jueves, 29 de diciembre de 2016

Guardia

Duermo. Una alarma me saca bruscamente de mis sueños. No sé dónde estoy, ni qué hora es, pero el sonido me recuerda que estoy de guardia. Alargo la mano y cojo el busca. ¡Horror! La pantalla muestra UCI. Los intensivistas no suelen llamar para consultar dudas, aún así la esperanza es lo último que se pierde. Quizá sea un error. Contesto.
-Te llamo porque acaba de llegar una paciente a la que se le ha inflamado la lengua y del cuello.
Conozco el tema, la lengua se hincha hasta que no cabe en la boca, últimamente parece que hubiese una epidemia.
-¿Toma IECAS? (esos hipertensivos funcionan muy bien para la tensión pero tienen el problema de que, de repente, un día, después de años sin problemas, deciden dar un buen susto al enfermo y a los servicios de Urgencia. Creo que ha pasado a la memoria de todos los médicos uno de estos casos, una de esas pacientes con mala suerte, a la que todo se le complica y que, en su tónica habitual, su edema demostró ser refractario a los tratamientos convencionales. Durante un par de días se hinchó como un globo. Salió adelante, pero a nadie le apetece que la historia se repita).
-Sí. Ya he llamado a los anestesistas.
-Voy para allá.

Cuelgo y miró la hora: las 2:30 am. Sé que esa noche no voy a volver a casa, un caso así, si no está apurado y responde al tratamiento, requiere tiempo y vigilancia. Si no respira o no responde, la solución es una traqueotomía, y ante semejante panorama no conviene alejarse demasiado.

La M30 está vacía. Puedo contar con los dedos de una mano los vehículos que me encuentro en el camino, y me sobran dedos. A esas horas la gente quiere dormir, lo entiendo, y de hecho me dan algo de envidia.

Cuando llego la enferma está en el box de críticos. Tiene la lengua hinchada y la inflamación se extiende por el suelo de la boca. El cuello está grueso y duro, pero quiero imaginar que cede a la presión. La faringe me tranquiliza algo, parece bastante normal. Le explico que voy a hacerle una fibroscopia para mirar más abajo. Debe de encontrarse bastante mal porque me dice que le haga todo lo que le tenga que hacer. Le cuesta hablar y la voz no suena bien.

La óptica me muestra una epiglotis con el aspecto de una uva grande y jugosa (lo normal es una lámina de cartílago más o menos curvo). Por fortuna aún queda algo de hueco por el que accedo a las cuerdas vocales. A ese nivel las cosas están en orden. La mujer respira sin problemas y se puede ser conservador, aunque sin perderla de vista.

Las tres de la madrugada y no es la única enferma que tengo a esas horas. Me cuentan que hay otra paciente que ha venido con sensación de cuerpo extraño tras un vómito. No puede tragar ni su propia saliva. Me traslado al otro box para explorarla. No está agobiada, lo primero que me dice es que si lo llega a saber, no viene. Sin embargo la voz no es buena y tiene la laringe inflamada, sobre todo en la zona de entrada al esófago. Le explico que tiene que quedarse. Su hija debe de estar acostumbrada a lidiar con ella y no tarda en convencerla.

A las cuatro me voy al despacho y me tumbo en el sofá. Después del trajín, cuesta coger el sueño de nuevo, pero a base de dar vueltas noto que  empiezo a soñar. Soy consciente de que sueño y gracias a eso sé que estoy dormida, es una sensación extraña pero reconfortante, algo descansaré y lo poco que sea me vendrá bien, a la mañana siguiente aún tengo que trabajar.

Desayuno en la consulta. Preparo café y me tomo algunas de las pastas que nos regalan los enfermos agradecidos. Reviso a mis pacientes de la noche; van mejor, pero no lo suficiente, se tienen que quedar un poco más. Según llegan nuevas urgencias, curso más ingresos, por suerte ninguno está grave, aunque a ese ritmo no tardaré en llenar la planta. Hacia el final de la mañana, me doy un último paseo por si hubiese algo pendiente. Descubro a una abuela nonagenaria anticoagulada e hipertensa que ha venido por sangrado nasal. La tensión está por las nubes y la coagulación por los suelos; no puede haber peor combinación, ¿o sí? Una leve demencia senil no ayuda al cuadro, aunque la señora no parece tener mal la cabeza en ese momento, al contrario, con mucha dignidad le dice a la enfermera que no hace falta que le chille, que no es sorda. Es muy graciosa.

