viernes, 30 de enero de 2015

El espejo del agua

Perhaps the truth depends on a walk around the lake. Wallace Stevens

Sólo el cristal de un espejo en el suelo me separa del cielo. La espuma de las olas me salpica y el agua, al retirarse, descubre el reflejo de las nubes al otro lado de la arena. Avanzo y mis pies se hunden en las entrañas húmedas de la tierra sin conseguir, ni por un momento, atravesar la lámina que divide la realidad y su reflejo.

Mi sombra se cuela en medio, sin pretenderlo. El agua la roza mas no la moja y, aunque el aire se esfuerce en ello, tampoco la agita el viento. Sólo se estira y se acorta con el transcurso del tiempo. Las nubes se la llevan, no sé adonde, y cuando el sol la devuelve a mi lado, nunca me cuenta dónde ha estado. En silencio, entre mis dos cuerpos, flota en el ángulo del espejo, junto a la imagen del cielo.

miércoles, 28 de enero de 2015

Pereza

Tengo sueño. Últimamente el despertador suena todas las mañanas y no me hace ninguna ilusión oírlo, me interrumpe el hilo de un sueño y me dan ganas de arrojarlo lejos de mí, de darme la vuelta y continuar con la historia que me ocupaba en esos momentos. Sé que esa es la reacción más habitual pero aún no me he acostumbrado a ella.

Me levanto. No gruño ni me arrastro por el pasillo, eso lo dejo para después de la siesta, esa cabezada sí que me sienta mal, aunque a ver quién se resiste a Morfeo cuando decide presentarse en la sobremesa, yo soy incapaz. Hay tardes en las que con gusto engancharía y dormiría y dormiría hasta el día siguiente, sin despertador, por favor.

Me da pereza ir al hospital. No me da pereza pensar en trabajar sino meterme en carretera. Quien ideó la campaña de "¿Te gusta conducir?"  no lo hizo pensando en Madrid y su M30, con una imagen de un conductor a esas horas no se vendería ni un coche. Aún así, alguno hay que tiene el valor de asomar el brazo por la ventanilla para hacer tonterías con la mano al viento. La magia se rompe ante el quiebro de la moto del primer donante de órganos potencial del día o el sonido impaciente de la bocina que acompaña a la ráfaga de las largas del que no ha madrugado lo suficiente y pretende recuperar el tiempo en el trayecto. Seguro que tampoco ha desayunado, esas ganas de morder al de delante son un signo inequívoco de hipoglucemia.

La prueba final, antes de empezar la jornada, es recorrer los últimos metros antes de la entrada al hospital. El indeciso que busca sitio cambia de idea cuando decides adelantarle. En ese instante acelera y opta por pararse, en doble fila, justo antes de la entrada del parking o, ¿por qué no?, en la entrada misma, que es más ancha y dispone de más espacio. Una vez situado en el lugar escogido, procede a descargar con calma su pasaje, con o sin equipaje. Los que quieran entrar, que esperen. Una pensaría que se terminará acostumbrado a algo que sucede todos los días, sin embargo todavía no he adquirido ese hábito. No sé cuál es mi problema pero, con el tiempo y la insistencia, no mejora mi tolerancia a la estupidez.

lunes, 26 de enero de 2015

A todas horas

El viernes me fui a casa confiada de haberlo dejado todo resuelto. Quizá había sido así con lo que ya había acontecido pero nunca se sabe lo que el futuro deparará, y ese fin de semana llegaba cargado de emociones, tal y como iba a descubrir, gracias al busca.

El asunto se desarrolló despacio, aunque empezó esa misma tarde con una llamada.
- Sí, dígame.
- No sé si has oído las noticias. Ha habido un accidente múltiple, un coche de bomberos ha arrollado a un autobús de línea y lo ha empotrado contra un edificio. Nos han traído a uno de los heridos y tiene algunas lesiones que me gustaría que valoraras.
- ¿El hombre está bien? ¿Puede tragar? ¿Está apurado o afónico? ¿Le crepita el cuello?
- No te preocupes, está bien, aunque le vamos a dejar hasta mañana en Observación. Sólo quería avisarte para que, cuando te pases, le eches un vistazo.
Es un alivio saber que no corre prisa y que no tengo que salir a la carrera.
- Por supuesto, entonces mañana le veo cuando vaya a curar la planta.

