jueves, 31 de marzo de 2016

Los viajes de Steinbeck

Hace tiempo comenté cuánto me había gustado "Viajes con Charley" de John Steinbeck, un recorrido por los USA que el escritor hace en una caravana, bautizada como Rocinante, acompañado por su perro. El propio Steinbeck cuenta sus motivos a la hora de emprender este periplo: "En Estados Unidos vivo en Nueva York, o me voy a Chicago o a San Francisco. Pero Nueva York no es más los Estados Unidos de lo que París es Francia o Londres es Inglaterra. Así que descubrí que no conocía mi propio país. Yo, un escritor estadounidense, que escribía sobre Estados Unidos, estaba trabajando de memoria, y la memoria es, en el mejor de los casos, un depósito defectuoso y deformado. No había oído el habla del país, ni olido la hierba ni los árboles ni las alcantarillas, ni visto sus cerros ni sus aguas, ni su color ni la calidad de su luz. Sabía de los cambios sólo por los libros y los periódicos. Pero, aparte de eso, llevaba veinticinco años sin sentir el país." Con su recorrido a lo largo de 34 estados, el escritor trata de retomar el contacto perdido y conocer de primera mano la idiosincrasia de los habitantes de los distintos estados. Nadie escribe sobre la gente como Steinbeck y la novela resulta de lo más entretenida,

The log from de Sea of Cortez es un viaje muy anterior al comentado, tanto que tiene lugar durante la 2 GM (que apenas se menciona en la novela, tan desconectados estaban de ella). En esta ocasión se trata de una travesía por el Golfo de California  junto a su amigo, el naturalista Ed Ricketts (su modelo para Doc en Cannery Row y Dulce jueves). Ambos recorren el golfo de California a bordo de un barco charter para recoger muestras de invertebrados de la zona. Es un libro escrito a dos manos, de hecho se basa en los diarios de viaje de Ed Ricketts, y eso se nota. Aunque este libro se supone que es la parte del viaje sin el apéndice de biología marina del tratado original, hay descripciones exhaustivas y entusiastas de todas las especies que encuentran. También se describe el paisaje, el mar, el clima y se cuentan numerosas anécdotas de la vida en el barco (las más divertidas las proporciona un caprichoso motor, que denominan la "vaca marina", que funciona de maravilla en condiciones idóneas de navegación pero jamás cuando ha de enfrentarse a algún tipo de inclemencia) (si pincháis en el nombre os llevará al texto donde enumera sus características, eso sí, en inglés).  Refiere el trato que encuentran en los distintos puertos en los que fondean aunque, para mi gusto, le falta algo de la humanidad característica de Steinbeck, por eso me da la impresión de que el autor basó su narración en los diarios de Ricketts, más preocupado por los habitantes del mar que por los del barco, y echo en falta que no llevase un diario propio.
Esa falta de humanidad se subsana al final del libro, en el magnífico apéndice que el nobel le dedica a su amigo. En ese apéndice es fácil establecer el paralelismo entre la realidad de Monterey, el laboratorio de Ricketts, el propio Ricketts y sus amistades, y la ficción de Cannery Row y Dulce jueves. Esa raíz en la realidad convierte a esas dos novelas, y a Ed Ricketts (y Doc) en algo aún más entrañable. Nunca me canso de recomendarlas, uno no se puede hacer idea de su genialidad y su humor, son divertidísimas, hasta que las lee.

