Una de las cosas que aprendí en la residencia es a optimizar tiempo y recursos. Había días en los que casi parecía que debía multiplicarme para atender todo lo que me requería y, como la clonación no era posible, lo suplí con velocidad: velocidad para recorrer pasillos, para hacer curas, tomar decisiones y ver y manejar pacientes. Aprendí que cuando los enfermos vienen con un problema que de verdad les preocupa, desean que se lo resuelvan, no que les den palique ni les hagan esperar, así que, generalmente, no se quejaban de mi atención expeditiva. Es cierto que hay casos que además necesitan hablar y desahogarse pero, en muchas ocasiones, se puede compaginar la escucha con la actuación médica.
Ir al grano es lo que me permite sobrevivir a veces, especialmente los jueves. Esos días tengo que meter el turbo, aunque eso no significa que no disfrute o que no me esmere por hacer las cosas lo mejor posible. Los jueves es mi día de "imprevistos": atender la urgencia, recomendados y aprovechar para rematar asuntos personales. Son esos asuntos personales los que me obligan a trabajar en un circo de dos pistas, aunque reconozco que esa situación es algo que he escogido: al disponer de tiempo, busqué enfermos con los que llenar los huecos (o quizá son ellos los que me encontraron, ya contaré cómo en otra entrada).
Los jueves recibo a mis pacientes de Rendu-Osler. En realidad no me ocupo de toda su patología, muchos de sus problemas se escapan a mis habilidades aunque, afortunadamente, para esa parte cuento con la ayuda de los internistas. Mi atención se limita al tratamiento de sus epistaxis (hemorragias nasales). No es una solución definitiva, ya me gustaría, pero al menos les alivio durante un tiempo y no sangrar a diario contribuye sobremanera a mejorar su calidad de vida.
Las hemorragias no son algo que admitan mucha espera por lo que requieren una atención casi a demanda. En la primera visita, les doy el teléfono directo de la consulta. Según me necesiten, los enfermos me llaman para avisarme que van a venir ese jueves. Les veo tan a menudo que me sé hasta sus nombres, algunos son casi de la familia. Se juntan en la sala de espera y, en el transcurso de la mañana, se acumulan. Encontrar a otros como ellos les inspira confianza, es una enfermedad rara y les consuela no saberse únicos. No hay muchos médicos que se atrevan a tratarlos y se sienten muy desamparados, algunos vienen bastante asustados. El procedimiento en sí no es complicado, no requiere ninguna habilidad especial, el problema es que es sangrante y luchar contra la sangre siempre impone. Sin embargo, si no se hace nada, el paciente sangrará espontáneamente, cada vez con más frecuencia y más cantidad, y es esa evolución lo que hay que frenar. El tratamiento se lleva un rato así que, de vez en cuando, en los momentos de descanso, me asomo a la sala para saludar a los que van llegando, preguntar cómo siguen y tranquilizar al resto.
Empiezo colocándoles un algodón empapado en anestesia tópica en la fosa nasal. Cualquier intervención se lleva mucho mejor si el dolor se minimiza y para eso la anestesia es un gran invento. La mucosa de estos enfermos es muy frágil y, aunque meto el algodón con mucho cuidado, en ocasiones, esa simple manipulación desencadena la hemorragia, y la alarma del paciente y de sus familiares. Les aviso antes de empezar para que sepan a qué atenerse y son muchos los acompañantes que prefieren esperar fuera.
La técnica no es muy distinta a la que se aplica en las varices. Consiste simplemente en infiltrar una sustancia esclerosante en las lesiones vasculares. De esa manera se fibrosan, cicatrizan y dejan de sangrar. Diluyo la ampolla en agua destilada para no dañar la mucosa sana y evitar complicaciones, aunque los riesgos aumentan con la repetición del procedimiento, por desgracia inevitable. Cargo unas jeringas pequeñas para que la infiltración sea lenta y menos irritante. Por recomendación de una de mis amigas, cirujano vascular, utilizo las agujas más finas que he encontrado en el hospital, de ese modo se supone que sangran menos.
El primer pinchazo es perilesional. Me gusta cuando los vasos se clarean según penetra el líquido en su interior, al paciente le tranquiliza, tanto como a mí, oírme decir que vamos bien. Si apenas sangra, me armo de valor y pincho en plena lesión. En ocasiones no todo es tan sencillo, la presión rompe la malformación y comienza a brotar sangre a chorros. Intento cortarla con algodones con adrenalina para proseguir con las inyecciones. No obstante, en las hemorragias más rebeldes tengo que taponar, aunque eso no obliga a cancelar la infiltración, se puede continuar con el taponamiento puesto e incluso hay casos en los que lo he retirado, total o parcialmente, al terminar. Siempre uso trocitos de material reabsorbible para que se deshaga por sí solo sin necesidad de destaponar, ya que hacerlo es doloroso, traumático y nada recomendable en estos enfermos.
4 comentarios:
Estoy seguro de que podrías publicar una selección de muchas de estas soluciones y tratamientos y de que ayudarían a otros médicos además de animar a estos pacientes. No hace falta que sea en papel, hay portales de medicina que, seguramente, recibirían estas notas con gusto, aunque, en España, nunca se sabe.
Y pensar que te caías redonda al suelo cuando nos hacíamos sangre en una rodilla.
Qué orgullosa estoy de mi prima!
Un besazo!!
Tienes razón, me impresionaba todo lo relacionado con la sangre y las heridas. Empecé Medicina con la idea de hacer una especialidad de laboratorio y mira cómo he acabado, ¡con el cuchillo en la mano y ocupándome de una de las enfermedades más sangrantes de la especialidad y que casi nadie quiere! ¿Quién lo iba a decir?
¡ Qué cosas Sol ! Qué interesante y que bien lo cuentas!
Me has recordado los años de angustia que pasé con mi hijo Juan. Desde bebe ( prematuro ) sangraba. Siguió los primeros años. Fui a diversas consultas (si te hubiera conocido entonces ...) muy angustiada ( estaba histérica con mi niño multienfermedades ).
Se solucionó con el tiempo y ... Con el Colegio Británico !!! ... No sé si Elvi ha tenido experiencia similar.
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