jueves, 28 de febrero de 2013

Repaso a la pediatría

El nacimiento de sobrinísima supuso el conocer casi de primera mano las distintas enfermedades infantiles que venían en los libros. Por supuesto me las tuve que repasar todas y, ni aún así, conseguí librar a la pequeña de coger una detrás de otra. Estaba claro que la chiquilla se había empeñado en hacerme estudiar y no iba a escatimar ningún esfuerzo para conseguirlo. Empezó por los consabidos cólicos del lactante. Todas las tardes ensayábamos diversas técnicas de masaje para aliviarle los retortijones. Por desgracia el éxito no acompañó ninguna de nuestras tentativas. Algo mejor se dio el dejarla llorar en la cuna según los principios del libro "Duérmete niño", aunque cuñadísimo tuvo que salir al rellano para evitar la tentación de entrar a la habitación antes del tiempo reglamentario autorizado para consolar a su hija.

A los pocos días de estar en casa la niña comenzó a mostrar un color menos blanco y más amarillento que el deseable, por lo que cuñadísmo y yo decidimos llevarla al Centro de Salud (por entonces mis estudios sobre la coloración de los bebés no estaban muy avanzados). Dejamos a hermanísima en casa, incapaz de moverse por la episiotomía, llorando amargamente, presa de una pena inconsolable, al tener que despedirse por primera vez de su hija. Afortunadamente la separación fue muy breve. La pediatra no creyó que hubiese nada alarmante en su aspecto y su único compromiso fue el de verse forzada a compartir el comentario de su orgullosa tía sobre lo bonita que era la sobrina (algo absolutamente cierto por otro lado).

Una vez terminada la baja maternal llegó el momento de reincorporarse a la vida laboral y enviar a sobrinísima a la guardería. Aquello fue directamente el acabose. El lunes la niña iba sana a la guardería y, ese mismo día, o con un poco de suerte el martes, la devolvían con fiebre de más de 39º. Hermanísima no podía faltar a su trabajo y entre todos hacíamos turnos, en mi caso pre y postguardia, para cuidar a la chiquilla el resto de la semana. Nunca hubo regalo más amortizado que la máquina de aerosoles que le compré al nacimiento (deformación profesional) y que se utilizaba a diario (y aún se emplea con frecuencia). Averiguar el bicho de turno no era una empresa nada fácil aunque las enfermedades exantemáticas, de las cuales pasó todas, eran las que más pistas ofrecían. Uno de los mayores sustos fue el de un rash purpúrico, con la pequeña hecha un trapo con fiebre de 39, a los 9 meses de edad. Fue su primer ingreso aunque, afortunadamente, el diagnóstico se limitó a una reacción a la amoxicilina en relación con una vulgar mononucleosis.

En el verano la cosa mejoró, pero en su segundo invierno la mocosa retomó los mocos y las fiebres con más ganas de las deseables. En un intento de disminuir el número de procesos respiratorios la operamos de adenoides según cumplió los dos años (y en plena convalecencia de una neumonía, la segunda de ese invierno y descubierta en las pruebas del preoperatorio). Cualquier anestesista la habría suspendido en su estado pero, gracias a mis privilegios, conseguí convencer a uno de los que más confianza me inspiraban y la pobre niña entró en quirófano en medio de gritos de auxilio a su hermana recién nacida: "¡Hermana, hermana, sálvame! " (recurrió al bebé tras ver que los adultos no le hacíamos ningún caso). El ciclón fue incapaz de rescatarla de las garras de la legra que, sin ser la panacea, mejoró bastante la calidad de vida de sobrinísima y también la del resto de sus cuidadores.

¡FELICES 14 AÑOS!

miércoles, 27 de febrero de 2013

Deterioro senil

Los viejos se vuelven niños. Con la edad el cerebro pierde  plasticidad, las capacidades perdidas no se recuperan. El cuerpo se debilita y su fragilidad es causa de inseguridad y de dependencia. En ocasiones, por desgracia, el retorno a la infancia es aún más acusado y esa persona querida se ve afectada por la cruel demencia. Tenga el apellido de Alzheimer, vascular o senil, el efecto es desgarrador tanto para el que la padece como para los que, impotentes, presencian el deterioro irreversible del enfermo.

Por desgracia su manejo es agotador. Aunque se pretenda cuidar en casa del paciente, llega un momento en que las circunstancias superan incluso al familiar más entregado: noches sin dormir, delirios, gritos, sufrimientos imaginarios con fases de agresividad y culpabilidad minan la moral de los que le asisten. La enfermedad se ensaña con las víctimas, les trastorna y les hace olvidar su propia vida. No recuerdan el rostro de sus seres queridos, el tiempo se enmaraña y les hace regresar a un lejano del pasado que les confunde aún más. Aprovechar los instantes de lucidez, cada vez más escasos, para devolverles a la memoria sus recuerdos más preciados, y hacerles revivir de nuevo sus momentos de felicidad es, en ocasiones, lo único en lo que se puede contribuir al bienestar del pobre enfermo.

No es fácil la convivencia, pero tampoco lo es la no convivencia cuando el hacerse cargo personalmente se convierte en una tarea imposible. La preocupación por la atención en los momentos malos, por estar presente durante los momentos buenos y disfrutarlos sin dejarlos pasar en medio de un sentimiento de abandono y soledad, genera un sinfín de dudas internas e incluso una sensación de culpabilidad. Se debate si se ha tomado la actitud más correcta, se le da infinitas vueltas, la duda se convierte en una obsesión que reconcome el espíritu hasta desembocar en frustración. Compaginar la rutina diaria con las visitas, y procurar al tiempo que estas se sucedan con toda la frecuencia posible, es conflictivo y cansado, cansancio que hay que disimular a toda costa, detrás del mejor gesto, para que el pobre enfermo no padezca aún más por culpa de éste. No hay alternativa. El tiempo se agota y la memoria se esfuma más rápido que la propia vida.


martes, 26 de febrero de 2013

Club de fans

Todos los médicos tenemos un grupo de pacientes que nos inflan el ego. Son enfermos que no sólo valoran tu trabajo sino que, además, están encantados contigo y aceptan cualquier decisión casi con los ojos cerrados. Muchas veces eso no significa que tu tratamiento les haya curado. Por mucho que lo intentes, te esfuerces, pruebes y te esmeres no consigues sacarle el rendimiento deseado a tu trabajo. Hay algunos casos en los que es su complejidad la que te sobrepasa. En otros es la idiosincrasia del enfermo ante los medicamentos lo que hace de la curación una misión imposible. Son ejemplos del dicho de que es peor el remedio que la enfermedad. Les has confesado tus limitaciones y, aún así, recurren a ti. Aunque su visita se limite a poco más que levantarles los ánimos con una palmadita en la espalda y, en ocasiones, un poco de sorna que les haga reír, el efecto placebo de que "estás ahí y les proteges" les ayuda a sentirse un poco mejor.

Es un club de fans incondicional y una vez que se han adscrito a él te hacen entrega de su confianza plena y ciega. Asumen casi todo lo que les dices, casi todo excepto tu declaración de ignorancia que toman como falsa modestia (cuando no es ni lo uno ni lo otro). Por supuesto no quieren abandonarte o cambiar de médico y cualquier opinión es consultada contigo, aunque sea de una especialidad diferente, de la que se te ha olvidado todo lo que estudiaste durante la carrera y el MIR. Si les tiene que ver otro facultativo va siempre condicionado a tu recomendación previa. Por supuesto luego pasarán a verte, contarte (desahogarse en ocasiones) y a que leas y le des el visto bueno a su informe.

El sentimiento es recíproco. Verles tan contentos no sólo es una satisfacción, es una alegría. Tienen la facultad de hacerte sentir útil, de levantarte el ánimo, de que desees contagiarles a otros ese mismo entusiasmo. Se relativizan los disgustos, se dejan correr y se olvidan. Se ve claro que los berrinches no merecen la pena, no hay que recrearse en ellos y sí en los momentos de felicidad para prolongarlos y tenerlos en cuenta al enfrentarse a los contratiempos. Gracias a ellos la rutina se transforma en un acontecimiento especial, que se atesora. Hacen que un día difícil sea de repente mucho más llevadero y que se disfrute del resto. Se prosigue la consulta con las fuerzas renovadas.

lunes, 25 de febrero de 2013

Talento

En ocasiones uno se siente omnipotente. Craso error, el talento no se reparte de manera uniforme en todas las facetas de la vida. Ni siquiera los que poseen un intelecto brillante destacan en todos los campos. El sobresalir en alguno puede crear la falsa impresión de superioridad. Requiere tiempo, humildad y autocrítica reconocer las limitaciones, algo que no está al alcance de todos. Si no se reflexiona sobre ello se corre el riesgo de pretender abarcar demasiado y fracasar. Esto desencadena un estado de enfado contra el mundo (los carentes de capacidad de autocrítica nunca son culpables de sus errores) y desemboca en frustración vital.