En "A Russian Journal" Steinbeck y Frank Capa visitan la URSS tras la 2ª GM. Atraviesan el telón de acero armados de papel y pluma y de una temible cámara fotográfica, que requiere todo tipo de permisos para salir a la calle. No les interesa la política, solo la gente. Si fotografiar la Rusia de Stalin no es tarea fácil, viajar por ella tampoco, todo requiere un sinfín de burocracia, hasta comer en un restaurante. Steinbeck narra la crónica del viaje y de su convivencia con Capa con humanidad, ritmo y sentido del humor. Los aviones son viejos trastos de guerra que solo la habilidad de los pilotos consigue hacer volar, no hay cinturones de seguridad (en algunos casos los asientos tampoco cuentan con respaldo) y el equipaje se acumula en los pasillos. No existe el aislamiento término, nunca funciona el aire acondicionado (tampoco en los trenes) y conviene que cada uno se lleve su propia comida si no desea morir de hambre o sed en el trayecto. Todos los itinerarios parten de Moscú. Hay pocas carreteras asfaltadas y aún menos coches en buen estado. Visitan Ucrania, el granero de la URSS. Agosto es época de cosechas, no disponen de máquinas tras la guerra y los campesinos han de realizar el trabajo a mano. En el campo quedan pocos hombres jóvenes y casi ninguno entero, el trabajo lo hacen las mujeres. Es una tarea dura en la que emplean todas las horas de luz, lo que no les quita las ganas de divertirse durante la noche. De allí regresan a Moscú para viajar a Stalingrado que aún se recupera del largo sitio. La ciudad a orillas del Volga son muros medio derruidos y muchos de sus habitantes aún viven en los sótanos de sus antiguos hogares. Otra de las regiones que conocen es Georgia. Georgia se consideraba el paraíso ruso, el lugar de vacaciones, el del clima más benigno y el menos afectado por la guerra.
A pesar de las dificultades la gente es acogedora y pacífica, les asusta la idea de una nueva contienda y les interesa saber cómo es la vida de los americanos y cuales son sus preocupaciones. En todas partes se bebe vodka desde el desayuno y en las casas se sirven comidas pantagruélicas sin un intervalo entre una y otra para digerirlas. Son distintos países pero las diferencias son sobre todo geográficas porque, en el fondo, los hombres, y sus inquietudes, son similares en todas partes.

domingo, 27 de marzo de 2016

Niña Sol

Camino aferrada a un rayo de sol, cayó un día entre mis manos, quedó enganchado a mi dedo y fui incapaz de soltarlo. Prometí cuidar de su estrella y no separarme de ella. Mi deber es protegerla, evitar que un día se pierda.

Mi rayo es débil al amanecer, se resiste a despejarse y no son pocas las mañanas que me cuesta levantarle. Ya cerca del mediodía le entran ganas de subir y tira con todas sus fuerzas para alejarse de mí. No lo puedo permitir.

Noto las sombras que acechan, empeñadas en cegar el haz de su luz vibrante. Se encogen, se alargan... como si no pasara nada, pero conozco su juego y he aprendido a engañarlas. Me escondo junto a mi rayo, dejo que giren y bailen y, cuando sé que están cansadas, dejo a mi estrella que salga.

Amansamos las tormentas y, una vez el cielo en calma, barnizamos la acuarela que ha humedecido la tierra. Despertamos los reflejos que duermen en el océano e iluminamos las gotas salpicadas por las olas.

A la hora de acostarse, la acompaño al horizonte, donde hay un baño de espuma hecho de nubes y brumas. El aire de la noche nos arrulla y la luna nos acuna. Me acurruco con mi rayo y me duermo entre su abrazo.

jueves, 24 de marzo de 2016

Mi escritorio

El blog de Chelo me ha invitado a escribir una entrada sobre mi escritorio. El suyo es un lugar ordenado sin nada más encima de la mesa que lo que necesita para escribir. Al parecer es cierto que el mundo está hecho de opuestos, no sé si para alcanzar un equilibrio, aunque equilibrio es lo que a duras penas guardan las cosas en mi caso y reconozco que no gracias a mi contribución.

Chelo es una escritora migratoria que se aposenta en distintos puntos de su salón, que mostró por fotos. Es mejor que yo no la imite en eso porque mis imágenes no iban a resultar decorativas y, además, se añade un problema de intendencia: soy un bicho raro y no dispongo de smartphone o de cámara digital. House es el que se encarga de la documentación gráfica de las vacaciones, aunque no siempre nos acordamos de coger la cámara.

Mi escritorio es una esquina de la mesa del salón, la esquina más apartada de la zona de paso y, con el paso de los días, la única esquina libre (salvo por mi portátil) de la enorme mesa de cristal y forja que no usamos para comer, salvo en situaciones excepcionales, porque no hay dónde poner los mantelitos. En mi descargo alegaré que no soy culpable de todo el desbarajuste reinante, aunque si pretendo enumerar todos y cada uno de los objetos que ocupan el espacio voy a necesitar varios posts (y mucho tiempo para hacer inventario). A mi derecha hay otra silla en la que aún hay sitio para sentarse aunque no la acompaña en el uso el trozo de mesa asociado, sobre el que se disponen dos cajas de auriculares con revistas médicas, CDs y libros encima, una caja de zapatos llena de recibos, otra con cables y objetos intercalados difíciles de etiquetar, y la tapa de una de las cajas anteriores que ejerce de sujetalibros. La distribución de las cosas en cajas es obra de la asistenta que, de ese modo, trata de contener la anarquía.

