jueves, 29 de diciembre de 2016

Guardia

Duermo. Una alarma me saca bruscamente de mis sueños. No sé dónde estoy, ni qué hora es, pero el sonido me recuerda que estoy de guardia. Alargo la mano y cojo el busca. ¡Horror! La pantalla muestra UCI. Los intensivistas no suelen llamar para consultar dudas, aún así la esperanza es lo último que se pierde. Quizá sea un error. Contesto.
-Te llamo porque acaba de llegar una paciente a la que se le ha inflamado la lengua y del cuello.
Conozco el tema, la lengua se hincha hasta que no cabe en la boca, últimamente parece que hubiese una epidemia.
-¿Toma IECAS? (esos hipertensivos funcionan muy bien para la tensión pero tienen el problema de que, de repente, un día, después de años sin problemas, deciden dar un buen susto al enfermo y a los servicios de Urgencia. Creo que ha pasado a la memoria de todos los médicos uno de estos casos, una de esas pacientes con mala suerte, a la que todo se le complica y que, en su tónica habitual, su edema demostró ser refractario a los tratamientos convencionales. Durante un par de días se hinchó como un globo. Salió adelante, pero a nadie le apetece que la historia se repita).
-Sí. Ya he llamado a los anestesistas.
-Voy para allá.

Cuelgo y miró la hora: las 2:30 am. Sé que esa noche no voy a volver a casa, un caso así, si no está apurado y responde al tratamiento, requiere tiempo y vigilancia. Si no respira o no responde, la solución es una traqueotomía, y ante semejante panorama no conviene alejarse demasiado.

La M30 está vacía. Puedo contar con los dedos de una mano los vehículos que me encuentro en el camino, y me sobran dedos. A esas horas la gente quiere dormir, lo entiendo, y de hecho me dan algo de envidia.

Cuando llego la enferma está en el box de críticos. Tiene la lengua hinchada y la inflamación se extiende por el suelo de la boca. El cuello está grueso y duro, pero quiero imaginar que cede a la presión. La faringe me tranquiliza algo, parece bastante normal. Le explico que voy a hacerle una fibroscopia para mirar más abajo. Debe de encontrarse bastante mal porque me dice que le haga todo lo que le tenga que hacer. Le cuesta hablar y la voz no suena bien.

La óptica me muestra una epiglotis con el aspecto de una uva grande y jugosa (lo normal es una lámina de cartílago más o menos curvo). Por fortuna aún queda algo de hueco por el que accedo a las cuerdas vocales. A ese nivel las cosas están en orden. La mujer respira sin problemas y se puede ser conservador, aunque sin perderla de vista.

Las tres de la madrugada y no es la única enferma que tengo a esas horas. Me cuentan que hay otra paciente que ha venido con sensación de cuerpo extraño tras un vómito. No puede tragar ni su propia saliva. Me traslado al otro box para explorarla. No está agobiada, lo primero que me dice es que si lo llega a saber, no viene. Sin embargo la voz no es buena y tiene la laringe inflamada, sobre todo en la zona de entrada al esófago. Le explico que tiene que quedarse. Su hija debe de estar acostumbrada a lidiar con ella y no tarda en convencerla.

A las cuatro me voy al despacho y me tumbo en el sofá. Después del trajín, cuesta coger el sueño de nuevo, pero a base de dar vueltas noto que  empiezo a soñar. Soy consciente de que sueño y gracias a eso sé que estoy dormida, es una sensación extraña pero reconfortante, algo descansaré y lo poco que sea me vendrá bien, a la mañana siguiente aún tengo que trabajar.

Desayuno en la consulta. Preparo café y me tomo algunas de las pastas que nos regalan los enfermos agradecidos. Reviso a mis pacientes de la noche; van mejor, pero no lo suficiente, se tienen que quedar un poco más. Según llegan nuevas urgencias, curso más ingresos, por suerte ninguno está grave, aunque a ese ritmo no tardaré en llenar la planta. Hacia el final de la mañana, me doy un último paseo por si hubiese algo pendiente. Descubro a una abuela nonagenaria anticoagulada e hipertensa que ha venido por sangrado nasal. La tensión está por las nubes y la coagulación por los suelos; no puede haber peor combinación, ¿o sí? Una leve demencia senil no ayuda al cuadro, aunque la señora no parece tener mal la cabeza en ese momento, al contrario, con mucha dignidad le dice a la enfermera que no hace falta que le chille, que no es sorda. Es muy graciosa.

La medicina está llena de sustos y de sorpresas. Ante el asombro de su cuidadora, la paciente colabora sin una queja ni un mal gesto: le pongo un algodón de anestésico y, al retirarlo y explorar, encuentro el vaso, lo cauterizo y controlo el sangrado. La devuelvo a urgencias donde se encargarán del resto.

