sábado, 21 de noviembre de 2020

Grumpy, la ladrona?


Salgo de la Vaguada y alguien dice: "¡Oiga, oiga!" con cierta insistencia. Me doy la vuelta y veo dos guardias de seguridad que se acercan a mí. 

-¿Ha estado en Nyx?- me preguntan.

-Sí, digo. 

-Pues han robado algunas cosas y la dependienta dice que ha sido Ud. 

No doy crédito. He entrado, he mirado y me he ido, un par de minutos como mucho. La dependienta estaba en la caja con otros clientes en el otro extremo de la tienda y si me ha visto ha sido porque me he despedido al salir (cuestión de educación). 

-Acompáñenos- me mandan. 

Pretenden que bajemos por unas escalerillas que dan a tierra de nadie, una rampa de la entrada al parking. Está oscuro. Me niego a ir por allí. El que lleven uniforme no significa que sean lo que parecen.

-Lo siento, prefiero ir por donde hay gente. 

Entramos. Cruzo el Corte Inglés flanqueada por los dos guardias. Es tal el bochorno que no veo, aunque procuro llevar la cabeza alta como si no fuese conmigo. Salimos al vestíbulo y me conducen a una puerta que ni sabía que existía. Bajamos unas escaleras. Me explican que otra compañera, una mujer, revisará mis cosas.

Me meten en un cuartucho y la mujer comprueba mi bolso y mi ropa. Lógicamente no hay nada. No sirvo para ladrona, ni por mi carácter ni por mi físico. El que piense que puedo robar algo y pasar desapercibida tiene muy poco pesquis, con el pelo rojo llamo mucho la atención, en casi todas las tiendas me recuerdan. Quizá ese haya sido el problema, que solo se acordaron de mí, aunque sea incapaz de robar un chupachups.


- ¿Y ahora?- pregunto.

- Tiene que esperar- me contestan- la dependienta estaba segura y viene la policía. 

Es surrealista. Me veo en el calabozo por culpa de la estupidez de la gente. No están haciendo su trabajo, no han mirado las cámaras ni nada. Simplemente se les ha cruzado el cable y yo pago el pato. Se me ocurre llamar a una de mis pacientes, su marido es policía y tengo mucha confianza con ellos. Le cuento lo que sucede. 

-No te preocupes. Te tomaran los datos y comprobaran los antecedentes y listo. No tienen donde agarrarse y no pueden retenerte por un hurto, tiene que ser por algo de más de 400 euros (siempre se aprende algo, aunque no vaya a aplicarlo).

Llega la policía. Otra vez me revisan, también una mujer. Esta vez me miran las botas, el sujetador incluso. En fin. No he cogido nada y no hay nada. Comprueban los datos, me piden el teléfono. Por fin soy libre. Estoy furiosa, pero también angustiada, no logro entenderlo. Decido ir a hablar con mi acusadora. 

En la tienda hay otro policía. Pido la hoja de reclamaciones y escribo lo sucedido. Cuando termino le pregunto a la dependienta por qué. Me explica que había repuesto unos lápices (hasta entonces no sabía qué era lo que supuestamente había robado) y que cuando había vuelto por allí, habían desaparecido. En ese momento había pasado el de seguridad que le había preguntado qué tal, y le había dicho "pues me acaban de robar". El de seguridad me había visto salir (sin fijarse en la pareja que salió también, no eran llamativos) y aunque la otra le dijo que no me había visto coger nada, el otro decidió apuntarse un tanto. Aprovecharía la oportunidad para quedar como un héroe. Montó la feria completa, sin cotejar nada. Al no confirmarse sus sospechas, y con la policía avisada, le echó la culpa de aquella certeza a la chica. El que la otra dijese que no había visto nada era un detalle sin importancia. ¿Mirar vídeos? ¿Para qué? El que yo siguiese tranquilamente mi paseo por el centro comercial también le debió parecer natural. Por supuesto, el toque de gracia de detenerme en plena calle iba a ser la puntilla para su estrella. 


La pobre dependienta se puso a llorar. Confieso que a mí me habría gustado poder hacerlo, liberar un poco de estrés. Sin embargo soy incapaz, las lágrimas me cuestan. De la indignación pasé a consolarla, a decirle que no se preocupara. Retiré la reclamación. Me dio pena, el liante había sido el otro, un estúpido con ínfulas que había abusado de su posición, y disfrutado con ello.

