Ganarse la confianza de los pacientes no siempre es fácil, hay quien viene entregado y está dispuesto a ponerse en manos del médico sin pensárselo y, por desgracia, también existe el caso opuesto, el del que jamás se dejará tocar por el facultativo, ni siquiera para que le explore. Afortunadamente estos últimos son raros. Entre medias hay todo un rango.
Hace poco me tocó en consulta una paciente a la que seguíamos desde hacía tres años. La habíamos visto varios y todos le habíamos explicado que debía someterse a una cirugía, que lo que su tumor no era ni malo ni grave pero tampoco era bueno dejarlo ahí para que creciese. Las pruebas de la última revisión confirmaron que la lesión había aumentado de tamaño. Hablé con la mujer y le insistí de nuevo en la cirugía, le comenté que, a más grande la lesión, mayor riesgo de complicaciones. No se me ocurrió nada mejor que contarle en que consistía la intervención, desde el diseño de la incisión disimulada en la zona de la oreja, a cómo proceder para la liberación de la glándula parótida de los músculos y cartílagos para localizar el nervio facial y seguir sus ramas en la disección para evitar lesionarlas y que terminase con la cara torcida por la parálisis. La paciente se puso a llorar y supuse que era un caso perdido. No quise presionarla más y decidí concederle otros seis meses de indulto para que se lo pensara. Sin embargo, cuando se lo dije, me sorprendió.
- ¿Y me operaría Ud? - me preguntó llorosa.
- Seguramente.
Aunque cada uno suele intervenir a sus enfermos, hay ocasiones en que esta regla no se cumple a rajatabla. La situación más extrema se da cuando la Consejería decide vender lista de espera y derivar clientes a otros centros, todo un despropósito.
- Es que si me opera Ud, entonces sí que me opero.
¿Quién se lo habría imaginado? Las lágrimas no parecían una buena pista. Antes de que cambiase de opinión, le pedí el preoperatorio, le di el consentimiento (con el que cualquiera lloraría) y puse una nota en las observaciones de la inclusión en lista de espera para asegurarme de ser yo quien la operase. El jefe me la programó a mi regreso de las vacaciones navideñas, supongo que para que me pillase con todas las fuerzas.
La mañana del quirófano me encontré a la mujer con su hija en el pasillo según iba a ingresar. La saludé y la tranquilicé, mejor dicho lo intenté. Un paciente suspendido adelanto su hora de cirugía y apenas le dio tiempo a esperar, ni a pensar. La operación transcurrió sin problemas y la enferma se fue de alta al día siguiente con la cara en su sitio.
Nunca hay que cantar victoria antes de tiempo y, a los pocos días, la mujer regresó con un seroma en la zona. Dada la naturaleza de la cirugía es algo frecuente: los restos de glándula producen saliva que se acumula en la herida. También es algo incómodo y muy latoso. El problema es que tarda en resolverse, hay que esperar a que la cicatriz termine de fibrosarse o cruzar los dedos para que el líquido encuentre una ruta alternativa que lo conduzca hacia la boca. Hasta entonces hay que drenarlo y curarlo, vendaje de cabeza incluido, para ayudar a que los tejidos se fibrosen, se peguen y evitar que se infecten. Así se lo expliqué a la paciente, que no se mostró demasiado ilusionada ante la perspectiva. Le gustase o no el plan, a la pobre no le quedó más remedio que acudir a la consulta y someterse a la necesaria tortura durante todo un mes. Creo que, cuando al fin le di el alta, no le quedaron ganas de volverme a ver.
2 comentarios:
Estoy segura de que, después de asumir el hecho, te agradeció que no le ocultaras nada del proceso por el que tenía que pasar.
Leí con mucha atención tu entrada "Vértigo". Mi "menière" a veces no está muy tranquilo.Me admira tu dedicación y empeño en mejorar la vida de tus pacientes.
Como paciente (porque de médic@ no tengo nada): la sinceridad la identificamos con seguridad (siempre y cuando la sinceridad no vaya acompañada de crueldad innecesaria)
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