sábado, 30 de noviembre de 2013

En familia

¿Blog personal? Debería existir una categoría de blog familiar. No sé si el mío sería el mejor ejemplo pero lo que es innegable es que está lleno de familia: perfiles, cumpleaños, imágenes y cuentos para sus distintos miembros. Lo cierto es que aprovecho cualquier excusa para escribir y mi amplia familia no sólo me las proporciona sino que, además, son una fuente garantizada de lectores. El blog es abierto aunque eso no evita que el que llega de fuera sienta, a veces, la timidez de un intruso. Sin embargo en mi familia no hay barreras. La puerta de la granja permanecía abierta durante todo el día (sólo se cerraba por la noche cuando se soltaban los perros) y sus habitantes siempre estaban dispuestos a acoger a aquellos que se quisieran añadir al grupo, y no había quien, tras la primera visita, no deseara pertenecer a él. Eso es lo que mis tíos vieron hacer a mis abuelos toda su vida, el modelo del que aprendieron, y otro proceder les resulta casi inconcebible.

Supongo que es difícil hacerse idea de toda la extensión de mi familia y no es posible resumirla en unas líneas. No estaría bien representada por un simple árbol genealógico. Se precisaría todo un bosque genealógico para hacerlo en condiciones. Un bosque en el que los miembros nos pudiésemos reunir en sus claros de flores y refugiarnos bajo sus frondosas sombras. Un bosque de árboles nobles, hospitalarios, de ramas entrelazadas entre sí y con ramas libres para recibir nuevas incorporaciones. Sería un bosque hecho de capas de vegetación, desde los más pequeños brotes y arbustos, pasando por árboles frutales de los que alimentarse mezclados con otros ejemplares de mediano tamaño. Hay árboles de copas tan altas que siempre mantienen una parte por encima de las nubes para iluminar al resto, a pesar de los nubarrones, y árboles eternos que unen y guardan el bosque entero.

viernes, 29 de noviembre de 2013

La expedición del polvorón

Hace muchos años, cuando vivíamos entre el lujo del Barrio de Salamanca, también en un piso sin lámparas, nos aficionamos a lo bueno, cosa que no nos costó ningún esfuerzo. Entonces las tiendas gourmet se llamaban mantequerías y cerca de casa teníamos una. Al acercarme por allí en época de navidad me llamaron la atención unos polvorones. Era difícil que pasasen desapercibidos, de entrada el precio había que mirarlo dos veces para cerciorarse de que no se trataba de un error de percepción. La caja estaba decorada con todo tipo de medallas. Hasta entonces no sabía que los polvorones entrasen en ninguna competición, pero estos no sólo participaban sino que barrían a sus adversarios. Soy golosa y caprichosa así que no me resistí y me llevé una muestra. Al día siguiente volví a por más, muchos más. Cuando cerraron la tienda los busqué por todo el barrio hasta dar con ellos. Con el boom inmobiliario mi proveedor se mudó a Alcobendas pero por teléfono les encargaba cajas de 5 kg que me servían a domicilio. No, no me comía yo sola los 5 kilos, nunca faltaban voluntarios con los que compartirlos.

Nos mudamos y ahora los famosos polvorones son una excusa perfecta para hacer una expedición al antiguo barrio (donde los volví a encontrar). No soy la única adicta, según terminan las vacaciones de verano empiezan las indirectas, y las directas. Por ellos me enfrento al tráfico a la hora maldita de la salida escolar. No tengo claro que es peor, si los autocares o las madres. Los conductores más agresivos se crispan ante la doble y triple fila y hay estar al quite y no distraerse. Ni se me ocurre buscar un hueco en la calle, a precio de zona verde no merece la pena. Se agradece la lucecita verde que me indica la única plaza libre de todo el parking.

En el escaparate de las Mantequerías Bravo veo dos bolsitas con la etiqueta de Felipe II. ¡Ya han llegado! Al parecer he cantado victoria antes de tiempo. Habían llegado pero se han agotado, hay muchos buitres en esta ciudad. Esperan una nueva remesa para el día siguiente. Afortunadamente no tengo que hacer otro viaje, se ofrecen a llevármelos a casa.

Regreso al parking. No encuentro el ticket por ninguna parte. No me agobio, ¿para qué? no arreglaría nada y sólo pasaría un mal rato. Me convenzo de me lo he dejado en el coche y voy a buscarlo. Casi acierto. El ticket está ahí, tirado junto a la puerta, se ha debido de caer al salir y ha esperado sin moverse a que volviese a por él. Lo recojo y voy a la caja, la máquina está ocupada, considero que por un rato. Mejor, así puedo contarle a alguien lo que me ha pasado. Me atiende un chaval muy simpático. Sonrío de regreso a mi coche y unos señores me llaman guapa. Cuando llego a casa me encuentro sobre la mesa mi último pedido de libros. Si hago recuento la tarde ha resultado ser de lo más provechosa: mantecados, piropos y libros. No está nada mal.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Flores de Pascua

Me han regalado una Flor de Pascua. Me la ha traído uno de mis pacientes y esos regalos siempre hacen ilusión. Ya os comenté que no he sido agraciada con el don de la mano verde, sino con el maleficio de la negra, por lo que House se ocupa del cuidado de la flora en casa (y a mí me mantiene a distancia, sin tocar nada, para intentar que sobreviva). La Señora me encarga el riego de sus macetas durante las vacaciones pero no porque confíe en mí, sino porque soy su último recurso.

Todos los años algún paciente me ofrece con todo su cariño una Flor de Pascua que no logramos que llegue siquiera hasta Navidad. Creo que según entran en casa, se marchitan. El año pasado House leyó que el motivo era un hongo que se manifestaba con motas blancas sobre las hojas. Aproveché una de sus salidas para acercarme a nuestras plantas y comprobé que nuestra poinsetia de turno estaba invadida. Mi instinto médico superó cualquier reparo y decidí intervenir. Era necesario aplicar medidas drásticas, tenía que operarla para extirpar la enfermedad. Agarré las tijeras, las de cocina porque no tenemos ninguna herramienta de jardinería, y la podé sin compasión. Por desgracia tuve que amputarle casi todas las hojas rojas y unas cuantas de las verdes. House abrió la puerta en el momento en el que terminaba el tratamiento. No me felicitó por mi iniciativa sino que me apartó de mi paciente con las alentadoras palabras: ¿Qué has hecho? ¡La has matado! Le expliqué que era una cura pero no le convencí y me convertí en culpable de poinseticidio. Aunque no se refleja en el código penal el castigo es recibir miradas asesinas del tribunal.

Contra todos los pronósticos, al menos los de House, la planta sobrevivió. Creo que la pobre no se atrevió a dejar escapar ninguna de las hojas que aún le quedaban, ni tampoco a mostrar más motas blancas. En realidad se le ocurrió una vez, lo sé porque descubrí a House, armado con las tijeras, entretenido en cortar las hojas afectadas. El tiempo le había demostrado la eficacia de mi cura. La mata, en teoría moribunda, pasó las navidades, el invierno, la primavera e incluso comenzó el verano con buen pie. Me mantuve alejada de ella, no conviene tentar de más a la suerte.

Ni House ni yo nos atrevíamos a cambiarle la tierra ni a trasplantarla de maceta. House me encargó que le comprase abono, seguro de que le iría bien. Le hice caso y compré una botella en la primera floristería que encontré. Me dejé aconsejar por el vendedor, aunque quizá mi error es que no le conté toda la historia. Nuestra Flor de Pascua, en su delicado estado, no soportó el suplemento. En poco tiempo, lo único que quedó fue el tiesto.

Al llegar con la nueva Flor de Pascua, House me ha hecho entrega de las tijeras. Este año no he sido tan drástica. ¿Bastará con la amenaza?

miércoles, 27 de noviembre de 2013

PANK por hermanita

La siguiente entrada es cortesía de hermanita y es un tema con el que más de uno se va a sentir muy identificado. Le agradezco que me lo haya mandado para publicarlo en el blog (si tiene un componente de indirecta no me he dado por aludida, tan sólo soy una PANK atípica).
Leyendo las noticias de turismo esta mañana he encontrado un artículo muy interesante sobre un nuevo público objetivo: las mujeres PANK- Professional Aunt with No Kids. Son mujeres de más de 18 años que no tienen hijos, pero sí tienen una relación muy estrecha con sus sobrinos y ahijados y, lo que interesa a la industria turística, se los llevan de viaje.

Leyéndolo me he acordado de los dos viajes que hicimos con Sobrínisima y Ciclón, a Barcelona y Málaga, por sus comuniones respectivas. El primero, acompañados de la Señora (lo cual nos permitió salir un día a cenar) y el segundo, ya sin niñera, como entrenamiento previo a la paternidad. En ambos viajes lo pasamos genial. Recuerdo la cara de Sobrinísima en el parque Güell, mirándome como si estuviera en un cuento de hadas, y cómo me apretó la mano cuando le dije que cenaban en el Macdonalds, parecía que iban a cenar al Bulli el día de su cierre. Mientras, Ciclón se sentaba en los chaflanes de las aceras de BCN quejándose de lo cansada que estaba de tanto caminar. Eso sí, en su viaje a la playa no paró ni un momento... debe de ser que el mar no cansa tanto.

La relación que se tiene con los sobrinos, sobre todo cuando no se tiene hijos y se tiene tiempo y ganas de achucharlos y mimarlos (o como diría Jaime de “chuchos”) es una de las relaciones más agradecidas del mundo. Solo los disfrutas, no tienes responsabilidades, y puedes hacer con ellos miles de cosas sin miedo a malcriarles. Yo lo veo ahora también con mi hermano y mi cuñada, que cada viaje que hacemos con el menino organizan su agenda solo para estar con él y si sus padres se van de paseo, mejor que mejor, ¡finforroneo exclusivo!