De vuelta a casa leo que mi amigo policía venía en mi ayuda, da gusto tener amigos-pacientes así. Le llamo para que se dé la vuelta, le explico que ya está todo arreglado. Llego a casa hecha un manojo de nervios. Me tomo un Lexatín, de entrada algo ayuda pero después del primer sueño me paso la noche dándole vueltas al tema. Tengo que exorcizar demonios. Pongo una queja en La Vaguada y en Securitas, la empresa que tienen contratada al interfecto en cuestión. Me fuerzo a recorrer el centro porque aún me siento avergonzada. De vuelta a casa, me siento con fuerzas de contarlo, aunque apriete los dientes. 


lunes, 28 de septiembre de 2020

La vida es bella por sobrinísima

La siguiente reflexión es una entrada-comentario de sobrinísima a la entrada del aniversario de hermanita. Las sobrinas eran unas niñas en la boda, sobrinísima estaba mala, con fiebre, pero llena de ilusión por su papel, y su hermana nos deleitó con todo tipo de acrobacias en el escenario durante la celebración.

La vida es bella es una de mis películas preferidas, es una película inspiradora y que invita a la reflexión. Recuerdo que la primera vez que la vi fue en el instituto, en la asignatura de Religión, y en aquel momento la recibí de forma muy diferente a las veces posteriores. En un primer momento, a lo mejor debido a mi inocencia y desconcierto (no aceptaba el final de la película) me hacía pensar que el mal lograba vencer al bien. Sin embargo, con el tiempo, comprendí que ese no era el mensaje con el que la película pretende que el espectador se quede, es uno mucho mayor. Así, la lección más importante que extraje de esta película fue la de buscar la luz incluso en los momentos más duros y más oscuros de nuestra vida, porque si estamos dispuestos, la hay y la encontraremos. No fue hasta hace dos años, que comprendí la importancia y la realidad de este mensaje. 

Recuerdo casi a diario a mi tío y creo que tanto a él como a mi tía les va como anillo al dedo esta película (que además eligieron como banda sonora para el día de su boda). Para mi, ellos han encarnado la misma lección que la que nos muestra “La vida es bella”: han disfrutando de los momentos más felices de su vida usándolos como combustible para seguir adelante en los más difíciles. 

El día de la boda de mis tíos fue de los momentos  más felices para mi hermana y para mi, primero porque estábamos deseando que por fin se dieran el sí quiero y segundo porque nos eligieron como damas de honor, lo que nos hacía una inmensa ilusión. Tan pletóricas estábamos que hasta queríamos sentarnos con ellos en el banco en frente de todos, lo cual no fue posible y a pesar de nuestra decepción y nuestra quejas, tuvimos que sentarnos en otra parte, aunque eso no nos importó en comparación con el hecho de que finalmente se casaran. De aquel día también recuerdo preguntarle a mis tíos por qué no entraban en la Iglesia uno detrás del otro, y ellos respondieron que lo harían juntos, y así, juntos y de la mano han caminado y hecho todo  siempre, como un equipo perfectamente compenetrado, y estoy convencida de que siguen estándolo. 

Igual que en “La vida es bella”, mis tíos han vivido momentos más felices y otros difíciles,  han aprovechado al cien por cien los primeros y han afrontado juntos los segundos, empleando  la fuerza que los primeros les había proporcionado para seguir adelante. Este mensaje es el que observo que mi tía les enseña a mis primos día tras día, ellos recuerdan a su padre pensando en los mejores momentos que han pasado con él y siempre con una sonrisa, a pesar de echarle de menos a diario y de estar tristes por su ausencia. Yo personalmente trato de recordar esto los días más duros, cuando el sentimiento de aquella primera vez que vi La vida es bella en un aula de instituto, de rabia y desconcierto, me asolan y no me dejan ver la luz al final de túnel ni recordar a mi tío como él se merece.  Me quedo con los momentos más dichosos y divertidos con él, además de con su gran vitalidad, y sobre todo con su herencia: Jaime y Raquel.

domingo, 27 de septiembre de 2020

La vida es bella, por hermanita

La vida es bella. Es bella y fácil o difícil y dura, tiene de todo pero el instinto de supervivencia nos hace agarrarnos a lo que merece la pena. La vida es un viaje en el tiempo con momentos eternos e instantes que nos gustaría que nunca acabaran. En cualquier caso, las cosas malas nos enseñan a valorar las buenas y descubrimos reacciones que nunca habríamos imaginado, aunque en ocasiones seguir en la ignorancia no parece tan malo. El caso es que para su aniversario en solitario, hermanita ha escrito la entrada de hoy. 

