Hace mucho, muchísimo tiempo, en un lugar mítico y lejano, existía una diosa de fuego, roca y lava. Su nombre era Deneb.
Deneb era implacable. Ejercía sobre sus dominios una tiranía violenta y despiadada. Los bosques de su territorio habían perecido abrasados. La vida había muerto o huido y la tierra devastada no era más que un desierto de cenizas. Durante el día, una nube de humo oscurecía un sol tan pálido que, a duras penas, iluminaba una escena gris y desoladora. Solo por la noche, bajo la serena luz de la luna, se mitigaba el dolor del paisaje. La claridad plateada del astro le confería una calma de la que, en realidad, carecía. La osada luna, condensada en su Dama, cicatrizaba las heridas de la tierra y preservaba sus semillas de vida. Con cada uno de sus cuidados se avivaba la ira de la destructiva diosa.
Atrapado en el rigor de ese mundo, vivía Zohr, un dragón negro, esclavo de Deneb, el único de su especie que no había logrado escapar. La diosa lo mantenía prisionero a través de un maleficio engastado en las escamas que lo recubrían, una coraza de sombras forjada por ella misma. No obstante, a pesar de su vasallaje a la deidad de las tinieblas, el corazón apasionado del dragón le pertenecía en secreto a Selene, la Dama de la Luna. Una noche inolvidable, a través de un rayo de luna, Zohr había sorprendido la figura de la Dama. No fue más que un soplo de aire fresco, una aparición velada, aún más etérea que un sueño. Sin embargo, el recuerdo de aquel instante quedó grabado a fuego en el corazón del dragón, que rememoraba a escondidas la silueta de su amada mientras la esculpía con suspiros de humo.
En la larga noche del solsticio de invierno, la luna llena bañaba la tierra con un halo de hielo. En el desierto refrescado por la escarcha, Zohr velaba el astro y anticipaba el momento del roce de sus rayos sobre su cuerpo. El haz de luz se acercaba. Sus músculos se tensaron. Cuando el brillo se reflejó en sus escamas, el dragón se estremeció. La excitación le inflamó. El aire se saturó de chispas de magia. La claridad relumbró cegadora y bajo su resplandor se reveló la imagen cristalina de una mujer, una figura sublime e intangible, Selene. El dragón contempló a su amada con el corazón henchido de felicidad, sin osar respirar por miedo a despertar. Sus latidos se aceleraron y todo su ser vibró bajo la fuerza de su pasión. La Dama posó sus ojos grises sobre aquella criatura palpitante de adoración. Sus miradas se cruzaron y el fuego que abrasaba el corazón de Zohr derritió las barreras de la Dama. Presa de la turbación, Selene tocó con su mano la frente febril de su enamorado. El contacto templó su fuego y el roce de los dedos dejó grabada la impronta de una estrella de plata.
Al acariciar la coraza de Zohr, Selene notó el escudo de dolor que le aprisionaba y comprendió que, a pesar de su rigidez y su dureza, aquella coraza no bastaba para contener su espíritu. Sorprendida por la entereza de aquel ser sometido, pero aún poderoso, subió sobre su lomo. Ambos levantaron el vuelo, se deslizaron en el viento tan livianos como la sombra de una nube. Bajo la belleza del cielo estrellado, la Dama y su dragón dibujaron estelas sobre el firmamento.
Al despuntar los primeros destellos de la aurora, Selene besó con tristeza la frente de Zohr. El amanecer marcaba la hora de la despedida. La Dama recogió los últimos reflejos de la larga noche del solsticio y se atenuó entre ellos.
Deneb había descubierto a su enemiga. La había visto despedirse del dragón y se sentía furiosa ante la deslealtad de su cautivo. Ya se ocuparía de la bestia. Ahora tenía la oportunidad de destruir a la Dama, debilitada por el alba. Al vencerla, la luna perdería su espíritu y se tornaría vulnerable. Se apagaría su resplandor y la noche se sumiría en la oscuridad más profunda.
La diosa golpeó la tierra y dio rienda suelta a su cólera. El suelo se abrió bajo el impacto. Sus entrañas se alzaron en una columna de roca y fuego. El humo, denso de cenizas, cegó a Selene. La Dama buscó protección tras el tenue escudo de la noche. La columna de roca se plegó sobre ella en una inmensa montaña. La luna tembló en el cielo.
Al notar el temblor, el dragón supo que su amada estaba en peligro. Su furia contenida durante siglos entró en erupción. La estrella de su frente se iluminó. Un rayo de plata encendió sus escamas y la coraza que lo esclavizaba estalló, reventó en un sinfín de añicos. Transformado en un dragón de luna, blanco y majestuoso, levantó el vuelo. Con su aliento de llamas glaciales atacó los ríos de fuego que arrasaban la tierra. La lava se congeló. El hielo hendió las grietas de las rocas. Las fisuras se dilataron, la tierra se fracturó y la montaña se abrió. Zohr recogió a Selene con sus garras y huyó con ella. ¡Eran libres!
En un esfuerzo desesperado por atraparles, Deneb sacudió la tierra. El suelo ondeó con la intensidad de la sacudida. La montaña se elevó para, a continuación, hundirse en una falla. El volcán se desplomó en el interior de la sima. Un alud de lodo, fuego y rocas arrastró a la diosa oscura; la fuerza del seísmo la arrojó al abismo. Deneb se convirtió en prisionera de su montaña derruida. La piedra cristalizó y la deidad quedó sepultada en una tumba de diamante.
Zohr se posó con Selene sobre la tierra arrasada: un desierto árido de bosques calcinados. Al fundirse la escarcha, el rocío cubrió el suelo reseco. Las gotas despertaron viejas semillas adormecidas. En el cielo, el alba se desvanecía bajo el resplandor de la aurora. La luna envolvió a la Dama con su halo y el sol refulgió sobre las escamas heladas del Dragón. El reflejo de los dos astros convergió en un rayo de oro y plata que iluminó la mañana. La silueta de un dragón ardiente de sol y una dama argéntea de luna se recortó sobre el cielo del amanecer.
Aún ahora, en las noches de solsticio, la Dama y su dragón se escabullen de su refugio celeste y dibujan sobre el firmamento la estela de un cometa que baila fugaz entre las estrellas.
7 comentarios:
¡Qué bonito Sol! Las historias, son eso historias pero hacen soñar y eso es un privilegio que a nadie niño o anciano le deben quitar.
Un beso Sol espero y deseo que tus sueños se hagan realidad.
Eso me gusta, que la malvada Deneb no se salga con la suya. A veces hasta en los cuentos los malvados también ganan.
¡Pero qué bien escribes!
Gracias, es un alivio ver esos comentarios porque siempre encuentro fallos, lo cambio e intento decirlo mejor sin resultar cargante. ¿No sería maravilloso tener talento sin limitaciones?
¡Qué maravilla trasladarse por la lectura a estos mundos mágicos! Gracias.
Precioso. Me gustó mucho
Gracias y Comparto
Gracias Marian, me alegro de que te guste.
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