sábado, 31 de agosto de 2013

Babysitter

Ya he confesado en varias ocasiones que carezco de instinto maternal. Hermanísima, que no quiere que tenga defectos, intentó subsanar ese problema con la inestimable colaboración de sus hijísimas. Sobrinísima sacrificó su salud con tal de que su tía fuese a cuidarla con regularidad, a ver si la combinación de tierno bebé y medicina apelaba a mi vocación médica y se despertaba el instinto olvidado. Por su parte, Ciclón optó por llevar a cabo las ocurrencias más disparatadas, que ya se sabe que hay pocas cosas que conquisten igual que la risa. Hermanita y el supersobrino, que sabe cómo camelarse a todo el mundo, también han puesto este verano su granito de arena.

Durante nuestra adolescencia Hermanísima siempre estaba dispuesta a hacer de niñera. Personalmente la idea de soportar a un chiquillo llorando, de forzarle a comer aunque se negara, de entretenerle a base de payasadas y de perseguirle para que no sufriese ningún accidente no me hacía ni chispa de gracia. Salir a pasear con el carrito y echarle un ojo mientras la criatura dormía plácidamente era a lo máximo que llegaba. Sin embargo, en su caso era algo que surgía de manera natural y, no sólo no se agobiaba, sino que disfrutaba con ello. 

A veces en la consulta nos encontramos con madres que acuden con sus críos, no les queda más remedio que hacerlo así. Las pacientes son ellas y puede ser preciso realizar algún tipo de procedimiento que requiera su tiempo. ¿Qué hacer si el niño llora? En general la estrategia a seguir es la de oídos sordos. En ocasiones, si la cura es larga, eso deja de funcionar. 

El otro día mi compañera se encontró en esa tesitura. Apareció una de sus pacientes más complejas con sus dos hijos: un bebé de pocos meses y una niña de 3 años. Afortunadamente a mí me quedaba poca cosa por hacer, casi todo burocracia que podía esperar. El chiquillo tenía hambre y sueño y comenzó con el llanto típico de esa situación. Le puse el chupete, moví un poco el carrito y noté como la chiquilla también deseaba que le prestasen atención (la pobre debía de estar harta de que los mimos se los llevase su hermano). Me puse a hablar con ella, aunque mi conversación con infantes de tan tierna edad es bastante limitada. Afortunadamente tenía unos cuentos que fueron mi tabla de salvación. Mientras mi compañera hacía las curas pertinentes a su madre, yo balanceaba el carrito del bebé con una mano y con la otra sujetaba el libro que le leía a su hermana. ¡Si hermanísima me hubiese visto en esos momentos! Habría estado muy orgullosa. Para cuando terminó la consulta el bebé estaba dormido y la niña no mostraba signos de sentirse relegada a un segundo plano. Al parecer sí que aprendí algo en las clases prácticas con las sobrinas (aunque las pobres pagaron un precio excesivo por enseñarme).

viernes, 30 de agosto de 2013

Tutorial de recetas médicas

Se supone que en Medicina primero hay que ocuparse de las personas y luego del papeleo. Por desgracia los burócratas trabajan con otra idea en la cabeza, idea que esencialmente consiste en complicarle la vida al médico a base de papeleo. Encerrados en sus despachos se imaginan una prueba tras otra, buscan el más difícil todavía, como en el circo. ¿Hasta qué nivel del reto superará el galeno? Si no lo consigue, perderá vidas (literalmente).

Desde sus consolas se programa la partida. Se reduce plantilla y, no obstante, se espera que los números mejoren. Se quita un quirófano para ofertárselo a los servicios que van peor y se pretende que los perjudicados mantengan sus buenas estadísticas. Se duplican pacientes, aunque el pobre doctor no pueda ni detener el tiempo, ni dividirse para atender a ambos al mismo tiempo. En las cirugías, además de ocuparse del enfermo, y por supuesto operarle, hay que rellenar check-list, protocolos e informes y, para ello, debe compartirse un ordenador anticuado al que le suele dar por colgarse por exceso de trabajo y mala calidad de red. El sistema general se bloquea una vez a la semana, los viernes, para pasar el antivirus, lo que obliga a reiniciar la máquina varias veces a lo largo de la mañana mientras se mantiene una lucha encarnizada con el programa de consulta. Sin embargo la última faena, recién inaugurada, se lleva la palma. ¿Cuál es esa misión imposible de la burocracia? La respuesta no es otra que la aparentemente inocente receta electrónica.

Resumen de la partida (los médicos no jugamos sino que somos los títeres de colores que van de una pantalla a otra):
Paciente duplicado. Tiempo límite para evitar acumular retraso: 7 minutos. Objetivo: diagnóstico y tratamiento.
- Se refresca la página de citas para comprobar si el cliente ha cogido el boleto en la máquina expendedora que indica que ha llegado al hospital. Si aparece el símbolo que así lo indica se le avisa por la pantalla (aquí hay que cruzar los dedos para que el individuo sea de los que encuentra a la primera la sala de espera).
- Recibimiento, saludo e interrogatorio sobre su problema (mejor ir al grano que el cronómetro corre).
- Paso al sillón de exploración para tratar de llegar a un diagnóstico, o al menos orientarlo.
- Dar las explicaciones pertinentes, claras y concisas, dentro de lo posible. Conviene hablar y aprovechar las manos para solicitar las pruebas que se consideren necesarias, escribir el informe y detallar el tratamiento.
- Hacer las recetas. Antes era un procedimiento muy simple: consistía en sellar una del talonario, firmar y rellenar. Ahora la cosa es muy diferente. Estos son los sencillos pasos a seguir, para que os hagáis una idea de la felicidad que nos embarga al prescribir (cada punto supone un click de abrir y otro de aceptar y, para colmo, el efecto del click no es inmediato):
1- Entrar en la página de prescripción.
2- Crear una hoja nueva de prescripción.
3- Confirmar las alergias, o el programa no te deja seguir.
4- Abrir una línea de tratamiento.
5- Darle al icono de búsqueda para que nos permita rellenar la receta con el medicamento de nuestra elección.
6- Escribir el fármaco.
7- Escoger la dosis.
8- Ajustar la posología.
9- Aceptarlo todo.
10- Enviar a farmacia la confirmación de la línea de tratamiento.
12- Meter la receta en blanco en la impresora (Debe ir en la posición correcta).
11- Imprimir (y esperar que la impresora no se haya desconfigurado en el proceso, lo que sucede al menos una vez cada mañana).
Si el tratamiento exige varios productos no es necesario repetir todo el proceso sino que en las siguientes recetas se va directamente al paso 4. Incluso es posible esperar a tener completas todas las líneas antes de enviar la confirmación a farmacia.

No sé de qué me quejo. Así visto es rápido e intuitivo. Sin duda sirve para que el paciente te conozca mejor y, o bien averigüe cuál es tu nivel de resistencia y de paciencia, o bien sepa a ciencia cierta qué es lo que opinas del sistema. No puedo evitar pensar que semejante método no es más que un plan encubierto sin más fin que el de disuadirnos de recetar (y ahorrar en gasto farmacéutico). Lástima que no se les haya ocurrido también el modo de que los pacientes no las necesiten (aunque si dejan de tomarse su tratamiento les llegará antes el día en que no lo requieran (y ahorrarán en Sanidad y pensiones)).

jueves, 29 de agosto de 2013

Mitos de Agosto

El tito Pepe escribió un bonito comentario en el recordatorio de Marilyn. He usado sus palabras para crear un post sobre una de las señas de identidad de Linares. Hoy se cumplen 66 años de la muerte de Manolete y es por eso por lo que esta entrada ha esperado casi todo el mes a ver la luz.

El mes de agosto es caluroso y festivo. También es un mes de nostalgia de mitos. Marilyn murió un 5 de agosto, Elvis un 16 y Manolete un 29 en Linares. Eran estrellas que, en cada una de sus apariciones, eclipsaban al resto.

Se les veneraba incluso antes de morir. La tragedia los convirtió en mitos, la muerte en inmortales y por eso su pérdida aún afecta al mundo. Sin embargo la fama aplastaba sus vidas, los tres andaban hastiados, desencantados, desilusionados, el público les exigía cada vez más y más y más, hasta que finalmente se rompieron, se desmoronaron.

Marilyn nos hacía soñar con su belleza y su sonrisa inocente y pícara. Elvis cambió el ritmo de los latidos de muchos corazones. Manolete invento la cadencia actual del toreo que rompió con los viejos trasteos para convertirlos en una inigualable danza con la muerte. Una danza arriesgada que se cobraría su precio con un toro llamado Islero.

Marilyn falleció a causa de una sobredosis de barbitúricos, en circunstancias nada claras. Sobre Elvis se barajan mil hipótesis, la más aceptada: la de un infarto. En el caso de Manolete no fueron barbitúricos sino plasma aunque, igualmente, las circunstancias de su muerte tampoco fueron nunca esclarecidas. Si con Marilyn se barajó la hipótesis del suicidio, en el caso de Manolete se le quiso echar la culpa al médico, D. Fernando Garrido (un galeno curtido en mil batallas de accidentes mineros), que hizo un trabajo impecable. A Marilyn se la considera la sexta mejor estrella femenina de todos los tiempos, Elvis ocupa el segundo puesto entre los cantantes. Manolete, indiscutiblemente, es el número uno, ahí está la pequeña diferencia.