 

Me resulta muy complicado elegir una película o una canción favorita. Mi estado de ánimo, el tiempo que lleve sin verla o escucharla… todo ello puede influir en inclinar la balanza hacía una u otra opción. Sin embargo, si tuviera que quedarme con una, solo una, creo que sería la Vida es Bella. 

 

La primera vez que la vi en el cine salí completamente desconcertada, obsesionada por encontrar alguna fórmula que hubiera permitido a ese maravilloso personaje salvarse del soldado alemán y reencontrase con su familia. Las siguientes veces la vi en Italia. Contagiada por la fascinación compatriota que la imaginación y simpatía que aquel fantástico director inspiraba, me fui enamorando de cada detalle de la película, de su positividad y humanidad, hasta terminar aceptando el final como el mejor de todos los posibles. 

 

Recuerdo verla con Jorge muchísimas veces. A los dos nos encantaba la gracia y elocuencia del proceso de conquistay llorábamos juntos al final. Era para ambos tan inspiradora que fue la única pieza musical que elegimos conscientemente como melodía de entrada en la ceremonia de nuestra boda. Era tan importante que pedimos a las dos intérpretes que tocaron ese día que la prepararan, porque no la tenían en su repertorio.  

 

Las últimas veces que la vimos juntos, sin embargo, yo no la vi entera. Ese momento de ruptura en el que la película pasa de comedia a drama se convirtió en un punto de inflexión para mí y generalmente me dormía o, si estaba sola, la apagaba. Para Jorge era algo desconcertante, puesto que realmente la segunda parte de la película, a pesar de la tristeza, heredaba el poso de amor y positividad sembrado en la primera mitad, manteniendo la atmósfera casi mágica. 

 

En muchos momentos de estos últimos meses he pensado en la película y en mi vida, en ese corte penetrante y en esa segunda mitad contra el que ingenuamente me rebelaba y que ahora me toca protagonizar. Este segundo aniversario que no puedo compartir con Jorge recuerdo esa melodía al entrar en el salón de Cádiz, la felicidad con la que vivimos ese día pienso en la estela de amor,viendo cómo continúa, sobre todo, a través de mis pequeños.

jueves, 20 de agosto de 2020

Noche de agosto


La noche entra por la ventana

disfrazada de fantasma, 

transparente entre las cortinas pálidas.

Se engancha en la tela y se cuela en la estancia,

se detiene, retiene el aliento

 y el aroma de eucaliptos en verano

descansa en la penumbra de entre las camas. 

El aire está quieto, pesado de calor y sueño,

sombras, formas, un espejo, 

una mesa con adornos y un joyero, 

 el contorno de un armario

y un sillón bajo un perchero;

piezas que ya son recuerdos.

Fuera, en la calma de la era, 

sobre placas de galena 

cubiertas de arena seca,

la granja duerme bajo las estrellas.

Silencio, verano, tiempo...

Ya las últimas Perseidas

cruzan el cielo fugaces, 

en la estela de un instante. 


domingo, 10 de mayo de 2020

Días generosos

La Señora ha convertido en una pequeña tradición el escribirme una entrada en este día y es un detalle maravilloso, como ella.

¨La vida se alimenta de días generosos
 De dar y proteger¨ Joan Margarit, Premio Cervantes 2020

A lo largo de la etapa de reclusión ha habido tiempo para muchas cosas, entre ellas leer poesía, algo que tenía muy abandonado, así que me dediqué a repasar algunos de mis poetas favoritos y a descubrir a algún otro. Es lo que ha ocurrido con Margarit, del que apenas conocía algún poema. Estos versos del principio me parecieron muy apropiados para lo que están siendo estos últimos meses que estamos viviendo. Y sobre todo se os puede aplicar a las personas que como tú, en el cumplimiento de su compromiso con los enfermos, que son los que llevan la peor parte -siempre sueles hacer esta precisión- lo hacéis con tanta entrega y generosidad. Claro que en tu caso no es solo en el ejercicio de la medicina sino  también con la familia.

