jueves, 30 de junio de 2016

Junio en libros

Este mes ha sido bastante tranquilo en lecturas, pero con algunos libros muy recomendables, con los que empezaré mi diatriba literaria. Dejaré para el final lo prescindible para que así, el que se canse de tanta literatura, pueda abandonar la lectura de la entrada sin miedo a perderse nada que merezca la pena, al menos en mi opinión.

Ya sabéis que Steinbeck es de mis escritores favoritos y hace poco, por el día de la madre, le regalé a la Señora Cannery Row y Dulce jueves. Le encantaron (me figuraba que sería así, la verdad es que no imagino a nadie a quien puedan no gustar esos libros) y hablar de ellos con ella hizo que me entraran ganas de releerlos, así que son con los que he terminado el mes.

Cannery Row de John Steinbeck es un libro sobre la felicidad, no porque se busque sino porque está ahí, aunque las cosas no salgan como se esperaba, solo hay que disfrutarla, sin esforzarse en ello. Es divertido, tierno, entrañable, poético y sencillo. Es el lugar, la luz, los sonidos, el ruido del mar, de la música en el gramófono de Doc, de la noche y del amanecer. Cannery Row son sus habitantes, con sus defectos y sus virtudes: las chicas de Dora, los muchachos de Mack en el Palace Flop House, el tendero Lee Chong y Doc, gente que es feliz con poco, y aún más con algo de whisky, que se toma la vida como viene, sin pretender ser lo que no son y sin aspiraciones a más. Es un libro precioso que deja huella. "It has always seemed strange to me, said Doc, the things we admire in men, kindness and generosity, openness, honesty understandin and feeing are the concomitants of failure in our system. And those traits we detest, sharpness, greed, acquisitiveness, meanness, egotism and self-interest are the traits of success. And while men admire the quality of the first, they love the produce of the second". 

En Sweet Thursday Steinbeck retoma Cannery Row tras la 2ª GM. Algunos personajes no están, la tienda del Sr. Lee ahora la lleva el Patrón, Joseph and Mary, un mejicano con pocos escrúpulos y aún menos principios que admira a Doc, aunque no entienda su manera de pensar (honesta). El Bear Flag también tiene una nueva Madame, Fauna, con buen ojo para los negocios y un gran corazón, su gran orgullo es casar bien a sus chicas, y su candidata en esta historia es Suzy. Mack y los muchachos siguen en el Palace Flop House con sus buenas intenciones que nunca cuajan como imaginaban. Doc tiene problemas y todos se esfuerzan por ayudarlo, sin embargo él no desea ayuda y se resiste. Cuando todos pierden el ánimo, es Hazel el que decide tomar las riendas y pensar, algo que nunca había hecho hasta entonces. No sólo es divertido sino también romántico, entrañable y deja un gran sabor de boca. "You know Suzy, they ain't no way in the world to get in trouble by keeping your mouth shut. You look back at every mess you ever got in and you'll find your tongue started it"

Underfoot In Show Business es una historia autobiográfica de Helene Hanff. En ella narra con ligereza y sentido del humor sus inicios como escritora. Gran amante del teatro, intentó vender, sin éxito, alguna de sus obras para la escena. No tardó en aprender a comprender el lenguaje oculto de productores y agentes, y hay algunos ejemplos realmente divertidos en la novela. Su amiga Maxine, actriz, vive una situación paralela como intérprete, y las anécdotas referentes a su talento musical son impagables. Además, está la ley de Flannagan, por la que en el mundo del teatro las cosas nunca salen como sería lógico, siempre existe otra alternativa imposible de predecir... Es una historia que se disfruta y que provoca sonrisas al recordarla.

Un amigo de House, al que le gustó mucho mi Paloma, me prestó una serie de libros de Jorge Luis Borges para empezar a cubrir mis lagunas en el conocimiento de ese gran autor, del que había leído El Aleph y Atlas. Me encantó El libro de arena, una colección de cuentos breves que parecen reales, cuya atmósfera te atrapa como un sueño. Son relatos en los que cada palabra es la precisa, que no cuentan todo porque no hace falta. Una maravilla.

El libro de los seres imaginarios, también de Jorge Luis Borges, es un recorrido por la imaginación, los miedos, los mitos y los cuentos de las culturas de todo el mundo a lo largo del tiempo. Los capítulos son muy breves pero bastan para hacerse una idea de cada ser en cuestión y de su contexto. Es increíble como tan pocas páginas pueden albergar tantísima información.

Historia de la eternidad, también del préstamo de Borges, consta de una serie de ensayos breves pero densos, con muchas referencias, muy interesantes, pero que precisan algo de base sobre el tema que tratan (eternidad, metáfora, las mil y una noches...) o es fácil perder el hilo. Personalmente, encontré que me faltaba nivel, prefiero los cuentos.