La medicina está llena de sustos y de sorpresas. Ante el asombro de su cuidadora, la paciente colabora sin una queja ni un mal gesto: le pongo un algodón de anestésico y, al retirarlo y explorar, encuentro el vaso, lo cauterizo y controlo el sangrado. La devuelvo a urgencias donde se encargarán del resto.

Salgo a las tres, para entonces llevo doce horas seguidas en el hospital, aunque he dormitado un par de ellas. Esa tarde, para rematar el día, me toca llevar el coche a la ITV. Estoy aterrada. Parece paradójico que sea capaz de enfrentarme a cirugías, hemorragias, traqueotomías de urgencia y, sin embargo, me tiemblen las piernas al enfrentarme a la revisión del vehículo. Cuñadísimo se ofrece a aliviarme del mal trago y se encarga de llevar el coche mientras le espero impaciente junto a hermanísima. ¡Aprobado! ¡Ufff! Nunca podré agradecérselo bastante.

lunes, 26 de diciembre de 2016

Consulta de Rendu prenavideña

Al parecer mis aventuras y desventuras hospitalarias son las entradas más esperadas del blog, y de ellas hay quien me ha comentado que sus favoritas son mis casos de Rendu-Osler. La verdad es que esa consulta es siempre interesante, no sé si porque también suele ser imprevisible. Aunque no sea un tema navideño, dado el número de peticiones, aquí va un nuevo episodio médico.

Hace tiempo, un compañero de House me comentó que querría venir un día a verme realizar la técnica. No sé si porque las navidades estaban cerca, o porque las cosas tienen tendencia a agolparse, me encontré con que en una semana me avisaron varios pacientes con la intención de acudir el siguiente jueves. Aquello prometía convertirse en una jornada intensiva, un día sin duda ideal para recibir visitas de médicos atraídos por el tema. Escribí un mensaje al interesado para comentárselo.

La jornada no empezó de forma tranquila, la primera paciente, una mujer joven con sangrados severos, me demostró en directo que no exageraba al referir la cuantía de sus hemorragia. Entre los chorros de sangre, me pareció detectar el origen y pinché sin pensármelo. Funcionó al instante (algo que no siempre sucede, a veces el sangrado tiene tanta fuerza que lo infiltrado sale según entra y no hay manera de controlarlo). Con menos sangre todo fue más sencillo, me limité repasar la zona.

Aunque contarlo no requiere muchas líneas, los minutos vuelan casi a la misma velocidad a la que sale la sangre. Mientras tanto, en la sala de espera, se acumulaban los pacientes. Imposible llevar una agenda programada (no es posible planearse los sangrados con antelación), y lo de dar hora es casi igual de difícil, muchos dependen del coche o del avión y hay quien se pega unos madrugones de aúpa para venir a verme. Aunque nadie se queja, sé que la espera se hace eterna, y no ayuda llevar unos cientos de kilómetros a la espalda. Como no puedo atender a más de un paciente a la vez, salvo que sean familia, lo único que se me ocurre hacer para aliviar el tedio es presentarles a todos para que charlen entre ellos y compartan experiencias. Esas conversaciones resultan ser no solo entretenidas sino provechosas, se dice que nadie aprende en cabeza ajena pero los Rendu deben de ser la excepción a esa regla y no tardan en aplicar las enseñanzas de otros.

En estos enfermos no me gusta tener que explorar la nariz con ópticas, cualquier mínimo roce puede desencadenar un sangrado y, cuanto más al fondo de la fosa, más complicado es el tratamiento. Sin embargo, no sé si para que mi invitado viese las malformaciones vasculares con claridad, esa mañana me tocó realizar un par de fibroscopias (afortunadamente sin incidencias). Gracias a ello descubrí unas lesiones bien escondidas en el suelo de la fosa en una paciente que había visto recientemente y que eran las responsables de que la infiltración no hubiera sido eficaz en la visita anterior. Un pinchazo dirigido a la zona zanjó el tema (al menos de momento, sé que aparecerán más).