En el hospital durante esta etapa tan dura y difícil solo has pensado en llegar a todas las necesidades que se presentaran, pues considerabas la situación tan extrema que te ofrecías a ayudar en las urgencias, en la elaboración de informes o en lo que hiciera falta, al tiempo que tratabas de resolver los problemas de tus enfermos de Rendu Osler en la medida de lo posible. Y todo eso sin la protección necesaria, sin la ropa adecuada, con mascarillas inútiles por reutilizadas,.....en fin, en una situación caótica a la vez que extrema. Que haya una manifestación de reconocimiento como la que se produce cada tarde con los aplausos, solo puede deberse a que la sociedad percibe el esfuerzo tan enorme que los componentes de la clase médica estáis llevando a cabo.  Recuerdo que durante aquellos días tan angustiosos y de tanta tensión siempre tu conversación se iba hacia la forma de resolver los problemas que se presentaban y nunca hacia los riesgos que corrías. Todos sentíamos temor por ti y por Antonio,  pero en contraste con ese miedo nuestro, tu primer mensaje mañanero era un video musical con el que hacernos más agradable el comienzo del día. Cervantes decía que "la música compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu" y tú quizá pensabas que a los que nos quedábamos en casa el ánimo se nos descomponía por esa reclusión obligatoria (libertad de movimientos restringidos, según el presidente) y eso exigía un plus de distracción en forma musical que debías proporcionarnos.

Ahora parece que lo peor ha pasado, pero cuando el problema empezó allá por marzo mi instinto, (buen amigo de Jaime) me decía que posiblemente se nos quedara en el tintero tu cumpleaños, como había ocurrido con el de Carmencita, solo dieciséis días después del de Inés, que sí celebramos. Entonces, al ser la situación como era y no poder en su día ofrecerle a Carmenola ningún regalo pensé en algún detalle especial con el que hacerle llegar mis felicitaciones y vino en mi ayuda una plantita, hija de la planta que le regalé el año pasado y que para el 16 de marzo echó dos flores y dejaba apuntando un buen  montón de capullitos. Era algo muy pequeño, pero tenía la virtud de ser algo exclusivo para ella.

Para ti quería algo exclusivo también, pero no tengo nada equivalente a otra plantita,  Pensé que quizá fuera posible una fiesta virtual, ahora que la virtualidad está tan de moda. Pronto descarté la idea al ser yo una total inutilidad en esas lides. Busqué entonces en mis lecturas, en las palabras, y la chiquitilla, me dio la otra  clave que ella maneja como nadie, la del "corasón". 
Sé que es muy poca cosa y solo tiene de especial el cariño puesto en su elección. Tomé de Margarit para ti, para tu cumpleaños, esta evocadora imagen
           ¿Sabes, al acabar la tarde,
           cómo será esta noche,
           noche de primavera? Vendrá gente.
           La casa encenderá todas sus luces.

Que seas muy feliz y cumplas muchos más. 

domingo, 19 de abril de 2020

Urgencia COVID

En pleno confinamiento no tengo más planes que leer y estar en casa, tener que ir al hospital hace que se te quiten las ganas de salir a nada más. Ver lo que sufren los pacientes es motivación más que suficiente para quedarse en casa.

Suena el busca, en la pantalla reconozco el móvil de Anestesia. No promete, no suelen llamar sin motivo.
-Tenemos un paciente COVID al que ayer se le hizo una traqueo percutánea que fue un poco trabajosa. El caso es que cada vez está más hinchado y le hemos hecho un TAC y tiene una rotura traqueal y un neumomediastino (traducción: aire dentro del pecho, alrededor de la tráquea, bronquios y grandes vasos).
Como me figuraba no llaman sin motivo, ni tampoco por algo fácil. Si hubiese un cirujano torácico sería cuestión de meterme con él en quirófano, pero en nuestro hospital no tenemos esa especialidad.
-Lo ideal sería que lo viese un cirujano torácico.
-Está mal, no lo podemos trasladar y tampoco creo que lo acepten en ningún sitio.
Tiene toda la razón, no hay demasiados huecos de críticos en los hospitales.
-Voy para allá a ver qué puedo hacer.
-¿Aviso al quirófano?
-Sí, por si acaso, cuando lo vea lo decidimos. Y si se puede conseguir una cánula larga, en la UCI suelen tener, nos vendrá bien.

Bajo al coche. Con las prisas y la incertidumbre me dejo la tarjeta del hospital en casa y me toca volver a subir. Si me para un control conviene tener todos los justificantes a mano.

