Se empieza a escribir porque sí, y al principio se es totalmente inconsciente del peligro que supone emborronar cuartillas con palabras y más palabras. El lenguaje seduce, engancha, y antes de darse cuenta el escritor cae víctima de esa atracción. Está atrapado entre las frases, le obsesiona encontrar la mejor manera de expresarse, de transmitir sus pensamientos y sus emociones. La escritura sirve de consuelo, de desahogo, de memoria.
Escribir se hace para uno y para todos. Se piensa en el lector, aunque en ocasiones éste sea únicamente el mismo autor. Se pregunta entonces si sus ideas tienen algún sentido. Se siente la imperiosa necesidad de comprobar la facultad de comunicarse con el resto a través de la escritura. Inquieta saber si se ha sido capaz de plasmar lo que se deseaba, tal y como se deseaba, y si las frases escogidas despiertan en los demás sentimientos similares a los que las originaron. También es un método para salir de dudas sobre si se es un espécimen raro o, si no se está solo, sino que existe alguien más que comparte esa particular visión.
Las historias poseen magia. Recrean momentos entrañables del pasado para arrastrarlos con viveza al presente. Convierten en realidad lugares y personajes que, hasta entonces, sólo vivían en la imaginación. Establecen un nexo entre el escritor, los protagonistas y el lector. Los unen en un mundo en el que no existen ni el tiempo ni la distancia, y en el que se han borrado los límites entre realidad y ficción.
1 comentario:
Elarien, no sé si vas a obtener toda la respuesta que tú esperas a la entrada de hoy, pero en cualquier caso, aquí va la mía.
Es verdad, como bien dices, que "la escritura sirve de consuelo, de desahogo, de memoria" por lo que una en su fuero interno piensa también que este medio tendría que ser el idóneo para compartir cualquiera de esas situaciones, tan frecuentes en el día a día. Sin embargo, ese hecho de compartir es el que normalmente no se da; la escritura parece que se ha quedado sin respuesta, lo que hace pensar también en que se ha quedado coja, falta de una parte esencial, incompleta. Pero creo que no es así. El lector, en una buena parte de los casos, asume lo que está leyendo como algo propio y no necesita añadir más. En otros casos la lectura le sirven como evasión y se siente muy bien en esa situación extraña, ¿para qué decir nada, entonces?. Otras veces podría discutir, disentir, asentir, apostillar; sobre aquello que ha leído podría dar su opinión, pero -y ahora viene lo gordo- hay que "plasmar lo que se desea tal y como se desea", y esto no es fácil, sino más bien al contrario, muy complicado. Ahí es donde suele estar la razón de tantos lectores pasivos. El escritor debe contar con ellos, con esa condición de pasivos, que es la habitual en el lector, para quien, comparta o no el pensamiento del escritor, al dedicarle su atención "sus ideas" ya "tienen algún sentido".
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