Salgo a las tres, para entonces llevo doce horas seguidas en el hospital, aunque he dormitado un par de ellas. Esa tarde, para rematar el día, me toca llevar el coche a la ITV. Estoy aterrada. Parece paradójico que sea capaz de enfrentarme a cirugías, hemorragias, traqueotomías de urgencia y, sin embargo, me tiemblen las piernas al enfrentarme a la revisión del vehículo. Cuñadísimo se ofrece a aliviarme del mal trago y se encarga de llevar el coche mientras le espero impaciente junto a hermanísima. ¡Aprobado! ¡Ufff! Nunca podré agradecérselo bastante.

lunes, 26 de diciembre de 2016

Consulta de Rendu prenavideña

Al parecer mis aventuras y desventuras hospitalarias son las entradas más esperadas del blog, y de ellas hay quien me ha comentado que sus favoritas son mis casos de Rendu-Osler. La verdad es que esa consulta es siempre interesante, no sé si porque también suele ser imprevisible. Aunque no sea un tema navideño, dado el número de peticiones, aquí va un nuevo episodio médico.

Hace tiempo, un compañero de House me comentó que querría venir un día a verme realizar la técnica. No sé si porque las navidades estaban cerca, o porque las cosas tienen tendencia a agolparse, me encontré con que en una semana me avisaron varios pacientes con la intención de acudir el siguiente jueves. Aquello prometía convertirse en una jornada intensiva, un día sin duda ideal para recibir visitas de médicos atraídos por el tema. Escribí un mensaje al interesado para comentárselo.

La jornada no empezó de forma tranquila, la primera paciente, una mujer joven con sangrados severos, me demostró en directo que no exageraba al referir la cuantía de sus hemorragia. Entre los chorros de sangre, me pareció detectar el origen y pinché sin pensármelo. Funcionó al instante (algo que no siempre sucede, a veces el sangrado tiene tanta fuerza que lo infiltrado sale según entra y no hay manera de controlarlo). Con menos sangre todo fue más sencillo, me limité repasar la zona.

Aunque contarlo no requiere muchas líneas, los minutos vuelan casi a la misma velocidad a la que sale la sangre. Mientras tanto, en la sala de espera, se acumulaban los pacientes. Imposible llevar una agenda programada (no es posible planearse los sangrados con antelación), y lo de dar hora es casi igual de difícil, muchos dependen del coche o del avión y hay quien se pega unos madrugones de aúpa para venir a verme. Aunque nadie se queja, sé que la espera se hace eterna, y no ayuda llevar unos cientos de kilómetros a la espalda. Como no puedo atender a más de un paciente a la vez, salvo que sean familia, lo único que se me ocurre hacer para aliviar el tedio es presentarles a todos para que charlen entre ellos y compartan experiencias. Esas conversaciones resultan ser no solo entretenidas sino provechosas, se dice que nadie aprende en cabeza ajena pero los Rendu deben de ser la excepción a esa regla y no tardan en aplicar las enseñanzas de otros.

En estos enfermos no me gusta tener que explorar la nariz con ópticas, cualquier mínimo roce puede desencadenar un sangrado y, cuanto más al fondo de la fosa, más complicado es el tratamiento. Sin embargo, no sé si para que mi invitado viese las malformaciones vasculares con claridad, esa mañana me tocó realizar un par de fibroscopias (afortunadamente sin incidencias). Gracias a ello descubrí unas lesiones bien escondidas en el suelo de la fosa en una paciente que había visto recientemente y que eran las responsables de que la infiltración no hubiera sido eficaz en la visita anterior. Un pinchazo dirigido a la zona zanjó el tema (al menos de momento, sé que aparecerán más).

Entre las historias que me faltaban por contar en el blog está la de mi último cierre nasal y, aunque con eso tengo argumento casi para una novela, haré un resumen conciso: el enfermo se había pasado cuatro meses ingresado en su hospital y tuvimos que pelear a brazo partido con la Consejería para que aceptasen el traslado; lo de la descentralización de la Sanidad es indignante, y aún más desde que con la crisis se rechaza a los pacientes de otras Comunidades porque sus autonomías no pagan. En serio, es demencial. Cuando por fin conseguimos traer al pobre hombre, di saltos de alegría, y eso a pesar de ser consciente de a lo que me tenía que enfrentar (supongo que soy más Quijote que Sancho y que por eso me meto en estos berenjenales). Una vez en quirófano, al quitarle el taponamiento, empezó a sangrar con la intensidad de una tormenta en el mar rojo. Para colmo, después de cuatro meses de tapones, el aspecto de aquella nariz era como para echarse a llorar; se deshacía. Sin embargo, de algún modo tenía que coser esos pingajos de piel y detener el sangrado. Metí una gasa y la apreté con un dedo dentro de la fosa y empecé a coser mientras mi ayudante aspiraba. Conseguí cerrarlo todo duras penas, eso sí, sin pinzas, porque los tejidos no se podían agarrar. El postoperatorio fue bien y en una semana se marchó a su casa, que llevaba meses sin ver. Ese día estaba citado para la revisión. Desde la cirugía no había vuelto a sangrar, aunque sí lo había hecho su hermano y aproveché para infiltrarle.