Cuando llego al día siguiente, me acerco a ver al enfermo. Al verle descarto mi plan de subirlo a la consulta para explorarle, le tienen tumbado e inmovilizado con un collarín. Opto por bajarme las cosas. Aviso a Seguridad para que me abran (en el fin de semana cierran todo a canto y lodo). El hombre tiene buena encarnadura y mi exploración es bastante normal. Me llama la jefa de hospital, tiene que informar a la jefa de prensa porque la noticia está en los medios. No sé si al ser un parte tan positivo lo considerarán de interés, pero mejor así.

No tenía pensado salir de juerga el sábado por la noche pero el destino había hecho otros planes y contaba conmigo. Es la una y media de la madrugada cuando me suena el busca, que también despierta al pobre House.
- Te llamo de la Observación, tengo un señor con disnea y no mejora con corticoides. Está con estridor.
- Voy para allá.
Tardo media hora en llegar. El paciente se ahoga. No eran exageraciones. Le exploro. Tiene la laringe paralizada, inflamada y respira por una rendija. Ha salido de la UCI hace apenas dos semanas por lo que me cuelo entre las cuerdas para confirmar que la tráquea está bien. Su médico me cuenta sus antecedentes y me tiemblan las rodillas. El alcohol le ha destrozado: hepatopatía con cirrosis, coagulopatía, encefalopatía, obesidad... Una joya.
- En su estado quizá la mejor idea sea intubarlo. A lo mejor es algo transitorio. En caso de que, en unas horas la parálisis persista, habría que plantear una traqueotomía. Claro que si antes se puede mejorar el estado de su coagulación, mejor.
La anestesista comparte mi criterio. La intubación transcurre sin dificultad y solucionamos el problema (de momento).
No termina ahí mi visita. En el ínterin ha llegado un enfermo intervenido hace diez días con una hemorragia. Afortunadamente el cuadro ha cedido a su llegada. Pautamos dieta y observación. Si sangra de nuevo tendré que meterle en quirófano. Se lo explico. Le tranquilizo. Cruzo los dedos y regreso a casa con la espada de Damocles sobre mi cabeza.

Me cuesta conciliar el sueño. Duermo a trompicones. Esa mañana me acerco de nuevo al hospital, aunque apenas hace unas horas que me marché de allí. Compruebo que todo sigue en orden.
Mi sobremesa es una siesta, la tarde una rosconada familiar para celebrar la llegada de hermanita. Chocolate y roscón relleno de crema, lo mejor para recuperarse.

Nueva llamada esa noche, también a la una y media de la madrugada. Las brujas andan un tanto trasnochadoras. Apenas puedo abrir los ojos. Por suerte lo soluciono por teléfono y no me desvelo demasiado, estoy demasiado cansada para darle vueltas a la cabeza a la idea de si me llamarán otra vez y si tendré o no qué ir. Entro en coma y nada de eso sucede.

El lunes hago entrega del busca en la sesión y les pongo en antecedentes. Luego me bajo al quirófano. Tengo un caso complicado, muy complicado, una reintervención. Es aún peor de lo que me figuraba. No hay planos, es todo fibrosis. No se identifican las estructuras. Tenemos el monitor del nervio puesto y a ratos me guío de oído, suena cuando me acerco al nervio que quiero disecar y sé que está por ahí. Me cuesta tanto despegar los tejidos que termino con una ampolla en el dedo. Hay momentos en los que pienso en abandonar, si sigo y cometo un error es el paciente quien sufrirá las consecuencias. Voy con cuidado, no quiero rendirme pero tampoco quiero hacer algo mal. Sudo tinta. ¿Qué tal vais? pregunta la anestesista. Mal, contesta mi compañera. Regular, respondo yo, que soy más optimista. Poco a poco, parece que lo conseguimos. Llego a casa con resaca (y no he bebido).

viernes, 23 de enero de 2015

Mañana singular

El jefe opina que yo puedo con lo que me echen y, como no hago nada para desengañarle, así me veo a veces. Me gusta operar y el premio a mi competencia ha consistido en pasar una mañana en quirófano con siete pacientes en el parte, todos para mí, igual que Blancanieves pero con mis enanitos enfermos. Siete intervenciones en una mañana implican siete anestesias, siete cirugías, siete despertares y seis cambios de quirófano (después del último se terminan también las prisas). Necesitaré poco oxígeno, apenas me dará tiempo a respirar, y todas mis reservas de adrenalina.