Dentro de poco podremos disfrutar de otro viajecito, primero aquí con Sobrinísima y Ciclón, y después en España, donde vamos a explotar los titos PANK ¡¡¡al máximo!!! 

martes, 26 de noviembre de 2013

El laboratorio del Sr. Carroll

¿Quién sería esa famosa Alicia cuyas vasijas guardaba el Sr. Carroll en su alacena bajo llave? ¿Poción Alicia? ¿Galletas Alicia? ¿Para qué servirían?

¡Cuantas veces había oído que la curiosidad es la base de la ciencia! No era la única frase que se aplicaba a la curiosidad pero el resto nunca le había interesado. Recordaba algo que hacía referencia a un gato pero había olvidado el resto. El hecho era que el Sr. Carroll se había dejado las llaves puestas y, por ese motivo, se encontraba justo ante uno de esos casos en los que, con un poco de ciencia, satisfaría su curiosidad.

Abrió la puerta y sacó el bote de poción. La etiqueta carecía de instrucciones. Lo destapó. ¡Puaj! El olor no invitaba a probarlo. Descartó esa primera idea. Tendría que hacerse con un conejillo de indias, o no necesariamente de indias. Miró al Sr. Conejo. A pesar de vivir en el aula no era un espécimen de laboratorio sino tan sólo la mascota de la clase. Serviría para sus propósitos. ¿Quién se iba a enterar?

Sacó al conejo blanco de la jaula para hacerle beber un trago de poción. Por desgracia el animal no parecía dispuesto a colaborar. Eso le pasaba por trabajar con aficionados. Casi tuvo que aplastarlo con su cuerpo para que se estuviese quieto. Aún así apenas logró que tomase unas gotas. Tan poca dosis ¿le haría algún efecto?

No tardó en comprobarlo. ¿Qué ocurría? ¿Por qué el Sr. Conejo crecía tanto y tan rápido? No podía retenerlo, se salía por todos los lados. Sin saber muy bien cómo, se encontró subida a horcajadas encima de aquel bicho gigante. Lo peor no había hecho más que empezar. Como un canguro descomunal el animal se puso a saltar por todo el laboratorio dispuesto a no dejar títere, o matraz, con cabeza. ¡Qué desastre!

Se agarró como pudo al pelaje, no quería terminar hecha trizas como aquellos instrumentos. ¿Quién habría pensado que el tranquilo Sr. Conejo pudiera ser tan salvaje? ¿Y tan desobediente? Por mucho que le gritase ¡quieto, para!, no le hacía ningún caso.

Tantos estragos por unas gotas de poción. ¡No quería ni pensar lo que habría ocurrido si el bicho hubiese llegado a comerse una de las galletas de esa tal Alicia! ¡Uff! ¡Qué idea! Claro que a lo mejor esa era la solución. De perdidos al río y la situación era desesperada. A ver cómo se las apañaba para convencer a la bestia de que las probase. No prometía ser fácil.

Para empezar tendría que abandonar su montura. No le hacía ninguna ilusión pero le iba a costar más trabajo hacerse con la galleta desde aquella posición. Eso si es que aún era posible rescatar algún pedazo de entre aquellas ruinas.

Soltó al animal y se agarró a la lámpara en uno de sus saltos. Al menos la lampara se estaba quieta. Las manos se le resbalaban, no iba a aguantar demasiado. ¿Dónde estaba el conejo? Le alivió verlo lejos. Se dejó caer al suelo.

No pudo detenerse mucho tiempo. Al descubrirla el conejo se abalanzó sobre ella. ¿Comían carne los conejos? Prefería no satisfacer su curiosidad en esa cuestión. Se metió debajo de la mesa. Se clavó algunos cristales pero se libró de los dientes de la fiera. ¿Dónde habrían ido a parar las galletas?

Descubrió que el bote había rodado hasta una de las esquinas. Al menos parecía íntegro, pensó con alivio. Ahora sólo tenía que alcanzarlo sin que el Sr. Conejo la alcanzase antes a ella. Tendría que despistarle.

Un laboratorio hecho escombros no ofrecía demasiados escondites. De lo que sí disponía era de restos en abundancia que lanzarle al animal para entretenerle y que, en caso de peligro extremo, le valdrían para defenderse.

Emprendió una carrera frenética, armada de cachivaches que arrojaba hacia cualquier lado. El Sr. Conejo se lo tomó como un juego. Igual que un can, del tamaño de un dinosaurio, saltaba tras las piezas para devolvérselas a su dueña. Aquel gesto no inspiraba tranquilidad. El singular sabueso no calculaba bien la potencia de sus saltos y había que estar al quite para evitar ser arrollado por sus impulsos juguetones.

Al fin tenía en sus manos la caja de galletas. Por supuesto tampoco venía con instrucciones. ¡Vaya ayuda! Al menos contaba con un método para que se las llevase a la boca. Lo de tragárselo ya era otro cantar. Contaba con que algunas migas se deshiciesen y eso bastase.

Escogió una galleta grande, razonó que soltaría más cantidad de migas, y la lanzó al aire, casi en vertical. El Sr. Conejo saltó y la cazó al vuelo. Lástima que el salto no terminase ahí sino que siguiese hasta el techo. ¡Ay! ¡Vaya golpe! Pobrecito, eso tenía que doler. ¡Oh, no! ¡Vaya grieta!

A medio vuelo de descenso el animal comenzó a encoger. Con semejante choque la galleta se habría pulverizado. ¿Y si se pasaba de dosis? 

Antes de que también se estrellase contra el suelo recogió con sus brazos al conejillo blanco. Parecía algo conmocionado. Le acarició. No tenía ni un chichón. Dedujo que debían de ser los efectos secundarios del experimento.

Lo devolvió a su jaula y se sentó a su lado. Contempló desolada el aspecto del laboratorio. ¿Cómo explicarle al Sr. Carroll que la curiosidad se le había ido de las manos? Todo por culpa de la ciencia.

lunes, 25 de noviembre de 2013

A pie de página

El pie de página del blog es una selección de otros blogs que me gustan. Tratan de temas variados, que incluyen arte, cine, cocina, curiosidades, historias, libros, lingüistica y medicina, para no centrar el interés en una sola cuestión. Según se actualizan suben a la zona superior de la lista. No os agobiéis, los autores de estos blogs conocen el significado de la palabra moderación y no llevan el ritmo frenético del mío. He decidido escribir esta entrada para que los conozcáis. Merecen la pena.

El blog del catedrático se actualiza una sola vez al mes y esto se debe a que se toma sus artículos en serio y los trabaja en profundidad. El resultado es excepcionalmente brillante y del que siempre se aprende algo. En la misma línea lingüistica, en el apartado de bibliotecas, José Manuel nos enseña a cómo manejar los motores de búsqueda de la no biblioteca de Alejandría con una buena dosis de humor añadido, que siempre es bueno. Para los lectores curiosos también hay un blog que indaga en las cuestiones más variopintas, desde recuerdos funerarios a costumbres a la hora del té. Los lectores sin más afán que leer disponen de los escritos de Carlos y los cuentos de Andrea, ambos de la página de megustaescribir, a través de la cual podéis acceder a libros de escritores nóveles en busca de editor. En Brainpickings encontraréis recomendaciones, filosofía, reflexiones y citas de escritores consagrados, así como grabaciones y extractos de sus obras.

Madrid&co es un blog distinto y con mucho mérito. Su autora es belga y sus post son bilingües. No sólo resulta útil para repasar el idioma sino que además presenta un montón de sugerencias de cosas diferentes que se pueden hacer en Madrid. Son actividades de todo tipo, desde salidas, que incluyen ir de tapas o conocer lugares en los que practicar francés, hasta dar a conocer diversas iniciativas de gente emprendedora a la que visita. Es como para revisarlo y hacer una lista porque está lleno de ideas de lo más atractivas.

Manuel, del que habréis leído comentarios, es además autor de dos blogs, uno personal, en el que escribe muy de vez en cuando, y otro de cine en el que hace una crítica magistral de las películas: bien escrita, bien estructurada y con opiniones sustentadas en criterios objetivos. Al contrario de lo que sucede en ocasiones, no pretende hacer pasar bodrios infumables como obras maestras (sólo al alcance de la comprensión de mentes privilegiadas) sino que los cataloga como los bodrios que son.

Veréis que hay varias páginas de arte. Algunas sólo muestran el trabajo de los artistas y otros incluyen notas biográficas. Cabe destacar "artealinstante", un blog en el que se comentan exposiciones y cuya autora organiza visitas guiadas. Su última entrada, sobre los Machiaioli, en la Fundación de Mapfre, es digna de mención, al igual que la exposición. Si podéis no os perdáis ninguna de las dos. Para novedades, curiosidades y descubrir piezas de arte, diseño y artesanía, el blog de Almabrava. Si lo que os inspira es la fotografía: imágenes, historias y reflexiones.

My milk toof  (no lo he comentado, habla por sí solo)
Hay también varias páginas de cocina, que se adaptan a los gustos y a los antojos del día. La más tradicional viene explicada paso a paso, los platos con un toque innovador le corresponden a juego de sabores y la exótica y suculenta nouvelle-cuisine marroquí se merece varias estrellas michelín. Para rematar, la perdición de los postres de Ysabel de Cinammon Tales.

Mi última recomendación del día: pensar es una buena idea.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Cheesecake de calabaza, Bourbon y nueces

Se acerca Thanksgiving y los americanos disfrutarán de unos días de vacaciones para recuperarse, que buena falta les hace a algunos, especialmente a los del gremio de los maestros. En el proceso de recuperación entrenarán el estómago para las navidades, con pavo gigante incluido (18 libras nada menos pesa el que fue a recoger cuñadísimo). Faltarán turrones, polvorones y mazapán, que ya se ven en los comercios de España (y que ya he catado porque ¿para qué esperar si es ahora cuando apetecen?).

Lo que sí que forma parte de las festividades americanas de noviembre es la calabaza. Es tan versátil que da juego tanto para platos dulces como salados. Hace unos días dejé la receta de un risotto. Más antigua es la receta del cuarrécano (que ha creado adeptos). Hoy toca algo dulce, una tarta que combina la suave textura de la crema de queso aromatizada con la calabaza, con la costra crujiente y acaramelada de las nueces pacanas. ¡Una perdición para los golosos!