Por la carretera no hay nadie, conduzco y doy vueltas a la cabeza para ordenar mis ideas y tener un plan claro de qué hacer. Poco antes de llegar a mi desviación me encuentro unos conos, los carriles se desvían al lateral. Nos paramos. Delante de mí se han acumulado los pocos coches que circulan. Abro la ventana y agito el papel del justificante, pero no hay nadie a la vista. Es desesperante. Estoy por bajarme. ¿Qué hago? ¿Tocar el claxon para llamar la atención? ¡Qué agobio!

La cola avanza, no somos muchos. Un policía me hace señas y para indicarme que vaya a otra cola, más lenta. Le enseño el papel y grito para que me oiga a pesar de la distancia:
-¡Voy a una urgencia!
-¿Para Ud?-me pregunta.
-No, para un paciente con la tráquea rota que tengo que arreglar.
Creo que le he dado demasiadas explicaciones, posiblemente con decir que soy médico habría bastado. Aún así funciona.
-Ponga el warning y avance por el carril de la izquierda.
Eso hago, los policías de los controles ven una flecha roja pasar como una exhalación, me doy cuenta tarde de que, a lo mejor, un poco menos de aceleración habría sido mejor idea. En ese momento en lo único que pienso es en llegar cuanto antes al hospital. Es cierto que el paciente está en la REA y lleva así un día, pero eso no significa que convenga tenerlo en ese estado hasta que reviente.

Llego, me cambio. Por supuesto se me caen todas las cosas de los bolsillos, no sé por qué siempre pasa lo mismo cuando tienes prisa. Salgo del vestuario por el quirófano. Las enfermeras están avisadas y me preguntan. Les contesto sin detenerme, tienen la caja de laringe disponible para mí, ¡un lujo!, es la más completa, es perfecto, les digo.

En la REA me enseñan el TAC. La rotura está baja, en el tórax, un poco por debajo de donde termina la cánula que tiene ahora puesta. Es posible que al superar la zona con una cánula más larga con el balón por debajo, el aire no se filtre y la cosa mejore. Han conseguido cánulas largas.

Me acerco a la cama del enfermo. El hombre es un globo aerostático desde los hombros hasta los ojos. El agujero del traqueostoma está casi en el esternón y con todo ese aire debajo de la piel no se palpan las estructuras. Hay que ir al quirófano y reabrir todo, sacar el aíre, encontrar la tráquea, liberarla, rehacer el traqueostoma y cruzar los dedos. Aviso al cirujano para pedirle ayuda, siempre vienen bien un par de manos extras.

Preparar un quirófano para un paciente COVID un sábado por la tarde requiere medidas especiales. Es preciso avisar a la supervisora de guardia para que nos dé material de protección. Por supuesto, no hay para todos. Desde que esto empezó, el hospital funciona como en la guerra y ni MacGyver hacía gala de tanta imaginación a la hora de protegerse (aunque era inmune a las explosiones y la metralla, no se sabe si al COVID, los guionistas deberían valorar un episodio al respecto). Una hora después, eso es lo que tarda un traslado de apenas 50 metros con las precauciones de rigor, el paciente está en quirófano. A pesar de su volumen, los músculos están atróficos y aún llama más la atención la hinchazón de la cabeza.

Lo primero es reintubarlo para sacar la cánula y trabajar con algo de comodidad. Es más fácil decirlo que hacerlo. El aire ha cerrado todo y no se ve nada. Tras varios intentos frustrados, el tubo pasa las cuerdas. Es el momento de sacar la cánula para permitir que el tubo avance por la tráquea hasta superar la zona de rotura.

La traqueotomía percutánea consiste en atravesar y dilatar los tejidos con guías de grosor progresivo. No hay una disección por planos, eso es lo que tengo que hacer ahora. Identificar esos planos es un poco más complicado después de la manipulación, aún así mucho menos de lo que me imaginaba. Reconocer las estructuras machacadas y desplazadas para ligar los vasos y que no sangre también cuesta más de lo normal, pero no es imposible. La máscara de protección no ayuda, no solo se ve peor sino que al moverme mi pantalla choca con la de la cirujana. Poco a poco nos acoplamos o simplemente es que estamos tan concentradas que no nos damos ni cuenta.

Separamos los músculos, primero el musculocutáneo arriba y abajo y luego los prelaríngeos de la línea media a los lados. La glándula tiroides es pequeña, otra ventaja, y la seccionamos por el istmo y ligamos los lóbulos. La tráquea queda expuesta. Libero la pared anterior y meto el dedo en el mediastino. Después va el aspirador, hay que sacar el aire. Aplico esa misma disección digital al cuello, a los laterales de la tráquea y aspiro. Las presiones mejoran según sale el aire retenido. Es el momento de preparar el traqueostoma.