La franja central de la mesa está adornada con un batik de Thailandia que nos trajo la tía de House de uno de sus viajes, aunque su diseño se aprecia en contadas ocasiones. Sobre la tela hay dos floreros llenos de peonías de Sia, bastante bien logradas, que me regalaron en L'Occitane cuando cambiaron la decoración. Ya he comentado alguna vez que no tengo mano verde y que la única manera de que no se me mueran las plantas es que se encargue de ellas House (o que sean artificiales). El que mi madre me encargue que le cuide las plantas en vacaciones es porque no tiene otra alternativa. Los floreros por sí solos no cubren el batik, aunque sí lo hacen un par de recipientes con lápices y otros útiles de escritura (y de no escritura que han encontrado dentro su hueco), un neceser de piel vacío (al que acabo de buscar otra ubicación), varias cajas de medicina que salen del cajón y siempre tardan en regresar, por si se necesitan, cosa que sucede poco después de guardarlas. Quizá el tenerlas por en medio sirva de placebo. (Las acabo de guardar así que ya veremos).

Aún quedaría espacio en la cabecera de la mesa si no fuera por la caja de botánicos para los gin-tonics que mi tío le regaló a House, yo no salgo del vino y el champán, llena de recipientes con hierbas aromáticas. Su superficie está desaprovechada con solo un talonario de recetas encima (los médicos solemos atender a toda la familia fuera del horario laboral, generalmente de manera telefónica aunque también suministramos recetas cuando es necesario).

Junto al ordenador suelo dejar mi taza de té, una taza de Gorjuss "on top of the world" que, aunque sea cursi, me encanta. Me tomo el té del desayuno mientras leo el correo y a veces se queda ahí abandonada hasta el día siguiente cuando me preparo una nueva infusión. También tengo un despertador roto y otro que sí que funciona y que compré para sustituir al anterior, aunque no me atrevo a conectarlo porque hice una prueba y creo que, por su culpa, se infartó algún vecino. Ahora uso uno que hace más ruido al darle a los botones para apagarlo que cuando suena la alarma, así que cuando me levanto, lo saco conmigo del dormitorio y lo desconecto fuera para no despertar a House.

En realidad, además de mi rincón en la mesa del salón, tengo un escritorio precioso, de madera maciza, no muy grande, con tapa, que me regaló House. El problema es que está en la habitación con peor luz de la casa, en la que tengo el armario y que se ha convertido en un arsenal de libros, ropa y zapatos. En este caso House no contribuye al caos, es más bien una cuestión de entropía universal. De nada sirve hacer limpieza más que para rellenar el armario de mis sobrinas, porque el mío no se vacía nunca, necesitaría montar un mercadillo para lograrlo (no exagero). Cuando la asistenta tiende la ropa, el lugar deja de ser practicable, por lo que mi magnifico escritorio se mantiene infrautilizado. Tengo que procurar arreglar esa cuestión.

Para terminar me falta invitar a alguien a crear un post sobre su escritorio. No tengo una gran red social pero mi escogida para la labor, si le apetece aceptar, es Joseme, que sí la tiene, y estoy segura de que pondrá también alguna imagen inspiradora. 
Me pica la curiosidad: ¿dónde contesta a sus cartas la misteriosa Madame Santal?

miércoles, 23 de marzo de 2016

Un pequeño misterio (II)

El siguiente cuento es un ejercicio autoimpuesto sin otra intención que la de divertirme. En el concurso de microrrelatos que ya comenté, una de las condiciones era emplear tres palabras de una serie de términos casi en desuso, pero... ¿por qué no utilizarlos todos? Este es el resultado, las palabras obligatorias están en negrita y el relato es algo más largo que el que ya conocéis (espero que los abuelos del mundo me perdonen).

UN PEQUEÑO MISTERIO

Estoy muerto. No sé cómo ha ocurrido pero me he "despertado" dentro de un ataúd, rodeado de rostros taciturnos que se acercaban a mis restos para pagar sus respetos. ¿Lo último que recuerdo? Leía un libro, estaba tan enmimismado en la historia que no me enteraba de nada de lo que pasaba a mi alrededor. Podía haberse caído la habitación gracias al guirigay que tenían montado mis nietos, o sucedido otra hecatombe similar, que no me habría dado ni cuenta; a veces ser un poco sordo tiene sus ventajas.