PECAN AND PUMPKIN BOURBON CHEESECAKE

Ingredientes:

Relleno
1 base de tarta previamente preparada con galletas Napolitanas molidas y mezcladas con mantequilla. Estirarla en un molde y dejarla al menos 30  min en la nevera para que se asiente.
1 paquete de queso Philadelphia (puede ser light)
1/3 taza de azúcar moreno
2 huevos
3/4 taza de puré de calabaza
50 ml de Bourbon

Cobertura
1/2 taza de nueces pacanas partidas mezcladas con 1/4 taza de azúcar moreno
2 cucharadas de mantequilla

Preparación:
Mezclar las nueces con el azúcar y añadirles la mantequilla hasta obtener una pasta grumosa. Reservar. 
Batir el queso con el tercio de taza de azúcar. Añadir los huevos uno a uno. Agregar el puré de calabaza y el Bourbon. 
Rellenar con la mezcla el molde de galleta.

Horno
Cocer a 180º durante 40 minutos. Sacar y extender por encima la cobertura de nueces. Cocer 5 minutos más (hasta que se deshaga la mantequilla con el azúcar)
Enfriar en una rejilla. 
Cubrir y dejar en la nevera varias horas para que se asiente. 

viernes, 22 de noviembre de 2013

La respuesta de hermanísima

Sé que a muchos os apetecerá leer el comentario de hermanísima, así que lo pongo en forma de entrada para que os resulte más cómodo hacerlo.

Sé que mi hermana hace esto desde el cariño que me tiene y la verdad es que todo lo que dice es realmente cierto. También es cierto que toda la realidad no es así pero gran parte de ella también me ha decepcionado: ni la organización es buena, ni las cosas funcionan como un reloj y el acceso a la sanidad y su precio son indignantes. El nivel educativo es patético aunque sí que es cierto que las zonas más pudientes tienen medios e instalaciones impensables en nuestros centros públicos.

Por otro lado, las condiciones de trabajo de mis compañeras (todas ellas americanas) y el precio que pagan por unos seguros que no les cubren ni una pequeña baja son, cuanto menos, abusivos. Es cierto que muchos niños me quieren (y yo a ellos) y que posiblemente conocerme produzca un cambio en sus vidas pero lo mismo me sucede en España. Gracias a Dios esto se ha mantenido. 

La mejor parte de la experiencia es que hemos aprendido a valorar todo lo que tenemos en nuestro país (la pena es que la situación laboral sea tan precaria) pero por lo demás no tenemos nada que envidiar. Yo me avergonzaría de ser americana (si lo fuera) igual que en algunos momentos me he avergonzado de ser española, de lo que me voy dando cuenta día tras día es de que el patriotismo de muchas personas en este país nace de la ignorancia en la que viven.

Mi familia está aprendiendo muchas cosas y está visitando lugares fantásticos y (aunque el precio que hemos pagado es alto) esta experiencia nos ha unido mucho y nos ha hecho descubrir una parte de nosotros mismos que no conocíamos. 

Echo de menos muchas cosas y la verdad es que sé que es un problema añadido el que yo sea tan dependiente de las personas a las que quiero. Mi hermana siempre me ha aconsejado y sólo el hecho de saber que estaba allí me transmitía tranquilidad; lo mismo me pasa con mi madre, mi hermano, mi familia, mis amigos...soy muy dependiente y me alegro de tener a tanta gente a la que quiero y que me quiere. Lo siento mucho por mi padre que es muy, muy independiente pero yo no soy así, soy un ser social al máximo.
Desde aquí mando recuerdos a Carolina (que es un primor) y a todas las enfermeras y médicos que con tanto cariño han cuidado de nosotros. 

Un beso muy fuerte para mi gente de España y os aseguro que por muy duro que sea esto, parte de mi corazoncito se quedará aquí con los nuevos amigos y con algunos de mis alumnos ¡Así soy yo!

jueves, 21 de noviembre de 2013

El sueño americano

Hermanísima conecta con facilidad con casi cualquiera, no sólo habla sino que también escucha, si el otro es capaz de meter baza. En poco tiempo se gana la confianza y la amistad de los que la conocen, tanto es así que en el hospital me preguntan con frecuencia por ella y por cómo le va en San Antonio. No sólo muestran interés mi compañeros de servicio sino también los pediatras, a los que conoce gracias a la salud de hojalata de sobrinísima y ciclón, los oftalmólogos, por ahí hemos pasado todos, y los anestesistas de la Unidad del dolor, con los que ha intimado durante sus infiltraciones de botox para las migrañas.

Egoístamente no tenía ni chispa de ganas de que hermanísima se marchase. Siempre hemos estado muy unidas, a pesar de nuestros caracteres casi opuestos, y sé que le debo mucho por haber hecho de mí una persona tolerable. Ella estaba muy ilusionada con el proyecto americano, pensaba que era una oportunidad para toda su familia y valoraba las ventajas que aquella estancia le reportaría a sus hijas. Se marcharon en Julio para buscar una casa y encontraron una que les encantaba. Todo parecía ir bien. 

Por desgracia el sueño no tardó en convertirse en una pesadilla. Una película se quedaría corta a la hora de reflejar el horror de la realidad. ¿Quién resistiría 9 horas de agobiante metraje seguidas de otras 9 horas diarias de lunes a viernes, y los miércoles 10, semana tras semana? El argumento: la lucha por sobrevivir a la esclavitud, supuestamente abolida sobre el papel pero no en la vida laboral, la resistencia frente las bandas de adolescentes descerebrados en su camino a la cárcel, la manipulación de la mafia disfrazada de burócratas y sus amenazas larvadas a la familia para forzar a sus víctimas a seguir bajo su dominio. No falta tampoco un tribunal inquisidor encargado de averiguar, a través de la intimidación y del tercer grado, cómo una extranjera ha logrado los mejores resultados con sus alumnos (la respuesta es dejándose la piel). La protagonista se resiente, el soportar lo insoportable le pasa factura: migrañas, agotamiento. Ni siquiera la recomendación escrita de un médico surte efecto, le niegan una reducción, no hay sustituto y debe trabajar hasta morir en el empeño. Para aumentar el realismo nada mejor que intercalar un cursillo de cómo actuar en caso de tiroteo. Si ya los chiquillos se ponen nerviosos en España ante un simulacro de incendio me figuro lo que debe de ser controlar a una manada delante de un arma. No, la verdad es que no me lo figuro y tiemblo al pensar que mi querida hermanísima corra el riesgo de pasar por una situación como esa. 

Todo lo que le prometieron era mentira, las condiciones que le han impuesto no son las que le habían dicho, de palabra. Es el colegio que exige más horas de clase, lo habitual en el resto son 7. No sé si así pretenden educar o machacar a los delincuentes en potencia que son muchos de sus alumnos, imposibles de manejar a última hora. Una vez engañada no se puede hacer nada salvo esperar a que termine el curso para regresar y besar el suelo de su colegio habitual. Los granujas responsables se lanzan la pelota y se lavan las manos. Es la gran pesadilla americana. 

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Juguetes

El que me apasionasen los libros no implica que no me gustasen el resto de los juguetes. En lo que respecta a ese tema hay pocos niños que se caractericen por su moderación y, por supuesto, yo no era uno de ellos. Si me entusiasmaba por algo podía pasarme horas dedicada a ello: saltar a la comba (era mucho mejor que los saltadores, por eso con 5 años corté y uní los míos con los de hermanísima para convertirlos en una cuerda larga (aún recuerdo los azotes que me regaló mi padre como premio por mi barrabasada), jugar con la goma colocada entre las patas de unas sillas (de las se escurrían y las sillas siempre se movían y la destensaban). Era incluso capaz de patinar por la moqueta cuando no disponía de otra superficie. No es que deslizase mucho pero era silenciosa y algo es mejor que nada.

En el colegio de Valladolid dedicábamos los recreos al juego del balón prisionero. El único problema era que no teníamos balón. Ese pequeño detalle era fácilmente solucionable. ¿Cómo? Muy sencillo: unas bolsas, una papelera y todos los envoltorios y restos del almuerzo pasaban a rellenar nuestra improvisada pelota. No, no era una bolsa llena de basura, era nuestro balón, nos pertenecía a toda la clase al completo, todas colaborábamos en su realización y todas jugábamos con él. No botaba, pero eso carecía de importancia, precisamente en ese juego lo menos interesante es que bote. Nos dividíamos en dos equipos y debíamos esquivar aquel balón, si no queríamos pasar a formar parte de los prisioneros, o cogerlo, si pretendíamos salvar a alguno de los caídos. He jugado con balones de verdad y aquella versión improvisada era mucho más divertida (y menos dolorosa). Teníamos cuidado de que no se rompiese la bolsa, a ninguna nos apetecía que nos lloviese su contenido encima, por lo que además de reforzarla con varias cubiertas, comprobábamos regularmente la evolución de su estado por si precisaba reparaciones. Después del recreo, si no habíamos sufrido accidente alguno, no se veía ni un papel en el suelo. Creo que a las señoras de la limpieza también les gustaba nuestro juego.