Es cierto que vi doce pacientes de Rendu, uno detrás de otro, y que entre ellos intercalé alguna urgencia, que me senté solo para escribir los informes (¡bendito corta y pega!) y que apenas tuve tiempo para respirar, sin embargo considero que fue una mañana tranquila: nadie se complicó, ni se mareó, ni sangró más de la cuenta y tampoco acabé con ninguno en la urgencia para extraerle una analítica y decidir si precisaba una transfusión. Fue todo tan bien que creo haber convencido a mi especialista invitado de la eficacia de la técnica y pienso que se animará a ponerla en práctica, contar con más médicos es algo fantástico para estos pacientes.

domingo, 25 de diciembre de 2016

Nochebuena familiar

Que el Principito tiene una imaginación desbordante era algo que ya sabíamos, no en vano comparte su día a día con sus dos caballos, a los que instaló en el baño del apartamento de la playa durante las vacaciones antes de deshacer las maletas. Los caballos suelen compartir su espacio con algún perro, aunque a veces aparece en escena un tigre y, en ocasiones, han tenido que hacer frente incluso a dragones. Ni las fieras más salvajes ni las bestias mitológicas tienen nada que hacer contra el Príncipe y sus corceles ya que, como le confesó a su madre mientras le bañaba, los músculos de su cuerpecillo eran idénticos a  los de Hulk, la única diferencia es que su piel no era verde. Además, como escudero, cuenta con la Princesita tornado. En esa casa están muy entretenidos.

En Nochebuena es tradición ganarse el aguinaldo y Sobrinísima y Ciclón habían preparado una función con ese fin. A última hora, incluyeron un pequeño papel para el Principito. No contaban con que el niño les robase el protagonismo, al parecer ha heredado el nulo sentido de la vergüenza de Hermanísima y dio todo en la representación, demostró poseer un talento escénico fuera de serie. Aunque apenas tuvieron tiempo para ensayar, eso no fue óbice para que en el papel de Rudolf, el reno, poco le faltase al animal para soltarse a volar.

La improvisación también es lo suyo y, vestido con su traje de caballero medieval, nos contó cómo había hecho pedazos a un dragón que, milagrosamente, había logrado sobrevivir (debía de tratarse de la hidra de Lerna). Al Catedrático Rey le ofreció la cola como tributo, y explicó como el campo de batalla había quedado sembrado de piezas, entre las que se contaban la cabeza y las alas para evitar que escapara. Aunque él estaba ileso, otro caballero había recibido el fuego del dragón de lleno y yacía en el suelo. Era necesario el beso de una doncella para reanimarlo. Hermanísima se prestó a la labor con tanto entusiasmo que el Principito se vio obligado a poner orden, le dijo que no hacían falta tantos besos, el caballero muerto corría el riesgo de morir de nuevo asfixiado bajo el abrazo.

A medianoche se oyó un ruido en la terraza y, como no todos habíamos sido capaces de percibirlo, el Principito nos lo reprodujo. No, no eran los cascabeles del Trineo sino los renos que, al parecer, rugen. Había que ser muy valiente para asomarse al balcón tras semejante bramido pero el Principito, con su armadura de caballero, ejerció de avanzadilla. No había peligro, las sobrinas podían salir. El Trineo se había marchado y solo quedaban los regalos.



sábado, 10 de diciembre de 2016

Liebster blog award de Madame Santal

Madame Santal es una pitonisa bloguera con unos clientes un tanto cuentistas, que van desde Virgilio en el infierno de Dante a princesas Disney con crisis de identidad, que hace gala de imaginación, ingenio y originalidad en sus divertidos consejos.

Dentro del universo blogger hay cadenas de premios que son un pequeño reconocimiento y que sirven para dar a conocer blogs de pequeña tirada. Madame Santal me ha nominado para uno de ellos, el Liebster blog award. Se lo agradezco, pero no voy a seguir la cadena, podría inventarme mil excusas pero seré sincera: no me apetece hacerlo, no es algo que vaya conmigo (y cada vez menos), hay blogs que me gustan y ellos ya lo saben, con eso basta (al menos para mí).

Por supuesto contestaré a las preguntas, aunque no sé si, después de mis declaraciones, aún habrá alguien interesado en las respuestas.

1.- ¿Cuándo creaste tu blog? El 1 de julio de 2011, en realidad me lo creó una amiga con la intención de que fuese algo similar al blog de una "it-girl", con consejos de compras y maquillaje (poco que ver con lo que luego ha resultado ser. Quién sabe cómo habría terminado el asunto de haber seguido esa primera línea, a lo mejor ahora sería otra Alexa Chung, aunque tanta vida social no va conmigo).

2.- ¿Prefieres escribir historias o versos que tengan que ver con algo personal o todo es imaginación? Me gusta la imaginación, es como soñar despierta, dejarse llevar por cosas bonitas; con la realidad hay que tener cuidado, hay cosas que es mejor callar.

3.- ¿Escribes para que te lean o porque te gusta escribir? Porque me gusta escribir. Uno de los motivos por los que escogí un nombre imposible para el blog fue, precisamente, para evitar que nadie lo encontrara con facilidad.