Hay gente que posee un talento artístico fuera de serie y son genios de la pintura, la música, la literatura, etc. Otros gozan de habilidades innata fuera de las disciplinas del arte. Algunos son brillantes en ciencias y matemáticas y disfrutan con los retos que esas materias les proporcionan. Quien más o quien menos la mayoría posee un pequeño campo de cosas que se le dan verdaderamente bien, otro muestrario, más amplio, de capacidades intermedias y, finalmente, una última sección, a esquivar, de materias en las que son un desastre épico.

Conviene esmerarse en las cosas en las que se destaca para obtener en ellas resultados óptimos. Si uno se limita a salir del paso, logrará sacarlas adelante sin esfuerzo, pero estaría desperdiciando su talento innato. También hay que tratar de desarrollar las capacidades individuales: están ahí y perfeccionarlas es cuestión de constancia y mucha, mucha práctica. No obstante, en lo referente a los desastres, hay que aprender a identificarlos y a pedir ayuda desde el principio. No hay que avergonzarse por recurrir a los demás. Es fácil encontrar buena disposición en los que le rodean, que se sentirán honrados por el reconocimiento. En contra de lo que muchos creen, por pedir ayuda no se le  cataloga a nadie de inútil sino todo lo contrario, se admirará su sensatez y se le enseñará, no sin cierto orgullo de maestro, la mejor manera de llevar a cabo esa labor. Si se esconden pueden acabar en catástrofe. Todo tiene sus trucos y, muchas veces, el talento consiste en ver rápidamente en qué consisten estos y aplicarlos en la repetición de la acción.

domingo, 24 de febrero de 2013

Zbigniew Preisner para Kieslowski

A veces el cine de autor es difícil de digerir y requiere una afición por el séptimo arte superior al mero deseo de entretenerse. En mi opinión "La doble vida de Verónica" entra claramente dentro de esa categoría. Sin embargo, las dos canciones que canta Verónica, ambas de Preisner, me impresionaron. Las escuché boquiabierta, sin pestañear siquiera, y me dejaron con ganas de más. Sólo por ellas me mereció la pena tragarme la película entera en cuestión. Las canta al principio por lo que podría haberme ahorrado el resto, pero eso no lo sabía entonces y la vi hasta el final con la esperanza de más. Tras oírlas me comprenderéis. 





De la serie de Tres Colores la que más me gustó, sin ninguna duda, fue Blanco. ¿Por qué reincidí tras el aburrimiento mortal de Azul? La razón es evidente, y tan antigua como el mundo: el amor ciego e idiota es el que impulsa a secundar al otro en ese tipo de tonterías (mi  ex solía salir con un grupo de culturetas, tan pretenciosos como hipócritas, que eran los que planeaban las tardes de cine). Azul se me ha olvidado y de Rojo me acuerdo del final, en el que las tres películas se interrelacionan y se convierten por ello en una trilogía (ese es el único nexo, además de que los tres colores son los que forman la bandera francesa). 

Blanco no sólo me pareció interesante sino que me dejó un buen sabor de boca y me alegré de haberla visto. Me encantó la blanquísima escena sobre el helado Vístula en la que los personajes, y el espectador, se dejan llevar por la euforia de la libertad bajo los acordes de este maravilloso tango (que además suena varias veces durante la película). Un regalo.



Una anti-recomendación: dentro del ciclo de películas francesas al que asistimos, recuerdo el título de un terrible bodrio, El perfume de Yvonne (puede parecer sugerente pero es el mayor pestiño imaginable, absolutamente infumable e insustancial). Afortunadamente la mayoría de las películas no eran tan cargantes y, por lo general, disfrutaba de la proyección al tiempo que me culturizaba y entrenaba mi precario francés.

viernes, 22 de febrero de 2013

Cócteles de Oporto

Durante nuestro viaje a Lisboa nos pasamos una tarde por Napoleao, una tienda de vinos tradicional, de esas de toda la vida, antigua y con solera, y también bastante conocida. Descubrimos que practican una táctica mercantil infalible: agasajan al cliente como a un rey mientras le emborrachan, muy poco a poco, a base de catas. Empezaron por darnos a probar una buena serie de oportos, de diferentes edades y añadas. Una vez confirmada nuestra buena disposición al negocio, ampliaron la oferta a otros vinos portugueses igualmente deliciosos. Entre cata y cata, y también durante ellas, nos contaron un montón de datos curiosos e interesantes sobre cada vino que probábamos: historia, procedencia, cambios recientes, evolución esperable...

El vino de Oporto surgió al buscar una forma de transportar el vino hasta Inglaterra sin que se estropease por el camino. La idea fue la de añadirle un poco de cognac. Además de mantenerse durante el transporte también ganó en graduación y consiguió numerosos adeptos (entre ellos nosotros, ¡pobre víctimas de amables vendedores sin escrúpulos!). Por eso la mayoría de las bodegas aún pertenecen a los ingleses. Entre historia e historia, sorbíamos nuestros vasitos que nos rellenaban continuamente con nuevas sugerencias para que pudiésemos apreciar y comparar mejor sus cualidades. A lo largo del proceso de cata todas nuestras capacidades se vieron seriamente mermadas, sin duda la que se resintió en mayor grado fue nuestra capacidad de resistencia ante dependientes engatusadores. Acabamos llevándonos bastantes más botellas de las que habíamos pensado inicialmente. Eso sí, son encantadores y la compra no nos pesó en absoluto (entre otras cosas porque nos enviaron las cajas directamente a Madrid). Salimos de allí no sólo satisfechos, sino la mar de "contentos".

La enfermera de quirófano que me dio la receta del Aji de gallina me comentó que había estado de  vacaciones en Portugal y que durante su estancia había descubierto la cocina portuguesa. Tanto le había gustado que, armada de insistencia (en ese aspecto el quirófano supone un gran entrenamiento, con frecuencia hay que buscar el instrumental hasta debajo de las piedras antes de que esterilización, que había negado categóricamente el tenerlo en su poder, lo encuentre casualmente entre las cajas "traspapeladas o no entregadas") y escudada tras su mejor sonrisa, había sonsacado hasta a los camareros más reticentes para hacerse con sus recetas favoritas, no sólo de guisos sino también de bebidas. Una vez que los secretos de generaciones habían dejado de ser tales, han pasado a convertirse en material apto para compartir en el blog, con instrucciones detalladas.

En torno a los cócteles se mueve toda una cultura. Algunos llevan el nombre de la persona que solicitó por primera vez una determinada combinación, y al insistir en ocasiones sucesivas, al igual que James Bond con sus Martinis "shaken, not stirred", fijó las proporciones de la receta. Un ejemplo de esto es el Negroni italiano. Además, tan importante como la preparación es la forma de servirlos: el tipo de hielo y, muy especialmente, el objeto en el que se vierten. Vaso o copa, tamaño y forma dependerán de los ingredientes, de las reacciones entre ellos (pueden aumentar de volumen) y del grado de gasificación. Al igual que los matraces de un laboratorio hay que contener la mezcla dentro del recipiente y, aunque el humo puede resultar estéticamente deseable, se debe evitar a toda costa que se derrame en cascada por los bordes. 

En estas recetas figuran las marcas de Oporto favoritas de mi fuente (tras una amplia degustación se quedó con Sandeman y Offley). Las tónicas constituyen un mundo aparte, en expansión como el universo. Personalmente ese refresco no se cuenta entre mis bebidas favoritas, aunque no sé si en la combinación con el Oporto mi gusto cambiará. Las escogidas por ella fueron la Schweppes finger and cardamomo, Schweppes pimienta rosa, Fever Tree Mediterranean y la Fever-Tree.

Y ahora, por fin, aquí van las recetas (que transcribo textualmente).Todos los cócteles están bajo el nombre por los que se les conoce en Portugal, excepto el último que lo bautizó ella, en Portugués, en honor a las vacaciones que estaban disfrutando.