En The Widow Ching--Pirate, Borges narra sus historias con un trasfondo de realidad e investigación que, aún formando parte del cuento, hace que sea difícil distinguirlos de un hecho real. Su escritura es impecable, muy culta, e incluso en ocasiones es fácil perderse con sus referencias, pero cuenta lo que quiere y como quiere, con unidad, a pesar de esa parte personal que impregna sus historias. Borges obliga a pensar.

Siempre tengo un hueco para la fantasía y para disfrutar como una niña de los cuentos, y hay algunos muy buenos, para cualquier edad. The Little Grey Men de B.B. (alias de Dennys Watkins-Pitchford) es un cuento de amor a la naturaleza y aventuras. Tres gnomos deciden emprender un viaje río arriba en busca de su hermano desaparecido durante esa misma empresa un par de años atrás. Es un viaje lleno de peligros, para tres seres tan pequeños y tranquilos el río tiene rincones peligrosos y, además, está el bosque guardado por el malvado gigante Grum. La historia está narrada despacio pero con un lenguaje muy cuidado que hacen que la lectura sea un placer, las descripciones son una maravilla: el río, el lago, el bosque, la isla... Hay todo un viaje a la naturaleza entre las páginas y, en mi opinión, más para adultos con nostalgia de infancia que para niños en sí. "it is understandable in man, because a fire is the only bit of wildness left in his house; his surroundings are artificial, but a fire makes him think of the days when he lived as we do, out in the opien with nothing but caves and hollow trees to shield him from the weather"

The Real Thief, de William Steig, es otra maravillosa historia de esas que no tienen edad, un cuento sencillo, muy bonito, muy bien escrito y muy entretenido. Su protagonista es un ganso, Gawain, un ser responsable y cuya honradez le ha merecido el puesto de guardián de las joyas de la corona, a petición expresa del rey. Cuando es acusado de robo, nada puede salvarle, ni siguiera su reputación. El único que podría hacerlo es el verdadero ladrón, al que, por desgracia, el miedo le impide hacer lo correcto. En esa situación, todos se sienten infelices. Está llena de valores: honor, honradez, valentía, perdón... pero sin resultar moralizante. Muy recomendable, como todo lo de William Steig.

Tom's Midnight Garden, de Philippa Pearce, es casi un clásico infantil, ganador de la medalla Newbery en 1958. ¿Qué es el tiempo? Esa es la pregunta que se hace Tom cuando el reloj del vestíbulo de la casa de sus tíos da la medianoche con 13 campanadas y, a partir de ese momento, se abre una puerta a un jardín que desaparece durante el día para reaparecer durante la noche. Allí el tiempo lleva un ritmo diferente. La vida de Tom cambia, durante el día sueña con que llegue la noche para escapar al jardín y descubrir sus secretos junto a Hattie. Me pareció que fallaba en el presente, durante las horas de sol. La convivencia de Tom con sus tíos es apenas un esbozo, y no muy halagüeño. Da la impresión de que con ellos se muestra huraño y reservado, no se aprecia un progreso en la relación ni tampoco hay detalles que denoten algo de agradecimiento, por mucho que los tíos se esfuercen en complacer a su sobrino. Cuesta entender que los adultos deseen que un chiquillo así prolongue su estancia. Aunque sea una novela juvenil, le falta profundidad.

The Unfinished Angel, es un libro de Sharon Creech, también ganadora de la medalla Newbery por Walk two moons (que leí y me gusto). El argumento es bastante original: un ángel que no sabe cuál es su función en el mundo se encuentra con una niña que sí que parece entender su tarea, y que le empuja a llevarla a cabo. Sin embargo, no se imaginan las repercusiones que puede tener sobre el resto de los habitantes del pueblo, su acogida de un grupo de huérfanos huidos. Poco a poco, la gente se vuelca con los niños y se olvida de sus amarguras. Quizá todo sea demasiado fácil, pero ese es el tono del libro y ya hay otras historias que se encargan de mostrar lo difícil que es la vida. Es una historia para sentirse mejor.

Aquí empieza la sección de críticas negativas, que no coincide con la de expertos en el tema.

Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, de Juan Montalvo, se supone que es, según la crítica, el libro que mejor recupera al personaje de Cervantes. Siento discrepar, pero personalmente prefiero, con mucho, al Monseñor Quijote de Graham Green. Quizá el libro de Montalvo se inspire en el Quijote pero, en realidad, el personaje es un pretexto para una larga divagación que se inicia en el larguísimo prólogo, tan excesivo que se hace eterno, y que se continúa, en boca del caballero y de algunos personajes, en algunos capítulos. Los capítulos que, supuestamente, se le olvidaron a Don Miguel son una serie de desventuras y otra serie de pensamientos filosóficos en los que trasciende poco del encanto del protagonista, esa combinación de humildad, idealismo, cordura, locura, romance y sueños que ha enamorado a los lectores de la obra original. Montalvo, al no querer escribir para lectores que no tuviesen un altísimo nivel de cultura, lo que consigue es una obra a ratos muy tediosa, con una enumeración interminable de sus conocimientos sobre libros de caballería (en los que demuestra que él sí posee el nivel de cultura que exige a sus lectores) y que trata de amenizar con las locuras del caballero, sin darse cuenta de que su esencia no reside en eso.