Recuerdo la moda del Hula-hoop. Nunca tuve uno, no me atreví a pedirselo a mis padres, que sabía que no lo veían con buenos ojos, pero su opinión no influyó en la mía y a mí me encantaba. No perdía ocasión de hacerlo girar alrededor de mi cintura. Hacíamos competiciones para ver quién aguantaba más tiempo. Cuando se te caía perdías el turno y debías pasárselo a otra. Mi solución para evitarlo: aprendí a bailarlo de tal modo que no se me caía nunca (salvo si se rompía y se abría el aro, culpa de la junta que dejaba bastante que desear). Afortunadamente mi habilidad no derivó en que sus dueños se resistieran a prestármelo. Se picaban e intentaban superarme y para lograrlo debían competir conmigo. Es una pena que, al crecer, no resulté apropiado jugar a ese tipo de juegos. ¿Por qué? ¿Qué tienen de ridículo? Sinceramente no me parecen más infantiles que las consolas.

martes, 19 de noviembre de 2013

El faro de la montaña de cristal

Sólo algunas tardes, poco antes de que el sol se ponga, se ve alzarse sobre el mar la montaña de cristal. Alta, lejana e inalcanzable sus vidrieras se ciernen oblicuas entre las nubes, iluminadas por el sol que la corona. La luz se derrama en haces que se escurren por la superficie lisa y cortada de sus laderas. En un juego de luces claras, transparentes, casi blancas, con otras más opacas y apagadas, los rayos resbalan hasta alcanzar la base que emerge del agua.

Un espigón se adentra en el mar. Avanza desde la orilla, en una línea fina que flota sobre el océano a ras del cielo. Un faro se yergue bajo el foco solar y marca la bisectriz de la montaña. No existen sombras en la montaña mágica, sólo surcos de rayos, cumbres de sol, tamices de nubes, un eje de faro y una base apoyada sobre un espigón de rocas y agua.

El sol baja. Tiene sueño y desea un lugar en el que cobijarse. Carece de un hogar propio y busca un refugio en la montaña. Se desliza por sus laderas de cristal, la luz se funde entre los paneles y, bajo los rayos, las líneas se desvanecen. Sólo queda el faro pero ¡es tan pequeño! Se erige orgulloso en su península de roca que enlaza la tierra y el mar. El sol se asoma a sus ventanas, se refleja en sus espejos, pero, por mucho que se esfuerce, no cabe dentro. El faro se ilumina. Su rayo barre el océano y atraviesa el horizonte para indicar el camino al puerto a los barcos perdidos o derrotados.

El sol desciende hasta ocultarse por detrás de ese horizonte. Es en la profundidad del mar donde se recogerá para descansar. Sobre el agua, la estela peregrina de la luna  navega en su búsqueda. Pregunta a las estrellas sin obtener respuesta. Está a punto de darse por vencida cuando el reflector del faro la roza con un destello fugaz. La luna, sorprendida por su osadía, se enfrenta airada al culpable. Su enojo cede al instante. La imagen final del sol aún perdura en los espejos de la torre. Con un parpadeo el foco se hunde en el océano para conducirla a su lecho.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Palabras mágicas

¿Hablamos de cómo crear un sortilegio? No es tan difícil. Sólo hay que abrir un libro para descubrir que en cada página se esconde un conjuro. ¿No lo habéis visto? ¿Qué sucede cuando leéis "érase una vez"? Con esas tres palabras se abren las puertas de mundos muy, muy lejanos. No son las únicas. Al avanzar en la lectura las frases se transforman en imágenes. Se abre la mente y surge el vínculo que hace que el lector convierta en algo suyo los pensamientos del escritor. Aún hay más. El lenguaje trasciende la esfera de las ilusiones, las sensaciones son tan reales que provocan emociones e inspiran nuevas ideas.

El truco está en las palabras. Cada una de ellas, por insignificante que parezca, posee magia propia. Una magia que las encadena entre sí. Las dota de música, de un sonido diferente cada vez y cuya cadencia marca el ritmo de la acción y la emoción. Las palabras poseen una fuerza arrolladora capaz de conquistarte sin que lo notes. Son invencibles. Te invaden, fluyen por la sangre en ondas que se bombean hacia el cerebro con cada latido del corazón. Te abren los ojos a un mundo desconocido y te guían a través de él por una senda invisible. Despiertan sensaciones irresistibles. En ocasiones te seducen de tal manera que te atrapan, te enganchan sin remedio, te amarran con sus líneas y te arrastran a su mundo y, sin embargo, nunca se disfruta más que bajo la euforia de ese rapto apasionado. No son una prisión, al contrario, cada sentencia se une al resto de mil maneras diferentes y los párrafos se expanden en una libertad sin límites. Se esfuman las barreras entre ilusión y realidad. Con cada lectura, bajo los efectos de su hechizo, siempre se va "más allá".

viernes, 15 de noviembre de 2013

La doma

El lazo se abrió en el aire. Al otro lado del cabo, el jinete hacía girar la cuerda y el círculo se expandía con cada vuelta de muñeca. El silbido del viento al cortarse se oía entre los golpes de los cascos de la manada al galope. Pepe hincó espuelas para recortar distancias. Un impulso final y la soga cayó alrededor de su presa, que continuó la huida. El lazo se deslizó y apretó el nudo sobre su víctima hasta obligarla a detenerse. Pepe desmontó y se acercó. El potro se revolvía, se resistía a su captura, luchaba por escapar. Su agitación terminó de derribarlo. Desde su posición de desventaja, relinchó desafiante.

- ¡Shhh! ¡Calma! Tranquilo, no trates de zafarte, que no te va a servir de nada - le susurró Pepe con la voz monocorde que empleaba con los animales. Mientras tanto, muy despacio, le pasó la mano por las crines. Debía cambiar el lazo por el ronzal para controlarle sin estrangularle. Con cuidado, sin dejar de murmurar en ese tono uniforme, con la precisión de la práctica y la delicadeza de sus movimientos pausados, le ajustó las correas.

Al sentir el roce del cuero al tensarse, el potro sacudió su cuello con rebeldía, ansioso por desembarazarse de la opresión. Se levantó veloz, con los músculos rígidos bajo el pelaje, en un brusco despliegue de fuerza. Pepe se retiró de su lado para dejarle espacio y el caballo se echó hacia atrás con violencia, hasta ponerse de manos. Un tirón seco le devolvió con presteza al suelo. El caballo dudó antes de inclinar la cabeza. Tenía miedo. Su cuerpo se estremecía sin oponer resistencia. Se sabía vencido. 

Poco a poco Pepe se situó junto a él. Le miró a los ojos sin pestañear, sin dejar de susurrar. Su voz hipnótica musitaba un torrente de palabras incomprensibles, un rumor persistente, incesante y sedante. Aquel sonido le traía a la memoria la visión del viento al agitar las hojas secas. El caballo prestó atención al eco que repetía las palabras en el interior de su cabeza. Se adormeció con la cadencia de aquel murmullo y, entonces, comprendió su significado. El hombre le amaba, jamás le haría daño. Seducido por aquel misterioso lenguaje que le cautivaba, que atrapaba su mente, su voluntad y que sin embargo no deseaba dejar de escuchar, le entregó su libertad.

Cumpleaños

Muchos afirman que no les gusta cumplir años. Sinceramente, y dado que no es posible quedarse estancado en un momento concreto, opino que les gustaría bastante menos no cumplirlos. Además, por muy maravilloso que sea un instante ¿alguien desea quedarse estancado en él? ¿No es mejor recordarlo, revivirlo y que se repita?

Cumplir años es acumular experiencias. Es sumar momentos inolvidables. Es aprender de los errores y tener la posibilidad de enmendarlos. Es disfrutar de lo bueno y poderlo compartir. Es saber distinguir lo que merece la pena y escogerlo. Es realizar sueños, alcanzar metas y superarlas. Es descubrir algo nuevo cada día. Es madurar y ser capaz de enseñar. Es acumular sonrisas y buenos días. Es conocerse para convertirse en el yo que queremos ser. Es leer y conocer el final del libro. Es pasar página y escribir otra. Es satisfacer la curiosidad y sorprenderse al probar cosas diferentes.

Cumplir años es también relacionarse con la gente. Es sentir emociones. Es alegría, nostalgia y tristeza. Es rebosar de felicidad. Es dar cariño y recibirlo. Es amar y notar cómo el amor crece y cambia. Es comprender a otros y ponerse en su piel. Es pensar, valorar y no emitir juicios precipitados.

Cumplir años es viajar en el tiempo, unir el pasado y el futuro al presente. Es regresar con cada vela de la tarta al mismo momento de uno o diez años atrás. Es repetir los deseos de entonces o imaginarlos de nuevo. Es recibir un millón de felicitaciones y de besos... y un cuento.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Al mal tiempo, buena cara

Érase una vez uno de esos días en los que todo se tuerce un poco, sólo un poco, sin llegar a la catástrofe. Una sucesión de pequeños contratiempos que fastidian en el momento. Percances que, al sumarse, conforman un día algo complicado. Se podría afirmar que era un día casi normal, desde luego no uno extraordinario, de esos que suceden una vez en la vida y en los que todo sale a pedir de boca. ¿Cómo sería tomarse cada imprevisto en su justa medida?

El reloj de la mesilla marca las cuatro y media. Aún es muy temprano para abandonar el lecho. Aprovecho para remolonear. Mantener los ojos cerrados engañará al sueño y le hará volver. Cuatrocientas vueltas después el reloj está apagado. Los plomos han saltado y el despertador no ha sonado. Es tan tarde que no dispongo de tiempo para irritarme.

No soy nadie sin desayunar. Sin embargo hoy no puedo prepararme nada saludable. Engullo unas magdalenas. No son dietéticas pero sí deliciosas. Las prisas me sirven de estimulante y ya me tomaré un café cuando me relaje.

El primer agua de la ducha me cae como un chorro helado y termina de espabilarme. Algo anda mal, no se calienta y doy saltos al salir. He leído que muchos médicos recomiendan los beneficios del ejercicio matutino. Tampoco puedo pensarme qué ropa me pongo, supondría retrasarme. La de ayer, afortunadamente sin guardar, me valdrá hoy igual.

Espero al ascensor. Otras veces desespero, pero en esta ocasión no es el caso. Sé que, cuando al fin llegue, estará reluciente, recién salido de las manos, y de la fregona, de la mujer de la limpieza. La hora punta es la mejor para esa tarea, así son más los que lo disfruten en todo su esplendor.