CÓCTELES DE OPORTO

PORTONIC
Se utiliza vaso "long drink"
Aromatizar el vaso con 1/2 rodaja de limón o lima.
Poner 3 cubitos de hielo.
Añadir 1/3 de vino "Ruby Porto Sandeman".
Añadir 2/3 de tónica Fever-Tree.

CIPIPORTO
Se utiliza un vaso "Old fashionad"
Colocar 1 lima partida en 1/
1 cucharada de azúcar.
Con el "muddler" del mortero presionar la lima hasta que suelte el jugo y se mezcle con el azúcar.
Llenar el vaso de hielo picado.
Añadir 60cc de Vino Oporto Ruby Porto Sandeman.


PORTO ROSE
Se utiliza un vaso "long Drink".
Caramelizar 1/2 rodaja de naranja.
Añadir 3 cubitos de hielo.
Añadir 60cc de Vino oporto Ruby Sandeman.

Á vossa!
FERIAS 2012
Se utiliza vaso "Tumbler"
Se pone en el vaso y 1 rodaja de jengibre y con el "muddler" del mortero presionar para que suelte jugo y retirar la rodaja.
Añadir una ramita de romero y realizar la misma operación.
Añadir 1 rodaja de limón y repetimos el presionarla.
La ramita de romero y el limón se mantienen en el vaso, no se retiran.
Añadir 1/3 de vino de Oporto Apitiv, se trata de un vino blanco de Sandeman.
Añadir 2/3 de tónica Fever Tree.
Nota: En este cóctel se puede sustituir el jengibre por Tónica Schwepps pimienta rosa o por la Schweppes finger and Cardomomo.

jueves, 21 de febrero de 2013

La verdadera elegancia

La cita de este post es de una entrevista en Brainpickings al diseñador gráfico Massimo Vignelli. Me pareció concisa y muy acertada, así que pensé en compartir sus sabias palabras. 

"La verdadera elegancia es fruto de la educación y el refinamiento y es consecuencia de una continua búsqueda por lo mejor, por lo sublime. Supone un rechazo constante de todo lo que es vulgar. Implica un esfuerzo. Por el contrario la vulgaridad es popular porque es fácil de absorber, sin más, sin filtrar.
Hay un cierto grado de laxitud entre lo que es bueno, lo que es elegante y lo que es refinado que puede mostrarse de muy diversas maneras. No tiene que limitarse a un sólo estilo. No hablamos de estilo sino de calidad. El estilo es tangible, la calidad no. Se trata de crear un determinado nivel de calidad para todo lo que nos rodea. Massimo Vignelli"

La frase de Audrey Hepburn de la foto es un gran ejemplo de cómo aplicarlo en la práctica y sin duda explica el porqué siempre se la ha considerado el  gran icono de la elegancia: "Es una idea anticuada y maravillosa que los demás van primero y uno está en segundo lugar. Esa es la ética en la que fui educada. Los otros importan más que tú, por eso no protestes, querida, acéptalo." 

miércoles, 20 de febrero de 2013

La trastienda

La trastienda del blog es lo que no se ve: la página de diseño en la que se modifican y se colocan los diversos gadgets, la sección de los comentarios, en la que aparecen todos seguidos y que sirve de compañía al solitario autor cuando éste lo necesita, las curiosas estadísticas en la que se reflejan los países desde los que se reciben visitas y, por supuesto, la parte correspondiente a las entradas. Esta sección de entradas no se limita tan sólo a los posts ya publicados sino que, además, incluye los borradores y los textos ya escritos y programados para el futuro (aunque hasta que ven la luz son susceptibles de sufrir múltiples cambios, sobre todo en la fecha, que se adelanta, se postpone o se encaja finalmente según el humor y las circunstancias del momento).

El blog puede provocar en el lector la falsa sensación de que la autora es una persona tremendamente organizada y ordenada. El mérito de esa impresión le corresponde por completo a blogger, cuyo programa distribuye todo en cajones. Aún así, al observar la página con detenimiento, el lector se da cuenta de que los márgenes y la zona inferior son un compendio de archivos, curiosidades y complementos entre los que es fácil perderse, y eso a pesar de lo estructurado del diseño.

Al meterse en la trastienda reina el caos. Los borradores proliferan por doquier con ideas que no siempre verán la luz. Lo terminado se acumula para evitar ahogar al lector bajo una alud de publicaciones. Se añade más sobre lo ya existente y, para hacerle hueco a lo nuevo, se reprograma continuamente lo antiguo. La vida está llena de momentos aparentemente intrascendentes pero dignos de ser comentados: una frase, un anuncio, una noticia, un libro. La compra, la peluquería, una llamada de teléfono, un trayecto en coche pueden dar origen a un post. Eso por no hablar de los sueños, de la situación del país y su deprimente repercusión laboral, tan desalentadora que a veces es mejor dedicar el pensamiento y la escritura a algo más animado

Valeria do Campo
Una bonita ilustración puede despertar una ilusión. Es por ello por lo que en una carpeta del escritorio, aún más caótica que la de blogger (por el simple motivo de que la he creado yo), guardo y clasifico las imágenes que me gustan y que, con la excusa de los escritos, pegaré en el blog. Gracias a esa decoración le quito hierro a las entradas más polémicas y hago más atractivas mis divagaciones (sirva la de hoy de ejemplo). Por desgracia, con mucha frecuencia, yo misma me pierdo en mi propio laberinto cuando me toca buscar en el archivo ese maravilloso dibujo que tan bien casaba con las palabras.

martes, 19 de febrero de 2013

Valorar las cosas

El primer requisito para ser feliz es saber apreciar lo que se tiene. Sólo así se es capaz de disfrutarlo, compartirlo y multiplicarlo al hacer feliz al resto.

Como decía el Principito de Saint-Exupery, "Sólo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos". Es una sensación que flota en el ambiente, que te embarga y se expande por el interior, te estremece y deja un nudo a punto de estallar en la garganta, provoca un cosquilleo que recorre la sangre hasta que rebosa y se escapa. Es la magia del cariño, la alegría, los besos a cualquier hora, el apretón de un buen abrazo, las nuevas y las viejas amistades, la confianza, la inspiración y, por encima de todo, el amor, su complicidad, sus miradas. Es grato que te cojan la mano y recurran a ti para resolver un problema, levantar el ánimo y ser capaz de provocar en otros una sonrisa.

En Medicina hay instantes de frustración, en el que surgen trabas o las cosas no evolucionan como se desearía, y también hay muchos y grandes momentos de recompensa. Conseguir la mejoría de un paciente complicado es algo que llena de satisfacción. Una se siente útil, incluso algo orgullosa por su acción. Se presume de ello con cierta incredulidad, esa que te hace ver las cosas desde fuera, como un ser ajeno, y preguntarte si de verdad eras tú la que estaba allí tomando las decisiones. Es una sensación muy especial que no se olvida. No se desea que se repita, por el bien del paciente y porque el agobio asociado a ese evento suele ser considerable, aunque una vez que todo ha salido bien, la ansiedad que te dominaba en ese momento, se diluye en el triunfo.

Los desvelos y la vocación de los médicos no siempre bastan. Hay pacientes que esperan milagros, acuden al hospital pero sin intención de poner nada de su parte, salvo sus quejas. Como la Sanidad es gratuita no le dan ningún valor, no la respetan. No se dan cuenta de que su gratuidad es un lujo. No les importa no acudir a sus citas de consulta, sin anularlas previamente para dejar su hueco a otro dispuesto a aprovecharla. En un alarde de egoísmo casi inimaginable tampoco se sienten en la obligación de avisar que no van a presentarse a un quirófano, que se quedará vacío al no llegar el paciente al que operar. Es una lástima, un desperdicio de tiempo, medios, personal y del dinero de todos. La salud es otra de esas cosas esenciales e invisibles y el sistema sanitario vela por ella, pero para cuidar la de todos es fundamental la implicación de cada individuo.

lunes, 18 de febrero de 2013

Educación sexual

A pesar de que el título de esta entrada pueda inducir a error, estoy muy, muy lejos de ser una gurú del sexo. Tengo todo un amplio surtido de tabúes implantados en mi mente que hacen que no me sienta cómoda al hablar de este tema. La educación y la sociedad han convertido algo natural en un misterio casi pecaminoso (la iglesia sin el casi). Por lo tanto no voy a detallar mis intimidades sino que, simplemente, me voy a remontar al pasado para tratar de superar de este modo algunas de mis inhibiciones.