Intemperie, de Jesús Carrasco, es un libro del que había oído unas críticas estupendas, no es que la idea de una historia sobre un niño que huye de su casa y un pastor me atrajera de entrada pero, ante las opiniones tan magníficas y dado que estaba en oferta, decidí darle una oportunidad. Es cierto que está bien escrito, aunque también lo es que se podría haber contado la misma historia en un relato mucho más corto (y no es que sea un libro largo pero se me hizo interminable). Hay gran profusión de descripciones tanto del paisaje, seco y agreste, como de los momentos más duros. La violencia se plasma con toda su crueldad y me resultó excesiva, tanto que confieso que, ya cansada y asqueada, una parte la leí en diagonal (y aún así se sigue sin problemas el hilo de la historia). Es un libro muy negativo. No me gustó.

Los caballeros las prefieren rubias. Pero se casan con las morenas, de Anita Loos, son las dos novelas protagonizadas por la rubia Lorelei Lee y Dorothy Shaw que dieron a lugar a las películas de Marilyn Monroe y Jane Russel. Aunque sean una continuación de la otra, ambas no comparten la misma calidad. Los caballeros las prefieren rubias es una novela muy, muy divertida, en la que la protagonista narra un diario con una sinceridad tan ingenua como calculadora y lo hace tan bien que, a pesar de su superficialidad y de revelar su manera de manipular a los hombres, transmite su encanto irresistible al lector. Es muy irónica y entretenida. La segunda parte, Pero se casan con las morenas, es mucho más floja y, según avanza, se hace incluso pesada. No tiene la chispa de la primera y me pareció bastante prescindible.

viernes, 24 de junio de 2016

El gigante de Stonehenge

Un gigante yace bajo el suelo de Stonehenge. Solo sus dedos sobresalen de la tierra como inmensos monolitos que se alzan al cielo. Pretenden sostener el sol entre ellos, como hicieran al principio de los tiempos, retenerlo hasta el alba, empujarlo con su aliento durante su ascenso y recogerlo de nuevo en el ocaso. Durante la noche, el sol duerme en el cuenco de sus manos, en el lecho protegido por las palmas entrelazadas sobre el corazón de piedra del titán.

Solo el día del solsticio los rayos del sol alcanzan aquel corazón exánime que, bajo el roce, recupera su latido. El gigante siente de nuevo el calor del sol en sus dedos y los estira un poco más hacia el cielo. El sol se eleva. La luz es fuego, su fulgor alumbra la corona de rocas. Desaparecen las sombras en Stonehenge, la oscuridad no penetra en el crómlech iluminado. La tierra palpita, renace la vida. Al caer la noche, las tinieblas atacan. Se encienden las hogueras. Las llamas danzan enredadas en el ardor de la lucha mientras el sol duerme entre los rescoldos del corazón del gigante.

lunes, 20 de junio de 2016

El cine de la gran ilusión

Seguía sentado en una de aquellas viejas butacas, con el cuerpo hundido en el terciopelo rojo de la tapicería. Mantenía los ojos fijos en la pantalla. Hacía tiempo que no se proyectaba ninguna película sobre la superficie blanca, pero eso no le importaba. A él le bastaba con mirar la tela para rememorar, una vez tras otra, todas las historias.

No eran solo recuerdos. El cine era su esencia. ¿Cuántas veces no habría cruzado su puerta? No la del vestíbulo de la entrada, no, esa nunca la había franqueado, sino el portal de ese otro mundo, el lugar más allá de las imágenes. Ese era su hogar, por mucho que se esforzase, no era capaz de recordar otro pasado. Quizá nunca había existido, quizá fuera así desde el principio.

Oyó el sonido del proyector al calentarse. La función de la tarde, de todas las tardes, estaba a punto de comenzar. La taquilla estaba cerrada, como siempre. Se trataba de un pase especial, sin entradas. El telón cayó sobre la pantalla y la luz del reflector inundó el patio de butacas. Sobre cada asiento, reposaba un fragmento de celuloide, secciones de películas que nunca vieron la luz hasta ese momento. Bajo la iluminación de los focos, los fotogramas recuperaron su vida perdida. El cine se llenó de voces, de personajes, aunque aquello apenas duró unos instantes, los de la sorpresa inicial. Algunos hacían preguntas y, al conocer las respuestas, las figuras no tardaron en agolparse en la puerta. Todos deseaban escapar de aquel olvido. No sabían que, al otro lado, la magia no existía. Nunca intentó retenerlos, con el tiempo se había acostumbrado a las despedidas. Sin embargo, cada tarde sentía nacer en él la esperanza, ¿y ella?...¿volvería a verla?