Agarro la incisión de la traqueostomía previa con unas pinzas y paso una sutura desde la piel al anillo traqueal para sacar la tráquea hacia fuera, sujetarla y facilitar el cambio de cánula. Retiro un anillo roto. Doy dos puntos abajo y uno arriba. Dejo un drenaje por el lateral para que salga por ahí el aire del mediastino. Ya se puede retirar el tubo y cambiarlo por la cánula larga.

Procedemos. No hay capnograma. El paciente no ventila. La saturación baja. ¡Imposible! No, en medicina nada es imposible. Saco la cánula, reviso, meto el dedo. Compruebo que no hay una falsa vía, toco los anillos traqueales, la laringe, están ahí, entonces ¿por qué? La enfermera está el quite, me da una de las cánulas habituales, la más gruesa. La coloco y el paciente remonta, se recupera. Todo está orden. Es inexplicable. Hacemos hipótesis, posiblemente la cánula fuese demasiado larga, estuviese muy metida e hiciese pared.

El enfermo regresa a la REA. El cambio en su aspecto es llamativo, se nota la aspiración del aire, no parece un globo, se reconocen las facciones, pobre. Ahora es cuestión de esperar la evolución y ver si esa tráquea cicatriza sin problemas.

viernes, 10 de abril de 2020

Intervención nevera

Descubro un limón mohoso en la nevera. Me extraña, hace dos días estaba perfecto. ¿Qué ha podido pasar? Mucho me temo que el desagüe de la nevera se ha vuelto a atascar. Toco la esquina de abajo y descubro un pequeño charco al lado del agujero. En el cajón de la fruta hay un dedo de agua. ¡Otra vez no! Casi se me había olvidado.

Me equipo con las armas de rigor: una jeringa, una aguja (son cosas que tienen infinidad de aplicaciones extrahospitalarias), paños (en este caso para secar el agua y no la sangre), un par de boles, el primero con agua templada y el otro para recoger el material extraído.

Por desgracia no cuento con un fibroscopio, una fibra óptica para ver el atasco habría sido lo ideal, espero que no esté muy profundo y se pueda solucionar con aspiración y jeringazos. Tras un buen rato, me da la impresión de que ya está arreglado.

Una hora más tarde, reviso, una cosa es ilusionarse y otra pecar de exceso de confianza. Mi gozo en un pozo, literalmente. El agua vuelve a estar estancada, aún no le ha dado tiempo a derramarse pero todo se andará. Hay que repetir la operación. Pido ayuda, sola no puedo, se ha vuelto cosa de dos, paso de cirujano a instrumentista y dejo a House el puesto de primera espada.

Probamos de nuevo con las jeringas y el agua, siempre ha resultado en el pasado. No tardamos en confirmar que en esta ocasión no basta. Suena el teléfono, corro a por él. Es para House, tiene que irse a hacer una traquetomía de un COVID. Me quedo sola de nuevo. Pruebo a bombear, agua, aire... sin éxito, noto la resistencia.

House se marcha. Un instante después oigo la llave y entra de nuevo. Falsa alarma, no hay traqueo. Uno se acostumbra a esos cambios de opinión de los intensivistas, así como a que no avisen con antelación, ¿qué es eso? o a que el quirófano esté ocupado y no se pueda hacer la cirugía. ¿Qué tal vas? pregunta según deja el abrigo. Igual, le digo. ¿Con qué contamos? me consulta. Tendremos que improvisar. Reviso el maletín de instrumental y regreso a la cocina con una jeringa de extracción de tapones de oído. Es mucho más grande y quizá funcione. Parece que va mejor, el agua entra, pero no, pronto comprobamos que solo era apariencia.

El plan es canalizar, pero ¿con qué? La guía de fontanero que compramos hace años no sirve, es demasiado gruesa. Un clip es corto. Los alambres de las brochetas también. La pinza de extracción de cuerpos extraños tampoco sirve.  Tenemos un alambre fino, pero se dobla. Probamos con otro más firme que recuerdo haber visto en la caja de herramientas y que no aparece ahora que se necesita. Lo encuentra House en el rincón de al lado de la caja (junto a una pila de cosas que un día, cuando las desempolvemos, descubriremos qué son y para qué sirven, seguramente para un uso algo diferente al plan de su creador). El nuevo alambre es demasiado rígido, no pasa. Descartamos la caja de herramientas. Necesitaríamos un fiador similar al de las sondas nasogástricas.