Durante nuestra infancia el sexo se escondía, no existía la educación sexual. Sabíamos que los niños no los traía la cigüeña porque no eramos tontas y sólo había que sumar dos y dos para deducir que mis numerosos primos salían de las tripas embarazadas de mis tías, tras una visita urgente al hospital. El cómo entraban en ella creo que ni nos lo planteábamos, pero desde luego nadie nos contó la historia de las flores y las abejas, aunque sí la de la virgen María (del cofrecito nos informaron para la noche de bodas). Conocíamos que Adán y Eva habían sido expulsados del paraíso por cometer el pecado original, aunque la metáfora de comerse la manzana no aclaraba la realidad del asunto. Esto fue así hasta que un día me bajó la regla y, por inspiración, le pedí una compresa a mi madre (las pistas para semejante conclusión las obtuve de la publicidad de la televisión). Aquel fue el pistoletazo de salida y, casi de la noche a la mañana, la Señora decidió solucionar mis carencias e instruirme en el funcionamiento de los órganos sexuales. Hablar de sexo con los padres al llegar la adolescencia, cuando no sólo no se ha mentado hasta entonces sino que se ha esquivado como la peste, me hacía sentirme horriblemente confundida y azorada, y procuré eludir la turbadora conversación por todos los medios. Los peores momentos de sobresalto sucedían si me quedaba a solas con la Señora, incluso salir con ella a la calle me agobiaba ante el riesgo de que sacase a relucir el tema durante el paseo. Todos mis temores eran fundados.

Sin embargo el sexo es el pensamiento que domina la mente en la adolescencia, alrededor del cual se centran los cambios físicos y que hace que se despierten nuevos instintos, que se controlan a duras penas. Una vez surgido el dichoso instinto, de algún modo tenía que aprender. Las primeras experiencias para dar satisfacción a esos impulsos, aunque torpes, reforzaban aún más el deseo. Se comienza por la exploración de las bocas, primero tímida para sentir los labios y luego exhaustiva, hasta que no queda ni un recoveco por saborear. De ahí se baja al cuello, se pasa de las cosquillas más delicadas a los mordiscos con aspiraciones a vampiro. Se recurre luego a las manos, se encienden las ganas de tocar al otro, primero por encima y luego por debajo de la ropa. Aquello no calma ningún ardor y se quema cualquier resto de recato mientras se cubren etapas progresivamente. Se pone interés en hacerlo bien, pero no se pregunta a nadie sino que se busca información en la clandestinidad para estudiarla con mucha más aplicación que cualquier otra materia. En la biblioteca había muchos tratados famosos pero poco explicativos. Tampoco era cuestión de recurrir al Kama Sutra, al que veíamos como algo totalmente prohibido (eso no significa que el resto estuviese permitido pero, subjetivamente, la percepción de la infracción era menor). Finalmente encontramos un libro en el VIPS que se titulaba precisamente así: "Cómo hacer bien el amor...", del que había dos versiones, una era "... a un hombre" y la segunda "...a una mujer". Dada nuestra ignorancia compramos ambos y los forramos con papel de periódico para que pasasen desapercibidos, aunque su contenido distaba de poderse catalogar dentro de la literatura erótica, hay novelas mucho más descriptivas en ese sentido. Eran básicamente didácticos y bastante divertidos. Su cubierta estaba ilustrada con caricaturas de gallos y gallinas. Los leímos, los comentamos y nos imaginamos el paso de la teoría a la práctica. De hecho, pese a las ganas, lo más difícil era encontrar la oportunidad de poner en práctica lo leído.

Se aprovechaba cualquier momento y cualquier lugar, más o menos solitario y discreto, para ensayar sus enseñanzas. Se incluían desde trucos para besar a la interpretación de diversos signos. Compartir un lenguaje secreto e investigar puntos erógenos accesibles, en las palmas de las manos, los antebrazos, las rodillas... estimulaba la complicidad. Algunas sugerencias eran directamente imposibles, como la de probar a hacerlo en la bañera y sumergir las orejas durante el proceso porque, supuestamente, con ello las sensaciones se hacían más irreales. Lo irreal era contar con tiempo suficiente como para acoplarse en la bañera sin que te pillaran, por no hablar de lo de meterse dos personas en ella y disponer de espacio suficiente para poderse mover. Lo de sumergir las orejas casi nos mata ahogados de risa. Una de las conclusiones es que la flexibilidad de la juventud es imprescindible, no sólo para la bañera sino para ensayar posturas, cambios de las mismas y adaptarse a los sitios en los que debíamos escondernos para contar con algo de intimidad. En ese sentido también lo es la resistencia al frío y la velocidad para compensarlo, así como el conseguir empañar rápidamente los cristales con el calor de la respiración. La habilidad para vestirse y desvestirse es un punto básico, y también el estar muy atento a todos los ruidos externos. Con el tiempo la cosa mejora, especialmente el hábitat en el que practicar, lo que sin duda influye en el resultado.

viernes, 15 de febrero de 2013

Ausencia de empatía

La empatía no es mi fuerte. Sinceramente, no siempre lo es.

Esta es una queja que he recibido tras descubrir en quirófano un caso poco frecuente, que no grave, y duplicarme al paciente para adelantarle la cita. Se trataba de un niño, por lo que tuve que lidiar en la consulta con sus preocupados padres durante más de media hora. Su ansiedad era comprensible y procuré esforzarme para aclararles todas sus dudas. Los huecos normales son de quince minutos, y en este caso concreto eran además compartidos al estar citado como extra, pero aún así les dejé que enumerasen, una por una, la lista completa de preguntas, un folio por las dos caras, que traían apuntadas tras realizar una exhaustiva búsqueda por Internet. Mientras tanto, el resto de mis pacientes, que conocen mi puntualidad, se acumulaba en la sala de espera y se extrañaban ante el retraso. Para colmo me tocó repetir mis respuestas cuando el otro progenitor, que se había quedado rezagado para aparcar, apareció tarde y quiso enterarse de lo que ya se había hablado. Les expliqué incluso en qué consistía mi experiencia en esos casos y les facilité también el que consultasen una segunda opinión en otro centro, para que escogiesen el médico que más les convenciese. Finalmente se marcharon y, con un suspiro interno de alivio, pude continuar con mi trabajo.

Canté victoria demasiado pronto ya que esa no fue la última vez que les vi durante la siguiente hora. Entraron de nuevo, sin ser llamados y sin esperar a que hubiese un hueco entre los citados, que sí que habían aguantado fuera, pacientemente, mientras ellos consultaban su caso. Me contuve a duras penas para no indicarles su falta de educación, especialmente cuando se colaron sin miramientos por delante de un abuelo que apenas se sostenía con muletas y al que obstruyeron la entrada. El anciano era el paciente al que sí que había llamado. La segunda vez, la paciente correspondiente no tenía limitaciones de movilidad y fue más rápida que ellos. Sin embargo aquel no fue más que un detalle sin importancia, y su presencia no les impidió entrar a ellos también para resolver sus nuevas dudas. Mi respuesta fue breve y algo seca, el abuso de mi paciencia y de la cortesía del resto de los pacientes había acabado con mi tolerancia, aunque no les eché ni les di con la puerta en las narices, que era lo que el cuerpo me pedía. No sé si fue empatía por su parte, pero se despidieron con un sonoro portazo.

Les envié a Atención al paciente para que les solucionasen los retrasos con sus citas en Radiología, algo que no dependía de mí. Afortunadamente para ellos allí se les atendió debidamente como "personas" y recibieron toda la coba y comprensión que necesitaban. De paso aprovecharon la visita para poner la queja correspondiente (de tan sólo dos folios, para no resultar pesados) sobre los problemas a los que se habían tenido que enfrentar. Resaltaron mi falta de empatía y también el hecho de haberles ocultado información ( no les comenté algunas variantes anatómicas de las que se enteraron gracias a que estaban "escondidas" en el informe que les di por escrito. Supongo que el motivo fue que no lo traían apuntado en la lista de preguntas a la que me ceñí). Por desgracia tampoco les había gustado el trato previo al diagnóstico, no mío sino de otro médico, y mostraban una desconfianza generalizada hacia todos los que les habían visto hasta entonces. Pese a que los radiólogos le adelantaron la cita, no les convenció la manera en la que realizaron la prueba. Dado que el servicio es pequeño, creo que han agotado sus opciones de tratamiento en él. Mi falta de empatía debe de ser contagiosa porque no parece que su caso goce de simpatías entre el resto de mis compañeros.

jueves, 14 de febrero de 2013

Grandes ejemplos

A lo largo de la vida se conoce a personas extraordinarias a las que se admira y, no sólo eso, sino que esa admiración crece con el trato. Son personas ejemplares de las que se aprenden los pilares fundamentales que han de regir la vida de cada uno: sus valores.