No debo de ser la única a la que se le han pegado las sábanas porque la calle está a reventar de conductores impacientes. El claxon del resto evita que el mío se desgaste. El ruido no inyecta gasolina a los motores y seguimos parados. Contemplo los árboles con sus colores de otoño y sus ramas día a día más desnudas. El cielo aún no se ha aclarado y conserva mezclados restos de noche con amanecer. La luna está baja, casi en el horizonte, y es enorme. Si no fuese por el atasco no podría disfrutar con calma de semejante paisaje.

Nos ponemos en marcha. El de atrás se pega a mi maletero como si deseara incrustarse dentro. Además debe de padecer un problema serio de visión, su rostro enfurruñado lleva gafas de sol. Me hace señas. Me siento halagada, no esperaba que me surgiese un pretendiente tan de madrugada. Le saludo para darle las gracias.

La jornada se me pasa en un suspiro, es la ventaja de no parar ni a respirar. No tengo que preocuparme de planear nada, siempre hay alguien que me informa de lo que hacer. Estiro las piernas entre recado y recado. ¡Sienta bien romper la rutina con un rápido paseo!

Antes de regresar me toca ir a comprar. Así escojo lo más fresco para la comida. ¿Existe el concepto de merienda-comida o lo acabo de inventar? Mientras espero mi turno en la caja anoto algunas ideas en mi cuaderno, es un momento perfecto para escribir.

En casa descubro que los plomos han vuelto a saltar. También se ha fundido la bombilla de mi baño. Confieso que en la oscuridad es cuando presenta su mejor aspecto. Las sombras ocultan el desorden. Al ir a cambiarla, la bombilla se enciende en mi mano. Por suerte sólo se había aflojado.

Me asomo a la ventana. Llueve a mares. ¡Qué tarde más idónea! ¡Sin nada en la tele que me tiente a abandonar la lectura! Ni siquiera me molesto en encenderla para comprobarlo. Recuerdo (me recuerdan) que hay que bajar la basura. El aire húmedo de la calle me despejará, y me rizará el pelo. Me gusta el olor de la tierra mojada y el aspecto brillante del pavimento. Antes de subir recogeré el correo, se me había olvidado mirarlo antes.

Hay cartas en el buzón, aunque todas parecen recibos. Da gusto lo atentos que son. Siempre están pendientes de que no te despistes para que no se te pase ningún pago. Entre los recibos se esconden un par de folletos. En uno se preocupan por mi belleza y me prometen descuentos y un regalo con mi compra (igual que en mi cumpleaños) y en el otro se ofrecen con amabilidad a traerme una deliciosa comida a domicilio. ¡Qué gente más considerada!

Suena el teléfono al rato de meterme en la cama. Sólo un conocido llamaría a estas horas y ¿a quién no le apetece conversar un rato antes de dormir? Me recuerda a cuando era niña y hablaba con mi hermana hasta que oíamos a mi madre que se acercaba. Las madres son sabias. La nuestra nos avisaba de que al día siguiente estaríamos cansadas y nunca se equivocaba. Sonrío. ¡Buenas noches! Ha sido un día estupendo.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Aventuras y desventuras de los Manolos en USA (by hermanísima).

Hermanísima me ha enviado la entrada de hoy. Es la continuación de sus desventuras texanas. 

La verdad es que nuestra experiencia está dejando bastante que desear pero hay que ser positivo y seguir adelante porque aunque esté deseando abrazaros a todos millones de veces, lo que estoy aprendiendo este año es impagable. En 19 años de profesora, jamás había reflexionado tanto sobre mi profesión y sobre todo lo relacionado con ella. 

He decidido hacer una lista de pros y contras de nuestro viaje para que vosotros juzguéis:

Hoy voy a ir sólo con los pros. Después de unos días en Houston he vuelto a mi jornada de ocho clases al día, más dos tutorías con media hora de descanso para que no me despiste y si además de esto escribo los contras, me muero ahora mismito sin escribir ni una letra más.

Después de años de crianza de nuestras hijas, me he vuelto a dar cuenta de que mi marido es la persona más estupenda que conozco, que me quiere más de lo que me merezco, que es un super padrazo y que sabe estar en su sitio cuando la situación lo requiere. Si no hubiera sido por él, mi viaje ya habría terminado porque físicamente y psicológicamente no lo habría resistido. Ya sé que muchos os estaréis llevando las manos a la cabeza pero tengo que deciros que Rafa es el primero para unas risas y unas copas pero también lava, limpia, hace camas, almuerzos, juega con el gato, hace deberes, compra, organiza casa...como el mejor. Aunque todos creéis que yo soy una persona más centrada y equilibrada que él, eso no es cierto, cuando se me rompe el equilibrio (y os juro que aquí se me ha roto unas cuantas veces) mi marido es el que sabe hacer o decir lo justo para que sea capaz de seguir adelante. A veces simplemente me ignora durante el tiempo necesario para que recupere la cordura.

Otra gran ventaja de esta aventura ha sido reconocer lo dependientes que somos de las personas a las que queremos y lo que las necesitamos: yo puedo estar sin jamón, queso o chorizo, pero sin mi Linares y todo lo que Linares supone a nivel humano para mi, el resto de mi familia, mis amigas del cole, mis amigas de la casa, mi Palomilla, María, Oscar, los peques y sobre todo sin mis hermanos y mi madre, no puedo estar. Es durísimo. Mis sobrinos, mi cuñada, la abuela, mi suegra y la abuela Carmina, pienso en todos todos los días. Como la memoria es selectiva, pues además uno recuerda lo mismo que en los programas de Fin de Año: ¡Los mejores momentos de..!

Seguimos. Es estupendo hacer nuevos amigos: gente maravillosa que trabaja en condiciones lamentables y que encima tiene tiempo para ayudarte. También puedo visitar a viejos amigos que viven aquí: los García, el hermano de Jacobo, su mujer, su hija y sobre todo cuento con la posibilidad de que mis hijas estén cerca de su abuelo y de que puedan tener una relación más cercana con él. Mis abuelos y la abuela de Rafa han sido pilares fundamentales en mi vida y quiero que las "aborrescentes" disfruten todo lo que puedan de los suyos ¡Es una lástima que no se los valore del todo hasta que no tiene uno una cierta edad!

Creo que para mis hijas también va a haber un antes y un después de esta experiencia. Aunque las dos quieren irse YA (a ciertas edades hay cosas que no pueden esperar) yo me alegro de que esto esté siendo un tanto duro para ellas. Estaban acostumbradas a la burbuja de Tres Cantos, a estar muy protegidas, a tenerlo todo bajo control. Ahora tienen que sobrevivir en un medio hostil donde nadie las conoce y donde no encajan: no son mejicanas, no son americanas, ni asiáticas ni afro-americanas y encima son unas pavas de padre y muy señor mío. Las niñas de aquí les dan mil vueltas en superficialidad, tontería, manipulación, nivel de maquillaje por centímetro cuadrado y otras cuantas asignaturas imprescindibles para sobrevivir en el instituto americano. Eso sí, ya sabéis lo bien amueblada que tienen estas dos la cabeza y no dan su brazo a torcer. ¡Paloma!: ya tienen una buena lista de "enemigos", jejeje. Como madre tengo que pensar en su futuro y un año no traumatiza a nadie. Al volver, espero que besen el suelo de Tres Cantos, que valoren a sus amigas como se merecen, que estudien a tope y que se den cuenta de que no todos los niños podrían irse a vivir a otro país y sacar todo con sobresalientes. La base que ellas traían de España nos la hemos trabajado muchas personas con muchas horas de trabajo (mi madre, mi amiga Mar y mis compañeros del Columbia entre ellas).

Hay muchas más cosas buenas: la experiencia, el paisaje, la zona en la que vivimos, la casa, los supermercados donde hay casi de todo, los precios de la gasolina y de la comida (estupendos y la gasolina tirada), la anchura de las carreteras, el verano- otoño- primavera eternos y que sólo se rompe por unos mesecillos de infierno infiernoso que hay que intentar evitar; los medios de las escuelas de las niñas, la comida casera de las profes de mi cole, las risas de complicidad entre compañeras, el cariño de muchos niños y la forma tan divertida que tienen de pedírtelo, los muy frescos te dicen: "Mrs. Marcos, parece que necesitas un abrazo", y todo para que los achuches un poquillo porque para ellos la experiencia americana (igual que para muchos niños españoles la española) sí que es muy dura desde que se levantan hasta que se acuestan.

Os quiero a todos y os recuerdo todos los días. Sé que mi profesora y maestra "amiga de madre" lee este blog. Un cariño especial para ella. No voy a nombrar a nadie más porque no quiero ofender a nadie pero os garantizo que todos tenéis un lugar en mi corazón.

martes, 12 de noviembre de 2013

Consejos de escritura

Escribir es adictivo y, al igual que en los juegos uno desea superarse para pasar de nivel, lo mismo sucede con la escritura. No obstante es difícil hacerse con un manual de instrucciones claro, práctico y conciso. En mi caso disfruto del gran privilegio de contar con padres lingüistas. Sus correcciones son un lujo y he querido reunirlas en una entrada. No pretendo convertirlas en las Tablas de la Ley, para eso ya existe la Biblia, sino que tan sólo espero que a alguien le sirvan de ayuda.

- Usar bien la puntuación, entre lo más básico está el no separar el sujeto de su verbo por medio de una coma. Cuanto más compleja sea una frase, más difícil será puntuarla.

- Las frases cortas contribuyen a hacer más legible y comprensible el texto. Evitan embrollar el lenguaje y ayudan a mantener el ritmo. Empezar a escribir, y querer hacerlo a base de discursos enrevesados, es garantía de acabar mal.

- No abusar de los gerundios. Son palabras largas, muy sonoras y llaman la atención sobre ellas. Los pasajes quedan poco naturales, sobre todo si se repiten varios en un mismo párrafo. No todas las formas verbales "ing" del inglés se corresponden con gerundios en español.

- Los adjetivos son descriptivos y por lo tanto hay que usarlos, son necesarios. Sin embargo no conviene abusar, no todos los nombres precisan de un adjetivo al lado. Tampoco se recomienda recurrir con demasiada frecuencia a la construcción de adjetivo antes del nombre so pena de convertir su efecto poético en recargado.