¡Una cuerda de guitarra! exclama House. Buena idea. Un pequeño tope y entra, es casi igual que un fiador. Avanza sin problemas. Repetimos la operación antes de probar de nuevo con el agua y la jeringa. Por desgracia el agua no pasa tan bien como la cuerda. ¿Una más gruesa? Nuevo intento. La nueva cuerda es también algo más larga y llega más lejos, un par de centímetros pero suficiente. El agua empieza a fluir al inyectarla, sin embargo aún no estamos contentos. House revisa su arsenal. Sí, tiene más cuerdas, escoge la siguiente en tamaño. La pasa y el agua drena.  Probamos con unos jeringazos. ¿No tienes otra cosa que cubra mejor el hueco que la aguja? se escapa por los bordes. Miro en el maletín, me inclino por un aspirador de oído, no demasiado fino, que se conecta a la jeringa. Es más largo y grueso que la aguja. Probamos. Perfecto, obstrucción resuelta.

Queda revisar el material: cuerdas de guitarra, jeringas, agujas, pinzas, aspirador de oído. La pobre nevera no sabía que no iba a vérselas con un fontanero sino con dos cirujanos prestos a presentar batalla y uno de ellos ¡guitarrista!

domingo, 5 de abril de 2020

Héroes y fraudes

 La plaga no está hecha a la medida del hombre, por lo tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar. La peste. Albert Camus.

No soy un héroe, aunque sea médico y el Coronavirus campe a sus anchas, yo no soy uno de esos héroes en los que se ha convertido buena parte del personal sanitario. No estoy en primera línea, más bien en la retaguardia. Mi trabajo ha cambiado sí, no existe la rutina habitual: no es seguro pasar consulta, los respiradores de quirófano se han trasladado a Intensivos, se han colonizado consultas, pasillos, gimnasios y cafeterías y se han improvisado plantas con camas y sillones para ingresar enfermos. Los hospitales se ha convertido en centros de COVID y apenas hay otra cosa. Acercarse a un centro sanitario es correr el riesgo de contagiarse, quizá esa sea mi mayor heroicidad: ir al hospital. Quedarse en casa, día tras día, para evitar la propagación de este maldito virus es más heroico.

Al principio se agradecía cualquier mínima ayuda, desde comprobar resultados, mirar analíticas. Pauto tratamientos que el médico de turno, vestido con el único EPI, reciclado, que actualiza entre pacientes con un mero cambio de guantes y de la bata transparente que protege parcialmente la "bata buena", me dicta desde su posición a pie de cama del paciente. Estoy en el ordenador, soy una secretaria especializada, sé cómo funciona el programa y puedo interpretar los datos, transcribo lo que me dicen, o reviso los antecedentes, o la evolución.

La puerta de la urgencia es un caos. Los pacientes se suceden a velocidad de vértigo, casi sin tiempo a tomar decisiones. La clasificación es fácil, todos vienen por lo mismo, y no es posible hacer distinciones para ubicarlos en un circuito u otro porque no hay sitio. La única alternativa a la sala de espera, llena a reventar, donde los pacientes esperan con una mascarilla y guantes como única protección, es el box de críticos. La saturación de oxígeno marca el límite, cada vez más bajo. La historia varía poco, han tenido fiebre, o tos, o diarrea, o dolores musculares y vienen porque han empeorado, tienen fatiga. La enfermera les toma la temperatura, la tensión, la saturación y la frecuencia respiratoria. Les pido una radiografía que apenas tarda unos minutos y aún así no me da tiempo a verlas. Una neumonía tras otra, casi todas bilaterales. Las placas son terribles.

El tratamiento es un protocolo de sota, caballo y rey al que hay que ajustar el oxígeno según lo apurado que esté el enfermo. La sala de observación impresiona. No hace falta auscultar para saber cómo respira un paciente, se ve. El pecho se mueve deprisa, el reservorio de oxígeno de la mascarilla se hincha y deshincha con cada respiración fatigosa, aún así la cifra de saturación deja mucho que desear. Si fuese un quirófano el anestesista estaría alarmado, pensando en intubar, pidiendo ayuda a un compañero. No es el caso, se sube el oxígeno, las reservas del hospital se agotan a diario, se cambia la postura del enfermo y a veces eso funciona, otras no. ¿Resistirá o se agotará?