Soy afortunada. Tengo la suerte de haber contado, y de contar, con muchos de estos ejemplos entre mis seres más cercanos. La Granja ha supuesto una de las mejores escuelas en la que forjar el carácter de los primos. Sencillez, prudencia, cortesía, respeto, apoyo, fortaleza, disposición, constancia, nobleza, alegría y perdón eran los cimientos sobre los que mis abuelos habían construido aquel hogar en el que todos nos reuníamos. En medio de ese circulo destacaban la laboriosa bondad de la tita Mercedes y la acogedora calidez de las titas. En la casa se aprendía del amor de unos y la generosidad de otros. De algunos resaltaba su dulzura, que contrastaba en ocasiones con la campechanía divertida y socarrona que animaba con frecuencia las veladas.

No son los únicos ejemplos. En la rama paterna brillaba con luz propia el sentido de la justicia de mi abuelo y la dignidad de mi abuela. Mi familia, además de excepcional, es muy amplia y sólo puedo enumerar los méritos de una pequeña parte. Tampoco sus virtudes se limitan a las descritas sino que abarcan mucho más porque todos comparten, además, la inquietud por mejorar. Me he criado con el sensato positivismo de la Señora, que siempre procura disfrutar y sacar lo mejor de lo que le ofrece la vida, la brillante inteligencia del Catedrático y su dedicación al trabajo, la sociable simpatía de hermanísima, el carácter decidido de hermanita con sus sabios consejos, y el humor de mi hermano, heredero directo de la hospitabilidad linarense.

No sólo he aprendido de mi familia, sino también, por supuesto, de mi profesora favorita del colegio, aún inseparable del título de Doña en mi cerebro, pero no como un símbolo de distancia sino de reconocimiento. Ocupan también un lugar de honor esas personas que han sido casi unas segundas madres, al cuidarnos cuando no estaba la titular. Mis amigos forman una familia paralela, escogida por una combinación de afinidad y admiración. Mejor que no piensen mucho el porqué me han escogido ellos a mí, supongo que básicamente no les quedaba más remedio que resignarse a los hechos una vez que me había encabezonado con la idea de conseguir su amistad.

¡Y está House! ¿Qué voy a decir de él? Sencillamente que es único e irrepetible. Todos los días me sorprenden nuevos detalles sobre su integridad, su lucidez y su fuerza moral. Me acerco a la puerta de su despacho para comentarle cualquier cosa y me quedo allí plantada, ensimismada mientras le miro, hasta que me saca de mi adoración y me echa de allí. A veces no me curo con eso y tengo que regresar al poco rato para remirarle e incluso robarle un mimo.

Convivir con tantísima gente buena es la mejor y la mayor de las fortunas. El que sea capaz de aprovechar estas enseñanzas viene limitado por mis propios defectos pero el secreto está en no desesperar nunca. Soy optimista, quizás esa sea mi mayor virtud. Dicen que nadie es perfecto aunque muchos de mis íntimos se acercan y eso es algo genial, ya que siempre están ahí cuando se les necesita.

¡FELIZ DÍA DE SAN VALENTÍN!

miércoles, 13 de febrero de 2013

Visitas y cuidados

A veces no entiendo bien a los pacientes reticentes a irse de alta. Una vez que se puede abandonar el hospital, uno convalece mucho mejor en su casa que es donde, sin duda, se está más a gusto y, además se puede descansar de verdad. Durante el ingreso se aúnan todo tipo de factores para evitar que el pobre enfermo duerma medianamente en condiciones. Esta falta de sueño no se debe tan sólo a las molestias propias de su patología, ni tampoco al incómodo mobiliario hospitalario, sino que en ella también influye el hecho de que "hay cariños, y cuidados, que matan".

Las visitas acuden en tropel a demostrar su apoyo su familiar débil y enfermo. No son conscientes de que esta debilidad es tanto física como inmunológica y que tanto apoyo termina por aplastarle. La limitación en el número de visitantes no es un mero capricho, sino que es una norma pensada por el bien del enfermo. Los tratamientos, aunque pensados para curar, presentan además una serie de efectos secundarios que facilitan la aparición de nuevos problemas. El hospital, aunque suene paradójico, es un medio poco saludable ya que por él pululan a sus anchas infinidad de bichos, la mayoría agresivos y multirresistentes. No sólo resulta fácil para el paciente coger lo que no tiene, sino que también el amable visitante puede salir de allí con algo más que un beso del enfermo. Llevar a un niño pequeño a ver a su abuelito es, por regla general, una pésima idea. Los críos son seres impresionables y les afecta el ambiente hospitalario. Hay heridas y escenas no aptas para todos los públicos. Pero además de por su sensibilidad, otro buen motivo para ahorrarles el paseo es el que los infantes son pequeños contenedores de todo tipo de virus y suponen una fuente de contagio de los gérmenes cazados en el colegio o la guardería.

Los hay que acuden obligados por la presión social, para evitar ser señalados como desconsiderados y no ser culpados de falta de caridad.  En este caso lo que les interesa es cumplir, sin más, y es frecuente encontrarse al interfecto en cuestión escondido por algún rincón echándose un cigarrillo prohibido, generalmente acompañado por otro de su misma ralea. No deben de saber leer. ¿Cómo se explica si no que se salten los carteles del hospital y las advertencias del paquete? El tabaco es "insalubre" por lo que no tiene cabida dentro del perímetro de un Centro Sanitario. Si tanto les preocupa el paciente al que acompañan no parece muy congruente el demostrarlo fumando, si es por la Sociedad tampoco lo sería el transgredir las leyes. Afortunadamente, el tiempo que pasan con el enfermo es inversamente proporcional a su devoción por el tabaco y se buscan la manera de cubrir el expediente a base de tertulia con otros que también han confundido el bar de amiguetes con las instalaciones hospitalarias.

Una vez despachado el enjambre de visitantes, los horarios de enfermería son otro factor que interrumpe la paz y el sosiego tan necesarios para el paciente. Sin dormir bien debe de ser más difícil restablecerse. ¿Por qué hay que tomar las constantes a un pobre enfermo a las 5 de la  mañana? ¿Para qué se le da la cena a las 8, o incluso antes? El pobre iluso se confía de que va a poder descansar a gusto y se encuentra con que, a medianoche, le interrumpen el primer sueño con un apetecible vaso de leche o un delicioso zumito de tetrabrick. Pero esta preocupación por su dieta a esas horas intempestivas no es el único cuidado al que se enfrenta el enfermo en su lucha por reposar. Tras retomar el sueño, las enfermeras, antes de terminar su turno, aparecerán a las 6 con los tubos de analítica, el aparato de tensión y el termómetro. A partir de ahí, con la cena digerida en los tobillos, no podrá dormir por culpa del hambre. Aquí es donde el paciente se arrepiente de haber rechazado la leche: la bandeja del desayuno no aparece hasta bien pasadas las 9, ¡tras 11 horas de ayuno! El protocolo es cuadriculado, y si marca esos horarios, hay que seguirlo a rajatabla. No todo es achacable al protocolo, ni mucho menos. También el galeno lleva su parte de culpa cuando pide analíticas diarias a pacientes irrecuperables, generalmente con venas imposibles, que precisan que la enfermería inicie la ronda de extracciones antes de que amanezca para tenerlas todas hechas antes de marcharse.