- Riqueza de vocabulario. El diccionario es muy amplio, los sinónimos están para no repetirse.

- Buscar el término que mejor se ajuste a lo que se desea expresar. Es algo que cuesta porque muchas veces el vocablo en cuestión se queda en la punta de la lengua sin querer salir. Hay que sacarlo de ahí. Si persiste el atasco es mejor seguir y regresar después a ese punto. Es fácil que aparezca en medio del sueño lo que obligará al escritor a levantarse para apuntarlo.

- Huir de palabras altisonantes. La elegancia está en la sencillez, no hay que presumir de erudito, antes hay que demostrar que se sabe escribir bien. Causa mejor impresión un texto cercano y bien escrito que uno tan culto, o afectado, que pocos comprendan. Si al leer una frase alguna palabra resuena más que el resto (como que chirría o simplemente retumba en la cabeza), debe omitirse o sustituirse.

- Según Stephen King los adverbios restan fuerza a la descripción. Parecen añadir matices al verbo pero le quitan protagonismo a su acción. No significa que no haya que emplearlos, pero pocos y bajo control. Es posible que exista otro verbo cuya acción incluya el matiz del adverbio.

- Hay escritores que leen sus diálogos en voz alta para comprobar si suenan reales o falsos. Si un diálogo es ágil no hay que interrumpirlo con descripciones de los interlocutores, para eso hay que aprovechar las pausas que hagan en la conversación y el ritmo de la misma. Flaubert no sólo leía sus diálogos sino todos sus escritos en voz alta para escuchar su musicalidad y comprobar si tenía armonía.

- No dar por bueno algo al terminar de escribirlo. No publicarlo sin revisarlo al día siguiente. Si es posible que alguien lo lea antes, aún mejor.

- Leer. Descubrir qué tienen los clásicos que los hace inmortales, estudiar la técnica de otros, aprender el modo de crear personajes tridimensionales con dos pinceladas, fijarse en el uso del tiempo, en su transcurso y sentar las bases del propio criterio.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Ser o no ser

"Se necesita el arte (¡y aún!) todas las esperas de la infancia, y la contribución constante de tantas cosas, para soportarse, solo: una casa que consienta; un jardín inocente y generoso; la curva de los pájaros en el aire; vientos, lluvias, recuerdos, y la calma de un cielo estrellado hasta el infinito: ¡todo esto para que un ser humano pueda avenirse con su corazón!" Rilke

Somos seres contradictorios. Nuestras opiniones, nuestra seguridad y nuestras emociones fluctúan a lo largo del día. Quizás ese "somos" sea generalizar y puede que algunos tengan las cosas tan claras que jamás se ven ante la tesitura de no saber qué pensar o qué decisión tomar. Tras sopesar ventajas e inconvenientes, y escoger, se plantea la eterna duda de si nuestra elección ha sido la mejor. Al menos de algo sí estoy segura, y es de no ser la única que siente con frecuencia que se ha equivocado.

Una de las bases de nuestra inseguridad es darnos cuenta de que los demás nos ven de una manera diferente a cómo nos vemos nosotros. Nuestra propia opinión no es tampoco estable, sino que cambia. Nos desconcierta descubrir reacciones diferentes a las que nos imaginábamos que tendríamos y nos deprime comprobar lo lejos que estamos del ideal que pretendemos ser, y del que creíamos estar cerca. Reincidimos en los mismos errores, esos que nos figurábamos haber aprendido a manejar y en los que nos habíamos prometido no recaer. ¿Por qué no superamos nuestras debilidades a pesar de conocer sus consecuencias? Nos arriesgamos a sufrirlas de nuevo, quizás esperamos un resultado distinto, aunque esa esperanza no se base en ninguna idea lógica sino en una bastante necia. Semejante demostración de estupidez no contribuye a hacer que nos sintamos orgullosos.

Queremos saber cómo somos pero nos resistimos a admitir nuestros defectos. No nos gusta sorprendernos a nosotros mismos, salvo cuando lo hacemos en sentido positivo, lo que no es habitual. Procuramos sentirnos bien en nuestra piel y no resulta nada agradable el trastorno que supone que salgan de repente a relucir secretos de los que nos avergonzamos. Nos estudiamos, de hecho somos nuestra principal fuente de interés. Al analizarnos en profundidad descubrimos que carecemos de un rasgo propio y original. Lo que consideramos idiosincrásico, o al menos característico, resulta que lo compartimos no con uno ni con dos, sino con una amplia muestra de la población. Pese a ello nos sentimos únicos, aunque nos falten razones para demostrarlo. Asumimos que, lo que el resto generaliza sobre nosotros es, sencillamente, porque no nos ven en realidad pero... ¿quién se ve de verdad?

domingo, 10 de noviembre de 2013

In vino Veritas

¿Sabíais que el segundo domingo de Noviembre, hoy, es el día Europeo del Enoturismo?

¿Os suenan las frases?
Hace poco descubrí un vino delicioso...
¿Has probado este vino?
¿Y este otro?

¿Cuántas veces nos han recomendado un vino que luego hemos sido incapaces de recordar? Afortunadamente no me ocurre con todos. ¿Por qué? ¿Por mi buena memoria? No. ¿No dicen que el vino ayuda a olvidar? Es una lástima que también se olvide su nombre. Sencillamente los apunto, a veces en el primer papel que tengo a mano y que luego no recuerdo dónde lo metí. Ese papel es de lo más variopinto. Suelen ser tickets de compra o un trozo reciclado de folio, pero también me sirven los envases de cartón de los cosméticos (lógicamente por la parte de dentro) o incluso una servilleta de una cafetería. Desde hace tiempo llevo siempre (o casi siempre) un cuadernito en el bolso que suelo rellenar en momentos de inspiración. No sigue ningún orden ni concierto y hay notas hasta en las tapas. Tengo varios, todos a medias y ninguno con un índice que me sirva para identificarlos. Otra de sus aplicaciones es, precisamente, la de apuntar esos vinos maravillosos. El único problema es que nunca coincide que, cuando salimos a comer, el cuadernito de ese momento sea el correcto.

Aquí pongo lo que he reunido de las distintas listas (en los comentarios se agradecen ampliaciones de la misma con nuevas sugerencias).

Vino Arregui crianza 2007, un Rioja buenísimo, lo tengo anotado como el que más nos gustó de los que probamos (lo que no apunté es dónde).
El Puntido (Rioja). Nos lo sirvieron en el Restaurante Ikea, de Vitoria, y fue todo un hallazgo. Compré una botella en el Club del Gourmet del Corte Inglés al regresar a Madrid. 

De Bardos, Ars Suprema. 2005 Ribera del Duero.
Malleolus Bodegas Emilio Moro Ribera (que descubrimos en El Paraguas)
Hito (de Cepa 21, dentro también de las bodegas Emilio Moro). Es mucho más económico que el Malleolus pero también es excelente. Mi especial agradecimiento a Los Sentidos.
Obra Roble (un vino de Ribera que probamos en Las Dunas) Le gustaba a la dueña y nos gustó a nosotros.
Martín Berdugo (Ribera). También lo conocimos en las Dunas. Delicioso.
Luis Cañas crianza 2007, de Ribera,  fácil de encontrar, lo he visto en el Alcampo. Sin desmerecer, preferimos el Lagar de Isilla (Ribera), que tomamos en Linares en el Canela en Rama.
Vino de Leda 2007 (Castilla y León)

San Román (Toro). Con razón tiene buena fama.
El Almirez (Toro) lo probamos en Lieu. Es más barato que el San Román y sin nada que envidiarle.
Elías Mora (Toro) este lo probamos en el Bistró Peruano Tanta. Sabroso, intenso y delicioso. Los vinos de Toro buenos, y últimamente hay muchos, se cuentan entre mis favoritos.
Matsu viejo (Toro): un vino de cepas viejas que descubrimos en El Antojo y del que hicimos acopio inmediatamente.
Titán del Bendito (Toro): dentro de la línea del Matsu viejo, también de cepas centenarias. De la misma bodega pero más económico está el Dominio del Bendito, también muy bueno aunque se aprecia la diferencia, por lo que para una ocasión especial recomiendo el Titán. Lo compré por curiosidad en Lunch&Dinner, una tienda gourmet con platos preparados y bien cocinados, además de las delicatessen habituales de estos sitios y con una gran selección de Ginebras de todo tipo, situada en el chaflán entre Don Ramón de la Cruz y General Diaz Porlier.


Pitacum aúrea (El Bierzo). Otro del que sólo apunté el nombre.
Fagus (Campo de Borja) un vino de garnacha con intenso sabor a frutas del bosque. Fue en Cuenllas, cosecha del año 2008, lo tomamos para celebrar mi cumpleaños y nos pareció fabuloso.
Finca El Regajal, Vino de Madrid
El Predicador, Vino de Madrid. Recomendación muy acertada de MJ.
El Rincón, Marques de Griñón.
Laya (Almansa) Garnacha tintorera (le gusta mucho a mi jefe).
Clio Bodegas el Nido Jumilla (recomendación del encantador Sumiller de Diverxo y del que dimos buena cuenta en las largas esperas entre bocado y bocado)
Cojón de gato: también descubrimiento de Antojo. El nombre corresponde a la variedad de uva con la que se elabora. El problema es que no lo he encontrado en ninguna tienda. Creo que es de Somontano.
Habla del Silencio, de Extremadura. Uno de los favoritos del sumiller del Canela en Rama (el bar con las mejores tapas de Linares).
Barbazul. Un vino de Cádiz con un nombre muy sugerente y un sabor por el que merece la pena abrir con la llave la bodega prohibida.
Esencia. Un vino blanco de Cariñena con baja gradación alcohólica, sólo 5,5º, que me resultó muy agradable (y eso que son pocos los blancos que me gustan: los Albariños, algún Rueda, el Barbadillo y poco más).
El vino rosado en mi opinión no es "ni chicha ni limoná", los únicos rosados que sí que me gustan son los de champán.
El único cava que me gusta es el Codorniú Pinot Noir, aunque no he probado los espumosos de otras regiones españolas.