Entre las historias que me faltaban por contar en el blog está la de mi último cierre nasal y, aunque con eso tengo argumento casi para una novela, haré un resumen conciso: el enfermo se había pasado cuatro meses ingresado en su hospital y tuvimos que pelear a brazo partido con la Consejería para que aceptasen el traslado; lo de la descentralización de la Sanidad es indignante, y aún más desde que con la crisis se rechaza a los pacientes de otras Comunidades porque sus autonomías no pagan. En serio, es demencial. Cuando por fin conseguimos traer al pobre hombre, di saltos de alegría, y eso a pesar de ser consciente de a lo que me tenía que enfrentar (supongo que soy más Quijote que Sancho y que por eso me meto en estos berenjenales). Una vez en quirófano, al quitarle el taponamiento, empezó a sangrar con la intensidad de una tormenta en el mar rojo. Para colmo, después de cuatro meses de tapones, el aspecto de aquella nariz era como para echarse a llorar; se deshacía. Sin embargo, de algún modo tenía que coser esos pingajos de piel y detener el sangrado. Metí una gasa y la apreté con un dedo dentro de la fosa y empecé a coser mientras mi ayudante aspiraba. Conseguí cerrarlo todo duras penas, eso sí, sin pinzas, porque los tejidos no se podían agarrar. El postoperatorio fue bien y en una semana se marchó a su casa, que llevaba meses sin ver. Ese día estaba citado para la revisión. Desde la cirugía no había vuelto a sangrar, aunque sí lo había hecho su hermano y aproveché para infiltrarle.

Es cierto que vi doce pacientes de Rendu, uno detrás de otro, y que entre ellos intercalé alguna urgencia, que me senté solo para escribir los informes (¡bendito corta y pega!) y que apenas tuve tiempo para respirar, sin embargo considero que fue una mañana tranquila: nadie se complicó, ni se mareó, ni sangró más de la cuenta y tampoco acabé con ninguno en la urgencia para extraerle una analítica y decidir si precisaba una transfusión. Fue todo tan bien que creo haber convencido a mi especialista invitado de la eficacia de la técnica y pienso que se animará a ponerla en práctica, contar con más médicos es algo fantástico para estos pacientes.

domingo, 25 de diciembre de 2016

Nochebuena familiar

Que el Principito tiene una imaginación desbordante era algo que ya sabíamos, no en vano comparte su día a día con sus dos caballos, a los que instaló en el baño del apartamento de la playa durante las vacaciones antes de deshacer las maletas. Los caballos suelen compartir su espacio con algún perro, aunque a veces aparece en escena un tigre y, en ocasiones, han tenido que hacer frente incluso a dragones. Ni las fieras más salvajes ni las bestias mitológicas tienen nada que hacer contra el Príncipe y sus corceles ya que, como le confesó a su madre mientras le bañaba, los músculos de su cuerpecillo eran idénticos a  los de Hulk, la única diferencia es que su piel no era verde. Además, como escudero, cuenta con la Princesita tornado. En esa casa están muy entretenidos.

En Nochebuena es tradición ganarse el aguinaldo y Sobrinísima y Ciclón habían preparado una función con ese fin. A última hora, incluyeron un pequeño papel para el Principito. No contaban con que el niño les robase el protagonismo, al parecer ha heredado el nulo sentido de la vergüenza de Hermanísima y dio todo en la representación, demostró poseer un talento escénico fuera de serie. Aunque apenas tuvieron tiempo para ensayar, eso no fue óbice para que en el papel de Rudolf, el reno, poco le faltase al animal para soltarse a volar.