4.- ¿Qué es lo mejor y lo peor que te ha deparado tu experiencia de ser blogger? Lo mejor es que he conocido gente increíble, a pesar de mis limitadas habilidades sociales. Lo peor es que mis opiniones me han acarreado problemas, ya he dicho que a veces es mejor callar.

5.- ¿A qué tipo de actividades dedicas tu tiempo libre? Leer, me encanta, no hay tiempo suficiente para leer todos los libros que me gustaría.

6.- ¿Qué días y horas a la semana dedicas a escribir en tu blog y visitar otros blogs? Es algo que hago según me apetece, no me lo impongo por obligación o dejaría de tener atractivo.

7.- ¿Eres fiel a la política blogger del "quid pro quo" (una cosa por otra) o eres de los que no se cuestionan la participación de tus seguidores? Creo que mi respuesta anterior da bastante idea de lo que pienso al respecto, a veces me doy cuenta de que el "quid pro quo" es casi una exigencia y me alejo discretamente o busco una vía de escape.

8.- ¿Recuerdas el título de tu primera entrada en el blog y si tuviste o no comentarios? El título "Haré un blog" y era una pequeña declaración de intenciones. No tuve comentarios.

9.- ¿Cómo describirías tu blog a los que aún no te conocen? Es un blog personal en el que las entradas dependen de lo que me apetezca contar, desde cuentos a experiencias laborales, reseñas de libros, trucos de maquillaje o dónde ir de compras.

10.- ¿Qué recomendarías a otros blogger con más o menos experiencia? Que no se dejen influir y no busquen el reconocimiento, sino que hagan lo que ellos quieran.

11.- ¿Qué pregunta no te han hecho todavía y te gustaría contestar? Quizá matizaría una frase, en este caso de Billy Wilder y de mi película favorita: "Nadie es perfecto" (pero eso no significa que no haya que esforzarse en mejorar).

martes, 6 de diciembre de 2016

Cosas de urgencia

Mis guardias son de alerta, localizadas, lo que significa que me llevo el busca a casa y puedo hacer una vida medio normal, sin andar encerrada en el hospital como en las de presencia física. Esos días llevo el teléfono del hospital como una prolongación de mi cuerpo. Cuando suena, tiemblo. A veces la llamada es para consultar alguna duda, otras veces me toca salir pitando. Primero noto la vibración. Pienso en el paciente ingresado que amenaza sangrado. Miro el número. No es de planta sino de urgencias. Es posible que solo sea una pregunta.
-Tengo un paciente que ha llegado esta tarde por dolor de garganta y dificultad para tragar. Ahora está peor y le cuesta respirar.
-¿Le habéis puesto corticoides? (es la droga milagro, en nuestra especialidad se usa a dosis que hacen temblar a los internistas, pero ante un enfermo ahogado no hay que andarse con miramientos).
-Estamos en ello.
-¿Habla?
-No puede.
-Voy para allá.
Un paciente al que no le entra el aire, no tiene fuelle para hablar, un paciente nervioso que se ahoga de ansiedad suele declarar su angustia por los codos.

25 km no es una distancia desdeñable cuando se trata de un caso grave. Dentro de lo malo, el hospital es el mejor sitio en el que estar.
Cuando llego, todos me esperan con impaciencia. Además de los de urgencias, por allí aparecen los anestesistas y los intensivistas. El enfermo está sentado en la cama y muy apurado, no pinta bien. Los de seguridad me abren la consulta, en unos minutos me agencio un fibroscopio.
En la exploración, la laringe está roja y tan inflamada que no se ve hueco para el paso del aire. A veces pienso que hay pacientes que respiran por branquias, que las debieron de conservar durante su desarrollo embrionario, y este es uno de ellos.
-Hay que abrir la traquea- dictamino.
Le explico al hombre la situación. No me cuesta convencerle, cuando alguien se ahoga no suele poner pegas a nada que le haga respirar de nuevo. Los que se resisten no suelen estar tan comprometidos.

El paciente tiene el clásico fenotipo eslavo, alto, grueso y sin demasiado cuello. La cirugía no va a ser fácil. Para colmo de males no se le puede dormir, la intervención tiene que ser con anestesia local. Necesitaré ayuda, alguien que tire y que seque la sangre. Invito a las residentes de anestesia y de intensivos que aceptan encantadas.

Vamos al quirófano. Mientras pasan al hombre a la camilla preparamos todo. Para empezar ni siquiera es posible acostar del todo al paciente, no aguanta en esa postura. Hay que empezar sentado.
Infiltro la anestesia, primero en superficie y luego en profundidad. Le digo que cuando note molestias, avise. No creo que sea una frase que a nadie le guste oír, pero así son las cosas, no hay elección.

Corto la piel, hago una incisión baja con la esperanza de caer a la altura de la traquea, que no se toca desde fuera. La anestesia borra los planos y no ayuda. La grasa, en abundancia, tampoco.
Localizo la línea media. Separo la musculatura prelaríngea hasta llegar a los cartílagos. ¡Mala suerte! Estoy en la laringe, a la altura de la membrana cricotiroidea. En caso de emergencia me valdría, pero mi intención es hacer una traqueotomía en condiciones. Tengo que bajar más.
Infiltro más anestesia. Meto el dedo por debajo del esternón para disecar los planos al tacto, es más seguro que cortar. La traquea sigue sin tocarse bien, no solo está baja sino también profunda. Voy despacio, con cuidado, si el paciente aguanta, mejor tardar unos minutos que apresurarse y que se ponga a sangrar.