De Pedro Ximenez descubrimos el Pemartin, cremoso pero sin ser empalagoso y sin exceso de alcohol, de ese también tengo que hacerme con unas botellitas.
Otro PX muy rico es el Monteagudo, aunque, de momento, mi favorito es el Ximénez Spinola.

"La Celia" Argentina. Malbec. Tengo debilidad por la uva Malbec. 
Bodega Ventisquera Chile. Grey. Uva Carmenise.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Risotto de calabaza

Noche estrellada en el Ródano- van Gogh
El mejor risotto que House y yo hemos probado nunca es el del Restaurante Italia en el Boulevard de Philosophes en Ginebra. Uno de los camareros del sitio es español, aunque lleva la mayor parte de su vida viviendo y trabajando en esa preciosa ciudad suiza. Además de español es encantador y un gran profesional. Pese a que en ocasiones han transcurrido un par de años entre una visita y la siguiente, nos recuerda y procura ocuparse de atendernos él personalmente.

Toda la carta es deliciosa, desde las pizzas hasta los vinos, pero el risotto de boletus es incomparable. Para empezar viene servido dentro de una enorme rueda de queso parmesano, dispuesto sobre un carrito, que desplazan hasta la mesa. Una vez allí, remueven el arroz humeante del interior al tiempo que raspan los bordes, de manera que las virutas deshechas se entremezclan con el cremoso arroz. Sirven un primer plato pero dejan una parte dentro del queso, para que repose y se impregne, aún más, del sabor. La primera ración es deliciosa y más que generosa pero es imposible resistirse a repetir y terminar hasta el último grano de ese segundo plato de propina.

No tengo la receta de ese arroz, ni tampoco la rueda de queso de 20 kg que me daría posiblemente para varias vidas. Lo que sí que tienen mis amigos es un estupendo libro de recetas exclusivamente dedicado al risotto. No son risottos cargados de mantequilla y nata, pesados y pegajosos. No es esa la manera de conseguir su textura cremosa, sino que es cuestión de paciencia, de añadir el caldo poco a poco y de removerlo constantemente según cuece para que suelte el almidón.

RISOTTO DE CALABAZA

Ingredientes:
1 cebolla picada
1 cucharada de aceite de oliva
1 taza de arroz redondo
1 taza de vino blanco algo dulce
4 tazas de caldo de verduras
1 taza de puré de calabaza
1 cucharadita de jengibre picado
1 cucharadita de nuez moscada rallada
1 cucharada de albahaca fresca picada
2 cucharadas de parmesano rallado en el momento.
Sal y pimienta


Preparación:
Saltear la cebolla en el aceite hasta que esté transparente. Añadir el arroz y remover durante un par de minutos. Añadir el vino, poco a poco.
Incorporar el caldo de verduras, media taza cada vez. Dejar que se evapore antes de añadir la siguiente cantidad. Remover con frecuencia.
Añadir el resto de los ingredientes excepto el queso.
Moverlo bien y cocinar durante unos minutos, hasta que coja temperatura.
Cuando esté listo, poner el queso, mezclar y dejar reposar 5 minutos antes de servir.

jueves, 7 de noviembre de 2013

El trayecto

Arranco el coche. Compruebo que se encienden los indicadores adecuados y se apagan aquellos que conviene que permanezcan en ese estado. Quito el freno y sorteo las columnas del garaje, están así dispuestas para optimizar el nivel de alerta de los conductores antes de enfrentarse a los peligros de la calle. Me pregunto si esta vez el mando abrirá a la primera o tendré que insistir como con los niños cuando no quieren levantarse para ir a la escuela. Es temprano y suele ser la segunda opción.

Ya estoy fuera.  El camión de la basura va hoy con retraso así que debo tomármelo con calma. Para colmo ha bloqueado al autobús kamikaze. Estoy por subir a casa y avisar al trabajo de que llegaré tarde. Se para el camión a recoger los cubos, aunque se aparte en la zona más ancha de la calzada al autobús no le basta. Giramos: dos carriles, dos sentidos, tras un cuarto de hora para recorrer veinte metros me parece que he llegado al paraíso. Hay gente en la parada. Cualquier iluso pensaría en aprovechar y adelantar al autobús detenido mientras recoge a sus pasajeros. En el caso del kamikaze lo mejor es abstenerse. En cuanto descubre la atrevida maniobra se esfuerza por obstaculizarla. Arranca, acelera, a los cristales se pegan las caras asustadas de sus viajeros, la mayoría recuperan la fe en ese momento e invocan a Dios en una rápida plegaria. Los últimos en subir se libran por los pelos, gracias a las puertas que se cierran sobre ellos, de acabar tirados sobre el pavimento. Conviene que se agarren bien cuando las puertas se abran de nuevo para que el osado piloto del ridículo turismo reciba todos los improperios que se merece. ¿Civismo? En la selva de las bestias impera la ley del más fuerte.

Tanta aventura y sólo he girado la primera esquina. Ahora llega la parte de los semáforos. Me sorprende descubrir el gran número de daltónicos que habitan esta ciudad. Comprendo que el ámbar puede inducir a error pero ¡el rojo! Si he contado bien han sido cuatro los que han acelerado para hacerse con la pole position. ¡La carrera promete! Lástima que se hayan equivocado de circuito. Seguro que es culpa del GPS.

Al fin estoy en carretera. El carril central es una caravana de borregos. Tengo delante a un abuelo cuya edad supera con creces su velocidad. Por el retrovisor contemplo los coqueteos entre la vida y la muerte de un potencial donante de órganos sobre su moto. Un poco más allá la tonta de turno de todas las mañanas trata de emplear su escasa habilidad para manejar con una mano el cigarro y el móvil. La estupidez no le pertenece en exclusiva, en un coche de lujo viaja su partenaire masculino enfrascado en la misma tarea.

Casi he llegado a mi destino. El tramo final es el de las glorietas. Muchos no saben que los cedas para incorporarse también afectan al morro de su coche. No, no se recomienda echarle morro. Sí, es cierto que el de dentro tiene la preferencia, pero no si ya hay otro dentro, a su derecha, y lo que pretende es pasarle por encima para cruzarse y salir desde la izquierda. Los intermitentes son esa palanquita que le indica al resto tus intenciones, para que no se vean obligados a adivinarlas sin pistas.

¡Por fin! La sección correspondiente a las líneas que separan los espacios de aparcamiento es una lección complicada, que requiere preparar esquemas y para la que no me siento preparada. La reservaré para otro momento.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Para uno, para todos

Que disfruto al escribir es evidente, pero no me limito a quedarme ahí. Como carezco de término medio, mi adicción va más allá: no sólo me gusta sino que incluso lo necesito, tanto como leer. Las ganas de coger un lápiz y un papel se convierten a veces en algo casi irresistible, hay momentos en que es uno de mis mayores deseos, junto con el de poseer algo del talento y la imaginación de algunos autores a los que me encantaría parecerme.

El impulso de escribir puede ser fruto de la inspiración pero también se siente en su ausencia y, sin ella, garabatear algo con sentido, es casi imposible. Sin embargo el caso es garabatearlo. Con frecuencia esto me hace cuestionarme mi salud mental, y supongo que no soy la única en ponerla en duda. En esas y en otras ocasiones escribo para mí, sin compasión por los lectores cuyo interés por mis extraños procesos mentales es, lógicamente, nulo (y si existe está motivado por cariño hacia la autora, lo que se agradece). A veces aprovecho para poner en orden mis ideas, y compruebo que la mayoría no tienen ni pies ni cabeza, o simplemente me dedico a jugar y divertirme con alguna tontería. Divago, me gusta hilar palabras entre sí, combinar sus sonidos, buscar su armonía o intentar transformarlas en imágenes. También puede ocurrir que se me haya ocurrido algo bonito y que me apetezca descubrir hasta donde me lleva, porque hay historias que crecen al empezar a escribirlas y, cuando esto sucede, es como vivir dentro de un sueño. Me sumerjo en ese océano revuelto y busco mi historia entre sus corrientes, me arrastro a la deriva, sin saber si seré capaz de encontrarla y de seguirla sin perderla de nuevo. Escribir algo romántico, poético o un tanto fantasioso me ilusiona, me hace sentirme mejor, y eso me engancha aún más.

No escribo sólo para mí, sino que además hay muchos escritos con destinatario, mi "blogrespondencia". Son mensajes, recuerdos compartidos, momentos de nostalgia, felicitaciones que espero contribuyan a hacer más especial un día señalado, crónicas, noticias o curiosidades. Hay historias inspiradas por personas concretas o por determinadas circunstancias que, en algunos casos, sólo pretenden levantar el ánimo a aquel al que van dirigidas. Hay momentos en los que el optimismo estalla, la alegría rebosa y desea ser transmitida al resto del mundo, sin más demora. Al escribirlos se liberan para que se expandan en la atmósfera igual que una traca de fuegos artificiales. De ese modo no sólo se comparten, sino que se graban, se guardan, se fijan en el texto y es posible revivirlos una y otra vez con cada lectura.

martes, 5 de noviembre de 2013

Manolo Ariza

Mi visión de Manolo Ariza es infantil, son recuerdos de niña, de la época en la que le veíamos con cierta frecuencia. Llamaba la atención por su delgadez y, sobre todo, por su altura, más de dos metros que hacían que su cabeza chocara con los marcos de las puertas en cuanto se descuidaba un poco. A hermanísima y a mí nos gustaba ponernos a su lado y comprobar que sus piernas eran más largas que cualquiera de nosotras. Aunque fuera amigo de nuestros padres era un amigo distinto, lo incluíamos dentro de nuestros favoritos y formaba parte del reducido grupo de adultos que considerábamos especiales.