La improvisación también es lo suyo y, vestido con su traje de caballero medieval, nos contó cómo había hecho pedazos a un dragón que, milagrosamente, había logrado sobrevivir (debía de tratarse de la hidra de Lerna). Al Catedrático Rey le ofreció la cola como tributo, y explicó como el campo de batalla había quedado sembrado de piezas, entre las que se contaban la cabeza y las alas para evitar que escapara. Aunque él estaba ileso, otro caballero había recibido el fuego del dragón de lleno y yacía en el suelo. Era necesario el beso de una doncella para reanimarlo. Hermanísima se prestó a la labor con tanto entusiasmo que el Principito se vio obligado a poner orden, le dijo que no hacían falta tantos besos, el caballero muerto corría el riesgo de morir de nuevo asfixiado bajo el abrazo.

A medianoche se oyó un ruido en la terraza y, como no todos habíamos sido capaces de percibirlo, el Principito nos lo reprodujo. No, no eran los cascabeles del Trineo sino los renos que, al parecer, rugen. Había que ser muy valiente para asomarse al balcón tras semejante bramido pero el Principito, con su armadura de caballero, ejerció de avanzadilla. No había peligro, las sobrinas podían salir. El Trineo se había marchado y solo quedaban los regalos.



sábado, 10 de diciembre de 2016

Liebster blog award de Madame Santal

Madame Santal es una pitonisa bloguera con unos clientes un tanto cuentistas, que van desde Virgilio en el infierno de Dante a princesas Disney con crisis de identidad, que hace gala de imaginación, ingenio y originalidad en sus divertidos consejos.

Dentro del universo blogger hay cadenas de premios que son un pequeño reconocimiento y que sirven para dar a conocer blogs de pequeña tirada. Madame Santal me ha nominado para uno de ellos, el Liebster blog award. Se lo agradezco, pero no voy a seguir la cadena, podría inventarme mil excusas pero seré sincera: no me apetece hacerlo, no es algo que vaya conmigo (y cada vez menos), hay blogs que me gustan y ellos ya lo saben, con eso basta (al menos para mí).

Por supuesto contestaré a las preguntas, aunque no sé si, después de mis declaraciones, aún habrá alguien interesado en las respuestas.

1.- ¿Cuándo creaste tu blog? El 1 de julio de 2011, en realidad me lo creó una amiga con la intención de que fuese algo similar al blog de una "it-girl", con consejos de compras y maquillaje (poco que ver con lo que luego ha resultado ser. Quién sabe cómo habría terminado el asunto de haber seguido esa primera línea, a lo mejor ahora sería otra Alexa Chung, aunque tanta vida social no va conmigo).

2.- ¿Prefieres escribir historias o versos que tengan que ver con algo personal o todo es imaginación? Me gusta la imaginación, es como soñar despierta, dejarse llevar por cosas bonitas; con la realidad hay que tener cuidado, hay cosas que es mejor callar.

3.- ¿Escribes para que te lean o porque te gusta escribir? Porque me gusta escribir. Uno de los motivos por los que escogí un nombre imposible para el blog fue, precisamente, para evitar que nadie lo encontrara con facilidad.

4.- ¿Qué es lo mejor y lo peor que te ha deparado tu experiencia de ser blogger? Lo mejor es que he conocido gente increíble, a pesar de mis limitadas habilidades sociales. Lo peor es que mis opiniones me han acarreado problemas, ya he dicho que a veces es mejor callar.

5.- ¿A qué tipo de actividades dedicas tu tiempo libre? Leer, me encanta, no hay tiempo suficiente para leer todos los libros que me gustaría.

6.- ¿Qué días y horas a la semana dedicas a escribir en tu blog y visitar otros blogs? Es algo que hago según me apetece, no me lo impongo por obligación o dejaría de tener atractivo.

7.- ¿Eres fiel a la política blogger del "quid pro quo" (una cosa por otra) o eres de los que no se cuestionan la participación de tus seguidores? Creo que mi respuesta anterior da bastante idea de lo que pienso al respecto, a veces me doy cuenta de que el "quid pro quo" es casi una exigencia y me alejo discretamente o busco una vía de escape.