Llego muy temprano, tanto que en la espera de camas la enfermera me pregunta si pretendo abrir el hospital. En realidad alguien ya lo había hecho por mí y mi intención no es otra que acompañar al celador a recoger al primero, un niño. Si no intercedo en pro de mi causa, al tratarse de una criatura, lo traerán el último. Su alegato es evitar que el infante se traumatice antes de tiempo, al contemplar el panorama en la espera de camas. En esa fase el chiquillo permanece con su madre y el resto de los enfermos de la sala siguen íntegros, así que no considero que exista ningún riesgo de dañar su sensibilidad. Sin embargo, a pesar de mi astuta maniobra para ganar tiempo, sé que tendré que meter el turbo y que, aún así, iré apurada. Sólo limpiar y preparar el quirófano entre cirugía y cirugía suponen, mínimo, 20 minutos. La previsión para el parte del día suman dos horas.

Reconozco al niño, un caso que ya habían visto varios de mis compañeros y que me chocó encontrarme entre mis revisiones. Me disculpé con la madre por el error de citación pero me aseguró que no le importaba. Después de explorar a su hijo le expliqué que pensaba que había que operarle. ¡Menos mal! exclamó. Me extrañó su reacción, no sólo no es la habitual sino que le había salido del alma. La mujer se confesó entonces: ya le habían hablado de mí otras madres del colegio (afortunadamente parece que bien) y como los chiquillos habían mejorado tras pasar por mis manos, mientras que el suyo no levantaba cabeza, cuando vio que la cita se la habían dado conmigo en lugar de con su médico, consideró que se trataba de un error afortunado. Confiaba en encontrarme con el cuchillo afilado. Mi indicación confirmó sus expectativas. Espero que los resultados de la cirugía también lo hagan.

Enciendo el ordenador y cruzo los dedos. Como últimamente el programa informático del hospital va fatal, aprovecho la coyuntura de que funciona para dejar listos todos los informes de alta. Me percato entonces de un detalle que puede complicar aún más la mañana: dos de mis enanitos han cometido alguna fechoría y tienen que traerlos de la Penitenciaría. El protocolo del manejo de presidiarios requiere la coordinación de varios equipos de las fuerzas del orden: los trae la Guardia Civil pero a la intervención los acompaña la Policía Nacional. Llamo al hospital de día, los presos han llegado pero no los policías por lo que mis enfermos no han ingresado sino que siguen en el furgón. Cambio el orden y durante la espera consigo intervenir a dos pacientes, ya van tres de siete. Por desgracia ahí termina la progresión, la policía sigue sin llegar y no han ingresado otros enfermos. Toca desesperar.

Desespero durante un rato. En ese tiempo las enfermeras del Hospital de día me echan de sus lares tras explicarme educadamente que mis visitas no van a adelantar los ingresos. Subo a la consulta y me tomo mi manzana de Blancanieves, que nadie me ha envenenado aunque seguro que más de uno ha sentido ganas de hacerlo. Cuando bajo, inasequible al desaliento, paso de nuevo por el Hospital de Día. Asienten al verme. ¡Ingresos! ¡Por fin!

Dicen que hay que tener amigos hasta en el infierno y no sé si la cárcel se puede considerar como su equivalente porque según me ve aparecer, uno de los presos me saluda encantado con un entusiasta "¡Buenos días Dra!" Dado mi afán por la puntualidad, no he podido contenerme y les he echado una pequeña bronca a los policías por su retraso. Luego, para adelantar los preparativos, me he acercado al quirófano a por las vestimentas con las que deben cubrirse el uniforme para pasar a la zona quirúrgica. Cuando me han visto aparecer con los ropajes, los cuatro policías han salido del cuarto como alma que lleva el diablo. Afortunadamente sus custodios se han quedado tranquilos en la cama y no han aprovechado para imitarles y escapar a su vez porque yo ni siquiera llevaba un bisturí como arma con la que evitar su huida.