Tengo que tumbarle un poco más, en esa posición la tráquea queda demasiado baja. El anestesista le añade algunas drogas para sedarle mientras le ventila con la mascarilla. Lo recostamos. Agarro la glándula tiroides con una pinza y tiro de ella hacia arriba. Está pegada a la tráquea y con esa maniobra consigo subir los primeros anillos. Hago hueco entre la carne y el cartílago y clampo el istmo de la glándula para cortarlo y ligarlo. Ya tengo expuestos los anillos traqueales. Corto a nivel del segundo anillo. El paciente tose, entra aire, salen sangre y mucosidad. Entre respiraciones y toses suturo la tráquea a la piel para asegurarla y que no se escape. Introduzco la cánula por el orificio. Respiro, creo que a mí también se me había olvidado.

Desde el quirófano, el enfermo va a Reanimación. Por el camino, nos amenaza. Es culpa de la ketamina, la droga que le ha puesto el anestesista, que provoca alucinaciones y pesadillas. A pesar de saber eso, no resulta demasiado tranquilizador.

Al día siguiente me acerco a verle, no sin cierto resquemor, ¿y si no era culpa de la ketamina? ¿Me la tendrá jurada? Para mi inmenso alivio compruebo que el hombre ha vuelto a su estado normal, no solo es dócil sino que es un encanto y muy buen paciente, obediente y colaborador. No le importa el agujero, antes de decidirse a acudir al hospital lo había pasado realmente mal.

Todo evoluciona bien. El enfermo pasa a planta y en unos días retiro la cánula y le doy unos puntos para cerrar el agujero. Está muy agradecido. A pesar de eso, no consigo que deje de fumar.

jueves, 1 de diciembre de 2016

¡HHT! ¿Por qué?

Hace unos meses me preguntaron por qué me dedico a los Rendu-Osler. Para mí es cuestión de lógica: si el enfermo no puede escoger sus enfermedades, el médico tampoco debería poder elegir, al menos dentro de su campo (y siempre y cuando el paciente se deje). Sin embargo, a nadie en su sano juicio le gusta meterse en líos, y supongo que el motivo de la pregunta era confirmar mi cordura.

Bajo el riesgo de poner en tela de juicio mi salud mental, confieso que mi no-consulta de Rendu-Osler de los jueves es una de las cosas con las que más disfruto, y eso a pesar de la sobrecarga de trabajo que supone. No me importa, es una tarea de lo más agradecida y, a fin de cuentas, estoy en el hospital para trabajar.

¿Por qué me refiero a ello como a una "no-consulta"? La respuesta es que es algo que no existe oficialmente, pese a que casi todo el mundo sepa que lo hago. Mi función asignada de ese día es ocuparme de las urgencias, y lo cierto es que pocas cosas hay más urgentes que un paciente que sangra.

¿Cómo llegan los pacientes a una consulta que no existe? La vía oficial de derivación es la menos transitada, y la que peor funciona. La descentralización de la Sanidad es una de las ideas más deplorables que se me ocurren. No sé quién dijo, me suena Larra pero no he encontrado la cita, que cuanta más burocracia requiere un país, menor es su desarrollo. Sin embargo, y a pesar del gobierno, España tiene una Sanidad envidiable, cuyo mayor defecto es estar coartada por la división territorial. Dentro de la ética médica, el lugar de residencia no tendría que afectar a la atención (pero así es cómo han organizado las cosas en las instancias superiores). Si la vía oficial no funciona, los enfermos se buscan otras rutas. A veces es la Asociación la que se pone en contacto conmigo, en otras ocasiones la Dra. Luisa Botella hace de intermediaria, por supuesto hay casos que llegan a través de otros pacientes, ya sean familiares o conocidos e incluso algunos médicos de otras Comunidades me han escrito para preguntarme cuándo podría ver a alguno de sus enfermos, de esos con los que ya no saben qué hacer. No uso teléfono móvil, salvo el busca los días de guardia, sin embargo sí que utilizo el email con regularidad y esa es la vía preferida de la mayoría para contactarme. Algunos días mi bandeja de entradas parece una aplicación de citaciones. Los que me conocen ya saben que el jueves (que pasará al martes en 2017) es jornada de puertas abiertas en mi consulta, aunque agradezco estar sobreaviso y saber a quién espero al asomarme a la sala.