8.- ¿Recuerdas el título de tu primera entrada en el blog y si tuviste o no comentarios? El título "Haré un blog" y era una pequeña declaración de intenciones. No tuve comentarios.

9.- ¿Cómo describirías tu blog a los que aún no te conocen? Es un blog personal en el que las entradas dependen de lo que me apetezca contar, desde cuentos a experiencias laborales, reseñas de libros, trucos de maquillaje o dónde ir de compras.

10.- ¿Qué recomendarías a otros blogger con más o menos experiencia? Que no se dejen influir y no busquen el reconocimiento, sino que hagan lo que ellos quieran.

11.- ¿Qué pregunta no te han hecho todavía y te gustaría contestar? Quizá matizaría una frase, en este caso de Billy Wilder y de mi película favorita: "Nadie es perfecto" (pero eso no significa que no haya que esforzarse en mejorar).

martes, 6 de diciembre de 2016

Cosas de urgencia

Mis guardias son de alerta, localizadas, lo que significa que me llevo el busca a casa y puedo hacer una vida medio normal, sin andar encerrada en el hospital como en las de presencia física. Esos días llevo el teléfono del hospital como una prolongación de mi cuerpo. Cuando suena, tiemblo. A veces la llamada es para consultar alguna duda, otras veces me toca salir pitando. Primero noto la vibración. Pienso en el paciente ingresado que amenaza sangrado. Miro el número. No es de planta sino de urgencias. Es posible que solo sea una pregunta.
-Tengo un paciente que ha llegado esta tarde por dolor de garganta y dificultad para tragar. Ahora está peor y le cuesta respirar.
-¿Le habéis puesto corticoides? (es la droga milagro, en nuestra especialidad se usa a dosis que hacen temblar a los internistas, pero ante un enfermo ahogado no hay que andarse con miramientos).
-Estamos en ello.
-¿Habla?
-No puede.
-Voy para allá.
Un paciente al que no le entra el aire, no tiene fuelle para hablar, un paciente nervioso que se ahoga de ansiedad suele declarar su angustia por los codos.

25 km no es una distancia desdeñable cuando se trata de un caso grave. Dentro de lo malo, el hospital es el mejor sitio en el que estar.
Cuando llego, todos me esperan con impaciencia. Además de los de urgencias, por allí aparecen los anestesistas y los intensivistas. El enfermo está sentado en la cama y muy apurado, no pinta bien. Los de seguridad me abren la consulta, en unos minutos me agencio un fibroscopio.
En la exploración, la laringe está roja y tan inflamada que no se ve hueco para el paso del aire. A veces pienso que hay pacientes que respiran por branquias, que las debieron de conservar durante su desarrollo embrionario, y este es uno de ellos.
-Hay que abrir la traquea- dictamino.
Le explico al hombre la situación. No me cuesta convencerle, cuando alguien se ahoga no suele poner pegas a nada que le haga respirar de nuevo. Los que se resisten no suelen estar tan comprometidos.

El paciente tiene el clásico fenotipo eslavo, alto, grueso y sin demasiado cuello. La cirugía no va a ser fácil. Para colmo de males no se le puede dormir, la intervención tiene que ser con anestesia local. Necesitaré ayuda, alguien que tire y que seque la sangre. Invito a las residentes de anestesia y de intensivos que aceptan encantadas.

Vamos al quirófano. Mientras pasan al hombre a la camilla preparamos todo. Para empezar ni siquiera es posible acostar del todo al paciente, no aguanta en esa postura. Hay que empezar sentado.
Infiltro la anestesia, primero en superficie y luego en profundidad. Le digo que cuando note molestias, avise. No creo que sea una frase que a nadie le guste oír, pero así son las cosas, no hay elección.

Corto la piel, hago una incisión baja con la esperanza de caer a la altura de la traquea, que no se toca desde fuera. La anestesia borra los planos y no ayuda. La grasa, en abundancia, tampoco.
Localizo la línea media. Separo la musculatura prelaríngea hasta llegar a los cartílagos. ¡Mala suerte! Estoy en la laringe, a la altura de la membrana cricotiroidea. En caso de emergencia me valdría, pero mi intención es hacer una traqueotomía en condiciones. Tengo que bajar más.
Infiltro más anestesia. Meto el dedo por debajo del esternón para disecar los planos al tacto, es más seguro que cortar. La traquea sigue sin tocarse bien, no solo está baja sino también profunda. Voy despacio, con cuidado, si el paciente aguanta, mejor tardar unos minutos que apresurarse y que se ponga a sangrar.