Los muchachos pretendían montar una de sus pantomimas para celebrar el cumpleaños de su madre. No sé qué opinará mi hija cuando les vea vestidos como adefesios con la tela de las cortinas, por si acaso yo he ido sobre seguro y le he comprado un plumier que, todo sea dicho, me ha costado un potosí. La función de los niños me recordaba al "Sueño de una noche de verano", parece que fue un acierto llevarles a ver la representación de la obra. En este caso la historia sucede durante una noche de primavera, supongo que por la fecha del día señalado en cuestión era más apropiado situarla en ese equinoccio. Un duende tarambana complica la vida de un par de enamorados con sus triquiñuelas. Ella es una heredera bella y meliflua que no sabe cómo rechazar con gentileza la oferta de matrimonio de un truhán arruinado, con un guardarropa de dandi de otra época, algo pedante y de modales rimbombantes, que aspira a su dinero y que toma lecciones en el arte de la seducción del picaflor de su criado. Para evitar herir los sentimientos del galán, la dulce sílfide cuenta con la ayuda de su doncella, que ejerce de correveidile entre su señora y el criado del cazafortunas que, por desgracia, termina por embaucarla. Sin apoyos, la damisela se siente perdida y accede a escapar con el donjuán. No es extraño que al futuro suegro le dé un patatús al enterarse de los planes, información que el duende se encarga de hacerle llegar, sin anestesia ni miramientos, y que el soponcio evite la boda. La trama les tenía entusiasmados y los preparativos de la función marchaban sobre ruedas hasta el momento del reparto de papeles. Era una entelequia imaginar siquiera que uno de los secundarios estuviera conforme con su suerte, todos deseaban ser protagonistas. Se armó entonces tal alboroto que opté por desentenderme y abstraerme en mi lectura. No pintaba nada en ese jaleo.


Mi nieta pequeña era la única que estaba pendiente de mí, supongo que porque la chiquilla no tiene edad suficiente para participar en la cuchipanda del resto. La niña es un primor, se entretiene sola, para ello le basta con la cocinita que le regalé. Le gusta darme a probar los manjares que prepara. A pesar del cariño no creo que su sino sea convertirse en una chef de renombre. Es una suerte que aún goce de un estómago de hierro y que no haya amalgama que pueda con él. A veces no comprendo cómo un juguete tan pequeño da para albergar tantísimos cachivaches, en ese mueble termina todo lo que se pierde en la casa. Claro que no dura mucho, su contenido enseguida pasa a convertirse en un ingrediente más de cualquier batiburrillo inmundo. Ahora que lo pienso...¿Estará allí la caja de matarratas que no encontraba esta mañana? ¡Córcholis! ¡Matarratas! Mucho me temo que acabo de descubrir la clave del misterio.

sábado, 19 de marzo de 2016

Reciclaje

-Creo que se ha roto el microondas- le digo a House en la cena.
-Seguro que se le pasa, debe de ser un mal contacto- me contesta.

House no se caracteriza por su optimismo salvo en cuestión de electrodomésticos: un aparato no ha muerto hasta que no ha pasado varias veces por la mesa de reparaciones y se demuestra que no hay corriente que lo reanime. De momento el microondas ha resistido estoicamente los 13 años que llevamos en la nueva casa, y eso a pesar de haberse prendido fuego y, a consecuencia de ello, tener un agujero considerable en el cartón del interior (el que no sepa de qué hablo, que mire dentro de uno y lo descubrirá). El mando se engancha gracias a un pegote de blue-tac, aunque cuando la asistenta se esmera en limpiarlo, el arreglo deja de funcionar.

-Me parece que esta vez se ha roto del todo -opino.
No es una información que comunique a la ligera, antes he hecho distintas pruebas y el aparato no calienta de ninguna manera, aunque con el grill (que no usamos desde el incidente del fuego) huele a chamusquina, igual que siempre.
- Ya verás como se arregla solo- me responde House.
Le miro con gesto de asombro. ¿Arreglarse solo? ¡Y luego me acusa a mí de confiar en la magia! Me da que, en este caso, no hay bruja capaz de reparar el cacharro. Ni Merlín con una caja de herramientas obraría el milagro.

