viernes, 23 de agosto de 2013

Piroshki

Tras una mañana delante del ordenador, sin parar de atender a un paciente tras otro, conviene hacer una pausa. Es una cuestión de salud mental que beneficia tanto al médico como al enfermo. No todos los pacientes son fáciles, a veces por su patología y a veces por su trato (este último motivo es peor, controlarse es agotador). Los extras que surgen a lo largo de la mañana no contribuyen a romper la rutina de la consulta, sino que la sobrecargan. Hay que buscarles un hueco pero, que yo sepa, no es posible manipular el tiempo (y si alguien conoce un método para ello le rogaría que me lo explique en los comentarios). Progresivamente se acumula la tensión y la sensación de opresión afecta no sólo al tiempo sino también al espacio, y una se siente confinada dentro de los metros cuadrados de la consulta, sin atreverse a salir de allí ni para ir al baño. Las funciones corporales pueden esperar, los enfermos no. Por supuesto llega un punto en el que esa máxima deja de ser aplicable.

Un intermedio de un cuarto de hora a mitad de la mañana, aunque a veces haya que dividirlo en fases, contribuye a restablecer los ánimos. La hipoglucemia hace estragos, el cerebro necesita glucosa para funcionar y nota su falta. Por eso aprovechamos ese rato para devorar las muestras culinarias con las que nos agasajan algunas pacientes agradecidas, que ganan puntos con sus habilidades, o para celebrar los cumpleaños o, simplemente, nos contentamos con probar alguna de las delicatessen del supermercado más cercano. La recuperación de la glucemia mejora el humor, aunque ocasionalmente se aprovechan esas reuniones para sacar a relucir temas polémicos y el ambiente general se solivianta. Por eso cuando veo que la conversación, en lugar de ser una tertulia civilizada, deriva en una competición de voces para averiguar quién chilla más, me escabullo y busco refugio en algún otro rincón del hospital. Considero que no pinto nada allí. No me preocupa si mi gesto ofende a alguien en pleno alarde de susceptibilidad, total ya nos conocemos todos y sabemos de qué pie cojeamos cada uno.

El hospital no es sólo un lugar de atención sino también de formación para estudiantes y especialistas. Entre estos últimos se cuentan los residentes de Medicina de Familia. Hay cosas que no vienen en los libros de texto sino que se aprenden con la práctica. El ojo clínico no surge por ciencia infusa, es una combinación de conocimiento y experiencia. Para llegar a defenderse en todas las especialidades han de rotar por todas y cada una de ellas.  Luego deberán enfrentarse a solas con las distintas patologías en el Centro de Salud y conviene que lo hagan con un buen grado de competencia.

Por supuesto nuestro servicio está incluido en su rotación y no tenemos la descortesía de echarles durante nuestra pausa del desayuno, sino que les invitamos a compartirlo. La invitación tiene una condición: antes del final de su rotación de un mes, un día han de ser ellos los encargados de deleitarnos con alguna especialidad, ya sea propia, ajena o del supermercado. Muchos de los residentes proceden de otros países, tanto de Europa como de América, y su paso por la consulta suele dejar en nuestras figuras el recuerdo de la gastronomía de sus lugares de origen. Son apetitosos tentempiés a los que les hacemos todos los honores, por muy cerca que quede la operación bikini. Es el caso de estos deliciosos Piroshki, rellenos de cereza y oriundos de Ucrania, al igual que la médico que me dio la receta (en este caso mucho más sustanciosa que las que se dispensan en la farmacia). Hermanísima tomó la versión salada lituana de estos bollitos en su visita a aquel país, y le encantaron.

PIROSHKI
Ingredientes
1 trocito de levadura diluida  (300 ml) en 1 taza grande leche
Menos de 1 kg de harina
2-3 huevos (en función del tamaño)
Nata (opcional), unos 50 ml
150 gr de azúcar

Elaboración
Mezclar la leche con el azúcar, la  levadura y unos 100 gr de harina
Dejar reposar en un sitio cálido (por ej. sobre agua caliente) hasta que duplique su tamaño.
Añadir la harina poco a poco, con una cuchara, hasta que la masa se despegue de las paredes.
Incorporar los huevos.
Dejar reposar aproximadamente 1 hora y media


Amasar de nuevo, añadiendo un poco de harina hasta que se despegue de las paredes.

Coger bolitas (de unos 30 gr cada una), aplastarlas un poco, rellenar y doblar como una empanadilla y cerrarla bien. Pincelar con huevo.

El relleno puede ser dulce (manzana, cerezas, mermelada), o también salado (carne picada, salmón, bacon, queso). En el caso de que se vaya a emplear un relleno salado, la receta es idéntica aunque con la precaución de reducir la cantidad de azúcar a unos 30 gr y añadirle una pizca de sal.

Cocer:
En horno 35 min a 150º, quedan muy esponjosos.
Si se prefiere también se pueden freír en abundante aceite caliente,  va en gustos

2 comentarios:

Carol dijo...

Esa resi creo q es Maryna...tambien rotan y aprenden con nosotros,,,excelente residente por cierto...

Carmen dijo...

¡Qué rico! La verdad es que cuando se da el paso al otro lado del charco se echan de menos muchas cosas. La comida es una de ellas pero lo que más se echa de menos es a los hermanos, familia y amigos. Un beso para todos los que leen este super blog. Lo leo siempre y no siempre contesto pero lo que si que pienso todos los días en ese momento es que este blog me une con muchiiiiisimas personas a las que quiero y a las que ahora no tengo cerca. Por lo menos hay un ratito del día que es común en nuestras vidas estemos donde estemos.
Estoy segura de que esta experiencia va a ser beneficiosa especialmente para mis hijas pero no deja de ser algo muy duro dejarlo todo y empezar de cero en un sitio donde nadie te conoce y donde tú tampoco conoces el sistema. Todos los días tengo algún momentillo plof, espero que poco a poco el exceso de trabajo tanto dentro como fuera de casa dé paso a una situación más normal y mi vida y la de mi familia sea más tranquila. El lunes empiezan las clases aquí y ya os iré contando. Un abrazo a todos.