Recogió los trozos de celuloide desperdigados, quemados por la intensidad de la luz. Las ilusiones dejan de ser tales cuando se convierten en realidad, pensó. Sin embargo, ella no, ella aún era una ilusión. Al verla supo que pertenecía al cine, a los sueños, su aparición en la sala se le antojó un error. Deseó disuadirla, tuvo que luchar contra sí mismo para contenerse y dejar que escogiera, aunque se equivocara. Aquella fue la única ocasión en la que se asomó al exterior. La siguió con la mirada desde el umbral, sin abandonar el edificio, no podía alejarse más. Notó la niebla fría a su espalda, la bruma que envolvería todo si él se marchaba. Un escalofrío le estremeció. ¿Qué pasaría con aquel local sin su presencia? Si se desvanecía, sería el final de un sueño. La miró por última vez. ¡Vuelve!, le pidió. No fue más que un susurro pero supo que el silencio había guardado su voz y que, ahora, formaba parte de su sonido, del eco y del murmullo del viento en calma. Se hurgó en los bolsillos y sacó un trozo de entrada. Serviría. La prendió con cuidado en el mostrador de la taquilla. Eso le permitiría el acceso, no solo a ella pero... ¡ojalá fuera ella! Fue incapaz de tirar el fragmento velado, lo conservó como un talismán.

Al terminar la representación, entró en la sala de proyección. Revisó los viejos trozos de película almacenados en el cajón: trozos de enlace, recortes de edición, o incluso algún resto de censura, pruebas fallidas. Como todas las noches, estudió las cintas sin encontrarla. ¿Quién sabe?, tal vez surgiera en un segundo plano. Cortó un fotograma de cada extremo para dejarlo en las butacas y se recostó en la suya, al fondo de la sala, con los ojos cerrados, sin perder de vista la entrada, ni la pantalla.

No soñaba, vivía en los sueños, su vida era uno de ellos. Notó cómo se perfilaba el contorno de una mancha borrosa y oscura detrás de los párpados pero no se atrevió a abrir los ojos, tenía miedo de que no estuviera. La sombra paso a su lado y descendió por el pasillo, hacia el escenario. Esta vez la seguiría, no permitiría que desapareciera. Subió las escaleras. Se había detenido delante de la pantalla, con los ojos clavados en la tela, sin tocarla. Se acercó y le cogió la mano. No miró atrás. Esta vez no habría despedidas. Era hora de regresar.

(PS. Las fotos que inspiraron este cuento son cortesía de Eme, de viajeyfotos. Mil gracias)

jueves, 16 de junio de 2016

El pequeño caballero

Cuando nació el pequeño caballero, nadie se dio cuenta de que aquel chiquillo era distinto. Los familiares siempre creen que su bebé es especial, sin embargo, en este caso, era cierto. El recién nacido compartía linaje con los grandes caballeros de la historia, desde el Cid a Don Quijote. Al igual que sus antecesores, el niño tenía una visión diferente del mundo, era capaz de ver la esencia real de las cosas, su verdadero aspecto, que poco tiene en común con el que suelen mostrar al resto. Hace mucho tiempo, el encantador Festón quiso engañar a los hombres para dominarlos sin que estos sospechasen nada. Encantó gigantes para que pareciesen molinos, sus huestes mágicas las asemejó a inocentes rebaños de borregos, ocultó a poderosos magos en las profundidades de la tierra, en cuevas en los que el tiempo se convertía en sueños, simuló que los prodigiosos caballos voladores no eran otra cosa que ingenios de madera. Solo la raza de los caballeros era capaz de reconocer su mano en los objetos cotidianos.

La cuna, con sus barrotes, era una prisión. Había que escapar de ella para vivir aventuras. Ningún caballero que se precie acepta el encierro cuando puede salir a enfrentarse al peligro. La cama, al crecer, no era mucho mejor. ¿Dormir? ¡Menuda idea! Su deber es velar las armas, cuidar que no les sucediese nada; el descanso es para los escuderos.

El babero no era tal, sino un escudo que le protegía de ataques inimaginables. ¿Qué era aquello que se acercaba camuflado en una cuchara? ¡Un barco! Luego venía un avión así que seguramente lo primero que se había tragado era nada menos que un portaaviones. Más le valía abrir la boca para terminar con todas las naves que transportaba. ¡Menuda batalla! Menos mal que pronto aprendió a manejar los vehículos que trataban de invadir la mesa. Gracias a eso podía comer tranquilo.

Las plantas del rincón eran un pedazo de la selva. Había que adentrarse en la espesura para luchar contra los animales salvajes que se escondían en ellas. Era inevitable que, en ocasiones, hubiese daños. No importaba, un caballero que se precie siempre dispone de una caja de herramientas para hacer reparaciones (aunque los libros de caballería no mencionan esa tarea más que de pasada, la única referencia al tema es la del mantenimiento de la armadura).