Espero. Sé que el desayuno es el momento clave. House no se despierta cargado de paciencia, necesita un rato, un buen rato, para recuperar sus habilidades sociales. No poder calentarse la leche para el café no contribuye de manera positiva a su humor matutino.
-La vez pasada empezó a funcionar después de darle un golpe- sugiero (no sin algo de malicia, lo confieso).
El microondas se convierte por unos minutos en un instrumento de percusión sin nada que envidiar a una batería de jazz, pero ni por esas.
-Voy a mirar los microondas de la tienda de abajo -le digo al percusionista.
Hace un par de meses han abierto un outlet de electrodomésticos en nuestra calle. Creo que ha llegado el momento de conocerlo.
-Pregúntales si recogen el aparato viejo.

Me acerco a la tienda y pregunto. No recogen el aparato viejo pero, aún así, me hago con uno nuevo. El maldito chisme pesa como un demonio. Aunque es en la misma calle, el paseo cargada de regreso se me hace eterno (esa tarde me duelen la espalda y los brazos y, aunque de entrada no identifico el motivo, luego caigo). Para colmo, llueve.
- No recogen el viejo -le comunico a House cuando llego- pero no te preocupes que ahora mismo lo llevo al punto limpio.

Cargamos el aparato en el armazón de un carrito de la compra y lo enganchamos con unos pulpos. Armada de esa guisa, y por supuesto bajo la lluvia, me doy un paseo a los sótanos de la Vaguada (es posible que ese viaje también contribuyese al dolor de espalda de después).

Cuando llego al punto limpio descubro que la ventana para arrojar los pequeños electrodomésticos es del tamaño de un tostador. Hay otra compuerta más grande pero, por desgracia, un hermoso candado impide su abertura.

No hay nada como una damisela en apuros para despertar los instintos protectores de los caballeros. Un señor se acerca a ayudarme, aunque poco puede hacer ante mi tesitura.
-No te preocupes- me dice- déjalo aquí al lado que no molesta y lo recogerán igualmente.
No veo otra opción, le doy la razón y las gracias. Según desato los pulpos, un nuevo caballero hace su aparición, también dispuesto a echarme una mano. Coincide con el anterior en que lo mejor que puedo hacer es dejarlo ahí al lado. Por si albergase alguna duda al respecto, me comenta que es mucho mejor eso que tirar los trastos viejos en cualquier sitio.

No acaba ahí la cosa. Desde luego no puedo quejarme de falta de atención. No he terminado de desenganchar los garfios y aparece uno de los guardas del garaje que, muy amablemente, abre la portezuela cerrada del contenedor y él mismo se encarga de levantar el microondas a pulso para depositarlo en su interior (no sé qué habría sido de mi espalda sin él). Coincide con los anteriores en su opinión de que no podía hacer otra cosa. Así da gusto. Por supuesto les agradecí a los tres su gentileza, que nunca fuera dama de caballeros tan bien servida.

jueves, 17 de marzo de 2016

Un pequeño misterio

Desde hace unos años, por iniciativa de una de mis amigas, participo en el concurso de microrrelatos de la semana cultural del colegio de sus hijos, un concurso para padres que se amplía a los amigos (categoría en la que entro yo). Este año las reglas obligaban a utilizar al menos tres palabras de una lista de términos en desuso. Todos los años he terminado finalista y éste no ha sido una excepción, aquí dejo mi microrrelato. 

UN PEQUEÑO MISTERIO

Estoy muerto. No sé cómo ha ocurrido pero me he despertado dentro de un ataúd, rodeado de gente taciturna que se asomaba a mis restos para pagar sus respetos. ¿Lo último que recuerdo? Leía un libro, estaba tan enmimismado en la historia que no me enteraba de nada de lo que pasaba a mi alrededor. Podía haberse caído la habitación con el guirigay que tenían montado mis nietos que no me habría dado ni cuenta; ser un poco sordo tiene sus ventajas. La pequeña es un primor, le gusta darme a probar los manjares que prepara en la cocinita que le regalé. No comprendo cómo un juguete tan pequeño da para albergar tantísimos cachivaches, en ese mueble termina todo lo que se pierde en la casa. Ahora que lo pienso... ¿dónde andará la caja de matarratas que no encontraba esta mañana? ¡Córcholis! ¡Matarratas! Mucho me temo que acabo de descubrir la clave del misterio.

domingo, 13 de marzo de 2016

Entre más páginas

Hace tiempo que tenía pendiente El árbol de la ciencia, de Pio Baroja. El principio era lo que me esperaba, las impresiones de un estudiante de Medicina al empezar la facultad. Sin embargo, la carrera médica es el pretexto para introducir el tema al que alude el título, el árbol de la ciencia que no es otro que el árbol del Edén de la fruta prohibida y cuyo castigo supone la pérdida del paraíso. En su lugar, surgen la enfermedad, la muerte, el frío, la pobreza y la duda, temas con los que se enfrenta el protagonista de la historia, a su vez un alter ego de Baroja. Andrés Hurtado, primero como estudiante y luego como médico, vive su vida con desencanto, una vida marcada por ese árbol de la ciencia en la que la felicidad es efímera. Baroja no solo cuenta la vida de un individuo sino que, a través de sus conversaciones filosóficas, políticas, económicas y humanitarias, refleja una época y a toda la sociedad. Es un libro triste, negativo y bastante amargo.

