Llegamos a Asturias en plena ola de calor sahariano, huimos de los 35 grados del seco verano madrileño para caer en los 32 grados húmedos y pegajosos de Asturias. La diferencia no nos supuso ningún alivio, allí las casas no están acondicionadas para esas temperaturas sino para mantener el calor en su interior, y vaya si lo mantienen.
Dado que el hotel estaba en terreno desconocido, House me recomendó que estudiara bien la ruta antes de salir. Le hice caso y, gracias a las instrucciones de Via Michelin, nos dirigimos a Oviedo por la nueva autovía de Salamanca, con un pequeño rodeo por Ávila que provocó todo tipo de comentarios sarcásticos sobre mis capacidades de guía. A partir de ahí, me tocó pelearme con el navegador de la tablet de House. No estaba familiarizada con el programa, pero no en vano dicen que a la fuerza ahorcan y no hay mejor aliciente para aprender que los comentarios de mi querido esposo. Sin duda habría sido un gran maestro, difícil dar con alumnos más motivados.
Después de no seguir las indicaciones del navegador, que me parecía que no eran correctas, llegamos a nuestro destino (más por azar que por méritos o por sentido de la orientación). Nos encontramos en un hotel rural perdido en medio de una aldea en ninguna parte, rodeado de vacas y, por supuesto, sin aire acondicionado. House se encontraba cansado, acalorado, sudoroso, pero le hizo feliz descubrir que sus vecinos más cercanos olían intensamente a excrementos de animal cuadrúpedo y que, para más inri, estaban infestados de moscas. Sobra aclarar que las moscas no ejercen distinciones entre las diferentes especies de mamíferos y que, incluso en una aldea aislada, son insectos de lo más sociables, aunque su sociedad no sea deseada. Se presentaron todas en nuestra habitación para recibirnos.
El cansancio de House se asocia con frecuencia a hipoglucemia, pero cuando los hados se ponen en contra lo hacen a conciencia y ese día tocaba descanso de personal en el hotel (un descanso más que ganado, como pudimos comprobar en los días posteriores). Dimos una vuelta por los alrededores, caminamos dos kilómetros hasta la siguiente aldea donde encontramos un bar cerrado (y que permaneció en ese estado durante toda nuestra estancia) y una carretera nacional. Regresamos al hotel y en recepción nos remitieron a Tapia de Casariego, a unos 4 km por la susodicha nacional. En esa ocasión optamos por recorrer la distancia en coche, sabemos por experiencia que no todo el mundo tiene clara la distinción entre millas y kilómetros a la hora de medir distancias a ojo y esos cuatro kilómetros no fueron una excepción. Tapia es un pueblo muy agradable, con un paseo marítimo muy bonito, con acantilados al Cantábrico, un faro y un puertecillo de lo más pinturesco. El lugar nos reconcilió con Asturias. Cenamos en una taberna-restaurante que nos recomendaron, "La Terraza", y nos pareció tan bueno que nos mantuvimos fieles a su carta durante toda nuestra estancia.
3 comentarios:
Bienvenidos
Estas anécdotas me han recordado a nuestro maravillo verano en Asturias, aquél en el que el Catedrático y la Señora decidieron llevarnos a un pueblo perdido en el monte asturiano al primo Choce y a mi, junto a mis 2 amigas adolescentes. En el viaje de ida nos dividimos: Cristina y Choce iban con los padres y Josune y yo íbamos con hermanito. Al llegar al pueblo nos encontramos a Cristina asomada por el balcón de la casa con cara de horror gritando "¡ni un bar, ni un estanco.... no hay nada!"
Hermanito se pasó el viaje pescando, lo cual nos permitía pasar el día en la playa de Llanes, pero las noches caían y nos teníamos que recorrer unos cuantos kilómetros de ida y otros de vuelta para llegar al bar más cercano en el que tomarnos una cerveza (andando, claro, que por aquél entonces ninguno tenía carnet de conducir). Debimos de hacerles al agosto (julio, en este caso) porque durante los 11 días que estuvimos fuimos sus únicos clientes, aunque de gran fidelidad, no faltamos ni una noche.
A pesar de todo nos reímos muchísimo y dudo mucho que hayan vuelto a tener una clientela tan estilosa por allí, y es que a pesar de la precariedad rural no nos faltaron modelazos, taconazos ni maquillajes que lucir (¡antes muertas que sencillas!).
Seguro que en el bar aún os recuerdan, no habrán visto nada similar desde entonces. Besos.
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