En el castillo también estaban papá y mamá; el caballero era aún demasiado pequeño para salir solo al mundo a emprender sus propias gestas. Papá era su maestro, el que se encargaba de enseñarle y entrenarle para cuando llegase la hora de sus hazañas, incluso ejercía de montura para que practicase el arte de la equitación. No hace falta explicar que la bici era, en realidad, un magnífico caballo, solo comparable a Babieca.

Mamá era la reina, la encargada de enviar a los caballeros, tanto grandes como chicos, a sus misiones. Claro que la reina no conocía los peligros que acechaban en la guardería. Allí debía enfrentarse a una de las peores hechiceras que ningún caballero haya conocido jamás, digna heredera de la mismísima Morgana. ¡Menuda víbora! No debía permitir que llevase a cabo sus encantamientos, aunque unas cuantas víctimas ya habían caído en sus garras sin que él pudiera salvarlas. Ambos disputaban una lucha feroz que, de momento, mantenía a la bruja a raya.

La única que conocía su secreto era su hermana. Cuando le veía se le iluminaba la cara, seguía cada paso que daba. Para ella no era solo un pequeño caballero, sino un verdadero héroe.

lunes, 13 de junio de 2016

La torre de ajedrez

Torre del Diablo, costa de Almuñecar. Foto de Joseme.
La torre se alza junto al mar. Se yergue sobre los acantilados blancos, siempre atenta a las olas. El agua en calma es bruma, luces, oscuridad y fuego, un espejo del cielo. Desde su posición, la atalaya guarda el horizonte. A lo lejos, un navío majestuoso surca el reino del océano.

Más allá, en la costa, casi ocultos por la sombra, se levantan los restos de otro torreón, el que llaman del Diablo. En su interior, una escalera se adentra en la tierra, hacia las tinieblas. Cuentan que sus escalones descienden hasta el infierno.

Sopla el viento. El mar se revuelve, se convierte en un tablero de oscuridad y blancura, cuadros de luces y sombras, de abismos tenebrosos de remolinos y macizos montañosos de nívea espuma. Al fondo se concentra una línea negra de nubes de tormenta. El barco recoge sus velas. La batalla se prepara. Es una guerra eterna, de fichas negras y blancas.

Las olas plúmbeas atacan. Se levantan sobre el agua. Embisten contra los muros de roca. Se rompen con la fuerza del choque. Los fragmentos se repliegan para formarse de nuevo. La pared resiste, si bien pierde algunas piezas que se precipitan al vacío.

El combate arrecia, el frente avanza. Las nubes descargan trombas de agua sobre la torre que resiste, con firmeza, el asalto. En la retaguardia, redoblan los truenos, responden los relámpagos. La contienda se prolonga. La lluvia hiende el aire, lo rasga con el filo de infinidad de cuchillas. La tempestad aúlla, la tierra cruje, el mar ruge.

El fuego prende en el torreón del diablo. Su fulgor emerge del falso faro, marca una senda sobre el agua, un camino en llamas hacia la negrura de las profundidades. La nave cae en la trampa, tuerce el rumbo, se encamina a su condena. Su destino está en jaque.

Cambia el viento. Se abre un claro entre las nubes y la luna se cuela en el hueco. La torre protege su reflejo. A través de una tronera, guía la luz al océano. La dama blanca cruza el tablero, quiebra la oscuridad. Las olas se disgregan en espuma. El barco vira, iza las velas. Entra al puerto entre vítores de gloria.

El mar duerme bajo el albor de la madrugada. La luna reposa sobre la torre. La fortaleza vela el tablero en sueños.

sábado, 11 de junio de 2016

Restaurante El Flaco

¿Quedamos para comer?
¡Genial!
¿Dónde?
Esa es la gran pregunta: ¿dónde? ¿Por qué, en esos momentos, en los que las ideas son tan necesarias, la mente se queda en blanco? Supongo que porque es toda una responsabilidad escoger un sitio, una no come sola y es importante que el local elegido le guste a los acompañantes.

No sé si el razonamiento anterior es el que ha hecho que, en las múltiples celebraciones de mi cumpleaños, haya repetido hasta en tres ocasiones el restaurante al que dedico esta entrada, El Flaco. No podía ser menos, las tres veces nos han tratado divinamente y nos han dado de comer de maravilla.

Empecemos por el principio. El cuándo ya lo he comentado, mes de mayo, también el porqué, mi cumpleaños.

¿Cómo lo encontré? El hallazgo no fue una casualidad, y eso nos lleva al dónde de su ubicación: está en una calle poco conocida (C/ Javier Ferrero), que ocupa apenas una manzana, que no tiene tiendas y que tampoco me pilla cerca, ni de paso a ningún lado.  Si di con él es porque lo mencionaban en Club Kviar (una de esas páginas de descuentos gracias a las cuales es posible salir a comer en Madrid) y me metí a indagar: cocina tailandesa con algo de fusión (sonaba bien) y buenos comentarios. De entre los platos uno terminó de decantar la balanza: crème brulée de chocolate, ese postre estaba hecho pensando en mí, tenía que probarlo.