Tengo que tumbarle un poco más, en esa posición la tráquea queda demasiado baja. El anestesista le añade algunas drogas para sedarle mientras le ventila con la mascarilla. Lo recostamos. Agarro la glándula tiroides con una pinza y tiro de ella hacia arriba. Está pegada a la tráquea y con esa maniobra consigo subir los primeros anillos. Hago hueco entre la carne y el cartílago y clampo el istmo de la glándula para cortarlo y ligarlo. Ya tengo expuestos los anillos traqueales. Corto a nivel del segundo anillo. El paciente tose, entra aire, salen sangre y mucosidad. Entre respiraciones y toses suturo la tráquea a la piel para asegurarla y que no se escape. Introduzco la cánula por el orificio. Respiro, creo que a mí también se me había olvidado.

Desde el quirófano, el enfermo va a Reanimación. Por el camino, nos amenaza. Es culpa de la ketamina, la droga que le ha puesto el anestesista, que provoca alucinaciones y pesadillas. A pesar de saber eso, no resulta demasiado tranquilizador.

Al día siguiente me acerco a verle, no sin cierto resquemor, ¿y si no era culpa de la ketamina? ¿Me la tendrá jurada? Para mi inmenso alivio compruebo que el hombre ha vuelto a su estado normal, no solo es dócil sino que es un encanto y muy buen paciente, obediente y colaborador. No le importa el agujero, antes de decidirse a acudir al hospital lo había pasado realmente mal.

Todo evoluciona bien. El enfermo pasa a planta y en unos días retiro la cánula y le doy unos puntos para cerrar el agujero. Está muy agradecido. A pesar de eso, no consigo que deje de fumar.

jueves, 1 de diciembre de 2016

¡HHT! ¿Por qué?

Hace unos meses me preguntaron por qué me dedico a los Rendu-Osler. Para mí es cuestión de lógica: si el enfermo no puede escoger sus enfermedades, el médico tampoco debería poder elegir, al menos dentro de su campo (y siempre y cuando el paciente se deje). Sin embargo, a nadie en su sano juicio le gusta meterse en líos, y supongo que el motivo de la pregunta era confirmar mi cordura.

Bajo el riesgo de poner en tela de juicio mi salud mental, confieso que mi no-consulta de Rendu-Osler de los jueves es una de las cosas con las que más disfruto, y eso a pesar de la sobrecarga de trabajo que supone. No me importa, es una tarea de lo más agradecida y, a fin de cuentas, estoy en el hospital para trabajar.

¿Por qué me refiero a ello como a una "no-consulta"? La respuesta es que es algo que no existe oficialmente, pese a que casi todo el mundo sepa que lo hago. Mi función asignada de ese día es ocuparme de las urgencias, y lo cierto es que pocas cosas hay más urgentes que un paciente que sangra.

¿Cómo llegan los pacientes a una consulta que no existe? La vía oficial de derivación es la menos transitada, y la que peor funciona. La descentralización de la Sanidad es una de las ideas más deplorables que se me ocurren. No sé quién dijo, me suena Larra pero no he encontrado la cita, que cuanta más burocracia requiere un país, menor es su desarrollo. Sin embargo, y a pesar del gobierno, España tiene una Sanidad envidiable, cuyo mayor defecto es estar coartada por la división territorial. Dentro de la ética médica, el lugar de residencia no tendría que afectar a la atención (pero así es cómo han organizado las cosas en las instancias superiores). Si la vía oficial no funciona, los enfermos se buscan otras rutas. A veces es la Asociación la que se pone en contacto conmigo, en otras ocasiones la Dra. Luisa Botella hace de intermediaria, por supuesto hay casos que llegan a través de otros pacientes, ya sean familiares o conocidos e incluso algunos médicos de otras Comunidades me han escrito para preguntarme cuándo podría ver a alguno de sus enfermos, de esos con los que ya no saben qué hacer. No uso teléfono móvil, salvo el busca los días de guardia, sin embargo sí que utilizo el email con regularidad y esa es la vía preferida de la mayoría para contactarme. Algunos días mi bandeja de entradas parece una aplicación de citaciones. Los que me conocen ya saben que el jueves (que pasará al martes en 2017) es jornada de puertas abiertas en mi consulta, aunque agradezco estar sobreaviso y saber a quién espero al asomarme a la sala.

