alzarse en forma de abruptas verrugas, cuyo áspero relieve también suavizó, inicialmente, la nube de sus ojos. No había sido consciente de las manchas en su piel ni de la artrosis de sus manos hasta que sus dedos se arquearon definitivamente en garras. Las molestias, el entumecimiento y la rigidez previas las achacaba a los cambios del clima, sin más. Se olvidó de que cada cambio iba asociado a una estación diferente y que cada cuatro estaciones equivalían a un año. ¿Cómo saberlo? La alternancia se sucedía con tal rapidez que esa correspondencia sólo era posible si el tiempo volase.

La pérdida progresiva de visión llegó a un punto en el que la bruja sólo distinguía colores y bultos. Esa deficiencia disparó las alarmas y constituyó el detonante último. Sin más demora se obligó a buscar un cuervo al que educar en su Arte. Afortunadamente no le había costado demasiado encontrar el nido. No se veía montada en su escoba volando en pos de las aves. Su precario equilibrio ya le había supuesto algún que otro batacazo.

Esa noche Marla notó los primeros cambios. Había indicios de movimiento en el nido. La bruja suspiró aliviada. ¡Se acabó el montar guardia y aguantar estoicamente las inclemencias del exterior! ¡Por fin iba a volver a pasar las noches dentro de su cabaña y a dormir acurrucada en su cama, caliente y seca! Se aproximó silenciosa, paso a paso, sobre sus patas acolchadas. Una vez en posición, con un gesto rápido y furtivo, se hizo con uno de aquellos huevos. Lo notó tenso y pesado, justo lo que buscaba. El progenitor, reacio a conceder aquella ilícita adopción, se revolvió enérgico contra el felino. Su empeño fue inútil y el abnegado padre fracasó en su tentativa de rescate. No en vano la bruja había pasado buena parte de su vida huyendo. Gracias a su pericia le resultó relativamente sencillo marcharse con su presa, a pesar de la oposición familiar. Sin poder abandonar al resto de su prole, el consternado pájaro vio cómo se le escapaba el ladrón y se llevaba su pequeño huevo.

CAPÍTULO 2: EL POLLUELO

Cuando la bruja llegó a su cabaña depositó su botín en un nido de paja preparado al efecto. Una vez hubo dispuesto de su delicada carga, recuperó su forma habitual. No era ninguna buena idea que el huevo eclosionase y la descubriese con ese aspecto. ¿Y si el pequeño identificaba a su madre con un gato? ¡Qué trauma para el pobre bicho! Marla se palpó la mandíbula para colocarla en su sitio. -Eso de transportar huevos entre los dientes no está hecho para viejas brujas,- gruñó al notar el doloroso chasquido de la articulación.- Afortunadamente este no es muy grande- se consoló. La realidad era que, para tratarse de un huevo de cuervo, resultaba inusualmente pequeño.

Marla se acomodó en la mesa, apoyó en ella los codos y se dedicó a esperar. Según pasaban las horas le costaba más y más mantenerse despierta. Con cada cabezada ponía a prueba su paciencia. Casi de madrugada, al límite de la desesperación, la bruja creyó atisbar una mínima vibración en el nido. Parpadeó y guiñó los ojos para fijarse bien. ¿Y si se trataba de un error? Enseguida respiró tranquila. No, no había sido una alucinación. El huevo  temblaba, se revolvía, se balanceaba de un lado a otro y chocaba con los bordes. Poco a poco comenzó a agrietarse. La bruja no perdía detalle. Un pico diminuto rompió la cáscara a pedazos hasta que, finalmente, un polluelo cubierto de una mucina viscosa, salpicada de restos calcáreos, surgió entre los fragmentos.

El recién nacido contempló a la bruja. Valoró su gorro, negro y puntiagudo, como un pico de quita y pon, sus ojos vidriosos por falta de sueño y de vista, las finas y extrañas plumas que brotaban en racimos de unos bultos marrones e irregulares repartidos por el rostro, su nariz fina y ganchuda...
-¡Un segundo pico!- se sorprendió, - mamá debe de ser muy voraz. Posiblemente por eso es tan grande, - dedujo. - Tendré que comer mucho para llegar a ser como ella.

La idea del alimento despertó el apetito del polluelo. ¡Qué hambre daba nacer! Estaba famélico. Abrió el pico para reclamar las viandas con las que llenarse el buche. Marla sacó unos insectos de un bote, los trituró y le dio la papilla resultante a la cría. El esfuerzo de eclosionar el huevo le había dejado exhausto y, tras engullir aquel zumo, el pajarillo se quedó dormido, al igual que Marla.

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