La siguiente pregunta es ¿quién? Un poco más de investigación me reveló que el cocinero era el mismo de Amasia, un restaurante que nos había gustado a House y a mí pero que cerró antes de que pudiéramos repetir. Por supuesto hay más quienes, un restaurante necesita cocinero y comensales, pero mejor voy por partes.

El primer día fui con mi amiga del cole. Nos pusieron en un rincón bastante tranquilo, lo suficiente como para enterarnos de lo que pedía la pareja de la mesa de al lado. No pudimos evitar reírnos con disimulo, hay casos en los que la estupidez es evidente hasta a la hora de comer: no querían pan, que no hay porque en Asia no se estila, no querían nada con gluten salvo los chipirones rebozados en panko (de trigo). Entre las explicaciones del maître, le oímos comentar que los platos estaban pensados para compartir y eso hicimos, sin imponer limitaciones dietéticas: rollitos de verduras, tartar asiático (tiene un nombre raro que no recuerdo pero por lo demás el plato es inolvidable, lleva pera para darle frescura y contraste y doy fe de que lo consigue) y curry verde de pescado y marisco absolutamente delicioso, uno de los mejores curris verdes que he probado, con el pescado en su punto y la salsa algo picante pero sin tapar el resto de sabores. Me falló mi crème brulée, no la tenían ese día. ¡Lástima! Eso me obligaba a volver.

Volví con otra de mis amigas unos días después. En esta ocasión nos decantamos por los rollitos de pato, semejantes a los de primavera pero con un relleno de pato pekinés, brochetas de pollo satay, con una salsa de cacahuetes como para rebañar el plato a lametones, repetimos el tartar y nos pringamos las manos con el mud crab que estaba, literalmente, para chuparse los dedos. Seguían sin mi postre, probamos un Bao frito con frutos rojos y ruibarbo que no me convenció.

Pensé que "a la tercera va la vencida" y allí nos plantamos para comprobar la veracidad del dicho House, hermanísima, cuñadísimo y yo. Al llegar nos saludaron como si fuéramos de la familia, lo que dada la asiduidad demostrada en el último mes tampoco extrañó a nadie. Esta vez el menú fueron los chipirones rebozados en panko con salsa agripicante de chile, bien crujientes y sabrosos, rollitos fritos de cerdo y gambas (habían cambiado los de pato), bao al vapor relleno de panceta para los caballeros (que a hermanísima y a mí la panceta nos cae como una piedra en el estómago) con una salsa buenísima, según nos dijeron, las deliciosas brochetas de pollo satay, que a hermanísima le chiflaron tanto como a mí, curry verde de pescado y un curry rojo de magret de pato que me pareció una idea excelente para intentar en casa. De nuevo me encontré sin chocolate, por lo que parece tendré que esperar a que haga más frío para probarlo, y pedimos un Flaco Mess grande (combinación de helados y frutas) que, aunque muy rico, solo me consoló a medias.

viernes, 10 de junio de 2016

Lágrimas de sirena

En la orilla hay lágrimas de mar, lágrimas que lloró el alba y que enjugaron las aguas con una esponja marina. Lamentos de luz que manan del canto de las sirenas, en un llanto de burbujas y un eco de brisa y agua. Cristales de sal, diamantes, arrancados de la sima de las profundidades.

En el fondo del abismo, Oceánida grita. No llora, nunca volverá a llorar; la bruja secó sus lágrimas, la engañó con sus palabras mientras guardaba su magia en la esfera de cristal.

Llora el agua que era libre al verse esclava en el seno globuloso de la esfera. Son sollozos prisioneros en los que aún late con fuerza un sol que se despereza. Una campana que guarda la esencia vital de Gaia y late al acariciarla con memorias olvidadas.

En el litoral hay cuerpos que ruedan entre las rocas. Son reflejos de azul cielo y mil destellos de aurora que se bañan o se secan al capricho de mareas; son reliquias encantadas, fragmentos de agua cautiva que, al luchar con su destino, flotaron hasta la orilla. Celdas de lágrimas muertas que navegaron a tierra como una flor marinera.

jueves, 9 de junio de 2016

Calabajío


I
El mar es río. Busca un cauce no muy hondo y se remansa en un recodo. Se desliza por el fondo, tan reposado y sereno que el eco guarda silencio. El agua se acuna en el lecho. La brisa en calma pone música a la nana. El mar sueña con ser río al acercarse a la cala.

La marea desciende y el fondo de piedra emerge. Al chocar con los escollos, el agua se precipita, salta en cascadas, se disgrega, se extravía y, en medio del laberinto, busca una salida. Escindida la corriente, sin más guía que su ímpetu, el océano se rompe, revienta en gotas contra las rocas. Vibra en rápidos, remolinos y torrentes. Avanza a saltos, entre burbujas y crestas de blanca espuma; escapa de las grietas y de los recovecos que intentan retenerla.