Con frecuencia la sala de espera se convierte en el escenario de una pequeña reunión improvisada de la Asociación. Aunque procuro darme toda la prisa posible, muchas veces toca esperar, y nada mejor para matar el rato que compartir experiencias. Nada de lo que yo pueda contar a los pacientes nuevos les resulta tan tranquilizador como los comentarios de los antiguos. A mí también me gusta oírlos, a veces no sabes qué cosas influyen en la calidad de vida de alguien, muchos son pequeños detalles, como volver a usar zapatos con cordones que antes no podían atarse porque agacharse suponía sangrar. La mayoría agradecen dormir de nuevo una noche entera, sin despertarse de madrugada con la cama encharcada. Me cuentan que ya se atreven a salir solos a la calle, un paseo para comprar el pan para muchos era un reto. Se van de vacaciones, viajan, visitan a amigos o se incorporan a su trabajo. Sienten que recuperan fuerzas, suben las escaleras sin agotarse, no es lo mismo tener 8 gramos de hemoglobina que 11, o 12, o 14... Para un médico, conseguir semejante grado de satisfacción en sus pacientes, es motivo de orgullo. El cariño que me demuestran es otro.

Siempre afirmo que el tratamiento de escleroterapia nasal no requiere habilidades especiales, solo es preciso saber inyectar y taponar. Muchos enfermos llegan con miedo, me avisan que en cuanto les tocan, sangran. Piensan que su caso es único, peor que otros, peor que cualquiera que haya visto hasta entonces; lo cierto es que ya he visto muchos y todos son distintos, y aunque los hay mejores y peores, nunca hay que fiarse, todas las manipulaciones deben hacerse con un cuidado extremo, como si se tratase de una bomba de relojería. Me he encontrado con pacientes remitidos directamente en una ambulancia desde la Urgencia de su hospital a los que he tenido que infiltrar taponados, como he podido en ese momento; a veces he tenido que taponar al poco de empezar porque la hemorragia no me permitía seguir. Con algunas hemorragias se suda, se pasa mal, pero siempre es mejor sangrar en un hospital que en la calle. Más de uno ha terminado en la urgencia para una analítica. Siempre les digo que en la siguiente visita, en una o dos semanas, todo será más fácil, lo poco que haya podido infiltrar hará algo de efecto, lo suficiente para que todo vaya bien. Soy positiva, sin optimismo cuesta más enfrentarse a las dificultades. No hay que dejar pasar mucho tiempo. No hay que esperar a sangrar a chorros de nuevo, con pocas lesiones es mucho más sencillo, y más rápido. ¿Dolerá? Ese es otro de los miedos. Por desgracia sí, es una técnica molesta, la nariz es muy sensible y la anestesia es tópica y no hace milagros, aunque creo que hay taponamientos mucho peores que un par de pinchazos.

¿Ha sido un éxito con todos los pacientes? Me he encontrado con tres casos en los que la escleroterapia no era posible, y aún así lo intenté. La razón del fracaso es que apenas quedaban estructuras dentro de la nariz, estaban destruidas. La solución que les propuse fue la cirugía de cierre nasal definitivo, puede parecer una decisión algo drástica, pero cuando un enfermo está taponado durante meses, con hospitalizaciones largas, con múltiples transfusiones, no hay muchas alternativas. Es más cómoda una nariz cosida que una taponada, ninguna de las dos sirve para respirar, pero al menos la primera no sangra.