Y para terminar, un regalo para Pal. 



El interminable ascenso de Sintra

Dentro de nuestro viaje a Portugal recuerdo la visita a Sintra como agotadora. No me lleve la guía a aquella excursión porque de Sintra no había más que una página sobre los Palacios, sin mapa ni nada. Tampoco pasamos por la oficina de Turismo, que estaba a reventar de gente (y nos gusta poco desplegar nuestro encanto entre las multitudes). Estábamos convencidos de que no nos hacía ninguna falta (craso error).

Todo empezó muy bien. Dimos un paseíto muy agradable desde la estación hasta el Palacio Nacional (el de las chimeneas). Disfrutamos del precioso paisaje de la zona. Entramos en el Palacio Nacional para verlo. Cuando salimos eran alrededor de las 12:30h. Nos pareció que era pronto y, como disponíamos de tiempo de sobra, decidimos dar otro paseíto hasta el Palacio Da Pena para aprovechar ese día tan bueno. Fue una idea casi genial, salvo por el detalle de que casi morimos en el intento. Subimos y subimos, en pleno mediodía, mientras el pobre House también sudaba y sudaba, y se deshidrataba. Avanzábamos sin referencias, sin guía y sin indicaciones en el camino (ninguna). ¿Y si nos habíamos equivocado en algún punto? Le debimos dar pena a un vigilante que pasaba por allí, supongo que de ahí proviene el nombre del castillo, que nos dijo que podíamos acortar a través de un sendero en vez de seguir por las curvas de la carretera. Le hicimos caso y dejamos la carretera asfaltada por un camino de tierra diseñado para escalar las laderas del monte. Poco después volvimos a salir a la carretera y continuamos nuestro ascenso por las curvas. Finalmente divisamos el castillo allá en lo alto. No encontramos el funicular por lo que no nos quedaba más remedio que tirar hacia delante. De repente llegamos a una señal ¡la primera! Nos informaba de que íbamos bien encaminados. Ya lo habíamos descubierto gracias a los autobuses llenos de turistas que nos adelantaban uno tras otro. Aunque habíamos visto la parada llena de gente antes de comenzar nuestro periplo nunca se nos ocurrió que un vehículo fuera tan necesario. No vimos más paradas a lo largo de la ruta. Es posible que no estuviesen indicadas, a fin de cuentas las señales no abundaban precisamente por esos lares.

Por fin empezó lo que se llamaba propiamente "camino del castillo". Desde que se empieza a entrar en la zona casas señoriales hasta la puerta misma del palacio puede haber un buen trecho, por supuesto cuesta arriba para desanimar a los posibles invasores. Proseguimos. Más allá llegamos a la entrada del Parque Da Pena con su preciosa parada de autobús. Le preguntamos al vigilante del parque si en ella paraba el autobús para subir al palacio (llegó un punto en el que nos conformábamos con verlo desde lejos), y nos respondió que para qué íbamos a cogerlo si ya habíamos llegado. Lo único que nos quedaba era entrar en el parque y recorrer un mero kilometrito más. Pagamos la entrada conjunta parque-palacio, que nos soplaron 22 euros, y paseamos por aquel bosquecillo hasta llegar, unos 100 metros más allá, a una señal pequeña y escondida que ponía Palacio (y que a House le convencía aún menos que a mí). Dada la ausencia de otras indicaciones, seguimos la flecha. Dejamos de subir y escalar para pasar a trepar por ese camino de cabras medio adoquinado (podrían fácilmente ser las mismas rocas del suelo en un intento basto de recolocación). Así seguimos el km al que había hecho referencia el guarda, aunque el hombre no había especificado que éste se levantaba en vertical. El comentario de House, para entonces hipoglucémico y deshidratado, al respecto de ese atajo fueron unas palabras cargadas de optimismo. Estaba seguro de que me había equivocado y aquel sendero no llevaba al castillo (mea culpa por encontrar la señal escondida en su base). Nuestro talante no era el más propicio para valorar las joyas botánicas del parque y cuyo supuesto disfrute justificaba el precio de la entrada. Habíamos subido gratis por la carretera y ahora lo hacíamos por una senda mucho más empinada y, para colmo, tras pagar por ello.

Al fin salimos a un camino más ancho y allí se nos planteó la típica duda existencial: ¿derecha o izquierda? A esas alturas nos daba igual. Sin resuello, tiramos a la derecha y, como si de un espejismo se tratase, apareció al Palacio. Eran cerca de las 2 de la tarde. La mejor opción era comer, reponernos y descansar un rato antes de continuar con la visita. Sin embargo incluso los mejores planes se frustran y así dio comienzo nuestra segunda odisea.

El Palacio tenía restaurante. Nos imaginamos que sería similar al de un Parador. Gozaba de unas bonitas vistas (desde aquellas alturas se divisaban todos los valles de alrededor) y ese era todo su encanto, aunque lo supimos tarde. No habían entendido bien el concepto de comer con los ojos y, con ese paisaje alrededor no les preocupaba el resultado del plato. House pidió gallo con crujiente de jamón y yo me decanté por el pollo con queso de cabra. El filete estaba algo seco pero gracias a la salsa de queso se podía comer. Sin embargo el pescado sólo podía calificarse como criminal. Ni tan siquiera era pez gallo. Se trataba de un pescado congelado abominable, seco como un estropajo y tan malo que recordaba al del hospital. Tampoco traía la guarnición de jamón, sino unas verduras y puré de patata. Se lo comentamos al camarero que se llevó el plato. Reapareció con él apenas un minuto después. Le había clavado un trozo de jamón rancio al puré de patata. ¡No dábamos crédito! Ahí se le hincharon las narices a mi señor esposo (¿y a quién no?). El imbécil integral del maitre insistió en que era lo que habíamos pedido. Semejante despliegue de estupidez no contribuyó a mejorar la situación. El camarero nos ofreció otro pescado de la carta. ¿Pescado? Nada indicaba que supiesen cómo cocinarlo. Se nos estropeó la comida y el apetito. House se tomó un postre (que sí que estaba bueno), para endulzar el berrinche con un poco de azúcar.

Visitamos el Palacio. Precioso a pesar de que en aquella época tenían no ya horror, sino fobia, a los espacios vacíos. Debían de estar siempre comodísimos con tanta silla, sillón, sofá, chaisse-longue (hasta en el baño había una, supongo que para recostarse una vez envueltos en la toalla mientras les ayudaban a vestirse). Claramente no les faltaba donde sentarse, aunque no entiendo cómo se las apañaban para ponerse en pie y, menos aún, para caminar sin tirar nada accidentalmente. Cualquier movimiento debía de suponer todo un problema. En el exterior, desde las terrazas y las murallas se divisaba todo el valle. La verdad es que aquel lugar, a pesar de la escalada, resultaba la mar de agradable.

Después del descanso y la visita decidimos iniciar el regreso, y ¿qué mejor que OTRO PASEÍTO? Pues sí, aunque parezca increíble, eso hicimos. La carretera de bajada era diferente, algo más empinada (excepto la parte del camino de cabras). Por ella no circulaban los coches, la inclinación en tobogán del terreno no lo permitía.  La ventaja es que era  mucho más corto y no se nos hizo nada cansado, sino todo lo contrario. Una vez abajo probamos las típicas quesadillas de Sintra (que no nos gustaron demasiado) y nos volvimos a Lisboa.

No voy a poner la receta de las quesadillas ni tampoco ningún otro ejemplo de la comida de "dar pena" que tomamos en el restaurante del palacio. Mejor disfrutar con un aperitivo a base de deliciosos buñuelos para reponerse de la lectura de nuestras desventuras.

PATANISCAS DE BACALHAU (BUÑUELOS DE BACALAO)

400 gr de bacalao remojado
100 ml de leche
Zumo de medio limón
75 gr de harina
1 cucharada de aceite de oliva
Cerveza (unos 50 ml- 100 ml)
Perejil
Media cebolla muy picada
Sal
Pimienta

Escurrir bien el bacalao y limpiar de piel y espinas. Cortar en trozos regulares.
Mezclar la leche con el zumo de limón y dejar macerar el bacalao en la mezcla durante un par de horas (darle la vuelta de vez en cuando)

Mezclar con la batidora la harina, el huevo y la cucharada de aceite y añadir la cerveza poco a poco hasta conseguir una pasta densa. Agregar el perejil, la cebolla y el bacalao escurrido. Dejar reposar durante 15 minutos.

Formar los buñuelos con la ayuda de una cuchara y freír por tandas en aceite de oliva muy caliente, hasta que estén dorados. Secar el exceso de grasa sobre papel absorbente y servir recién hechos y calentitos.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Blogaholism

Al abrir un blog no se tiene ni idea de que éste es capaz de cobrar vida propia. Supongo que habrá algunos que partan de un proyecto bien definido pero, en los casos que no sucede así, una no se imagina, ni remotamente, en lo que se convertirá. La acción de sentarse a escribir ejerce un poder semejante al del psicoanalista sobre su paciente y, entrada a entrada, salen los misterios ocultos en el subconsciente. Aflora lo bueno y lo malo, en un proceso más o menos terapéutico que engancha. En ocasiones esa adicción sería subsidiaria de precisar tratamiento pero el "blogaholism" no está catalogado como enfermedad.

