Recuerdo la época en la que aprendí a conducir. El profesor de la autoescuela me llevaba por infinidad de rotondas porque lo esperable era que, dado el circuito del examen, me tocase meterme en alguna. Las peores eran las de raqueta porque con frecuencia no las descubrías hasta que no estabas encima de ellas. El confiar en la señalización presuponía confiar también en la inteligencia del concejal de urbanismo, fe que, rara vez se veía recompensada. Supongo que es por ello por lo que el profesor nos llevaba a conocer la zona, lo que en teoría estaba prohibido aunque en la práctica era algo que hacía todo el mundo antes de examinarse. Con esta transgresión, las autoescuelas demostraban mucha más lucidez que los responsables de las indicaciones.
Durante el viaje por tierras escocesas, además de tener que afrontar los caminos que se denominaban carreteras simplemente por el hecho de estar asfaltados, nos encontramos también con que las rotondas se tomaban al revés. Si en España el giro es en sentido antihorario, allí había que hacerlo de acuerdo a las manecillas del reloj, lo que provocaba la incómoda sensación de estar incurriendo en un error. También es cierto que la mayoría de las veces las glorietas no eran más que un mero ensanchamiento del camino de un único carril. Había que echarse "a la izquierda" (aunque la tendencia natural fuese otra) y detenerse allí a esperar a que llegase el coche que venía de frente para que hiciese lo propio, saludarse y continuar ambos con nuestras respectivas rutas. Si no se hacía así, la alternativas eran: chocarse, retroceder hasta la rotonda anterior o salirse al prado a hacer compañía a las ovejas. No eramos las únicas turistas que transitaban por allí, de hecho casi todo el tráfico era foráneo, por eso, como la mayoría estábamos habituados a ir por la derecha en más de una ocasión el de enfrente se echaba hacia el lado que no era y se generaba un pequeño lío. Afortunadamente los encuentros de este tipo no solían suceder con frecuencia, por allí no circulaban apenas vehículos. Estoy convencida de que los lugareños conocían otras carreteras mejores (lo que no era difícil) que, simplemente, no aparecían dibujadas en los mapas. ¡Si ni siquiera había señales en las que sí que salían! No sé si esta era una estrategia de su Ministerio de Obras Públicas (si es que existía) para evitar las críticas.
Eso sí, para críticas, la de los descerebrados encargados de proyectar las obras de la M30. Después de ponerse a arreglar los alrededores de una de las glorietas que más se bloquean por su estrechez, levantarla entera y obligar a los conductores a sufrir durante meses el correspondiente atasco, la rehicieron exactamente igual que antes limitándose simplemente a crear una nueva salida a escasos tres metros de ella. Se debieron quedar más anchos que largos, al contrario que la plazoleta en cuestión que no es ni una cosa ni la otra. Parece hecha a imitación de las carreteras escocesas, al menos en amplitud, de modo que ni siquiera caben las líneas de autobuses que, supuestamente, han de circular por ella: en cuanto coinciden dos, el tráfico se detiene. Para reanudarlo deben ponerse de acuerdo y contar con el amable civismo del resto para que les cedan el paso, esperar que no haya ningún otro coche que al girar bloquee su avance y cruzar los dedos para que, en el ínterin, no se cierre el semáforo y les deje en medio de tierra de nadie. El sempiterno atasco se transforma en un auténtico caos a la hora de la salida de los autocares escolares. No sé si la idea de esta brillante reforma se les ocurrió tras alguna conversación con algún ingeniero escocés ni si el problema residió en la falta del dominio del idioma lo que les indujo a pensar que economizar en espacio equivalía a hacer economías.
1 comentario:
En tierras brasileñas las rotondas son casi rectas! No saben el daño que Ayton Sena hizo en el país....
Publicar un comentario