Con frecuencia la sala de espera se convierte en el escenario de una pequeña reunión improvisada de la Asociación. Aunque procuro darme toda la prisa posible, muchas veces toca esperar, y nada mejor para matar el rato que compartir experiencias. Nada de lo que yo pueda contar a los pacientes nuevos les resulta tan tranquilizador como los comentarios de los antiguos. A mí también me gusta oírlos, a veces no sabes qué cosas influyen en la calidad de vida de alguien, muchos son pequeños detalles, como volver a usar zapatos con cordones que antes no podían atarse porque agacharse suponía sangrar. La mayoría agradecen dormir de nuevo una noche entera, sin despertarse de madrugada con la cama encharcada. Me cuentan que ya se atreven a salir solos a la calle, un paseo para comprar el pan para muchos era un reto. Se van de vacaciones, viajan, visitan a amigos o se incorporan a su trabajo. Sienten que recuperan fuerzas, suben las escaleras sin agotarse, no es lo mismo tener 8 gramos de hemoglobina que 11, o 12, o 14... Para un médico, conseguir semejante grado de satisfacción en sus pacientes, es motivo de orgullo. El cariño que me demuestran es otro.

Siempre afirmo que el tratamiento de escleroterapia nasal no requiere habilidades especiales, solo es preciso saber inyectar y taponar. Muchos enfermos llegan con miedo, me avisan que en cuanto les tocan, sangran. Piensan que su caso es único, peor que otros, peor que cualquiera que haya visto hasta entonces; lo cierto es que ya he visto muchos y todos son distintos, y aunque los hay mejores y peores, nunca hay que fiarse, todas las manipulaciones deben hacerse con un cuidado extremo, como si se tratase de una bomba de relojería. Me he encontrado con pacientes remitidos directamente en una ambulancia desde la Urgencia de su hospital a los que he tenido que infiltrar taponados, como he podido en ese momento; a veces he tenido que taponar al poco de empezar porque la hemorragia no me permitía seguir. Con algunas hemorragias se suda, se pasa mal, pero siempre es mejor sangrar en un hospital que en la calle. Más de uno ha terminado en la urgencia para una analítica. Siempre les digo que en la siguiente visita, en una o dos semanas, todo será más fácil, lo poco que haya podido infiltrar hará algo de efecto, lo suficiente para que todo vaya bien. Soy positiva, sin optimismo cuesta más enfrentarse a las dificultades. No hay que dejar pasar mucho tiempo. No hay que esperar a sangrar a chorros de nuevo, con pocas lesiones es mucho más sencillo, y más rápido. ¿Dolerá? Ese es otro de los miedos. Por desgracia sí, es una técnica molesta, la nariz es muy sensible y la anestesia es tópica y no hace milagros, aunque creo que hay taponamientos mucho peores que un par de pinchazos.

¿Ha sido un éxito con todos los pacientes? Me he encontrado con tres casos en los que la escleroterapia no era posible, y aún así lo intenté. La razón del fracaso es que apenas quedaban estructuras dentro de la nariz, estaban destruidas. La solución que les propuse fue la cirugía de cierre nasal definitivo, puede parecer una decisión algo drástica, pero cuando un enfermo está taponado durante meses, con hospitalizaciones largas, con múltiples transfusiones, no hay muchas alternativas. Es más cómoda una nariz cosida que una taponada, ninguna de las dos sirve para respirar, pero al menos la primera no sangra.

martes, 15 de noviembre de 2016

Pegaso (Rubén Darío)


PEGASO

Cuando iba yo a montar ese caballo rudo
y tembloroso, dije: «La vida es pura y bella».
Entre sus cejas vivas vi brillar una estrella.
El cielo estaba azul y yo estaba desnudo.

Sobre mi frente Apolo hizo brillar su escudo
y de Belerofonte logré seguir la huella.
Toda cima es ilustre si Pegaso la sella,
y yo, fuerte, he subido donde Pegaso pudo.

¡Yo soy el caballero de la humana energía,
yo soy el que presenta su cabeza triunfante
coronada con el laurel del Rey del día;

domador del corcel de cascos de diamante,
voy en un gran volar, con la aurora por guía,
adelante en el vasto azur, siempre adelante!

Rubén Darío

viernes, 14 de octubre de 2016

Ninfa de piedra

Aún suena el agua en el interior de la ninfa de piedra, el murmullo de la corriente, el canto de los guijarros al chocar unos con otros, el eco de la cascada, el roce de las hojas de los árboles y la caricia de las ramas. Aún se oye el recuerdo del agua de su viejo hogar, de aquel arroyo lejano en el que el enorme sauce se apoyaba para refrescarse y descansar.

La ninfa es roca y es agua, es el alma del río, el rocío que baña las hojas con el el frescor húmedo de la aurora. Bajo su costra de piedra, la ninfa espera. En su soledad, llora bajo la llovizna que le empapa el rostro pero no llega a mojarla. No ha olvidado el calor del sol, ni la sombra plateada de la luna. No ha olvidado las estrellas. En su sueños se estremece bajo el viento que agita las gotas de su cuerpo.