Cuando el enfermo parece evolucionar más rápido de lo previsto, lo que ocurre en realidad es que, visto el percal, se esfuerza por regresar a su casa lo antes posible para dormir tranquilo. Supongo que dada la escasez y el precio de una cama de hospital, no es mala política evitar que el paciente se quede a pernoctar en él más de lo estrictamente imprescindible. Pese a ello, hay que echar a más de uno, lo que me hace sospechar sobre el cómo les trataran en casa.

martes, 12 de febrero de 2013

Caperucita, Los Tres Cerditos y la dieta del Lobo

Hermanísima y yo nos pasamos las noches de nuestra infancia durmiendo bajo los cuentos. En mi caso se trataba de un póster de Blancanieves en el que el Príncipe la sostenía en brazos con una mirada arrobada en medio del bosque y en el suyo, no sé si para compensar, el dibujo era mucho menos romántico y reflejaba a los Tres Cerditos. No creo que mi padre se lo hubiese colocado ahí para inspirar su laboriosidad, aunque con mi progenitor sólo hay que creer en el credo y en los artículos de la fe. De ser así el mensaje era subliminal ya que los animales no trabajaban, habían dejado atrás la primera fase del cuento de la construcción de sus cabañas y bailaban felices y despreocupados al ritmo de una música imaginaria tras haber burlado al lobo feroz. ¿Nunca os ha dado algo de pena el pobre lobo? No me extraña que siempre estuviese hambriento y desesperado por hacerse con alguna presa. El Sr. Disney le tenía a dieta estricta. Un nombre apropiado para una clínica de adelgazamiento en pleno Disneyland habría sido sin duda "El lobo feroz", aunque no sé cuántos serían capaces de resistir su férrea disciplina más allá de un par de días.

Aquellos pósters habían sido un regalo, no recuerdo de quién porque por entonces era demasiado pequeña, El mío me encantaba (al otro no le encontraba la gracia aunque me parecía más bonito el dibujo que el cuento en sí, demasiado moralizante para mi gusto y sin ningún tipo de romanticismo para endulzar la lección). Es cierto que el romanticismo de mi vida por entonces se limitaba al de aquella imagen y al que leía en los libros, porque si bien a hermanísima nunca le faltaban candidatos aspirantes a novios esa era otra de las cosas que no compartíamos (en aquella época teníamos en común la habitación y parte de nuestros genes, pero a eso se limitaba el parecido entre ambas).

El lobo de Caperucita no moría de hambre en el cuento original de Perrault, cuya moraleja es dura de asumir para una mente infantil. En el siguiente corto Mr. Disney no sólo le dejó en ayunas sino que, para colmo, le puso delante todo tipo de tentaciones (no sé si en la cesta de la niña habría además un manzana envenenada de postre, no me extrañaría, pero con semejante régimen el Lobo también se quedó sin catarla) En el caso de probarla ...¿le habría salvado luego Caperucita con un apasionado beso de amor?

lunes, 11 de febrero de 2013

Libros de todo tipo

Leer es algo bueno por definición. Se podría afirmar que el caso es leer, independientemente de lo que se lea. Creo que siempre se aprende algo, e incluso de los libros que no gustan se puede salvar alguna frase o descubrir algún término nuevo entre sus palabras. En las páginas están las ideas y el trabajo del escritor, y aunque no sea inspirado o se esté de acuerdo con él, en el lector se despiertan sentimientos muy diferentes, que además varían mucho según las personas y sus experiencias. Por supuesto no todo se disfruta del mismo modo, ni todo posee la misma profundidad, pero también es cierto que cada lectura tiene su momento y no siempre apetece sumergirse en el pensamiento filosófico de un intelectual, por muy interesante que resulte. A veces sólo se necesita algo con lo que desconectar, aunque hay para quien son los intervalos de realidad los que les desconectan del mundo literario en el que viven. En otras ocasiones lo que se busca es sencillamente algo bonito. Hay quien va en busca de emociones y quien necesita calma, o evadirse a un mundo de fantasía, o soñar con un romance. En algunos casos muchos bestsellers sólo tienen el interés de ser eso, un éxito de ventas, pero como todo el mundo los conoce pueden dar pie a una conversación, porque los libros son siempre un excelente tema sobre el que hablar, se comenta sobre lo leído, se salta de un autor a otro, y las preferencias y las opiniones de una persona proporcionan una amplia información sobre ella y permiten conocerla mejor.

Sobre la almohada

Hace poco describí en una carta para un concurso mi libro ideal. Una obra en la que, gracias al don de su escritor y a la magia del lenguaje, las palabras se convirtiesen en una realidad tangible. Que reflejase un mundo al que me apeteciera regresar en cualquier momento, viajar a él simplemente al recordarlo de repente y reencontrarme con sus entrañables personajes para compartir con ellos su vida, sus sueños y sentir sus emociones en toda su intensidad. Lo define Erri de Luca en El día antes de la felicidad: "Una historia que se desborda por todas partes, de la que el escritor sólo recoge un poco y el lector tiene el gusto de esa abundancia que se desborda más allá del escritor". Como premio a mi carta recibí de la editorial un libro, "Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo", del que comenté que "ya os contaría". La verdad es que el libro en cuestión poco tenía que ver con lo descrito. Reconozco que no me identifiqué con él, no llegué a conectar. Es cierto que tenía pasajes curiosos pero sus personajes carecían de enjundia, el ritmo de la obra era desigual y el argumento no había sabido mantener la tensión. Sí que tenía intenciones pero le faltaban logros.

Aún así, algunas cosas me gustaron, como la idea de "tardar años en hacer tuya una almohada (...), saber cómo doblarla para conseguir el sueño perfecto (...) Incluso saber cómo huele después de una buena dormida." Me hizo pensar. Es cierto, a cada uno le gusta su almohada una vez que ha encontrado la ideal y la ha adaptado poco a poco a él. Incluso hay médicos que es una de las cosas que se llevan a la guardia para extrañar menos la incómoda cama del hospital. En mi caso me gusta blanda, con textura de plumón, que se pueda amoldar alrededor del lado izquierdo de mi cara y mi cuello y pasarla sobre el hombro de ese mismo lado mientras guardo la mano debajo. Esa es mi postura para atrapar el sueño y me hizo gracia ese párrafo del libro que indica que la mayoría tiene un ritual especial con su almohada para compartir sus sueños con ella. ¿Consultar las decisiones con la almohada? Tras ordenar los pensamientos con calma, en esa primera fase onírica en la que algunas noches afloran los temores y en otras surge la valentía que da una seguridad de ser casi invencible, se ofrece una perspectiva de las cosas que permite sopesarlas de forma diferente. Si en esos momentos no se siente el empuje de llevar a cabo los planes es difícil sentirlo despierto. Como he dicho al principio: siempre se puede aprovechar algo de cada lectura y, tras un libro que no convence, lo mejor es resarcirse con otro que sí que lo haga (es este caso con el citado de Erri de Luca). ¿Qué os parece esta frase? "La historia era una cocina de ingredientes, se alteraban las dosis y salía un plato de lo más distinto".

viernes, 8 de febrero de 2013

ARROZ CON LECHE

"Kitty's Breakfast" Emily Farmer
He probado múltiples versiones de arroz con leche y, definitivamente, me gustan todas (y estoy siempre dispuesta a catar nuevas recetas). La de Canena, tal y como la hacían la Baronesa y la tita Carmen, consistía en cocer el arroz directamente en la leche con el azúcar, aromatizarlo con canela y cáscara de naranja, y darle vueltas y más vueltas, sin parar, durante casi una hora, hasta que se ablandaba y se quedaba muy suave, casi deshecho, prácticamente convertido en crema. Luego se vertía en una fuente grande, de loza blanca y se espolvoreaba con canela. Se dejaba enfriar y se guardaba en la nevera para servirlo a cucharones, de postre, tras una cena más o menos ligera. Sin embargo, en mi opinión, lo mejor de todo era despertarse al día siguiente y tener los restos de la fuente de arroz esperando en la nevera para tomarse un buen plato de desayuno, o más de uno. ¡No podía haber mejor manera de empezar el día!

El arroz de la Baronesa era algo más líquido y ligero que el de la tita Carmen, lo que hacía que entrase con gran facilidad, quizás demasiada si una se dejaba llevar por la glotonería y el hambre de recién levantada. Descubrí tarde, y durante un viaje, que su digestión no era tan sencilla como su acomode en el estómago. Una vez allí aposentado, tardó más tiempo en pasar por el píloro que el que empleó mi padre, a base de adelantar camiones, en atravesar Despeñaperros. Cruzar el puerto con tres platos de aquel suculento arroz en el estómago no fue una hazaña compatible con la de sobrellevar las curvas. El pobre arroz sufrió un desastroso final, totalmente inmerecido. Esa amarga experiencia me enseñó a tomar la precaución de no atiborrarme de arroz con leche antes de un viaje, aunque lógicamente no afecta a su disfrute en cualquier otro momento.