¿Cuáles son los síntomas del blogaholism? Se podría considerar que hay dos criterios mayores para su diagnóstico. El primero es la fiebre por escribir que lo convierte no ya en un placer necesario sino prioritario. Escribir es respirar, es mucho mejor que hablar porque permite reflexionar y expresarse con precisión. El segundo es el de darse cuenta de que se mira el mundo a través de los ojos del blog. Se analiza cada detalle y se escriben mentalmente entradas sobre los diferentes encuentros y sucesos que se producen a lo largo del día. Todo lo que es digno de ser registrado, y parte de lo que no, ha de ser guardado en el blog.

Es posible que otro criterio sea cuando en el blog se manifiestan, casi sin querer, sentimientos, pensamientos y emociones que jamás se habrían expresado en voz alta y menos aún en público. Se asoman entre las palabras, al principio más tímidamente para luego liberarse sin complejos. Ahí quedan, para bien o para mal, expuestos a los halagos y a las críticas. Aprender a aceptar ambos forma parte del papel constructivo del blog.

PS: No soy la única bloguera que padece de blogaholism. Me hizo gracia descubrir esta declaración de Roger Ebert en relación al mismo tema mientras escribía esta entrada (casualidades). Es otro afectado, a pesar de que en su caso cuenta con la excusa de estar operado de suelo de boca, lo que no le permite hablar con claridad:
Mi blog se convirtió en mi voz, mi vía de escape, mi medio de comunicación de un modo que nunca pude ni tan siquiera soñar. En él volqué mis penas, aspiraciones y recuerdos. Algunos días me encontraba poseído. Los comentarios eran una forma de evaluación que nunca había tenido, comprendí mejor y más profundamente a mis lectores. Hice amigos de red, una idea de la que me mofaba. La mayoría de la gente escoge escribir un blog, yo lo necesitaba. No pretendía que derivase en una autobiografía pero al escribirlo se genera una "marea" que te arrastra en ese sentido... 
(My blog became my voice, my outlet, my ‘social media’ in a way I couldn’t have dreamed of. Into it I poured my regrets, desires, and memories. Some days I became possessed. The comments were a form of feedback I’d never had before, and I gained a better and deeper understanding of my readers. I made ‘online friends,’ a concept I’d scoffed at. Most people choose to write a blog. I needed to. I didn’t intend for it to drift into autobiography, but in blogging there is a tidal drift that pushes you that way...)

martes, 27 de agosto de 2013

Como una regadera

Lunes. Termino de trabajar y mientras vuelvo a casa pienso en las plantas de mi madre. Las regué el viernes. Debería volver a hacerlo hoy o mañana. Afortunadamente no ha hecho tanto calor y aguantan. Siempre me da algo de pereza pero esa es mi única queja.

A las 17:30h recibo un email del hermano. Reza según transcribo: "Hola hermana, tenía pensado acercarme esta noche por donde mamá, ¿has regado las plantas últimamente? Besosss"

No quepo en mí de alegría. Me entra un arrebato de amor fraternal que plasmo en mi respuesta, que no tardo ni cinco minutos en enviarle: Hola querido hermano: Fui el viernes y no sabía si acercarme hoy o mañana. Si las riegas hoy me viene fenomenal. Así no tengo que volver hasta el jueves o el viernes. 
Soy pragmática así que aprovecho el mensaje para informarle de otras diligencias que le incumbían (texto omitido por el autor, que lo cuente el interesado)
También incluyo un pensamiento para los americanos.
Hoy empezaban el cole las niñas. A ver si recibimos noticias mañana. Voy a conectar Skype, por si acaso. (Comunico que no hubo suerte). Muchos besos.

Media hora después me llega la confirmación. 
Entonces esta noche las riego. Besosss hermana (Genial)

No añado nada más pero, tres horas más tarde, el hermano sí lo hace. No leo su mensaje hasta después de la cena y entonces ya no es momento de ponerle remedio.
Hola hermana, no tengo llaves de casa de los padres, no puedo ir, ya lo siento. (Lo releo. ¿No había pensado que tendría problemas para entrar en la cámara acorazada unas horas antes?).

Mi gozo en un pozo (por desgracia seco). Aunque la Señora tiene varios aloes, el resto de sus plantas no son especies autóctonas del desierto sino que pertenecen a la familia de las borrachuzas a las que les gusta beber (creo que las violetas africanas necesitan la misma cantidad de agua que las europeas). Tengo la obligación filial de hidratarlas. Es uno de los inconvenientes de ser una buena hija, digna de ser depositaria de las llaves (aunque sé que ese privilegio me lo he ganado a base de regaderas y no sé si lo perderé gracias al blog).

PS (martes por la tarde): Como también soy una buena hermana, he regado las plantas (que de momento sobreviven sin problemas) y he rescatado las llaves del hermano (además de llevarle su otro encargo). Tenemos que cuidarnos ahora que estamos solitos él, el blog, House y yo.

¿Dónde están las llaves?

Por las noches compruebo que la puerta esté bien cerrada y con la llave echada. En más de una ocasión me he levantado de la cama para cerciorarme de ello. No es una tara exclusivamente mía, sino que tengo a quien parecerme.

En el hogar paterno las llaves se consideraban un objeto casi sagrado. Eran un tesoro que había que tener siempre controlado. No podían dejarse en cualquier sitio y era impensable perderlas,  ni siquiera dentro de casa. Mucho menos en el fondo del mar, como en la canción, con la que jamás nos atrevimos a bromear.

Para llegar a ser depositaria de semejante bien había que hacer méritos, muchos méritos, y demostrar, durante un periodo de años, el buen juicio y la seria preocupación por el estado en el que se quedaban las puertas al salir de casa. Mejor padecer un trastorno obsesivo-compulsivo que despistarse en ese detalle. Semejante obsesión dejó a mis padres con mis tíos en el descansillo de la escalera la noche previa a mi comunión. Aprovechando que los niños dormíamos, los mayores salieron a tomar algo. No contaron con que con los nervios me costase conciliar el sueño, a lo que tampoco ayudó el tener que hacerlo sobre los cojines del sofá dispuestos sobre el suelo del despacho de mi padre. Me levanté a medianoche. Al darme cuenta de que la cadena de la puerta no estaba echada, le puse remedio. Luego me acosté y debí caer como un tronco, al igual que mis hermanos y mis primos con los que compartía el despacho. Dormimos todos apiñados, en amor y compaña, en el último cuarto de la casa. Ninguno oímos ni el timbre ni la llamada de auxilio de nuestros respectivos progenitores.

Durante nuestra infancia y adolescencia no teníamos derecho a sacar las llaves de casa (lógicamente dentro de ella no las queríamos para nada, ni siquiera para las clásicas funciones de juguete o de sonajero con el que entretener a hermanita). Carecer de acceso al hogar no implicaba que siempre hubiese alguien en su interior al regresar del colegio. Por desgracia el sereno ya era una profesión extinguida que, aunque nunca conocimos, echamos con frecuencia de menos. Nos tocó esperar, no una, ni dos, sino infinidad de veces en la escalera. Probábamos suerte en casa de nuestra hospitalaria vecina, que nos acogía al menos una vez a la semana.

No empezamos a disfrutar del préstamo del preciado objeto hasta pasar la mayoría de edad (y aún entonces sólo en circunstancias excepcionales). Había que cumplir una serie de condiciones para custodiarlas. Me extraña no haber tenido que firmar un contrato en el momento de su entrega. Ni Boabdil se mostró tan reacio como nuestro padre a separarse de ellas. Supongo que ese era uno de los motivos que nos obligaba a recogernos a las nueve y media, o antes. Calculábamos la vuelta con tiempo de sobra, para no retrasarnos (a partir de los 21 años la hora pasó a las diez, y en verano podía llegar a las once). A esas horas no necesitábamos llaves, siempre había alguien despierto dispuesto a abrirnos la puerta.

Si por algún motivo, justificado, nos las habíamos llevado, lo primero que debíamos hacer al llegar era devolverlas y dar cuenta de su estado y de sus peripecias durante su ausencia. Peor era si no nos las habíamos llevado y no aparecían. Si el catedrático estaba convencido de que las teníamos nosotras, y tristemente padecíamos un brote de amnesia, pasábamos a soportar un interrogatorio digno de un tercer grado. Desenterrar ese gran misterio del subconsciente adquiría prioridad absoluta.