En pleno trajín, supongo que para completar la mañana, me entero de que me buscan en Dirección. La secretaria me cuenta que han recibido una solicitud para trasladar un paciente ingresado de Cáceres a la Unidad de Rendu-Osler de nuestro hospital, Unidad aún inexistente y de la que en teoría me encargo. Cierto que tengo la esperanza de que acabemos con una Unidad pero, de momento, la atención de estos enfermos depende sobre todo de mi cabezonería y de la colaboración de Medicina Interna. Se trata de una enfermedad hereditaria en la que se desarrollan malformaciones vasculares en distintos órganos y que sangran, con frecuencia y a chorro, por la nariz. Casi nadie se atreve a tocarlos precisamente por ese motivo, les da miedo el sangrado, y no sin razón. El caso es que yo les infiltro una sustancia esclerosante para que cicatricen las lesiones y mejoren las hemorragia (claro que, en ocasiones, también sangran de lo lindo durante el proceso). Es algo que hago en consulta, armada de valor e inconsciencia, y de manera extraoficial y extraordinaria, sin agenda ni cita. Es una tarea que se lleva un buen rato y aprovecho las mañanas de busca de los jueves para atenderlos (salgo para el arrastre). A pesar de mi empeño por tratarlos, en las condiciones actuales es impensable que nos deriven ningún enfermo para ingresar. Aún así espero que el jueves me remitan al hombre para empezar con las infiltraciones. Como no hay nada como la oportunidad, he tenido que arreglar ese tema al mismo tiempo que me ocupaba de los presos.

En fin, después de terminar, con el tiempo justo, me he acercado a Urgencias para revisar el cajetín, y he robado un paciente, con el beneplácito de sus médicos. He hecho una última comprobación del estado de mis operados antes de emprender el regreso. He llegado a casa agotada. Las mañanas con tantas anécdotas suelen tener ese efecto secundario y, por eso, muchas pasan sin pena ni gloria por estas páginas, porque me apetece más echarme una siesta que escribir mis desventuras en el blog.

jueves, 22 de enero de 2015

Mar en sueños

El mar duerme. Se oye la respiración apagada de las olas y el aliento de brisa que las agita y rompe sus crestas contra la orilla. Mar adentro hay calma chicha. Es la quietud del reposo sin sueños, del sopor profundo y sereno de recuerdos hundidos en su fondo.

La paz no es más que una tregua. En el cielo hay indicios de que la bonanza no durará; en el horizonte se alzan las nubes de una tormenta de pesadilla.

La noche se cubre de silencio y el aire cargado vibra. Todo se detiene antes de la batalla. En apenas un suspiro se extingue el resplandor de las estrellas y desaparece la luna. El tamborileo de las gotas altera la placidez del agua. El viento arrecia hasta transformarse en galerna. La tempestad se desata. El océano se revuelve y de sus abismos emergen mitos y sueños. Refulge el tridente de los tritones al estallar los relámpagos. Rugen los truenos y crujen las rocas. Al borde de un remolino las sirenas asoman entre fragmentos de furia y espuma. El océano es sombra, montañas de cumbres desafiantes perdidas en medio del temporal e infiernos de abismos sumergidos.

Poco antes del amanecer surge la bruma. Bajo la niebla enmudece el viento. El océano se adentra en el duermevela de antes del despertar. Sueña, se recoge y remolonea con pereza, exhausto tras la tormenta. Se rebela, más no dispone de fuerzas para presentar batalla. Claudica. La noche se rinde al alba.

martes, 20 de enero de 2015

Puntos

Los alumnos de Medicina rotan en nuestro Servicio durante el cuatrimestre que estudian nuestra asignatura. Durante esos meses sufrimos toda una invasión, con relevos cada dos semanas, que es cuando llega el siguiente grupo. Además de ser cada año más numeroso, también son cada vez más jóvenes.