Después del pesimismo de Baroja necesitaba algo con lo que recuperar el ánimo. Regresé a Steinbeck con The Short Reign of Pippin IV: A Fabrication. Sin ser el mejor libro para devolver la fe en la humanidad, sí que sirve para reírse de ella, al menos de la escoria política. El protagonista es Pippin, un hombre tranquilo que no desea más que esa tranquilidad para poder contemplar las estrellas con su telescopio. Durante la 4ª república, la situación política en Francia es caótica pero, a pesar de ello, o quizá por ello, todos los partidos concluyen, aunque por motivos muy distintos, que hay que restaurar la monarquía. Nada mejor que remontarse a la línea Carolingia para lograr su propósito, y el inocente heredero de esa línea es Pippin IV. Pippin no desea ser rey pero no le queda más remedio que resignarse y aceptar el cargo, por el bien de Francia. Con la monarquía regresan los nobles, todos arruinados y todos dispuestos a recuperar su papel en la corte y a instalarse en el anticuado, y muy poco acogedor, palacio de Versalles. En su nuevo rol, Pippin no es feliz, sabe que es una marioneta, un muñeco que lucir ante el resto del mundo, pero su sangre ancestral de reyes no se conforma con ese cometido.

Steinbeck se ríe con ligereza de las ansias de poder de los políticos para los que cualquier táctica es válida con tal de mantener su puesto. Su estupidez es evidente durante sus reuniones, cuando a la hora de tomar decisiones prestan más atención a la forma que al fondo. Ni siquiera un rey bueno y preocupado por su pueblo logra cambiar las cosas, aunque nunca se sabe. Este mismo tema lo trata, aunque de modo más serio, en El invierno de nuestro descontento.

Una historia ligera, divertida con un gran toque de ironía, muy entretenida, con un protagonista de lo más entrañable y, por supuesto, muy bien escrita. Me llamó la atención la anécdota que refiere del robo de la Monalisa del Louvre, que se devolvió un año más tarde sin atrapar al culpable. Durante ese año se vendieron nada menos que ocho Monalisas "auténticas" a coleccionistas sin demasiados escrúpulos. Está claro que alguien hizo un gran negocio a costa del robo y que "quien roba a un ladrón..." Sin ser muy ético, hay que reconocer que fue un plan brillante.

sábado, 12 de marzo de 2016

Un poco más de Steinbeck

Una historia tiene tantas versiones como lectores. Cada cual toma lo que quiere o lo que puede, y así cambia la historia a su medida o a su antojo. Unos escogen algunos pasajes y descartan el resto, otros tamizan la historia en el cedazo de sus prejuicios, o bien la pintan a su gusto. Una historia ha de tener sus puntos de contacto con el lector, lograr que este se sienta a sus anchas en ella. Solo así podrá admitir las maravillas. (El invierno de mi desazón. Steinbeck).

Terminé el fin de semana con Steinbeck y con un libro no me bastó, necesitaba más. El siguiente en pasar por mis manos fue El invierno de mi desazón, otro libro magnífico de su autor, un texto para recrearse en las palabras, en el estilo y que, además, te hace pensar. Ethan Hawley es un hombre que siempre ha jugado según las reglas, sin trampas, pero al que su honradez le ha servido de poco, ha perdido casi todo su patrimonio. Un día, tras darse cuenta de cómo funciona el mundo (algo que todos se esfuerzan en explicarle) y de donde reside el secreto del triunfo, decide cambiar de táctica y, de paso, vengar viejas afrentas. Sin embargo encuentra gente que le sorprende, y también descubre que sus acciones tienen consecuencias que le hacen daño.

Steinbeck crea un personaje magistral, con el que el lector se identifica hasta el punto de comprender y perdonar sus flaquezas. Sorprende hasta el final, en el que el enfrentamiento entre unos jugadores y otros toma un nuevo cariz.

