A veces no entiendo bien a los pacientes reticentes a irse de alta. Una vez que se puede abandonar el hospital, uno convalece mucho mejor en su casa que es donde, sin duda, se está más a gusto y, además se puede descansar de verdad. Durante el ingreso se aúnan todo tipo de factores para evitar que el pobre enfermo duerma medianamente en condiciones. Esta falta de sueño no se debe tan sólo a las molestias propias de su patología, ni tampoco al incómodo mobiliario hospitalario, sino que en ella también influye el hecho de que "hay cariños, y cuidados, que matan".
Las visitas acuden en tropel a demostrar su apoyo su familiar débil y enfermo. No son conscientes de que esta debilidad es tanto física como inmunológica y que tanto apoyo termina por aplastarle. La limitación en el número de visitantes no es un mero capricho, sino que es una norma pensada por el bien del enfermo. Los tratamientos, aunque pensados para curar, presentan además una serie de efectos secundarios que facilitan la aparición de nuevos problemas. El hospital, aunque suene paradójico, es un medio poco saludable ya que por él pululan a sus anchas infinidad de bichos, la mayoría agresivos y multirresistentes. No sólo resulta fácil para el paciente coger lo que no tiene, sino que también el amable visitante puede salir de allí con algo más que un beso del enfermo. Llevar a un niño pequeño a ver a su abuelito es, por regla general, una pésima idea. Los críos son seres impresionables y les afecta el ambiente hospitalario. Hay heridas y escenas no aptas para todos los públicos. Pero además de por su sensibilidad, otro buen motivo para ahorrarles el paseo es el que los infantes son pequeños contenedores de todo tipo de virus y suponen una fuente de contagio de los gérmenes cazados en el colegio o la guardería.
Los hay que acuden obligados por la presión social, para evitar ser señalados como desconsiderados y no ser culpados de falta de caridad. En este caso lo que les interesa es cumplir, sin más, y es frecuente encontrarse al interfecto en cuestión escondido por algún rincón echándose un cigarrillo prohibido, generalmente acompañado por otro de su misma ralea. No deben de saber leer. ¿Cómo se explica si no que se salten los carteles del hospital y las advertencias del paquete? El tabaco es "insalubre" por lo que no tiene cabida dentro del perímetro de un Centro Sanitario. Si tanto les preocupa el paciente al que acompañan no parece muy congruente el demostrarlo fumando, si es por la Sociedad tampoco lo sería el transgredir las leyes. Afortunadamente, el tiempo que pasan con el enfermo es inversamente proporcional a su devoción por el tabaco y se buscan la manera de cubrir el expediente a base de tertulia con otros que también han confundido el bar de amiguetes con las instalaciones hospitalarias.
Una vez despachado el enjambre de visitantes, los horarios de enfermería son otro factor que interrumpe la paz y el sosiego tan necesarios para el paciente. Sin dormir bien debe de ser más difícil restablecerse. ¿Por qué hay que tomar las constantes a un pobre enfermo a las 5 de la mañana? ¿Para qué se le da la cena a las 8, o incluso antes? El pobre iluso se confía de que va a poder descansar a gusto y se encuentra con que, a medianoche, le interrumpen el primer sueño con un apetecible vaso de leche o un delicioso zumito de tetrabrick. Pero esta preocupación por su dieta a esas horas intempestivas no es el único cuidado al que se enfrenta el enfermo en su lucha por reposar. Tras retomar el sueño, las enfermeras, antes de terminar su turno, aparecerán a las 6 con los tubos de analítica, el aparato de tensión y el termómetro. A partir de ahí, con la cena digerida en los tobillos, no podrá dormir por culpa del hambre. Aquí es donde el paciente se arrepiente de haber rechazado la leche: la bandeja del desayuno no aparece hasta bien pasadas las 9, ¡tras 11 horas de ayuno! El protocolo es cuadriculado, y si marca esos horarios, hay que seguirlo a rajatabla. No todo es achacable al protocolo, ni mucho menos. También el galeno lleva su parte de culpa cuando pide analíticas diarias a pacientes irrecuperables, generalmente con venas imposibles, que precisan que la enfermería inicie la ronda de extracciones antes de que amanezca para tenerlas todas hechas antes de marcharse.
Cuando el enfermo parece evolucionar más rápido de lo previsto, lo que ocurre en realidad es que, visto el percal, se esfuerza por regresar a su casa lo antes posible para dormir tranquilo. Supongo que dada la escasez y el precio de una cama de hospital, no es mala política evitar que el paciente se quede a pernoctar en él más de lo estrictamente imprescindible. Pese a ello, hay que echar a más de uno, lo que me hace sospechar sobre el cómo les trataran en casa.
1 comentario:
Pasaos un sábado o domingo por la tarde por la planta de Obstetricia del HUFA... ¡Diversión asegurada!
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