Es necesario repartirlos para que los pacientes no se asusten al entrar por encontrarse con todo un conclave de batas blancas detrás de la mesa. Mandamos a un par de ellos al quirófano a familiarizarse con la anatomía y las distintas cirugías. En algunas intervenciones no nos viene nada mal una mano extra y les enseñamos a lavarse y probamos su resistencia haciéndoles tirar de los separadores.

- ¿Sabéis dar puntos? - les pregunto al terminar.
Por encima de la mascarilla veo sus ojos de asombro y sé la respuesta. ¿Puntos? ¿Qué es eso?
Les explico el proceso mientras lo hago:
- Se coge la piel con una pinza con dientes, sin apretar para no marcarla. Con el porta se sujeta la aguja por la zona media, se clava en perpendicular y, cuando asoma por el otro lado, se suelta y se agarra por la punta para terminar de pasarla. Se repite en el otro lado de manera que la altura quede simétrica.
Por supuesto parece muy fácil, después de un millón es coser y cantar. Claro que, para el alumno, es el primero y le cuesta hasta agarrar las pinzas.
- Una buena práctica son los palillos de los restaurantes chinos - les recomiendo (es cierto, su manejo da mucha soltura).
Para clavar la aguja el aprendiz contiene la respiración, gira primero la mano, cruza una con otra, luego se descoyunta el brazo y finalmente retuerce todo el cuerpo. Suda. Llega la fase de atreverse a soltarla del porta para agarrarla por el otro lado y pasarla del todo. Eso es sólo la mitad del proceso, ahora le toca repetir en el otro lado, tirar sin que se escape el hilo. Conseguir que, además, quede simétrico es toda una proeza. Por el otro extremo de la incisión yo casi he terminado de coser la herida.

Tras colocar el punto llega la fase del nudo: con un cabo hay que dar un par de vueltas alrededor del brazo del porta y luego, con la punta, hay que agarrar el otro cabo y separar los hilos para que corra el nudo y apretarlo. Luego hay que repetirlo en dirección contraria y así sucesivamente hasta llegar a un nudo más que el número de ceros que tenga la sutura. La experiencia demuestra que enrollar la seda alrededor de un porta requiere cierta habilidad y mucho, mucho entrenamiento. Se puede anudar con las manos pero esa técnica también tiene su ciencia y, como no es plan dejar las cosas para otro día, será parte de la lección.

Una vez anudado hay que cortar y eso implica aprender a coger las tijeras: sin meter mucho los dedos, sólo las yemas, con la punta para arriba para no dañar accidentalmente los tejidos. Se pone la punta sobre el nudo y se rota la muñeca para no cortar demasiado a ras lo que provocaría que se soltase antes de tiempo. ¡Conseguido!

Coloco las grapas. Mientras el paciente se despierta termino la lección: les explico cómo ligar las suturas con los dedos, como decía mi ex-jefe no somos zapateros y no atamos zapatos, por ese motivo hay que aprender a retorcer los dedos con elegancia mientras se hace la lazada. Lograrlo es cuestión de perseverancia y de superar la frustración inicial. Mis pupilos enrollan el cabo alrededor de sus dedos y, a partir de ese punto, se pierden. Se les olvida hasta cómo se atan los zapatos. No pasa nada, una vez que le cojan el tranquillo les saldrá solo. Recuerdo que me pase las primeras semanas de la residencia con un hilo enganchado a los botones del pijama para practicar por los pasillos. Mi compañera de quirófano los acoplaba al volante de su coche. Mis alumnos se han llevado sus hilos puestos para no olvidarse de repasar.