El agua suspira, aliviada, al alcanzar al fin la playa. Se tiende en la arena y cubre el lecho. Se estira sobre la orilla en una sábana fina a descansar un momento antes del regreso. Se aferra a la tierra, la abraza, la besa, mientras el mar, resacoso, la reclama.


II
La bruma guarda un secreto: un instante antes del alba, el sol escapa del cielo y retoza en el océano. Juega a bañarse en la playa, a cabalgar en las olas y teñir de luz la espuma. Juega a iluminar las sombras, a golpear en las rocas y a salpicar con las gotas a las ruidosas gaviotas. Nada, salta, se sumerge, y también juega a esconderse. 

Esta mañana, la aurora va rezagada. Un rayo travieso no quiere salir del agua para regresar a casa, no hasta después del ocaso. Persigue un sueño imposible: quiere vestirse de luna y recostarse en la arena a contemplar las estrellas. 

Hoy, en el aire hay calima, mas la cala resplandece. 

(Gracias a Eme por las fotos, las imágenes cuentan por sí solas la historia). 

domingo, 5 de junio de 2016

Sombras de tinta

Sombras de tinta tejidas a la luz de una vela, líneas que tiemblan bajo la luz, trazos que vibran, avanzan, se alejan y se detienen. Curvas que bailan, giran, se estiran, se unen y se separan. Siluetas negras y sinuosas que se deslizan en un silencio que habla. Formas sugerentes, elegantes, rasgos que cobran vida sobre la página.

Hay sombras que envuelven los signos, figuras que respiran bajo el fuego. La cabeza inclinada se perfila en la pared con su halo de cabellos despeinados. La columna de antebrazo se levanta desde la mesa para sostener la frente. La otra mano se apoya, cerrada, sobre el papel. Es esa mano la que empuña la pluma como una lanza clavada en el corazón de una oscura roca; una lanza que sangra palabras que desgarran la superficie blanca. La tinta palpita al emerger de la punta. Se acelera bajo el calor de la llama. Fluye. Se derrama. Los borrones no interrumpen la escritura, la dotan de carácter... y hasta de alma.

Sopla el viento, la vela tiembla, las letras y las sombras quedan atrapadas en la red de oscuridad que anega el papel. Un muro invisible y opaco, como una nube de humo, invade toda la estancia. Todo se convierte en nada en el vacío de las tinieblas. Solo la luz restablecerá la vida cuando el fuego de la vela haga latir las palabras.

viernes, 3 de junio de 2016

El reloj del puerto

Al atardecer, apoyado en la barandilla del muelle, miro las manecillas del reloj del puerto, con su esfera blanca iluminada. Las agujas señalan que el día se acaba, aunque el cielo aún sea azul. Pienso en el paso del tiempo, noto la arena que se desliza entre los dedos, grano a grano, uno a uno con cada latido del minutero, alejándose en el pasado como el haz intermitente del faro en la superficie del océano.

Mientras pienso, la luz se transforma en crepúsculo y, sin darme cuenta, el día se va. Las sombras se alargan en el ocaso hasta fundirse con la noche. Quedan restos de claridad. Noches blancas, las llaman, aunque apenas duran nada y el mundo es azul y plata. La oscuridad es pálida y brilla, las tinieblas se refugian en el marco de las puertas, se esconden tras las ventanas. El aire son susurros que no rompen el silencio. Los instantes son más lentos.

Escucho el mar y, en su respiración, oigo el rumor de los sueños, de los míos, de los ajenos, de los ecos de los que fueron. Cierro los ojos y veo regresar las formas de esos ecos: figuras enlazadas en un vals sin final, miradas perdidas en un resquicio de esperanza. Siento el soplo de la eternidad en la brisa, intangible y liviano, pero siempre presente. ¿Será así la eternidad? ¿Un día que no se acaba, una noche que no es noche, un momento en un reloj del norte?

miércoles, 1 de junio de 2016

Fin de Mayo

Hablé de libros en la primera quincena de mayo y aún me quedaba finalizar el mes. He conseguido leer algo a pesar de andar pañuelo en ristre con la dichosa alergia, toda una alegría. Aunque la lluvia del pasado sábado fastidió algunos planes, no pude por menos que bendecirla porque arrastró todos los pólenes con ella (tampoco causó grandes daños, los planes se adaptaron y todo salió bien).

Tenía pendiente, desde ni sé cuándo, la lectura de Brave New World de Aldous Huxley, una historia sobre el individuo y la sociedad en la que se basan muchas de las distopías de las novelas de ciencia ficción. El título Brave New World, sacado de la Tempestad de Shakespeare, ya indica la importancia que la obra del bardo tiene en la historia. Shakespeare simboliza la belleza, la libertad, la individualidad, la pasión... todo lo que, en ese nuevo mundo, se ha perdido en pro de la perfección, la homogeneidad y la estabilidad de la comunidad. Me costó meterme en el libro, el proceso de creación de los humanos del principio me resultó algo pesado, sin embargo es una novela que mejora según avanza, que hace pensar, cuya trama es siempre congruente y que tiene un gran trasfondo, filosófico, religioso y sociológico, y aunque el desarrollo no podía ser otro, eso no la hace menos dura.