Sé que soy una maniática con lo de echar la llave, pero en defensa de mi cordura alegaré que nunca he revisado todos los juegos de llaves de casa antes de acostarme.

lunes, 26 de agosto de 2013

Despertar princesas

Las princesas de los cuentos se toman muy en serio lo de conservar su belleza. El descanso es fundamental, no en vano se llama sueño reparador. Es preciso dormir bien y un buen número de horas. Si uno se pasa las noches en vela, aunque sea contemplándose en un espejo mágico, al final la lozanía se resiente y es otra advenediza la que pasa a ocupar el puesto de "más hermosa del reino". En los cuentos no se conoce la cirugía plástica, o es probable que estos cirujanos, con sus habilidades, hubiesen desplazado a los príncipes azules en el corazón de las reinas y princesas aspirantes al título. Sin cirugía, botox ni infiltraciones, una vez marchitada, la cosa no tenía arreglo.

Las pobres reinas se veían obligadas a deshacerse de las oportunistas que habían usurpado su puesto. Era una cuestión de Estado de la que dependía quién detentaría finalmente el poder. No se habla de las reinas que triunfaron y recuperaron su trono, entonces todo se quedaba en una conspiración fallida, pero las que lo perdieron definitivamente pasaron de víctimas a villanas. Ese tipo de intrigas constituía la prensa rosa de la época, nada como una leyenda, con todos sus ingredientes, para ganar popularidad.

Las doncellas sabían que la belleza es efímera y que el mejor truco para mantenerla era el descanso. Debían evitar el estress, las tareas domésticas (eso de limpiar y cocinar para siete hombrecitos era un abuso, suponía un precio demasiado caro por tan sólo haberse tumbado sobre sus camas), los paseos por el bosque expuestas a la luz del sol con el riesgo de posibles tropiezos, arañazos, moratones y cicatrices. Si pretendían conservar el título de la más bella no podían caer en los mismos errores que sus predecesoras. Se buscaban un buen lecho, que en ocasiones protegían con un cristal que permitiese admirarlas sin molestarlas, y dormían y dormían.

Sin embargo las leyendas son traicioneras y el boca a boca termina por distorsionarlas. Cuando la historia llegaba a los oídos de los héroes, de esos cuya vocación consiste en salvar damiselas en apuros, las bellas durmientes encarnaban a jóvenes inocentes presas de un hechizo mortal. Sólo el primer beso de amor podía despertarlas. ¿Qué héroe que se preciara era capaz de no emprender esa gesta? Además había que añadir el aliciente de ganar su mano y convertirse en rey. Era una tentación irresistible.

El príncipe sorteaba mil obstáculos, se enfrentaba a todo lo que se le pusiera por delante, ya fueran zarzas, dragones o brujas, con tal de conseguir su propósito y lograr el objeto de sus deseos. La princesa, ajena a tanto esfuerzo, soñaba plácidamente. De repente, sin saber cómo, notaba que le faltaba la respiración. ¡Se la robaban! Lógicamente se despertaba. Lo primero que descubría era a un galante caballero, arrodillado a sus pies, que le proponía matrimonio. La decisión era sencilla: el héroe se ocuparía del trabajo del reino y ella se dedicaría a cuidarse sin el peligro de que llegasen más pretendientes a despertarla. Aceptaba encantada, con su sonrisa más radiante. Y ahora, si se lo permitía, debía dormir, perdón, prepararse para la boda.

domingo, 25 de agosto de 2013

El poder de la felicidad

Me gustó la siguiente cita que subraya cómo en la vida íntima los momentos claves los señalan las emociones, más que los acontecimientos en sí. La felicidad se acompaña de fuerza, tanta que nos convierte en los amos del mundo, al menos de nuestro propio mundo, y esa ilusión nos permite lograr lo que nos propongamos y superar los contratiempos. La felicidad, como indicaba el Principito, está en las pequeñas cosas: en las sonrisas, la confianza, el cariño, la amabilidad, el compartir experiencias, el sentirse útil y, sobre todo, en contribuir de algún modo a hacer felices a otros. No es cuestión de convertirse en un santo, basta simplemente con tener algún pequeño gesto con aquellos que se quiere, cierto que con ellos no cuesta nada tenerlos, sólo hay que acordarse de hacerlo.

¿Verdad que sería genial que los médicos pudiésemos dar la receta de la felicidad? Curaríamos mucho más. Aquí os dejo la cita (traducción y original):

La Historia tiende a convertir el flujo del tiempo en un ritmo marcado por fechas señaladas: coronaciones y abdicaciones, golpes de Estado y tratados, batallas y conquistas que, supuestamente, cambiaron el mundo. Por el contrario la historia "personal" nos muestra los pequeños momentos que fueron importantes por lo que sintió una única persona. 

Es extraordinario lo poderoso que es el recuerdo de la felicidad real, cuán profundas y verdaderas son sus raíces. Nuestras experiencias vitales más felices poseen el poder de ayudarnos a enfrentarnos al mundo con todas sus dificultades.  Ejercen un poder del que carecen las imágenes virtuales y las frases de una perfección anunciada. La fama y el consumismo se desvanecen ante el más mínimo indicio de un problema, pero la felicidad real nos conduce hacia un nuevo amanecer. George Myerson.

Public history tends to turn the flow of time into a staccato rhythm of ‘big’ dates: the coronations and resignations, coups and treaties, battles and conquests that supposedly changed the world. By contrast, private history introduces us to the ‘little’ days that were important because of what one unique person felt.


It is extraordinary how powerful real, remembered happiness is, how deep and true its source. Our happiest lived experiences have the power to help us face the real world with all its difficulties. They exercise a power that the advertised, virtual images and phrases of perfection do not possess. Celebrity and consumption melt a way at the merest hint of trouble, but real happiness carries us onward toward the next dawn. George Myerson (A Private History of Happiness: Ninety-Nine Moments of Joy from Around the World)

viernes, 23 de agosto de 2013

Piroshki

Tras una mañana delante del ordenador, sin parar de atender a un paciente tras otro, conviene hacer una pausa. Es una cuestión de salud mental que beneficia tanto al médico como al enfermo. No todos los pacientes son fáciles, a veces por su patología y a veces por su trato (este último motivo es peor, controlarse es agotador). Los extras que surgen a lo largo de la mañana no contribuyen a romper la rutina de la consulta, sino que la sobrecargan. Hay que buscarles un hueco pero, que yo sepa, no es posible manipular el tiempo (y si alguien conoce un método para ello le rogaría que me lo explique en los comentarios). Progresivamente se acumula la tensión y la sensación de opresión afecta no sólo al tiempo sino también al espacio, y una se siente confinada dentro de los metros cuadrados de la consulta, sin atreverse a salir de allí ni para ir al baño. Las funciones corporales pueden esperar, los enfermos no. Por supuesto llega un punto en el que esa máxima deja de ser aplicable.

Un intermedio de un cuarto de hora a mitad de la mañana, aunque a veces haya que dividirlo en fases, contribuye a restablecer los ánimos. La hipoglucemia hace estragos, el cerebro necesita glucosa para funcionar y nota su falta. Por eso aprovechamos ese rato para devorar las muestras culinarias con las que nos agasajan algunas pacientes agradecidas, que ganan puntos con sus habilidades, o para celebrar los cumpleaños o, simplemente, nos contentamos con probar alguna de las delicatessen del supermercado más cercano. La recuperación de la glucemia mejora el humor, aunque ocasionalmente se aprovechan esas reuniones para sacar a relucir temas polémicos y el ambiente general se solivianta. Por eso cuando veo que la conversación, en lugar de ser una tertulia civilizada, deriva en una competición de voces para averiguar quién chilla más, me escabullo y busco refugio en algún otro rincón del hospital. Considero que no pinto nada allí. No me preocupa si mi gesto ofende a alguien en pleno alarde de susceptibilidad, total ya nos conocemos todos y sabemos de qué pie cojeamos cada uno.

El hospital no es sólo un lugar de atención sino también de formación para estudiantes y especialistas. Entre estos últimos se cuentan los residentes de Medicina de Familia. Hay cosas que no vienen en los libros de texto sino que se aprenden con la práctica. El ojo clínico no surge por ciencia infusa, es una combinación de conocimiento y experiencia. Para llegar a defenderse en todas las especialidades han de rotar por todas y cada una de ellas.  Luego deberán enfrentarse a solas con las distintas patologías en el Centro de Salud y conviene que lo hagan con un buen grado de competencia.

Por supuesto nuestro servicio está incluido en su rotación y no tenemos la descortesía de echarles durante nuestra pausa del desayuno, sino que les invitamos a compartirlo. La invitación tiene una condición: antes del final de su rotación de un mes, un día han de ser ellos los encargados de deleitarnos con alguna especialidad, ya sea propia, ajena o del supermercado. Muchos de los residentes proceden de otros países, tanto de Europa como de América, y su paso por la consulta suele dejar en nuestras figuras el recuerdo de la gastronomía de sus lugares de origen. Son apetitosos tentempiés a los que les hacemos todos los honores, por muy cerca que quede la operación bikini. Es el caso de estos deliciosos Piroshki, rellenos de cereza y oriundos de Ucrania, al igual que la médico que me dio la receta (en este caso mucho más sustanciosa que las que se dispensan en la farmacia). Hermanísima tomó la versión salada lituana de estos bollitos en su visita a aquel país, y le encantaron.