El trabajo cambia según lo que se necesite, pero el mío se limita a ayudar a los que están en plena batalla. ¿Qué puedo hacer? pregunto. La situación ha mejorado y me encuentro con que no me necesitan, estoy desubicada. Insisto en otros sitios pero me dicen que todo está bajo control. Descubro que hay una unidad nueva, la llevan los Neumólogos. Intento echar una mano. No sabía que había tantas variantes de oxigenoterapia: gafas nasales, mascarilla con reservorio, con CPAP (presión), alto flujo con control de temperatura y litros al máximo, hasta 60. No me acerco a las habitaciones, solo escribo lo que me dicta su médico al otro lado de la línea sucia. "Páutale sueros", es diabético, van con insulina, miro la hoja de tratamiento como si fuese una prueba, un examen para el que no estoy preparada y que espero aprobar por el bien del paciente. De sueros e insulinas la enfermera sabe más que yo, le pregunto si lo he puesto bien.

No soy un héroe. Puedo ayudar pero poco, aunque me lo agradecen como si hubiese hecho algo. Ordenador, teléfono... Llamo para informar. Es la soledad más dramática, sin visitas, sin contacto, ni siquiera una sonrisa, ni tender una mano sin guantes. Me preguntan por otros familiares también ingresados, busco a ver qué encuentro. Esta enfermedad es devastadora.

No soy la valiente que se pone delante del paciente, no siento que curo a nadie, en esta situación no sé cómo hacerlo, el mérito es de otros y muchos de ellos están tan expuestos que caen enfermos. Soportar esta enfermedad solo, tener un familiar enfermo y ya sea cuidarlo en casa hasta que es inevitable llevarlo al hospital, no poder visitarlo, o llegado el momento ni siquiera despedirse de un ser amado son otro tipo de heroicidades. A esos héroes de verdad, quiero reivindicarlos con mis palabras.

Nota: Las ilustraciones son de un artista iraní, Alireza Pakdel

lunes, 16 de marzo de 2020

Madurar

When we are young, the words are scattered all around us. As they are assembled by experience, so also are we, sentence by sentence, until the story takes shape. Louise Erdrich

Cumplir años puede ser solo una celebración y regalos, un simple regreso a la infancia y a la ilusión de ese día, pero también significa crecer y con eso madurar. Madurar no es algo que todos los adultos consigan, por muchos años que tengan. El motivo no es otro que esa maduración no es fácil sino que viene de aprender, y no solo de las cosas buenas, del ejemplo de otros, sino de reconocer y corregir errores, superar desengaños y malos momentos. Asumir responsabilidades, preocuparse por los demás y ponerse en su pellejo no es algo que se consiga de la noche a la mañana. Se supone que todo pasa, lo bueno y lo malo, lo que ocurre es que lo segundo parece eterno. También hay momentos en que las bofetadas de la vida te caen encima una tras otra y aguantar el tipo y mantener el ánimo es cada vez más difícil.

¡Un cumpleaños en casa y sin salir! ¿Por qué? ¿Es un castigo? ¡No es justo, no se merece! Esa es otra lección, la vida no es justa, y ya puestos, la justicia humana tampoco. Sin embargo en este caso no hay castigo sino solo es una medida de protección. Es una llamada a la responsabilidad de todos y cada uno ante los demás, amigos, familia y desconocidos, en eso consiste la salud pública, en protegernos unos a otros, y por supuesto a los más débiles. Es una consecuencia de una medida necesaria ante una situación preocupante que desborda los recursos con los que se puede hacer frente a ella.

Es mala pata que el cumpleaños de Ciclón caiga en plena crisis de COVID-19. Afortunadamente Ciclón, pese a su apodo, es alegre y tiene buena disposición y lo ha asumido sin rebelarse. No significa que las cosas no le cuesten, sino que se enfrenta a ellas con una actitud positiva. Hay quien tiene suerte y nace con esa actitud positiva, y digo suerte porque esa actitud hace que ser feliz sea más fácil. No solo eso, es un don que bien administrado, ayuda a hacer felices a otros. Hay que tener cuidado, hay quien abusa de ese encanto innato en su propio beneficio, quien no aprende y nunca descubre que madurar es sacar lo mejor de uno mismo y compartirlo con el resto, sin embargo en eso consiste la verdadera felicidad, la que te deseo en este cumpleaños.

The weariest nights, the longest days, sooner or later must perforce come to an end. Emmuska Orczy