El arroz con leche tradicional, que trascribo según una receta asturiana original, confieso que no es el que hago habitualmente, ni tampoco creo que me anime a hacerlo nunca por aprecio a mis muñecas de cirujano. La mera idea de pasar dos horas sobre el fuego sin parar de remover la mezcla resulta dolorosa en sí. Mi elaboración es infinítamente más relajada, cómoda y sencilla (apta para delicadas princesas e incluso bellos durmientes). Mi truco es una maravillosa olla lenta, de barro, traída por hermanísima de Inglaterra cuando aquí no se conseguían fácilmente, en la que sólo hay que poner los ingredientes (según se especifican en esta misma receta) junto con la leche templada. Se enchufa, se enciende en el mínimo y se deja cocer durante toda una mañana, una tarde o una noche, sin preocuparse del tiempo ni de nada más. Tras un buen sueño sólo resta despertarse con una maravillosa crema de arroz en el puchero, a la que sólo le falta el frío. En ese momento, añadirle un chorreón final de lemoncello, un pequeño truco que me enseñaron, le da un toque especial (al igual que el amaretto hace lo propio con la creme brulée). El resultado no tiene nada que envidiarle a la preparación más tradicional, salvo en la ausencia del dolor de articulaciones del que puedo prescindir sin pena alguna. Una capa de azúcar moreno rociado de anís y quemado con el hermoso soplete que mi madre me regaló para la Bica le proporciona la crujiente costra final (si se desea). La primera vez que tomé el arroz con una costra quemada de azúcar tostado fue en "Cirilo", cuando Juan Pablo Jiménez aún ejercía allí de chef. Si el arroz de mi abuela era bueno, aquel fue una sorpresa. Nunca lo he tomado igual, ni tan siquiera en nuestro viaje a Asturias, de donde se supone que es oriundo. Claro que la mano y el genio de Pablo son un don.

ARROZ CON LECHE TRADICIONAL (para puristas con paciencia y buenos brazos y que no dispongan de una olla para vagos como la mía)
- 1 litro y medio de leche entera.
- 1 palo de canela.
- La ralladura entera de medio limón (o naranja si se prefiere), con cuidado de que no tenga nada de la parte blanca para que no amargue.
- 200 gr de azúcar.
- 100 gr de arroz de grano corto (el mejor para que quede meloso).
- Un par de horas.

Calentar a fuego bajo una pequeña cantidad de agua, no más de medio vaso, y verter sobre ella un pocillo de arroz, es decir, una cuarta parte del vaso de agua. Remover sin parar con una cuchara de madera hasta que se convierta en una semi-pasta blanca tras soltar el almidón. Agregar entonces la corteza de limón y la rama de canela, sin parar de remover.
Cuando el agua se haya evaporado, verter muy poco a poco la leche templada.
Retirar la piel de limón y la canela, añadir el azúcar y remover a fuego muy bajo hasta que se disuelva bien.
Servir en los cuencos individuales y espolvorear con canela. Enfriar. Para la costra cubrir con azúcar y un poco de anís y requemar con el soplete (o meter bajo el gratinador si no se dispone de soplete).

jueves, 7 de febrero de 2013

El triunfo de la alegría

Siempre he admirado a esas personas que son buenas por naturaleza, que saben mantener la calma ante la adversidad y son siempre corteses y gentiles con todo el mundo sin permitir que sus pasiones, el cansancio o sus simpatías afecten a sus juicios o a su comportamiento social. Saben estar en todas las situaciones. Poseen una gran fortaleza interior y resisten sus debilidades de un modo en el que, verdaderamente, parece que no padecieran ninguna, aunque supongo que en realidad todo el mundo sufre alguna. Nunca explotan ni pierden la paciencia. 

Sé a ciencia cierta que uno de mis principales defectos reside precisamente en esto y, aunque hago propósito de enmienda una y otra vez, no siempre consigo dominarme en los momentos de mayor acaloramiento. Cuando soy consciente de la inminente caída, lo que desgraciadamente no ocurre siempre, logro disimular, generalmente mal y a duras penas, algo de lo que siento. Sin embargo disimular no es lo mismo que controlar y dista años luz de mi objetivo. A menudo no soy consciente y exploto antes de darme cuenta. El batacazo me hace sentirme abochornada y arrepentida, aunque ya es demasiado tarde. Estas palabras de Amelia Barr me han parecido un buen canon para tener presente especialmente en esos momentos en los que se flaquea y es fácil dejarse arrastrar por el genio, el pesimismo o las dudas, o también para recuperarse tras un sonado fracaso. 

"Para lograr el éxito en lo que se persigue hay que evitar dejarse llevar por los arranques de mal carácter y la suspicacia ante los momentos duros. Uno de los grandes apoyos del éxito es, precisamente, la alegría: ir a trabajar con un sentido pleno de la vida, rebosante, estar decidido a retirar cualquier obstáculo, superarlo y dominarlo. Por encima de todo hay que mantener la ilusión: no hay dicha para los que desesperan." Amelia Barr.   

miércoles, 6 de febrero de 2013

Desde los Reyes Magos

Las navidades quedaron atrás pero aún hay detalles que las traen de nuevo hasta el momento actual. Uno de ellos es el concurso organizado por la editorial Random House Mondadori. Se trataba de escribir una carta a los Reyes Magos en la que se describiese el libro ideal de cada uno. El premio consistía precisamente en una obra literaria que se adaptase a esas características. No supe nada hasta la semana pasada, en la que justo el mismo día del 200 aniversario de la publicación del Pride and Prejudice,  recibí un mensaje en el que me informaban de que mi carta había sido una de las escogidas por Sus Majestades y que mi regalo me llegaría en breve. Os transcribo una copia del original, que les pedí dado que no lo guardé en su momento. De ese modo me he enterado de que no sólo había sido seleccionada sino que además está la primera de la lista. ¡Estas visitas fuera de fecha son una más que agradable sorpresa! 

Queridos Reyes Magos:
Antes de nada deseo daros las gracias por vuestra propuesta y sé que con vuestra proverbial sabiduría encontraréis fácilmente mi libro ideal. Procuraré describíroslo bien: un buen libro, de estilo fluido y ameno, de ritmo homogéneo y con entrañables personajes tan corpóreos como si fuesen de carne y hueso, y tan mágicos y ligeros como sólo pueden ser los creados en tinta.
Un libro de los que deja huella, que respire serenidad y optimismo, con el que viaje la imaginación y que atrape al lector en cada una de sus páginas. Un libro que me apasione, me conmueva o me haga reír. Quiero un libro que me haga pensar y que esté lleno de ideas, aunque al mismo tiempo no me limite a ceñirme a ellas sino que me permita ir más allá. Deseo un libro con frases que me inspiren y me hagan soñar, un libro con párrafos que nunca olvide y que, a pesar de ello, en cada lectura me haga regresar de nuevo a su mundo y descubrirlo con la misma inocencia que la primera vez.
Un libro extraordinario, que siempre me sorprenda, que me dé vueltas en la cabeza y que llegue a formar parte de mí. Así sería, a grandes rasgos, mi libro ideal.
Muchas, muchas gracias y Felices Fiestas.

Premio:  Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo (ya os contaré)

martes, 5 de febrero de 2013

Rotondas

Algunos conductores se comportan en las rotondas igual que en el juego de la "gallinita ciega": al cuarto de vuelta van perdidos y despistados. Cuando la glorieta se complica con dos carriles, el que va por el de la izquierda, cuando llega a su salida, se cruza sin molestarse en mirar siquiera. El pitido del coche de la derecha, al que casi se ha llevado por delante, no le parece en absoluto justificado. Se ha tomado al pie de la letra lo de que "el que está dentro de la rotonda tiene preferencia" y claro, él estaba dentro y tiene derecho a hacer lo que le venga en gana que el resto debe abrirle paso. Tener la previsión de anticiparse y echarse al carril derecho (ese por el que sólo circulan los camiones y los alumnos de autoescuela) antes de tener que desviarse, supone una planificación que no es compatible con las cortas luces de muchos de los borricos que van al volante. Menos aún la idea de que incluso sea recomendable perder un poco de tiempo y dar una vuelta de reconocimiento en el caso de no tener las cosas claras. Antes que malgastar un instante en hacerse una composición de lugar es preferible: amagar la salida, arrepentirse (en ocasiones con marcha atrás incluida), cruzarse al carril central para atravesar la glorieta a toda velocidad y acceder a la calle deseada en la última fracción de segundo.