PIROSHKI
Ingredientes
1 trocito de levadura diluida  (300 ml) en 1 taza grande leche
Menos de 1 kg de harina
2-3 huevos (en función del tamaño)
Nata (opcional), unos 50 ml
150 gr de azúcar

Elaboración
Mezclar la leche con el azúcar, la  levadura y unos 100 gr de harina
Dejar reposar en un sitio cálido (por ej. sobre agua caliente) hasta que duplique su tamaño.
Añadir la harina poco a poco, con una cuchara, hasta que la masa se despegue de las paredes.
Incorporar los huevos.
Dejar reposar aproximadamente 1 hora y media


Amasar de nuevo, añadiendo un poco de harina hasta que se despegue de las paredes.

Coger bolitas (de unos 30 gr cada una), aplastarlas un poco, rellenar y doblar como una empanadilla y cerrarla bien. Pincelar con huevo.

El relleno puede ser dulce (manzana, cerezas, mermelada), o también salado (carne picada, salmón, bacon, queso). En el caso de que se vaya a emplear un relleno salado, la receta es idéntica aunque con la precaución de reducir la cantidad de azúcar a unos 30 gr y añadirle una pizca de sal.

Cocer:
En horno 35 min a 150º, quedan muy esponjosos.
Si se prefiere también se pueden freír en abundante aceite caliente,  va en gustos

jueves, 22 de agosto de 2013

Cursi

Escribir me permite dar rienda suelta a mi idealismo, a mi romanticismo, y me hace evadirme a un rincón de mi fantasía en el que todo tiene un final feliz, y no sólo un final, sino que esa cualidad es algo que comparten la concepción y el desarrollo. Me resguardo en mi escondrijo durante un rato, allí me siento protegida y me abstraigo de los problemas, igual que cuando me meto en un libro que me gusta. Se maquilla la realidad, se resaltan sus mejores rasgos y  se camuflan sus defectos. A veces la realidad necesita un disfraz, y ese sólo se encuentra en la imaginación. Mi gran ventaja es que la felicidad me entusiasma de tal modo que con sólo escribir sobre ella me siento feliz.

Hablar no permite las mismas licencias que la escritura, no es conveniente distraerse, aunque en ocasiones es inevitable, sino que se debe permanecer en contacto directo con la cruda realidad. A veces, tras leer algo, oigo hablar a su autor y descubro que es capaz de hablar igual que escribe. No me refiero a aquellos que no saben ni hablar ni escribir, sino a los que son tanto buenos conversadores como escritores y se expresan con propiedad en ambos casos. Es evidente que no pertenezco a este grupo, si mi conversación se pareciese en algo a mis escritos sería una cursi inaguantable. No podría abrir la boca sin empalagar a los demás. Sustituyo palabras por entonación: seca ante un choque o cuando se trata de cortar algo desagradable, interrogante si tengo dudas, seria cuando sucede algo importante, mal fingido interés si me aburre (sin conseguir engañar a nadie) o entusiasta cuando estoy delante de algo que me hace ilusión (aunque me convenga disimular). Tengo tendencia a hablar de más y desearía ser capaz de resistir callada, cuanto más callada, mejor. Hablar de más no es un rasgo de inteligencia, al contrario, sin embargo sí que lo es el saber escuchar a los demás (aunque muchos no piensan lo que dicen y mi paciencia para las tonterías es limitada, pero también así se aprende algo, aunque sólo sea estoicismo).

Es cierto que soy algo cursi en el sentido de que mi voz es infantil, me gustan las cosas bonitas, las historias románticas y los vestidos de aire clásico. Eso no significa que vaya por la vida cubierta de lazos y vestida de rosa, aunque confieso que era mi color favorito cuando era pequeña. Por aquel entonces aunque deseara que incluso mis dientes, tras la visita del ratoncito Pérez,  me salieran de color rosa, resultaba bastante menos cursi que ahora, aunque puede que eso sólo se debiese a la continua comparación con mi presumida hermanísima. Antoñita la fantástica fue el mote que le asignó mi profesora del colegio, la mía que no la suya, lo que también da idea del tiempo que aquella lapa se pasaba pegada a mí, aunque dada mi extrema sociabilidad no termino de comprender semejante apego. Quizás pretendiera reformarme. Ante esa respuesta me pregunto: ¿qué habría sido de mí sin ella? (y he percibido el escalofrío que recorría algunas espaldas).

miércoles, 21 de agosto de 2013

El vestido de María

María sacó del armario su vestido favorito. ¡Cuánto lo había echado de menos! Mamá le había hecho dejarlo en casa durante las vacaciones porque decía que no era adecuado para retozar por la arena, al menos no tanto como el bañador y la camiseta. Sin embargo ya estaban de vuelta, hoy cumplía 5 años y quería lucirlo en la fiesta, su fiesta.

Se lo habían regalado el año anterior. Recordaba la emoción que sintió al abrir la caja y al retirar el papel de seda que lo envolvía antes de verlo por primera vez. Era tan bonito que era imposible apartar de él la mirada. Corrió a probárselo, era perfecto. Había soplado las cuatro velas de la tarta con él puesto y, al hacerlo, supo con seguridad que se cumplirían sus cuatro deseos. Aquel vestido le hacía sentirse mejor. Tenía algo especial en su corte, en los colores de su estampado, en la manera en la que se le ajustaba el cuerpo al caer y en el modo en el que la falda volaba a su alrededor. Al mirarlo se le despertaban las ganas de sonreír, de bailar, de girar. La alegría le rebosaba por los ojos y sentía la necesidad de compartirla con el resto por medio de abrazos y besos. Era una sensación maravillosa.

Había llevado tantas veces ese vestido que la tela estaba algo desgastada, pero eso no importaba, no la había estropeado sino que la había vuelto aún más suave. La niña acarició los pliegues,con cuidado, y recogió la falda para pasarla por la cabeza. Le costó un poco más de lo habitual, con tanto bañador debía de haber perdido algo de costumbre. Tiró un poco hacia abajo y el vestido, en lugar de deslizarse, se le quedó enganchado. Para que bajase tuvo que enroscarlo, desenroscarlo, estirarse y retorcerse. Le apretaba. ¿Habría encogido al lavarlo? Desechó esa idea de su mente, era demasiado terrible. Descubrió desolada que no podía levantar los brazos para abrocharse los botones de la espalda. ¡Aún peor! La cintura le quedaba casi al nivel de la sisa y la falda apenas daba para las piernas de una muñeca. María sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. ¡Su vestido se había vuelto pequeño! Fue a buscar consuelo a los brazos de su abuela.

La abuela Li era maravillosa, no sólo comprendía sus problemas sino que siempre les encontraba una solución. Al verla embutida en aquella prenda le ayudó a quitársela y le prometió que le quedaría bien para la fiesta. Seguro que era porque aún le quedaba mucha sal de la playa en la piel y eso hacía que la tela no resbalara bien. En cuanto se diese un buen baño, todo se arreglaría. ¿Le apetecía uno con muchas burbujas? María asintió con la cabeza, le gustaba soplarlas y cubrirse de espuma.

La abuela le preparó el agua en su bañera, tan grande que la chiquilla casi podía nadar en ella. Poco a poco se le pasó el disgusto y también se deshizo el nudo de su garganta. Cuando terminó, la abuela la enjuagó con la ducha y la envolvió en la toalla. Le desenredó el pelo y le sujetó la melena con unas horquillas de florecitas.
- Vamos a comprobar si te has quitado bien la sal y ya te vale el vestido - le dijo.
María contuvo la respiración y cerró los ojos. No se atrevía a mirar. Notó la tela deslizarse sobre su piel, sin atascarse. Esperó a que los botones estuviesen abrochados y el lazo atado antes de abrir los ojos. ¡Oh! La abuela era mágica, no le cabía duda alguna. El vestido estaba nuevo, como recién estrenado y, una vez limpia de sal, le quedaba incluso un poco holgado.

Aquella tarde María pidió sus cinco deseos a sus cinco velas y repartió un sinfín de besos.

martes, 20 de agosto de 2013

Relato del hermano

El hermano ha llevado esta mañana a las sobrinas y a la Señora al aeropuerto. Este es su relato del evento para el blog (en su versión original). 

"¡Ay qué solitos nos hemos quedado! Estamos Grumpy, House, el Blog y yo, hay que sumarlo todo que así parece que estamos más, reconforta. No me olvido por supuesto del resto de la Familia, pero seguro me entendéis.

Ayer, terminando la tarde, quedamos en los conocidos Morales para pegarnos un pequeño homenaje antes de la partida de hoy, la Señora, las sobris y yo. Aparecieron por la puerta del bar mientras yo las esperaba sentado a la mesa, recién duchadas, Inés debió ser la última ya que llevaba el pelo más mojado, con el bronceado propio de estas fechas, guapísimas las dos, y con un "¡tito!" que claramente pudo oír la poca gente que allí disfrutaba de un refrigerio tras el duro día de calor que estábamos pasando. La Señora detrás, tranquila, cambiándose de gafas para poder ver bien todas aquellas delicatessen que nos esperaban, y aunque no estuvieron al nivel de otras veces, estas fechas no perdonan, sí que se disfrutaron de otra manera, simplemente por la compañía, ya que en pocas horas ésta se iba a complicar por la distancia.