domingo, 11 de enero de 2015

martes, 6 de enero de 2015

Reyes con los abuelos

Un poco antes de Reyes nos despedíamos de Linares para recibir a Sus Majestades de Oriente en casa de los abuelos de Madrid. Esa noche hermanísima y yo nos acostábamos en el despacho del abuelo, en el suelo, sobre unos colchones hinchables. Eran unos colchones muy estrechos, formados por la unión de unos tubos cilíndricos que ondulaban su superficie. La almohada también era hinchable y dura como ella sola. Era incluso peor que la almohada del convento de Roma donde nos alojamos hermanita y yo cuando fuimos de visita a la ciudad eterna. Aquella almohada romana al menos era golpeable, con unos cuantos puñetazos conseguíamos cavar una hendidura en la que apoyar la cabeza. Sin embargo no era factible ensañarse con un colchón hinchable, aunque ganas no nos faltaban. Entre la incomodidad y la emoción de la noche, no había manera de pegar ojo, de hecho era difícil hasta mantenerse quieta. Nos esforzábamos por buscar la postura más cómoda pero, sinceramente, creo que no existía.

Aún así nos esmerábamos en conciliar el sueño. Sabíamos que los Reyes Magos no visitaban a los niños que no se dormían y ni hermanísima ni yo teníamos ganas de que Sus Majestades nos ignorasen por culpa de aquellos colchones. Nos empeñábamos en dormir como fuese. Cerrábamos los ojos con fuerza, quizá así lo consiguiésemos o quizá no se diesen cuenta de que estábamos despiertas. Oíamos ruidos por el pasillo, pasos amortiguados, susurros... No podíamos resistirlo y entornábamos los párpados para mirar por una rendija entre las pestañas. La puerta era acristalada y, a través del cristal esmerilado, se recortaban formas en sombra en medio de la oscuridad. Era difícil identificar los rasgos de aquellas figuras, sin duda desdibujadas porque se cubrían con grandes mantos. Por desgracia nunca llegamos a descubrir a ninguno de los camellos pero, si nos fijábamos bien, sí que nos parecía distinguir la silueta de las coronas sobre las cabezas. No nos atrevíamos ni a respirar. Al cabo de un rato toda la casa se quedaba en silencio y entonces, a pesar del colchón, nos dormíamos y soñábamos con los muñecos y los regalos que nos esperaban sobre los zapatos. 

lunes, 5 de enero de 2015

Entresijos creativos

Escribir un libro te sumerge en la historia. Se empieza con una idea y al progresar se descubre que el plan inicial es "orientativo". Nada está predefinido, ni siquiera los personajes que, con cierta frecuencia, aparecen en un determinado momento con la intención de quedarse. No hay que preocuparse, ellos mismos se hacen su hueco. El delfín de mi cuento navideño se presentó durante una espera en la cola de Rodilla, resulta que al animalillo le entusiasmaba el queso. Mis ratones de Magia Gris fueron víctimas de un desahucio y tuvieron que refugiarse en la cabaña de Paloma y Marla.

También está el tema de los nombres, no hay que equivocarse, no sirve cualquiera. Cada personaje posee el suyo y es ese, y no otro, el que hay que ponerle. A veces no te lo revelan de entrada sino que hay que esperar a que ganen confianza para subsanar el error inicial. Afortunadamente, hasta ese momento, una vive feliz e inconsciente de su equivocación. En Paloma, Marla fue Marga hasta casi el final del libro. Conozco a Margas encantadoras pero confieso que mi primera elección la motivó una suerte de venganza contra una arpía del instituto a la que no guardaba ningún cariño (algún día contaré esa historia). En mi imaginación la convertí en una espantosa bruja. Sin embargo mi imaginación no es tan pérfida y fui incapaz de llevar a cabo mi venganza. Con Marla me encariñé como con una abuela y ni ella ni yo quisimos mantener un nombre que no le correspondía. El cambio sólo conlleva un pequeño inconveniente y es que, tras la revelación, la corrección no admite espera, se requiere acción inmediata (aunque sean las 3 de la madrugada). 