Recuerdo la época en la que aprendí a conducir. El profesor de la autoescuela me llevaba por infinidad de rotondas porque lo esperable era que, dado el circuito del examen, me tocase meterme en alguna. Las peores eran las de raqueta porque con frecuencia no las descubrías hasta que no estabas encima de ellas. El confiar en la señalización presuponía confiar también en la inteligencia del concejal de urbanismo, fe que, rara vez se veía recompensada. Supongo que es por ello por lo que el profesor nos llevaba a conocer la zona, lo que en teoría estaba prohibido aunque en la práctica era algo que hacía todo el mundo antes de examinarse. Con esta transgresión, las autoescuelas demostraban mucha más lucidez que los responsables de las indicaciones.

Durante el viaje por tierras escocesas, además de tener que afrontar los caminos que se denominaban carreteras simplemente por el hecho de estar asfaltados, nos encontramos también con que las rotondas se tomaban al revés. Si en España el giro es en sentido antihorario, allí había que hacerlo de acuerdo a las manecillas del reloj, lo que provocaba la incómoda sensación de estar incurriendo en un error. También es cierto que la mayoría de las veces las glorietas no eran más que un mero ensanchamiento del camino de un único carril. Había que echarse "a la izquierda" (aunque la tendencia natural fuese otra) y detenerse allí a esperar a que llegase el coche que venía de frente para que hiciese lo propio, saludarse y continuar ambos con nuestras respectivas rutas. Si no se hacía así, la alternativas eran: chocarse, retroceder hasta la rotonda anterior o salirse al prado a hacer compañía a las ovejas. No eramos las únicas turistas que transitaban por allí, de hecho casi todo el tráfico era foráneo, por eso, como la mayoría estábamos habituados a ir por la derecha en más de una ocasión el de enfrente se echaba hacia el lado que no era y se generaba un pequeño lío. Afortunadamente los encuentros de este tipo no solían suceder con frecuencia, por allí no circulaban apenas vehículos. Estoy convencida de que los lugareños conocían otras carreteras mejores (lo que no era difícil) que, simplemente, no aparecían dibujadas en los mapas. ¡Si ni siquiera había señales en las que sí que salían! No sé si esta era una estrategia de su Ministerio de Obras Públicas (si es que existía) para evitar las críticas.

Eso sí, para críticas, la de los descerebrados encargados de proyectar las obras de la M30. Después de ponerse a arreglar los alrededores de una de las glorietas que más se bloquean por su estrechez, levantarla entera y obligar a los conductores a sufrir durante meses el correspondiente atasco, la rehicieron exactamente igual que antes limitándose simplemente a crear una nueva salida a escasos tres metros de ella. Se debieron quedar más anchos que largos, al contrario que la plazoleta en cuestión que no es ni una cosa ni la otra. Parece hecha a imitación de las carreteras escocesas, al menos en amplitud, de modo que ni siquiera caben las líneas de autobuses que, supuestamente, han de circular por ella: en cuanto coinciden dos, el tráfico se detiene. Para reanudarlo deben ponerse de acuerdo y contar con el amable civismo del resto para que les cedan el paso, esperar que no haya ningún otro coche que al girar bloquee su avance y cruzar los dedos para que, en el ínterin, no se cierre el semáforo y les deje en medio de tierra de nadie. El sempiterno atasco se transforma en un auténtico caos a la hora de la salida de los autocares escolares. No sé si la idea de esta brillante reforma se les ocurrió tras alguna conversación con algún ingeniero escocés ni si el problema residió en la falta del dominio del idioma lo que les indujo a pensar que economizar en espacio equivalía a hacer economías.

lunes, 4 de febrero de 2013

Sobrinos

Es llamativa la personalidad de los bebés. Desde muy pequeños muestran grandes diferencias entre unos y otros. Ciclón era un trasto desde que abrió los ojos al nacer y no tardó demasiado en esmerarse en demostrarlo. Intentaba imitar todo lo que hacía su hermana, dos años mayor que ella pero mucho menos decidida, y en cuanto se le presentaba la oportunidad de superarla en algo la aprovechaba sin remordimiento alguno. A los 7 meses se aburrió de sus limitaciones y empezó a ponerse en pie, aunque por entonces aún tenía que agarrarse a la mesa para conseguirlo. A los 9 soltó la mesa y comenzó a andar sin apoyos, y ese fue el momento en el que se terminó cualquier atisbo de paz en casa de hermanísima. A los 10 meses corría como un tabardillo por el pasillo, generalmente después de cometer alguna fechoría (investigar lo que se escondía bajo la tierra de las macetas tras volcarlas y vaciarlas a conciencia, o bloquear el ordenador de cuñadísimo tras meter la tarjeta del canal plus en la disquetera para ver si aparecían sus dibujos favoritos en la pantalla). Al año de edad trepaba a los columpios a los que sobrinísima ni siquiera osaba acercarse y se tiraba por el tobogán más alto, sin miedo a descalabrarse, mientras su hermana mayor dudaba acobardada si subir o bajar, aferrada con fuerza al primer escalón. Enseguida descubrió cómo ganarse a los adultos con su graciosa zalamería, hermanísima fue su primera víctima, pero no la única. Se erigió en reina de la guardería, con carta blanca para campar por ella a sus anchas y disponer su voluntad con el beneplácito de sus arrobadas profesoras. Sobrinísima se resistía a su juego y muchas veces era presa de la desesperación al ver las artimañas a las que recurría Ciclón para salirse con la suya. Pese a sus choques, sobrinísima se beneficia del empuje de su hermana y ésta también ha aprendido algo de su estricto sentido del honor.

El supersobrino es un delicioso bebé hecho de pura ternura. Mira el mundo con la curiosidad de sus enormes ojos claros y cada vez que llega alguien a verle, se inclina hacia él para dejarse coger por los nuevos brazos. Una vez en ellos, apoya su manita en la cara del que le sostiene, y le toca con una caricia mimosa que le explora y le conquista sin remedio. Es cariñoso como él solo y disfruta dejándose querer. Puede haber veinte ansiosos a su alrededor dispuestos a achucharle que no se quejará. Al contrario, el crío simplemente sonreirá encantado, agitará los pies y los brazos con entusiasmo mientras le pasan de mano en mano y emitirá alegres gorgoritos que conseguirán contagiarnos a todos con su felicidad.

sábado, 2 de febrero de 2013

Paperman - Disney



Hay que saber leer los mensajes del destino, aunque algunos sean más claros que otros. Si se pierde una oportunidad, no hay que rendirse, sino salir en busca de una nueva e insistir en lo que verdaderamente se desea. Nunca hay que desfallecer cuando se va en pos de la felicidad.

viernes, 1 de febrero de 2013

Escritores y lectores

Se empieza a escribir porque sí, y al principio se es totalmente inconsciente del peligro que supone emborronar cuartillas con palabras y más palabras. El lenguaje seduce, engancha, y antes de darse cuenta el escritor cae víctima de esa atracción. Está atrapado entre las frases, le obsesiona encontrar la mejor manera de expresarse, de transmitir sus pensamientos y sus emociones. La escritura sirve de consuelo, de desahogo, de memoria.

Escribir se hace para uno y para todos. Se piensa en el lector, aunque en ocasiones éste sea únicamente el mismo autor. Se pregunta entonces si sus ideas tienen algún sentido. Se siente la imperiosa necesidad de comprobar la facultad de comunicarse con el resto a través de la escritura. Inquieta saber si se ha sido capaz de plasmar lo que se deseaba, tal y como se deseaba, y si las frases escogidas despiertan en los demás sentimientos similares a los que las originaron. También es un método para salir de dudas sobre si se es un espécimen raro o, si no se está solo, sino que existe alguien más que comparte esa particular visión.

Las historias poseen magia. Recrean momentos entrañables del pasado para arrastrarlos con viveza al presente. Convierten en realidad lugares y personajes que, hasta entonces, sólo vivían en la imaginación. Establecen un nexo entre el escritor, los protagonistas y el lector. Los unen en un mundo en el que no existen ni el tiempo ni la distancia, y en el que se han borrado los límites entre realidad y ficción.