En silencio, la ninfa espera el día en que la tormenta funda la piedra en la que se ha convertido. Ese día, un torrente regresará al lecho seco de un río que aguarda.

miércoles, 12 de octubre de 2016

Tarde de belleza y lluvia

No sé si echábamos de menos la lluvia, pero no nos importó que en Galicia cayese sin apenas pausa durante casi cuatro días. Fueron días en los que salimos poco, un largo paseo con los perros la primera tarde bastó para hacernos desistir. Ni siquiera mis nuevos botines de agua consiguieron mantener secos mis calcetines, no es que la goma no fuese impermeable, sino que poco podía hacer contra el agua que chorreaba desde el resto de mi ropa. Cuando mi capucha se mostró inservible, me refugié debajo del paraguas de House, aunque eso solo sirvió para que ambos nos mojásemos a conciencia. A veces los hombres tienen razón y las mujeres abusamos de su caballerosidad (les toca compartir el postre, que no siempre es el que ellos hubieran elegido, o como en este caso, se mojan cuando llueve pese a ser los únicos previsores que han salido armados con paraguas).

Una de las tardes, las mujeres abandonamos a los varones a su suerte para dedicarnos a una sesión de belleza: limpieza, mascarilla, cremas, poner en práctica los trucos de maquillaje aprendidos en los tutoriales de youtube, etc. Como no pretendíamos excluir a nadie, les invitamos, pero ninguno quiso apuntarse; a House la mera idea de untarse una crema le da dentera. Los demás no son tan radicales, pero aún así no parecían inclinados a probar las bondades del maquillaje.

No me sorprendió descubrir que en mi equipaje, con solo lo básico, había más productos de cosmética que en toda la casa, pese a que la hermana de nuestro amigo vive allí todo el año. Imposible hacer una sesión con lo suyo salvo que intentásemos preparar recetas de belleza caseras en la cocina. Cogí mi maletín y nos pusimos manos a la obra.

El primer paso consistió en limpiar bien la piel con agua micelar. Conviene dejar los apósitos empapados sobre los ojos durante unos segundos para evitar frotar los párpados, simplemente se presiona ligeramente y se retiran con cuidado. Un repaso elimina hasta las últimas trazas de suciedad. Nos pusimos una buena capa de mascarilla Tomatox de TonyMoly y la dejamos actuar unos minutos. Aproveché el tiempo de espera para colocar todo mi arsenal sobre la mesa e investigar el neceser de mi pupila, pero aquel pobre neceser estaba muy necesitado. Hicimos una lista de imprescindibles: agua micelar, hidratante o crema de cuidado (prebase para el día, un concepto nuevo para ese estuche), maquillaje, corrector (lo ideal es uno más claro y otro más oscuro, que entre ellos se pueden combinar), lápices de ojos y labios, pintalabios, colorete y sombras básicas para ojos y contorno. Los serums, las brochas y los pinceles quedaron pendientes para la próxima sesión.

Tras preparar la piel, comenzamos los trabajos de restauración. El maquillaje es precisamente eso, restaurar, algo de lo que enseguida se dio cuenta mi acompañante que estudió Bellas Artes y que, además de a pintar, se dedica a restaurar obras de arte. Cierto que, a veces, cuando me dedico a extender los productos a brochazos, me siento igual que un pintor delante de su lienzo, y disfruto como un niño al que le dejan embadurnarse de colores, como cuando de pequeña hacía pintura de dedos en la guardería, pero no había llevado al plano consciente la relación entre arte y maquillaje básico, aunque el principio técnico de no salirse y el estético de escoger bien los tonos para no acabar hecha un cuadro es fundamental.

Gracias a su experiencia en la recuperación de obras ajadas, mi alumna no tardó en aprender los trucos que ayudan a marcar los pómulos, disimular defectos, afinar la nariz, perfilar el rostro y resaltar los ojos. Para corregir, nada como un bastoncillo (que nunca hay que meter en los oídos), una gota de agua micelar en el algodón borra al instante cualquier mancha y limpia las líneas.

Este fin de semana cuento con una nueva víctima: hermanísima me ha dejado a su hija pequeña para que la arregle en la próxima boda, que ella se encargará de sobrinísima y... (la incógnita es cuántas rellenarán esos puntos suspensivos, menos mal que tiene práctica). Maquillar a otro es toda una responsabilidad.

viernes, 7 de octubre de 2016

El Mato Grosso gallego

Después de una semana en Asturias nos fuimos a visitar al amigo-casi hermano de House. Viven en una casa, que en realidad es un pazo, perdida en medio del Mato Grosso gallego. Para evitar que nos extraviásemos, algo que suele sucederle a los invitados, nos envió instrucciones detalladas del trayecto desde el momento de abandonar la autovía. Por si acaso, House dejó la ruta en el navegador. En mi papel de copiloto, debía guiarle a nuestro destino sin errores; toda una responsabilidad aunque, con tanta información, pareciera fácil.

Seguimos la autopista hasta llegar a Vilalba donde, supuestamente, debíamos coger una autovía que, aunque aparecía en Google maps, no existía. A partir de ahí el programa se vio obligado a reajustar sus coordenadas pese a que durante unos kilómetros intentó, infructuosamente, que rectificásemos nuestro error. Al cabo del tiempo, se resignó a llevarnos por una carretera real.

