En Medicina se pasa de la euforia a la frustración en el breve tiempo que dura la visita de un par de enfermos, el primero un éxito y el segundo un amargo fracaso, y ello a pesar de todo el esfuerzo y las buenas intenciones. A veces no se entiende el porqué y cuando eso sucede una se siente inútil e ignorante. Es inexplicable que un tratamiento, que le ha va bien a un grupo de enfermos con una determinada patología, no funcione en otros con síntomas similares y con los que comparten diagnóstico. En cirugía también hay casos igual de peliagudos. Es una cuestión de pundonor el esmerarse en hacer las cosas bien. Sin embargo, por mucho que se conozca la técnica y por mucha práctica que se tenga, a veces el asunto se complica y se sufre lo indecible. De todos modos no conviene olvidar una gran máxima quirúrgica: lo mejor es enemigo de lo bueno. Es cierto, un retoque final para perfeccionar un detalle suele derivar en la aparición de una complicación, generalmente en forma de sangrado. No se trata de dejar una chapuza pero cuando se llega al punto en el que todo está bien, como debe ser, hay que darlo por terminado, sin tocar más. A pesar de que salvar un escollo es una satisfacción siempre queda en el fondo un pequeño resquemor, el de que la operación no ha sido todo lo limpia y elegante que sería deseable, por eso, a pesar de la superación del reto, todo deja mejor sabor cuando sale bien de entrada y además permanece así.
Los pacientes descontentos resultan agotadores y son mucho más difíciles de tratar. Algunos pierden fe en tus capacidades y recuperar su confianza no siempre es posible. Hay quienes se vuelven exigentes y demandan una solución, ¡cómo si fuese tan sencillo! Otros te someten a un verdadero examen en la consulta, incluso sin conocerte, desde la primera vez, y no lo hacen en un tono interesado, en busca de información, sino de una manera agresiva con la que parece que deseasen pillarte en un renuncio. Muchas veces no es el enfermo sino el familiar el que enrarece el ambiente. ¿No se da cuenta de que la tensión que generan no beneficia en nada a su acompañante? Supongo que no, que son individuos agresivos con un complejo de superioridad bien arraigado y habituados a comportarse así. El problema es que establecer una relación con el paciente se vuelve harto difícil. Hay situaciones en las que hay que aguantarse la crispación y las ganas de replicar, es más práctico callarse, aunque a nadie se le pase por alto que estás apretando los dientes para no saltarle a nadie a la yugular. Si les pides pruebas y revisión es por necesidad, porque en realidad lo que deseas es no volverles a ver jamás. Son vampiros de energía, que te dejan hecha un trapo, y ese es un estado deplorable para lidiar con el siguiente enfermo. Sin embargo en la consulta hay que seguir, no se permiten respiros, solo suspiros (sin testigos) y, si acaso, un par de respiraciones.
Ilustraciones de Don Shank.
2 comentarios:
Hola Sol, como ya sabes, creo que te conté, soy hija y cuidadora de una enferma terminal. No son de mis momentos más felices, intento sobrellevarlo. Pero ahora tengo una "confidente" la médica de paliativos. He tenido los cirujanos, las enfermeras, enfermeros de gestión, de enlace, los oncólogos, los médicos de urgencias, el médico de cabecera. Me quedo con momentos del médico de cabecera, de médicas de urgencias, de un cirujano, todos grandes profesionales. Pero quiero quedarme con las palabras de la médica de paliativos. Fue ayer, y como tú bien dices y quiero subrayarlo, si me lo permites, "el único alivio que se puede ofrecer es escuchar, sin más, que sienta que cuenta con tu apoyo aunque eso no vaya a curarle" Si eres fuente de confianza, sigue bebiendo en ella para compartir con la gente que tiene sed. Abrazos
Querida Joseme:
Siento que estés pasando por algo así, me imagino que estarás agotada. Guarda los buenos momentos que son los que merecen recordarse. Mucho ánimo. Besos: Sol.
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