lunes, 24 de noviembre de 2014

El angioma

¡Bip, bip, bip!
Busco un interfono para contestar el busca.
- Es una llamada del 061 (por aquel entonces todavía era el 061) - me avisan de Centralita. - ¿Dónde se la pasamos?
- Al control de Urgencias - respondo.
Suena el teléfono y contesto.
- Buenas tardes.
- Buenas tardes. Soy de la coordinadora. Llamamos para avisarle de que le enviamos un paciente sangrante en una UVI móvil. ¿Lo aceptan?
No me saben dar muchos más datos. Mientras llega lo único que puedo hacer es enterarme de si hay cama de intensivos y avisar al anestesista, por si acaso.
Al cabo de un rato me llaman de puerta. El paciente está en el hospital. Trae la vía conectada a una bolsa de sangre. No es la primera, ni será la última. Afortunadamente el sangrado ha cedido durante el viaje.

Reviso sus antecedentes. No son muy alentadores: para agravar la situación el enfermo padece una hepatopatía alcohólica, motivo por el que sus tiempos de hemostasia están duplicados: no sintetiza suficientes factores de coagulación.

Le exploro. Tiene la boca y la faringe cubiertas de coágulos y restos hemáticos, pero eso no es lo peor, ni mucho menos. Lo peor es que también tiene el angioma más grande que he visto hasta entonces. Un angioma que se extiende por paladar, faringe y base de lengua. Es un angioma congénito que ha ido creciendo desde su nacimiento durante casi medio siglo. Por desgracia ha dejado de ser asintomático y es la causa de su hemorragia.

He de evitar hacer algo invasivo. Si hay un problema de coagulación, lo primero es arreglarlo. No es que el estado del hígado tenga solución pero se le puede poner plasma con los factores que le hacen falta.

Al principio todo parece ir bien, tanto que le llevo a rayos para hacerle un TAC y así valorar la extensión en profundidad. Saberlo sólo me sirve para asustarme más, no hay una zona del cuello que no esté afectada. Recurro a mi optimismo y espero que siga sin sangrar. No hay suerte. La tranquilidad dura unas horas, era la calma previa a la tempestad. Con las transfusiones, se reexpande la volemia y la hemorragia se reactiva. Las medidas conservadoras no funcionan. Tengo que hacer algo para cortarla. El problema es ¿qué?

Sé que abrir el cuello para ligar los vasos, con semejante amasijo de arterias y venas por todas partes, es una locura y no va a servir de mucho. La opción de poner un taponamiento faríngeo no me hace ninguna ilusión, se sobreinfectan y dan muchas complicaciones. Aún así, por malo que me parezca, es la mejor alternativa.

Meter una compresa, o varias, en la faringe, supone bloquear la vía aérea. Es preciso dormir al paciente para que lo tolere e intubarle para que respire. Lo subimos a la UCI.

Al sedarle, la tos que le ahogaba se calma. Por desgracia no es un indicio de que le haya sucedido lo mismo a la hemorragia y la sangre se le acumula en la faringe. El aspirador no da abasto. El enfermo no ventila y no se ve nada. No se puede meter el tubo. Hay que abrir la tráquea sin tardanza. Un corte y el tubo entra. Sale sangre desde los pulmones. Relleno la boca con las gasas a presión. Compruebo que no hay huecos. Entre unas cosas y otras son las 2 de la madrugada. Me retiro a intentar descansar un rato.

No me he metido en la cama cuando suena el busca. Es de la UCI. El paciente sangra. ¿Cómo es posible? No tiene por dónde. La sangre no sale por la boca, no puede ir por esa vía con el bloqueo que le he puesto. El enfermo lo que tiene ahora es una rectorragia incoercible.

Decidimos hablar con Rayos para embolizarle. Al pasarle a la camilla vemos que la cama entera es un charco de sangre. Da miedo. Las bolsas de sangre se transfunden de dos en dos hasta perder la cuenta ¿diez? ¿doce? El radiólogo canaliza la arteria femoral y asciende con el catéter hasta las carótidas. Busca las arterias nutricias del angioma en medio de la maraña. Lanza partículas hacia la lingual, la faríngea posterior y hacia las ramas. Me pide que retire el taponamiento para comprobar si no sangra. Quito las gasas. La boca está limpia.

Sin embargo el caso no se ha resuelto. La rectorragia continúa y es masiva. La sangre cae por los bordes de la camilla. El radiólogo cambia de campo y se dirige a las arterias mesentéricas. Para nuestro desmayo descubrimos que el abdomen alberga una masa de vasos aún más terrible que la de la faringe, no hay un rincón del peritoneo sano. Es de ahí de donde está sangrando. Avisamos a los cirujanos. Al igual que en el cuello, no es posible hacer nada.

Nos cuesta creernos que ese sea el desenlace. El hombre llegó a las 7 de la tarde y fallece a las 7 de la mañana, en la sala de Rayos, ante nuestra impotencia.

2 comentarios:

Carmen dijo...

¡Qué duro! ¡Madre mía! No he podido reprimir las lágrimas al leerlo por lo que me imagino que para ti tuvo que ser devastador.
No se puede hacer un paralelismo exacto pero supongo que los maestros nos sentimos así de impotentes cuando después de cuidar a nuestros alumnos "de riesgo social" durante toda la primaria intentando sacarles de ese entorno que sabemos que va a limitar y condicionar su vida para mal, de repente llegan al instituto y a algunos de ellos los perdemos en menos de un año: las malas compañías, una pareja poco recomendable, el exceso de calle, el tabaco, las litronas...todos esos factores se unen para llevar a niños con poca personalidad o familias incapaces o con demasiado tiempo y/o dinero a su alcance a "morir" socialmente para siempre o hasta ser rescatados. Esa es la esperanza que nos queda, la vida es muy larga y algunos de estos jóvenes vuelven a ella fortalecidos por la experiencia.
Seguro que experiencias como la que has narrado hoy, también os hacen más fuertes a los buenos médicos.

ELVIRA dijo...

Conozco a un par de esos que parecía que no iban a ninguna parte, estudiaron hasta COU obligados y de ahí trabajillos, chapucillas.... con 23 años decidieron que cambiar y ahora uno es ingeniero y el otro arquitecto. Nunca se sabe...