Desde que era niño, siempre he sentido una curiosa emoción al caminar por la escarcha o la nieve sin hollar todavía. Es como ser el primero en llegar a un mundo nuevo, una profunda y satisfecha sensación de descubrimiento de algo limpio, nuevo, sin usar ni ensuciar aún.

El dinero no solo no tiene corazón, sino que tampoco tiene honor ni memoria. El dinero se vuelve automáticamente respetable si se retiene por un tiempo.

A veces me encantaría conocer la naturaleza de los pensamientos nocturnos. Son parientes muy cercanos de los sueños. A veces consigo dirigirlos por donde quiero, pero otras veces ellos toman la delantera y se abalanzan sobre mí como una manada de caballos briosos, indomables.

No me había saciado, seguía con ganas de Steinbeck, así que continué con más. La siguiente novela fue A un Dios desconocidouna historia sobre las fuerzas sagradas de la naturaleza y los misterios que la envuelven. El comienzo y el ambiente recuerdan al Este del Edén, pero esos son los únicos puntos en común. Joseph Wayne se marcha de su hogar paterno para, de ese modo, poseer su propia tierra. Monta un rancho en un valle de California y construye una casa junto un roble centenario que piensa que alberga el espíritu de su padre. Pronto descubre que la región se nutre de viejos ritos paganos. Además del árbol, en las tierras de Joseph se encuentra uno de esos lugares considerados sagrados, un claro en medio de un oscuro pinar con una gran roca cubierta de musgo.

Steinbeck no solo confiere a sus personajes una gran fuerza interior, una fuerza que traspasa las páginas, sino que dota al escenario de personalidad. Es un paisaje que a veces da calma y otras veces impone, que en algunos momentos genera reverencia y en otros incluso temor. Refleja la dureza de la vida en el rancho a expensas de las enfermedades, los accidentes y los caprichos del clima, la desesperación de los habitantes ante la implacable sequía, su lucha perdida de antemano. Joseph, el protagonista, trata de comprender el lenguaje de la naturaleza y aprende que la tierra no regala nada pero que, sin entregar nada a cambio, exige todo.

Joseph deseaba contarle también cómo sonaban las ruedas aplastando las hojas secas y cómo, al chocar contra las piedras, disparaban chispas azuladas, con cabezas como la lengua de una serpiente. Quería decirle que el cielo estaba muy bajo esa tarde, tan bajo que se podía meter la cabeza. No encontraba la manera de decirle todas esas cosas. 

miércoles, 9 de marzo de 2016

Sueños de luna


SUEÑOS DE LUNA

Bajo la nana de estrellas
la voz de la noche acuna 
a su pequeña luna.

Aún parpadea la luna
sin querer ceder al sueño 
y escucha la nieve blanca
que con suavidad la llama. 

Sonámbula, la luna deambula.
Escapa del firmamento
y vuela en alas del viento
por la pendiente nevada. 

Duerme la niña luna
y sueña con que se arropa
con copos cálidos de pluma. 

Se nubla la noche sin luna
que yace bajo una manta
tejida en flores de invierno
sobre un lecho de montañas.

Un copo de nieve
y un halo de estrellas
prenden a la fugitiva luna
en su nube de blancura. 

En calma la noche mece
a la luna que no duerme.

lunes, 7 de marzo de 2016

Empezamos marzo

Sé que estas entradas de libros no se cuentan entre las favoritas del blog, son las que menos visitas y comentarios reciben. Sin embargo a mí me gusta escribirlas, me obliga a hacer una sinopsis de la historia, breve, concisa y ordenada pero sin revelar las claves, y a definir mis impresiones. A pesar de la falta de éxito, siempre he sido inasequible al desaliento y tiendo a hacer lo que me parece, sin supeditarme a la opinión o a los gustos de los demás, supongo que por eso insisto y aquí sigo con mis lecturas hasta que me dé por otra cosa (que ojalá sea un ataque de inspiración para una nueva historia). Está es la primera hornada de marzo.