Después de la cena, todos comimos bien pero destacar el apetito de Carmencita... las vitaminas esas que se está tomando Jaime y le abren el apetito, igual alguna se cayó en la marmita donde las preparan, aunque Inés no se quedó atrás, disfrutando especialmente las patatas que medio cogía medio le daba su hermana, claramente se veía que a Carmen le habían puesto más en su plato, había que equilibrar esos hidratos de carbono... Lo dicho, después de la cena entraron en juego los químicos, unas pastillas de valeriana que supuestamente iban a conseguir que las dos niñas entraran en un profundo sueño que las permitiera hacer el viaje del día siguiente como dos mochuelos... ejem, como diría mi tito Pepe, eso debe ser psicológico, porque ambas estaban como dos motos cuando llegamos a casa. Ya no quedaba más que ultimar los pequeños detalles que el final del equipaje siempre tiene. Principalmente se trataba de cerrar la maleta grande, no fue un trabajo demasiado complicado para mí, aunque a ellas les resultó casi imposible, y luego les eché una mano con el equipaje de mano. Tenían líquidos de todo tipo, por supuesto cada uno en su departamento, así que los agrupamos en una bolsa para que si los tenían que sacar en alguno de los múltiples controles que iban a tener que pasar, la operación no durase más de unos segundos.

Cerca de la una de la mañana, y tras varias advertencias de su abuela debido a las risas y el no parar de ambas en la cama, las niñas se durmieron, seguro gracias a esas pastillas tan efectivas que hoy también van a volver a tomar en el avión, ¿quién puede conciliar el sueño sin ellas? He de confesar que yo también me tomé un par de ellas, siempre que duermo en otra cama que no es la mía me cuesta, por lo que me apunté al carro, y pasarían muchos minutos de las dos cuando conseguí dormirme, ¡bendita química!

Esta mañana, sobre las 7:06 AM nos hemos puesto en funcionamiento, Inés ha sido la última en levantarse, ese perreo en la cama qué rico es, y Carmen ciclón tenía los pelos como si uno de éstos hubiese pasado anoche por la habitación, dejándole un flequillo desafiante a la gravedad, como en los anuncios de gominas tipo cemento, pero sin aditivo alguno, qué pena de foto. 

Aunque el mejor momento ha sido cuando estábamos a punto de salir de casa, ya con todas las maletas cerradas y en la puerta, esperando a que la Señora echara una última regadera a sus queridas plantas. Entonces, Carmencita, ha abierto el bolsillo exterior de una mochila que iba a hacer las funciones de bolso dentro de su equipaje de mano, y nos muestra con orgullo y una sonrisa en la cara, todos los utensilios necesarios para cualquier picnic que se precie, como diciéndonos "mira lo bien preparada que voy". Cuchillos con dientes de sierra bien afilados, tenedores, cucharas, ¡hasta una aguja para hacer ganchillo! Qué habría pensado el del control de equipaje de mano si hubiese visto aquello, ¡menudo arsenal! Rápidamente todos esos instrumentos de tortura con los que verdaderamente se podría haber secuestrado un 747 han sido sustraídos de ese apartado de la mochila, no sin dejar de ser observado el hurto con cara de incredulidad y pena, creo que el guateque que se iba a producir en el avión ha sido cancelado.

De camino al aeropuerto, me ha llamado la atención que desde que hemos salido de casa, hasta Avenida de Ameríca, solo un semáforo ha frenado nuestra marcha. Poco me quedaba ya de disfrutar de la compañía de las dos sobrinitas y la Señora, aunque a ésta la veré en unos días, hasta los semáforos así lo quieren. Hemos llegado al aeropuerto, y con el carrito perfectamente cargado nos hemos dirigido a las ventanillas sin mayor novedad. Ya en éstas, viene la despedida. Unos besos, que en este caso Inés también me dio, no como otras veces que pone la cara como una rancia, y unos abrazos que daban fin a una etapa y comienzo a una nueva.

Terminar diciendo que a todos los que estáis fuera se os echa y se os echará mucho de menos, que se os quiere, y que espero que nos veamos pronto, tan bien o mejor que como estamos ahora.
Besosss"

Nubes

Hoy las nubes eran montañas de cumbres rosas y laderas de sombra violácea. A los pies de la cordillera se extendían en una meseta cubierta por matorrales de niebla y brotes de vegetación blanca. La luz del amanecer teñía los contornos de cúmulos de algodón de azúcar con una costra de caramelo. El sol rozaba los bordes, los rayos se deslizaban y, muy, muy despacio, lamían el caramelo y desflecaban los extremos. Las hebras de hilo se alejaban, se entrecruzaban, se cortaban, se perdían y reaparecían, demasiado esparcidas para entretejerse de nuevo. El calor derretía las fibras destejidas del lienzo, las fundía en medio de un azul inexistente, tan pálido que carecía de color. Al fondo, las cortinas grises de la tormenta caían sobre el horizonte y un arcoiris cruzaba la frontera entre la claridad y la sombra.

Por encima de las nubes, vuela un avión. Su estela se borra sin que deje de mirarlo. Me pican los ojos. Tengo un nudo en la garganta y un vacío en el estómago. Le sigo mientras se hace pequeño al cruzar el océano. ¡Qué lejos! ¿Quién dice que el mundo es pequeño? No es cierto. ¡Buen viaje! ¡Volved pronto! Os quiero. Os echaré tanto de menos. Os mando un millón de besos.


PS: Todo se lleva mejor con una cucharadita de azúcar. Os añado la receta que un Hada golosa ha dejado en los comentarios (Gracias). 


Nubes de Hada
Ingredientes 
2 sobres gelatina neutra
1 sobre gelatina sabor fresa o frambuesa
200 cc de agua
300 gr de azúcar.
Azúcar glass mezclado con una cucharadita de maizena.
Preparación
Poner el agua a hervir en un cazo y añadir los 300 gr de azúcar con los 2 sobres de gelatina neutra. 
Cocer a fuego lento durante 5 minutos antes de añadir el sobre de gelatina sabor fresa o frambuesa. 
Cocer 5 minutos más. 
Retirar del fuego y cuando esté semicuajado batir la mezcla con la batidora de varillas, hasta que quede como un merengue.
Forrar un molde bajo con papel film de cocina. Espolvorearlo con el azúcar glass mezclado con maizena y verter la mezcla encima. 
Dejar reposar 12 horas . Desmoldar y partir en trocitos. Rebozarlos por el resto del azúcar glass y la maizena y  ¡¡¡ a endulzarse la vida !!!
Hada.

lunes, 19 de agosto de 2013

Ego

¿De qué depende el ego? ¿Del aspecto físico? En ese caso se trata de un ego de paja, como la cabaña de los tres cerditos: superficial, frágil y efímero. ¿De la opinión de los demás? Eso refleja inseguridad, propio de un carácter débil y manipulable. Supeditarlo a otros implica ningunearlo y, por extensión, ningunearse. Sin embargo, unas palmaditas en la espalda nunca hacen daño, contribuyen a levantarlo y en ocasiones los factores mencionados hasta pueden reforzarlo. ¿Cómo? Suena contradictorio pero a fin de cuentas son precisamente las contradicciones, bien personales, o bien generales, las que se prestan a la divagación.

Mi ego recibe poca influencia externa. Es sensible a los halagos (¿o alguien no lo es?) y a las opiniones, tanto positivas como negativas, de la gente que quiero y/o admiro. Las críticas del resto le resbalan de tal manera que debe de estar esculpido en mármol liso de Carrara. No sería sincera si declarase que tengo un ego frágil (tampoco creo que dé esa imagen), no es que sea inexpugnable pero su blindaje ha mejorado con el tiempo.

¿El mármol se puede hinchar o eso es algo que le corresponde tan sólo a los globos y a los pavos? Sea lo que sea, tras las visitas a la residencia de mi abuela, regreso a casa más ufana que un pavo real con sus plumas extendidas. Ese día recibo todo tipo de piropos, no sólo de mi abuela, como sería lo normal, que también presume de mí y de mi carrera de médico, sino del resto de sus compañeras. Allí soy una jovencita, no ya porque mi edad sea la mitad, o menos, que las de los internos, sino porque, además, me quitan años, se asombran al oír los que tengo. Me llaman guapa, alaban mi figura e incluso he sido comparada con el retrato de una Barbie (lo que resulta especialmente gracioso porque una auxiliar de la consulta me apoda, con cariño, Barbie cirujana, en alusión a lo afilado de mi cuchillo y mi afición a los vestidos bonitos). Todas se muestran muy cariñosas conmigo y hacen que abandone la residencia más feliz que unas castañuelas. ¿Hay algún ego inmune a semejante experiencia?

Soy objetiva y sé que tantos piropos son exagerados. Aquejan el sesgo de las cataratas, la presbicia, el afán de complacer y mi relativa juventud, pero eso no les resta valor ni los hace menos agradables. No soy ninguna beldad, para eso me faltan muchos atributos, pero he aprendido a sacarme partido y me gusta sonreír, y este último detalle es fundamental. Gracias a él, hasta alguno de mis pacientes infantiles ha declarado que soy una doctora muy guapa (valoran mis ojos grandes, mi pelo largo, mi voz infantil, mis labios pintados de rojo y mi sonrisa, no les parezco una médico sino una princesa Disney) y me he ganado su confianza no por mis habilidades, sino por cuidar mi aspecto. Me desarman, son muy tiernos.