¿Por qué os doy la lata precisamente ahora con las historias de mis libros? El motivo es que, para celebrar Reyes, he pensado en un regalo, no os ilusionéis demasiado, en realidad no es más que un detalle: tanto Paloma como El calor de diciembre serán de descarga gratuita durante 3 días (5, 6 y 7 de enero). Como novedad también he publicado Magia Gris, la continuación de Paloma que escribí a petición de la Señora (y porque la historia se dejó, todo sea dicho). A mi Señora madre le gustó tanto Paloma que declaró que merecía una segunda parte. Eso sí, también haré caso al Catedrático (hay que contentar a ambos progenitores) que afirma que lo que es gratis no se valora, algo que suele ser cierto, y es por eso por lo que Magia Gris no será gratuita. Un consejo: conviene leer antes Paloma, así que aprovechad la oferta.


sábado, 3 de enero de 2015

Un poco de lectura

Últimamente escribo menos, no es que las historias hayan perdido su encanto pero mi inspiración anda algo floja y lo que me apetece es leer. A ratos tengo incluso lo que se podría denominar ansia de lectura, auténtica necesidad de devorar libros.

Terminé el año con León el Africano, de Amin Maalouf. Es un libro que, en cierto modo, me perseguía. Cada vez que rebuscaba en las estanterías de alguna librería de segunda mano, me encontraba un ejemplar. Es posible que en la librería-café de Ginebra se tratase siempre del mismo, pero el caso es que aparecía ahí, delante de mis ojos, entre los millares de volúmenes.

Finalmente, tras semejante insistencia, hice caso a la llamada. Desde el principio tuve la sensación de sumergirme en el ambiente de las mil y una noches. El protagonista narra su historia, y su contexto histórico, con la suavidad de un cuentacuentos árabe. Nos traslada de la Granada decadente de su infancia a Fez, donde se inicia su educación y dan comienzo sus viajes. Nos lleva a través del desierto en una caravana, subimos por el Nilo hasta El Cairo, embarcamos en Alejandría hasta Constantinopla para terminar en Roma. Conocemos esclavos, piratas, sultanes, embajadores, reyes y papas. Entre conspiraciones políticas y religiosas, guerras, venganzas y romances pasé un final de año muy emocionante. Os dejo una de sus frases:

"No creo que este amuleto posea ningún poder mágico, pero el hombre es tan vulnerable frente al Destino que no puede sino encariñarse con objetos rodeados de misterio." 

Inauguré el año con La tregua de Mario Benedetti. Aunque no había leído nada suyo, esta vez no necesité insistencia, el libro me atrajo de inmediato. Se trataba de una de las ofertas de la promoción Kindle Flash (para el que no la conozca, cada día amazon ofrece varios títulos de kindle con un descuento más que sustancioso, del 70 al 90%, merece mucho la pena). Está escrito en forma de diario, con entradas más o menos breves, fáciles de leer, y un lenguaje sencillo que te atrapa. Es el claro ejemplo del encanto de la sencillez, cuya naturalidad y fluidez refleja una gran maestría. Una maravilla.

"Pero ¿y lo demás? Porque está la opinión que uno puede tener de sí mismo, algo que increíblemente tiene poco que ver con la vanidad. Me refiero a la opinión cien por ciento sincera, la que uno no se atrevería a confesarle ni al espejo frente al que se afeita."

"Una de las cosas más agradables de la vida: ver cómo se filtra el sol entre las hojas." 

jueves, 1 de enero de 2015

Old New Year


¡FELIZ 2015!

. . . when it comes down to it, that’s what life is all about: showing up for the people you love, again and again, until you can’t show up anymore.  Rebecca Walker

En esencia, la vida no es más que esto: estar ahí para la gente que amas, una y otra vez, hasta que ya no puedes estar más. Rebecca Walker

El placer del vino

Brota por el cuello una cascada color rubí. Seducidos los labios se acercan. La nariz se satura, la boca se inunda y una ola de placer se desliza por la lengua. Al final los ojos se cierran, la boca sonríe y la mente recuerda.

¿Me besas o brindamos?
¿Difícil escoger?
No entiendo por qué.
Bebe un sorbo mientras lo piensas. El vino aclara las ideas, no sé si el champán también.
No te rías.
Soy feliz. La cabeza me da vueltas.
Ummm, estás muy cerca.
¿Te molesta?
¿Qué pretendes?
¿Tú que crees?
Te veo las intenciones.
Sólo te ayudo a escoger.
¡Ah, se trata de eso!
¿Quizá quieres ambas cosas?
Sí, no...Tienes razón, el brindis sabe mejor si compartimos la copa.