La luna se ha puesto de Steinbeck es  una novela corta, de lo mejor que he leído últimamente. Es lo que tiene Steinbeck, que es un grandísimo escritor y, con unas pinceladas, dota de humanidad a los personajes y te traslada al ambiente de su historia. Su estilo es precioso, leerlo es un placer. Es la crónica de una ocupación. La primera reacción de un pueblo al verse invadido es de estupor, poco después la confusión se transforma en resistencia y los conquistadores comienzan a sentir la inseguridad y el miedo. Cada movimiento de defensa o de castigo se vuelve en su contra, el rechazo crece como una bola de nieve en una ladera hasta que se ven atrapados en el nuevo territorio que, con el paso del tiempo, se asemeja más a un papel cazamoscas que a un país sometido. Un ejercito tiene un líder, no así un hombre libre, cada uno es su propio adalid, no hay nadie al que descabezar para controlar su ansia de libertad. Esta pequeña novela está llena de frases brillantes: "La guerra es traición y odio, y torpezas de generales ineptos, tortura y muerte, y náuseas, y cansancio, y que cuando todo ha pasado, lo único que queda son nuevos desalientos y nuevos odios". Es un estudio humano de la desesperación y la esperanza, de que en la guerra no hay vencedores ni vencidos, y sí recuerdos que no deberían guardarse.

Sangre a borbotones de Rafael Reig es una novela algo rara, imaginativa, surrealista, medio policiaca y con conflictos éticos. Tiene un ritmo ágil, es ligera e, incluso en los momentos de tensión, no llega a producir inquietud. Se sigue bien y se lee con facilidad aunque me dejó la impresión de estar algo deslavazada. Me vino muy bien una noche de guardia que me llamaron por una hemorragia postamigdalectomía y tuve que ir al hospital (con semejante título... ¿acaso auguraba algo así? Por si acaso tendré más cuidado con lo que escojo los días de guardia). Por fortuna, el tema parecía haberse resuelto a mi llegada, no me pareció buena idea regresar a casa, era confiar demasiado en la suerte, con los sangrados siempre existe el riesgo de que se caiga la escara y vuelvan a las andadas. Me quedé en el sofá-cama del despacho totalmente desvelada, es lo que tiene la adrenalina, y me puse a leer; casi me la terminé antes de recuperar el sueño (aunque la paciente no volvió a sangrar esa noche, la comodidad del sofá no contribuyó al descanso).

The Ginger Tree de Oswald Wynd es un relato lento, escrito en forma de monólogo que, a pesar de que lo que narra no está exento de interés, no llega a transmitir emociones, le falta pasión y se hace pesado en ocasiones, con saltos y descripciones que afectan al hilo de la historia. La protagonista relata su vida en forma de diario, con algunas cartas entremezcladas. Su historia comienza cuando se embarca hacia China, a los 20 años de edad, para casarse con su prometido, destinado en Peking. Su matrimonio no resulta ser lo que esperaba. Embarazada de un militar japonés, huye a Japón donde se instala bajo su protección. Allí se enfrenta a las rígidas costumbres niponas y busca su independencia en un medio hostil. Quizá me esperaba más tras leer las buenas críticas de otros lectores de amazon.

The Pettibone name de Margaret Sidney es una historia algo anticuada, de mentalidad cristiana y devota y, en ocasiones, un poco ñoña, rasgo que no es del gusto de todos pero que tampoco disgusta en esta novela que, por su bondad y sencillez, resulta amable y tierna (sin pretender nada más). Antes de morir, Mr. Pettibone le confiesa a su hija Judith que ha hecho un nuevo testamento a su favor. Sin embargo, en el momento de la lectura del mismo, la herencia es para su hermano John y su familia. Judith se instala en casa de una amiga (la única persona que conoce su secreto) y cuida de sus sobrinos, les inculca aspiraciones y valores para que lleguen a ser personas de provecho. Cuando en su hogar surge un malentendido entre dos miembros respetables de la comunidad, Judith se siente responsable pero, a pesar de su prudencia y su diplomacia, se ve impotente a la hora de arreglarlo.

Something Rich and Strange de Patricia A McKillip guarda un cierto paralelismo con la Reina de las Nieves. En este caso la Reina del mar seduce con su canto de sirena a un humano que no puede resistirse a su llamada y está dispuesto a sacrificar cualquier cosa con tal de llegar hasta ella, aunque para ello tenga que enfrentarse a la muerte. Su amante va a rescatarlo por la escalera que une el mar y la tierra y busca la manera de liberarle de su promesa, aún a costa de sí misma. La historia es bonita, aunque lenta, porque McKillip se recrea en el preciosismo poético de sus descripciones. Su lenguaje está lleno de encanto y contribuye a la atmósfera onírica de la narración, aunque te tiene que gustar la prosa poética para disfrutarlo.