En definitiva, aunque el ego depende de uno mismo y el responsable de construirlo sobre unos cimientos sólidos es su propio dueño, un poco de ayuda externa es siempre bienvenida. A los que critican por criticar, sin ningún afán constructivo, conviene no hacerles ni caso ("no hay mayor desprecio que no hacer aprecio"). Los pobres entendieron mal el cuento y basan su ego en soplar, como el lobo feroz, sobre las cabañas de los cerditos.

PS: Lógicamente este post no podía ser menos egocéntrico, eso no significa que no me interesen los comentarios de otros egos. 

sábado, 17 de agosto de 2013

El sueño de las estrellas

He oído que hay estrellas que duermen en el lecho del océano y dejan en él sus sueños. Al caer la noche, la luna se asoma y las reclama. Las estrellas se levantan y emprenden el vuelo de regreso hacia su lugar en el cielo. El agua se queda a oscuras. Si al amanecer no vuelven, el viento las llama. Las olas se elevan en nubes de lluvia y espuma. El horizonte se funde y se alza una red de niebla para capturar estrellas. 

El mar recoge su presa. El agua gris se ilumina. Las olas se calman y el cielo se aclara. Las estrellas descansan en su lecho y en el océano se escucha el susurro de sus sueños. Lo sé porque lo he oído. En la orilla, las olas besan la arena y escriben sobre ella con letras de encaje que se deshacen. El sol lee deprisa la huella húmeda de las líneas, retiene cada palabra un instante antes de que la marea las borre.

viernes, 16 de agosto de 2013

Envidia

"Cenicienta" Millicent Sowerby
La envidia es agresiva, te corroe, te hace sufrir y te impide ser feliz con lo que tienes. Se reconoce y, no obstante, resulta difícil de controlar. La competitividad es parte de la naturaleza animal, marcar un territorio como propio y luchar por llegar a ser el jefe de la manada.

Cuando se es pequeño y nace un hermanito se desencadena una lucha interna: por mucho que se le quiera, el cariño entra en liza con la pelusa. Es algo casi inevitable y muy doloroso para el que lo sufre. Siente, inconscientemente, que el lugar de honor de la casa le ha sido arrebatado por el recién llegado y reacciona ante esto. No obstante no es algo exclusivo de los hermanos mayores sino que al usurpador también le afecta, también siente amenazada su posición. A fin de cuentas el otro ya estaba allí previamente y tiene cierto territorio ganado. Para hacerse con su hueco debe invadir ese terreno aunque, en ocasiones, no calcule el grado óptimo de avance y se desencadenen conflictos.

Por desgracia este sentimiento no se limita a la infancia ni a la esfera familiar. Surge dentro de otros ámbitos, especialmente en materias en las que se destaca, en las que cuesta aceptar que hay otros tan buenos o mejores que uno. Al verse desbancado se sufre. Las comparativas son inevitables y contribuyen a empeorar la situación, uno desea lo que el resto alaba del otro para eclipsarle. Superar esta fase conlleva un gran esfuerzo, implica un cambio de mentalidad en el que la envidia se troca en admiración sincera.

Reprimir esta emoción implica ir casi contra natura. El enfrentamiento contra el instinto es exclusivo de seres racionales y son pocos los que están dispuestos a realizar semejante esfuerzo. Los progresos son lentos, con frustraciones y recaídas. Al principio uno se conforma con sobrellevarlo lo mejor posible. Poco a poco aprende a valorar las virtudes de los demás y puede desear emularlos pero sin por ello machacarlos en el intento, simplemente se esmera en imitarles.

Existen unas limitaciones que hay que asumir. No todo el mundo tiene el aspecto de una top-model, posee el cerebro de Einstein, canta como la Callas o baila como la Paulova. Las habilidades del resto no deben valorarse como una derrota, sino que deben ser reconocidas y aplaudidas. De hecho resulta halagador encontrarse rodeado de gente interesante.

Desarrollar las propias capacidades ha de hacerse por la mera satisfacción personal. No hay que esperar recompensas, reconocimiento, ni poder. No se trata de sentirse superior, ni tampoco de imponerse. Si se deja de lado la envidia, se disfruta más del mundo que le rodea y se comparte la alegría de los triunfos del resto. Con esa idea en mente, uno se siente más feliz.

jueves, 15 de agosto de 2013

Pastel imperial de chocolate

"Sisi", por Francisco Javier Winterhalter
Durante mi infancia, Sissi encarnó el sueño de los cuentos hechos realidad. ¡Qué equivocada estaba! El mito cayó con los años al conocer su verdadera historia. Lejos de ser una feliz princesa de cuento, era una persona inestable y bastante desgraciada, aplastada por una vida de la que se sentía prisionera, en un marco político con el que no estaba de acuerdo y en cuyos compromisos no tenía ni voz ni voto.

La mentira de aquella romántica historia empieza desde el momento en el que se afirma que el emperador y ella se enamoraron profundamente. Si bien es cierto que su primo, Francisco José, la escogió por delante de su hermana Helena, ella no pudo negarse a aquella decisión y se casó, deshecha en lágrimas, no precisamente de felicidad, a los 16 años. La relación de su marido con su estricta suegra y la estrecha vigilancia a la que se la sometía en palacio hicieron que cayera enferma, aunque sus síntomas mejoraban, milagrosamente, en cuanto se alejaba de allí. Por ello se dedicó a viajar todo lo posible. Trató de convertir la política conservadora del Emperador en una más liberal, con poco éxito. Uno de sus pocos logros lo realizó al ser coronada Reina de Hungría, momento en que les otorgó a los húngaros una cierta autonomía. Tampoco alcanzó la felicidad con sus hijos: la mayor murió en la infancia, Rodolfo, el heredero, se suicidó en Mayerling a consecuencia de las secuelas psicológicas provocadas por los abusos de su preceptor, de los que su madre se enteró cuando ya era tarde, y que le desequilibraron y le condujeron al abuso de morfina. Fue a su última hija, Maria Valeria, a la que estuvo más apegada ya que al nacer en Hungría, fuera de la corte austriaca, se ocupó personalmente de su educación.

Los matrimonios consanguíneos propiciaron la locura en la familia (con el ejemplo de Luis II, el rey loco de Baviera). La emperatriz se preocupaba especialmente por este tipo de enfermos, a los que visitaba en manicomios, y le inquietaba su propia salud mental. Tenía motivos para ello: su grave anorexia que arrastró toda su vida (174 cm altura, menos de 50 kg de peso y una cintura de 40 cm, que mantenía con una estricta dieta, en ocasiones limitada a líquidos), su negación a dejarse fotografiar tras los 35 años (se cubría con velos) y los síntomas de agotamiento que presentaba en la corte, no eran más que manifestaciones de una depresión, posiblemente causada por las restricciones de aquel ambiente.

No creo que Sissi con su anorexia probase nunca este hipercalórico pastel. Su peculiar cocción mantiene el centro cremoso y el exterior crujiente. No lleva harina y eso le evita el sabor a masa semicruda del que adolecen la mayoría de los coulant (y que es el motivo de que no terminen de convencerme, aunque conozco a muchos a los que les encanta de cualquier modo).

PASTEL IMPERIAL DE CHOCOLATE

Ingredientes
200 gr mantequilla
500 gr chocolate
450 gr claras
100 gr azúcar
200 gr yemas

Elaboración
Trabajar el chocolate con la mantequilla al baño María.
Montar las claras con el azúcar
Batir las yemas.
Mezclar con la espátula todos los ingredientes.
Verter en moldes individuales y, una vez fría la crema, congelar.
Hornear en horno precalentado, 8 minutos a 200º.
Enfriar y volver a congelar.

Presentación
Colocar el pastel en el centro de un plato y hornear a 180º durante 3 minutos.
Acompañar de helado y teja.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Políticamente incorrecto

Hay opiniones que no conviene expresar por ser políticamente incorrectas. ¿Quién es el iluminado que determina lo que es políticamente correcto y lo que no? ¿Acaso la corrupción es admisible? ¿Se pueden retirar impunemente helicópteros de salvamento de la Sierra de Madrid y tolerar que la Sra. Cospedal viaje regularmente en uno de esos aparatos, que la recoge a la vista de todos en el helipuerto del Hospital de Toledo sin que ningún periódico denuncie el hecho? Al parecer es mejor ser corrupto, o simplemente abusar de los privilegios del cargo, que discrepar en cuestiones de integración e igualdad.

Hace poco los telediarios se hacían eco de una noticia que suponía un gran logro en cuestiones de integración social: una afectada de Sd. de Down había obtenido el puesto de concejala. Ya se sabe que para ser político en España no se precisan grandes dotes intelectuales y de hecho han pasado por los ministerios algunos necios que daban mucho más juego como material de chistes populares que como representantes del pueblo. ¿Tan poco se valora la clase política que considera que un CI de 70 basta para ejercer un puesto equiparable al suyo en la Administración? No me quiero ni imaginar si algo así sucediese en Medicina. ¿Cuántos pacientes desearían ser atendidos por un médico con Sd. de Down? ¿Cuántos permitirían que les operase? Sin embargo las cuestiones municipales de todos los habitantes de una localidad sí que pueden dejarse en sus manos.