Storm Front (The Dresden Files, Book 1), de Jim Butcher, fue una recomendación de un amigo de House. Hay toda una serie de libros sobre las aventuras de este mago detective y decidí empezar por el primero, cuestión de lógica. Harry Dresden, el protagonista, vive en un Chicago aparentemente normal, aunque debajo de las convenciones se esconden poderes en los que pocos creen. Hay demonios, vampiros, hadas y verdaderos magos, como Harry. Unos asesinatos inexplicables llevan a Harry a involucrarse en una trama mucho más peligrosa de lo que parecía en un principio. Es un libro que se lee bien, con mucha acción y magia, bastante visual (no en vano la serie también está en cómic). No es mi estilo habitual de lecturas pero es mucho mejor y más original que otros libros de temas sobrenaturales. Va bien para desconectar.

Summer Morning, Summer Night es una una colección de historias cortas ambientadas en el Greentown de Ray Bradbury (el mismo Greentown de Dandelion wine y de Farewell summer). Son cuentos que evocan recuerdos del pasado o muestran las ilusiones o la incertidumbre de un futuro que comienza y que queda ahí, en el aire, para soñar sobre ello. Hay también relatos muy breves, reflexiones poéticas, pensamientos, enseñanzas, consejos... No tiene desperdicio, las palabras de Bradbury tienen magia.

Paris-Austerlitz, el último libre de Rafael Chirbes, y el primero que leo, es un libro sobre amor, homosexualidad, enfermedad, marginación y muerte que, sin embargo, me resultó demasiado frío. Está muy bien escrito pero te mantiene a distancia, quizá esa fuese la intención del autor, de hecho al protagonista (y narrador) se le acusa de indiferencia y no sé si ese es el motivo por el que el lector, al menos en mi caso, no llega a entrar en la novela.

Dreams of Distant Shores son varias historias de Patricia McKillip. Una de ellas Something rich and strange, es un libro que ya había tenía y que me supuso una decepción encontrar como si se tratase de algo nuevo. Del resto, me gustó muchísimo el cuento sobre Medusa, The Gorgon in the cupboard, un relato sobre un pintor y su musa, sobre el arte y la inspiración que, además de precioso, me parece una de las mejores historias de la autora.

Atlas de Jorge Luis Borges es una colección de textos inspirados por lugares, objetos, animales. Algunos son pura poesía, otras meras reflexiones, pero todos son magníficos, con esas frases para guardar. Seguí con su Autobiografía en la que el escritor da unas pinceladas sobre su infancia para centrarse más en su evolución como escritor hasta consolidar su estilo. No son unas memorias sino una mera reseña autobiográfica, algo más extensa de lo habitual, que el autor dictó en inglés para una revista americana.

Nostalgia de Cartarescu fue una de esas recomendaciones-ofertas de amazon que entré a curiosear y que, picada, compré. Cartarescu, al que no conocía, es el eterno candidato al Nobel de las letras rumanas y, después de leer esta novela, no hay duda de que se merece la nominación. No solo la atmósfera de las historias posee algo onírico, con sus cambios de escenario, de narrador y de tiempo, sino que está tan bien escrito y te engancha de tal modo que resulta hipnótico, te mete dentro del relato, del ambiente, de la psicología enfermiza de los personajes. Todo resulta tan real, imprevisible y creíble como un sueño.

Para rematar el mes seguí con Cartarescu, y en esta ocasión me decanté por un libro que describían como humorístico y más ligero: Las bellas extranjeras, sentía curiosidad por descubrir el sentido del humor de este escritor y, la verdad, no me entusiasmó, supongo que algunas cosas solo hacen gracia en su ambiente o cuando se comparte cierta intimidad. Las historias que componen el libro son anécdotas algo exageradas en las que Cartarescu se ríe de sí mismo y de los demás con una combinación de humor, sarcasmo, cinismo e ironía que, con frecuencia, resulta forzada o excesiva. Me gustó la primera, Antrax, con su aprensión y su sencillez; no me convenció Las bellas extranjeras, la más larga de todas, que se me hizo pesado a ratos, sobre todo en los que se nota el esfuerzo del autor por sacar punta a una situación, sin llegar a resultar divertido, aunque también tiene momentos impagables como el capítulo de la lectura en la cárcel de alta seguridad; me provocó algo de agobio El viaje del hambre, aunque me pareció que retrataba muy bien el ridículo afán de hacerse el interesante de los que se creen diferentes y mejores al resto del mundo.

Tengo que escoger mi primer libro de junio...