lunes, 16 de marzo de 2015

Adios pequeña

El muñeco fue el primero en cerrar los ojos. Se sentía incapaz de mirar a la habitación en el instante en el que todo en ella se despedía en silencio de su dueña. Deseaba recordarla para siempre como en los viejos tiempos, cuando era una niña y no tenía más príncipe azul que él. ¡Habían vivido tantas aventuras juntos! Era su heroína. Lo había rescatado un millar de veces de las garras del dragón de su hermano que lo mantenía secuestrado. Juntos habían organizado expediciones para buscar tesoros ocultos en las oscurísimas cuevas que se esconden bajo la cama. Ambos compartían confidencias y deseos de cumpleaños. Habían leído todos los cuentos de la estantería y se habían imaginado nuevos principios y continuaciones para los finales. Ella protegía su sueño, a su lado no existía el miedo, las pesadillas no tenían nada que hacer contra sus fuerzas unidas. Si se lo proponían eran capaces de mover el mundo, para ello sólo era preciso recorrer la habitación, dando vueltas, hasta conseguir que la Tierra siguiera sola incluso cuando paraban.  Al enamorarse de otro, ella le había dado a él su primer beso, sin saber que un muñeco jamás olvida el primer beso.

Era suyo, suyo para siempre. Ella era su vida. ¿Cómo soportar que aquello se acabase? Le dolía. ¿Era la muerte igual de dolorosa? Suspiró. No se atrevía a abrir los ojos. Se la imaginaba envuelta en los tules de aquel traje blanco, digno de su princesa, que reposaba sobre la cama y que, en un gesto infantil, le había mostrado con el rostro radiante de ilusión. Giró con el vestido abrazado contra su corazón. ¿Te gusta? le preguntó desde su nube. ¿Qué si le gustaba? ¡Ojalá fuera él el que la esperase en el altar!

3 comentarios:

Yo misma dijo...

Fíjate, este relato me ha parecido más fuerte que los de las operaciones. Precioso.

Chelo dijo...

¡¡Conmovedor!!

Anónimo dijo...

Me encanta...
Sole