Los afectados por el Sd. de Down son personas confiadas, cariñosas y carentes de malicia. Justo los candidatos ideales para meterse en el mundo de tiburones que entraña la política. Su carácter dulce e inocente les convierte en presa fácil de manipuladores e hipócritas, porque si el sujeto en cuestión se gana su aprecio, sus víctimas nunca sospecharán que están siendo engañadas y utilizadas.

Primar las discapacidades y el sexo sobre los méritos no se me antoja una gran idea. Sí que entendería que, a igualdad de méritos, se potencie la contratación de mujeres, con el fin de conciliar la vida laboral y familiar, o de aquellos que tengan alguna minusvalía, que bastante trabas se encuentran en su día a día. Sin embargo, si un aspirante es claramente superior a otro para cubrir un puesto de trabajo, el empresario no demuestra muchas luces si escoge al segundo para así mantener el porcentaje de hombres y mujeres que indica el convenio laboral o por la mera obligación de tener un puesto de discapacitado.

Personalmente me preocupa más el futuro de un sistema que pinta bastante negro que los porcentajes de trabajadores con uno u otro rasgo. Si ni siquiera es preciso un título universitario para ser ministro, o un curriculum que garantice cierto nivel cultural y hábito de trabajo ¿cómo se pretende que piensen y que sus ideas funcionen? Las reformas deberían empezar desde la misma Administración de Estado, Autonomías y Ayuntamientos. Habría que organizarlo de manera que se eliminen pasos superfluos que encarecen y enredan la burocracia. Si se persigue una política de igualdad deberían equipararse los sueldos, el de los políticos con el de los funcionarios de su mismo nivel (a lo mejor así se prevenía que estos últimos fuesen más míseros cada vez). De ese modo se evitaría tener que aplicar recortes en los puestos ganados por concurso y méritos demostrados. Democracia es gobierno del pueblo, ¿por qué no entran los gobernantes en el mismo saco que el resto del "pueblo"? Si no es ni su incapacidad ni su sexo ¿qué los hace diferentes?

martes, 13 de agosto de 2013

La corte celestial

Un paciente me ha asignado una plaza dentro de la corte celestial. Según su apreciación soy un ángel. Tengo dudas sobre si su percepción es sólo un efecto onírico tras la anestesia a la que había sido sometido hacía tres días.  Antes de saber de mi carácter angelical me vi obligada a echarle una bronca de campeonato la mañana siguiente a su cirugía. El motivo estaba justificado: romper las reglas y fumar en la habitación. Se reformó tras el rapapolvo y no sólo no lo volvió a hacer sino que se convirtió en un paciente ejemplar. La verdad es que el hombre es muy gracioso, tiene incluso algo entrañable y, a pesar de su falta, me dio pena regañarle. Incluso yo estaba sorprendida de que en un tema como el tabaco, en el que no me caracterizo por mi tolerancia, tuviese que simular un enfado para reprenderle. No obstante, al darle el alta, las palabras textuales con las que se despidió fueron: "Es Ud. un ángel" (salvo su esposa no había nadie más presente, así que deduje que me las dirigía a mí). Me gustó tanto que creo que hasta me elevé ligeramente del suelo (como muestra de mis nuevas facultades).

Si hay Doctores dioses, que se adoran a sí mismos de tal modo que no requieren devotos, es lógico que también haya ángeles en las filas de los facultativos, aunque no correspondan al Olimpo sino a un reino diferente. Me temo que tampoco pertenezco a ese reino. No creo que existan ángeles tan patosos como yo, que tropiecen y caigan continuamente. Puede que aún no me haya ganado mis alas, si acaso sólo una pluma, y mi torpeza sea debida a que aún me las he de apañar con una escoba que, por desgracia, no sé usar (o me ahorraría muchos atascos).

Si hay dioses y ángeles también debería de haber diosas y, efectivamente, las hay, aunque su origen no tiene nada en común con el de los dioses. A diferencia de estos no es diosa quien quiere sino quien puede, y eso es gracias a compartir rasgos con la mismísima Venus. Recuerdo un paciente durante la residencia que, tras acudir a urgencias, decidió que el hospital le ofrecía oportunidades mucho más interesantes a la hora de ligar que la discoteca (dada su franqueza estoy convencida de que, independientemente del sitio, jamás se comía una rosca). No sé si regresó el resto de las noches del fin de semana para tentar su suerte pero habría recibido más atenciones si se hubiese tratado de un caso clínico interesante, y no digamos si susceptible de publicación. Quizás en psiquiatría le habrían aceptado con placer, pero asumo que los enfermos de esa planta no eran el tipo de compañía que le interesaba (o quizás sí, dado que una de las psiquiatras formaba parte del elenco de diosas).

No es el único ejemplo. En otra de mis guardias hubo un residente que, al describirle a la dermatóloga de guardia, le faltó tiempo para ir a buscarla. ¿Para qué llamarla si podía consultárselo personalmente? Entre los detalles de la descripción se había omitido el hecho de que estuviese felizmente casada.

Al igual que con los ángeles, sólo me han confundido una vez con una diosa (y es halagador, aunque se trate de un error). En aquella ocasión la culpa fue de la distancia y de mi pelo. El adorador de turno abandonó su puesto y corrió hacia mí como alma que lleva el diablo. Al alcanzarme exclamó decepcionado "¡Ah! ¡Si eres tú!" No me sentí ninguneada por ello, efectivamente era yo.

lunes, 12 de agosto de 2013

La rueca

Laura Ellen Anderson
No soy una bruja pero, por culpa de una, estoy condenada a arder en la hoguera. No deseo resignarme a mi suerte de ser destruida por el fuego. Mi única culpa es la de ser una rueca maldita, mi único crimen: hilar las fibras más bastas hasta convertirlas en ovillos de hebras suaves y finas.

Me siento impotente. No puedo moverme, no puedo esconderme. Estoy en un rincón de la habitación al lado de una ventana. Para mi labor necesito la luz que ahora me delata. Mi rueda gira, su sonido es un grito de ayuda.

Una sombra se yergue en el suelo. Es un hombrecillo diminuto aunque su tamaño es lo de menos porque su rostro da miedo. Mi eje tiembla ¿vienen ya a por mí?

El enano se acerca, apoya sus dedos en mi rueda hasta detenerla.
- Shhh. No hagas ruido. Soy Rumpelstinskin. Puedo salvarte si accedes a hacer lo que te pido.
Obedezco, no emito ni un gemido. Espero que comprenda que, con mi silencio, consiento a sus deseos.
- Lo primero es una prueba. Has de transformar esta brizna de paja en un hilo de oro.
Su mano coloca la brizna en la madeja y hace rotar la rueda a una velocidad vertiginosa. Siento un dolor punzante en cada articulación. Me inflamo. Saltan chispas. Me enciendo sin fuego mas no me atrevo a parar mi mecánica enloquecida ¿Quién sabe que podría pasarme si frenase bruscamente? Espero hasta que la inercia cede.
- Perfecto, veo que eres resistente - declara mi torturador satisfecho.

El escenario cambia. La habitación se asemeja a un establo lleno a reventar de paja y una hermosa joven llora a mi lado. Sin ánimo carga la paja e impulsa la rueda. Mi tormento da comienzo: días y noches sin cesar de hilar a un ritmo desenfrenado. Al terminar el enano aparece.
- ¿Cuál es mi nombre?- le pregunta a la joven.
¿Si no sabe la respuesta tendrá que hilar paja en oro toda la eternidad? No me puedo contener y rompo mi silencio. El crujido de mis juntas al rotar repiten las sílabas sin control. Rumpelstinskin-Rumpelstinskin-Rumpelstinskin. Noto la furia de un golpe que me enmudece. Mi eje se rompe en un chasquido. Me consuela saber que he quedado inservible para trabajar.

No sé el tiempo que llevo en este desván, cubierta por telarañas y con madejas de polvo. Estoy tan rígida que incluso su roce me duele. No puedo soportar los pasos que se acercan y hacen retumbar el suelo. El aire se agita y siento el contacto de una mano sobre el huso. Me estremezco y cae sobre mí una gota de sangre. Se cuela por mis engranajes, los lubrica y los libera. Coagula mis fracturas.

Sin el yugo del dolor puedo prestar atención a lo que sucede a mi alrededor. Descubro que estoy igual que al principio, la única diferencia es que ahora sí que soy culpable del crimen al que estaba condenada en razón del sortilegio. El hechizo se ha cumplido. He sido el instrumento y mi castigo es morir en la hoguera. Me sacan al patio. Siento el calor del fuego cada vez más próximo. Acepto mi destino, sé que es el final.

Antes de tocar las llamas el sueño me asalta. Un sueño pesado que se extiende e invade todo el castillo, lo conquista sin encontrar resistencia y se adueña de cada habitante y de cada piedra.