Esperábamos con ilusión sus visitas. Siempre tenía detalles, aunque no necesitaba regalos para conquistarnos, derrochaba sonrisa y encanto. Nos prestaba atención sin esforzarse aparentemente en ello, iba más allá de lo que dicta la cortesía con los hijos de los amigos y se entretenía en jugar con nosotras. Procurábamos secuestrarlo en cuanto se acercaba y más de una vez mis padres tuvieron que reclamarlo. Aquel rato se hacía tan corto que nos quedábamos con ganas de más.

Inspiraba confianza, con él no había distancias. Cuando estaba en casa nos costaba retirarnos a nuestra habitación, queríamos quedarnos con los mayores para enterarnos de lo que contara. Manolo era divertido sin intentar ser gracioso, cariñoso sin pegajo, tan simpático que le caía bien a todo el mundo y bueno como un pedazo de pan. Además era caballeroso y sabía estar. Un personaje gigante que dejó huella.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Sin estilo adolescente

Llega la pubertad, aparecen cambios, muchos cambios, demasiados, y hay que adaptarse forzosamente a ellos. De repente, junto con el tamaño, aumentan las expectativas del resto sobre uno que pasa a adquirir toda una serie de nuevas responsabilidades. Hay tareas que se convierten en una obligación, aunque no siempre se le informe al afectado de ello, se espera que lo adivine por clarividencia. Al mismo tiempo los fallos adquieren mayor repercusión. ¿A quién le apetece eso? A mí no.  Sin embargo sirve de nada resistirse a crecer, no al mero hecho de estirarse sino al de hacerse adulto y lo que esto implica. Se alberga la vana ilusión de que los demás no lo noten. Las evidencias físicas del cambio se esconden, el que los demás se den cuenta, y lo mencionen, provoca vergüenza.

Las madres no están dispuestas a colaborar. Suelen mostrar una prisa excesiva por comprar el primer sujetador. Un día aparecen, felices y orgullosas, con esa prenda en la mano: una suerte de minicamiseta con unas copas ridículas. Para colmo de desgracias luego presumen sin recato de su hazaña ante casi cualquiera (en esos momentos mi mayor deseo era que me tragase la tierra). Insisten en su uso. Hay que hacerse a la idea de incluir el dichoso sostén entre la ropa interior habitual (a pesar de que en los 60 intentaron quemarlos como símbolo de liberación de la mujer. Me imagino el trauma infantil que sufrieron esas pobre jóvenes a manos de sus madres). En general ese primer modelo se vuelve inservible en pocas semanas, incapaz de contener la creciente exuberancia (aunque es posible que el mío aún me valga).

El modo de vestir también cambia. La ropa más infantil ha de abandonarse definitivamente. Insistir en su uso no hace retroceder el reloj, no provoca el efecto de baby-doll ni da la sensualidad de una Lolita, lo que simplemente sucede es que convierte al desgarbado polluelo en un hazmerreír. La opción es pasarse a un estilo neutro,asexuado, informal, sin edad, basado en los vaqueros y la ropa deportiva. Una de sus ventajas es su comodidad. Está llena de prácticos bolsillos por los que repartir las cuatro cosas que se llevan encima: dinero (ese bolsillo suele permanecer vacío), documentación (otro que tal baila) y, sinceramente, no se me ocurre nada más. Mucha gente incluiría las llaves pero ese tema lo comenté en otro post.

Es una ropa perfecta para el día a día, pero no tanto cuando se trata de asistir a cualquier evento. Aquí vuelven las discrepancias madre-hija: la idea materna de algo juvenil, pero con lustre, no coincide, ni remotamente, con la de la desdichada que se ve obligada a lucirlo. A las pruebas me remito, las fotos dan fe no de la elegancia sino de lo imposible del conjunto: los salones sin tacón, las faldas de fiesta cortas, con terciopelo, satén y volantes, las blusas con baberos adornados. No se queda ahí la cosa sino que para más inri hay que sumarle las caretas de los primeros experimentos de maquillaje. No es de extrañar que entren ganas de quemarlas para evitar que pasen a la posteridad. Años después, al revisarlas, no nos invade la nostalgia sino el arrepentimiento por no haber actuado antes. El impulso destructor perdura e incluso gana fuerza.

viernes, 1 de noviembre de 2013

La calabaza robada

Aquel año la cosecha de calabazas había dado unos frutos demasiado pequeños para el gusto de Jack. Eran tan diminutas que resultaban más adecuadas para decorar el árbol de Navidad de Liliput que para tallar un monstruo digno de Halloween. Con semejantes birrias no podía hacerse nada. Para llevar a cabo sus propósitos debía conseguir un ejemplar capaz de asustar hasta a su sombra. ¿Dónde lo encontraría?

El loco Eben cultivaba las mejores calabazas de la región. Piezas inmensas, esferas perfectas y de un color tan intenso que en la puesta de sol refulgían. Claro que su dueño no permitía que nadie rondase sus dominios. No es que nadie deseara acercarse. El aspecto del viejo producía escalofríos. Sus ojos eran fríos, su boca jamás sonreía y su ceño estaba permanentemente fruncido. Hablaba poco pero se decía que con su voz ronca espantaba hasta a los espectros. Su huerto, a pesar de estar en un rincón soleado, era un lugar tan recóndito y silencioso que resultaba aún más lúgubre que un cementerio a medianoche.

Jack se armó de valor. Este año le robaría una de sus calabazas al loco Eben. Cierto que el viejo nunca las perdía de vista, pero el muchacho supuso que en algún momento bajaría la guardia, seguro que necesitaba dormir. Lo vigilaría y esperaría a que le venciese el sueño para cometer su delito.

La primera tarde se confió demasiado. Se acercó demasiado y demasiado pronto. Comprobó que toda la mala fama del viejo era merecida: Eben no se andaba con chiquitas. Por los pelos se libró Jack del tiro que le descargó aquel loco al descubrirle en las inmediaciones de sus tierras.

Jack no se rindió. Únicamente extremó las precauciones. Regresó la noche siguiente. Se mantuvo a distancia y se ayudó de unos prismáticos para seguir las andanzas del viejo. En realidad no había mucho que observar. El anciano se mecía en el porche mientras fumaba su pipa. Desde su posición Jack apenas distinguía las brasas al avivarse. La luna estaba cada vez más alta y sus párpados se cerraban. Aburrido, el vigía se durmió.

No desesperó al despertar, no todo estaba perdido. Aún quedaba un día para Halloween. Lo intentaría de nuevo. Cargó un termo de café con el que luchar contra el sueño. Se lo bebió entero. El sol debía de estar a punto de salir cuando, al fin, Eben se retiró al interior de la casa. Era su oportunidad.

El muchacho no se atrevió a cruzar los campos, por esa ruta se exponía demasiado. Los rodeó para aproximarse por uno de los laterales y se arrastró hasta alcanzar su objetivo. ¡Aquellas calabazas eran inmensas! Su tamaño imponía, daba miedo, las sombras las cubrían, las escondían y enlazaban entre unas otras sus ramas gruesas como sogas. Jack no se atrevía ni a tocarlas. Se imaginó cómo quedarían después de labrarlas y aquella idea le infundió valor. ¿Cuál escoger?

En el centro del huerto crecía un ejemplar magnífico, no tan grande como el resto pero perfecto para asustar a cualquiera. Su cáscara estaba veteada de rojo, venas de un rojo brillante que recordaba a la sangre. ¿Qué más podía desear? Jack cogió su navaja y lo cortó.

Se alejó de allí tan rápido como le permitieron sus piernas, y el peso de su botín. Tras él, el tallo seccionado derramó un reguero de savia negra, casi invisible en la oscuridad de la noche. Jack no se percató del rastro que le delataba.

Nada más llegar a casa se dirigió a la cocina y clavó un gran cuchillo en la base de la calabaza. Con su impaciencia se hizo un corte en la mano. No le importó. Cortó la carne para empezar a vaciarla. Su sangre se mezclaba con el jugo de la hortaliza. Ambas, unidas, formaron un charco rojo sobre el suelo. El líquido irradiaba un resplandor diabólico.

Jack persistió en su tarea. El cuerpo le dolía y estaba lleno de heridas. Su ropa, su piel estaban impregnadas de un fluido sanguinolento. Se sentía poseído por un singular delirio febril que le impulsaba a diseñar una máscara de su propio rostro sobre la calabaza: su cráneo redondo, las cuencas de sus ojos, la sonrisa siniestra de su boca. Sólo faltaba la vela en su interior. La introdujo y prendió la mecha. Era Halloween.

Las llamas bailaron dentro de la calavera e iluminaron los dedos que sostenían la calabaza tallada. Las lenguas de fuego lamieron  la sangre derramada, ascendieron en una pira de huesos y carne chamuscada al tiempo que cauterizaban, con cicatrices rojas, las incisiones marcadas sobre la corteza. Encerrado en su interior se oía el latido de un corazón.

El viejo Eben contempló desde el umbral la nueva calabaza: joven, fresca y lozana. ¡Otra vez había llegado tarde! Su garganta emitió un rugido colérico. Cabizbajo, con el ceño fruncido, abandonó la casa. Todos los años se repetía la misma historia. Vivía en soledad, sin dejar que nadie se le acercase jamás, cada día cultivaba su fama de huraño y cada noche se acostaba sin haber dicho ni una sola palabra. A pesar de su aislamiento cada año encontraba una nueva calabaza de su huerto en alguna cocina del pueblo. ¿Cuánto tiempo había pasado ya desde que desoyera todos los consejos y visitara a aquella horripilante bruja? Era pequeño y llevaba un disfraz de fantasma. La mujer no le quiso dar caramelos si él no le daba antes un beso. Se negó y se quedó sin dulces, desapareció lo recaudado hasta ese momento. Enfadado, en su ignorancia, le robó la calabaza roja de su jardín. Desde entonces sus frutos se multiplicaban en su huerto, y nunca había podido evitar su hurto. Tampoco ningún chiquillo le había ofrecido la posibilidad de escoger entre truco o trato. Jamás podría expiar su maldición.