Todo iba bien. Viajaba cómoda y feliz en mi puesto de pasajero sin más preocupación que decirle a House qué desvío coger según el navegador (en cuyo manejo ya era casi experta). A punto de llegar a nuestro destino, al piloto se le ocurrió avisarme de que el navegador no tenía todas las indicaciones para conducirnos hasta la misma casa sino que en Pontedeume debía haber recurrido al mensaje de nuestro amigo. En fin, más vale tarde... Una vez reubicados, nos metimos por una carretera que no estaba ni pintada en el centro. Según avanzábamos, la cosa empeoraba, nos rodeaban bosques y maleza; a través de las ventanas, y rozando los cristales, el mundo eran ramas y hojas de color verde. Según las instrucciones, íbamos por la ruta correcta y, aunque no nos fiábamos del todo, seguimos.

Algo más de dos eternos kilómetros encontramos un cartel rústico que señalaba el desvío. La única característica que permitía definir aquella vía como carretera es que, por debajo de las hojas y los erizos de castañas, estaba asfaltada. A los lados los límites los marcaban un par de laderas empinadas, una de subida y otra de bajada, el arcén era una zanja llena de plantas. Nuestro vehículo cabía justo aunque, en teoría, se pudiera circular en ambos sentidos. No sé si las vías estrechas tienen relación con la ascendencia celta, si es así, los escoceses no tienen nada que envidiar a los gallegos. Aún no conozco Irlanda, pero me la puedo imaginar.

Nuestro único error fue meternos por la entrada del vecino. House se dio cuenta enseguida al ver que estaba asfaltada. Unos metros más adelante, un giro cerrado cuesta arriba por un camino de tierra nos condujo a nuestro destino.

El clima gallego hizo honor a su fama y nos llovió 3 días sin tregua, y a ratos del cuarto. No nos importó. La casa era tan acogedora como grande y estábamos la mar de a gusto. Si nos aburríamos de descansar, de leer o de charlar en un salón, solo teníamos que cambiar de piso. Cuando nos apetecía algo de movimiento, no tardaban en aparecer los dos cachorros de Golden Retriever, de 3 meses de edad, que no deseaban otra cosa que juegos y mimos. A los perrillos les importaba poco el agua a la hora de pasear, de hecho meterse en los charcos era uno de sus pasatiempos favoritos. Cada mañana, según nos veían aparecer, e incluso solo con oírnos, nos recibían con todo tipo de muestras de cariño, impensable desayunar sin tirarse antes al suelo para corresponder a su entusiasmo. Pensábamos quedarnos 3 días, pero entre las lluvias, la compañía y la pereza (y el pavor a coger el coche por esos lares) abusamos de la hospitalidad durante una semana.

jueves, 6 de octubre de 2016

Vacaciones en el Norte

Como siga así, llegarán las navidades y este post seguirá a medias. Por la mañana, cuando voy al hospital, estoy llena de energía y mi mente bulle con ideas y anécdotas para contar en el blog. La euforia dura hasta que empiezo a trabajar. A partir de ese punto, el tiempo se dedica a los pacientes y, para cuando termino, se me han pasado las ganas de sentarme delante del ordenador de casa; la llamada del sofá es mucho, muchísimo, más tentadora. Es curioso como bastan cuatro días, o menos, para que las vacaciones se conviertan en un recuerdo.

Llegamos a Asturias en plena ola de calor sahariano, huimos de los 35 grados del seco verano madrileño para caer en los 32 grados húmedos y pegajosos de Asturias. La diferencia no nos supuso ningún alivio, allí las casas no están acondicionadas para esas temperaturas sino para mantener el calor en su interior, y vaya si lo mantienen.

Dado que el hotel estaba en terreno desconocido, House me recomendó que estudiara bien la ruta antes de salir. Le hice caso y, gracias a las instrucciones de Via Michelin, nos dirigimos a Oviedo por la nueva autovía de Salamanca, con un pequeño rodeo por Ávila que provocó todo tipo de comentarios sarcásticos sobre mis capacidades de guía. A partir de ahí, me tocó pelearme con el navegador de la tablet de House. No estaba familiarizada con el programa, pero no en vano dicen que a la fuerza ahorcan y no hay mejor aliciente para aprender que los comentarios de mi querido esposo. Sin duda habría sido un gran maestro, difícil dar con alumnos más motivados.

Después de no seguir las indicaciones del navegador, que me parecía que no eran correctas, llegamos a nuestro destino (más por azar que por méritos o por sentido de la orientación). Nos encontramos en un hotel rural perdido en medio de una aldea en ninguna parte, rodeado de vacas y, por supuesto, sin aire acondicionado. House se encontraba cansado, acalorado, sudoroso, pero le hizo feliz descubrir que sus vecinos más cercanos olían intensamente a excrementos de animal cuadrúpedo y que, para más inri, estaban infestados de moscas. Sobra aclarar que las moscas no ejercen distinciones entre las diferentes especies de mamíferos y que, incluso en una aldea aislada, son insectos de lo más sociables, aunque su sociedad no sea deseada. Se presentaron todas en nuestra habitación para recibirnos.

El cansancio de House se asocia con frecuencia a hipoglucemia, pero cuando los hados se ponen en contra lo hacen a conciencia y ese día tocaba descanso de personal en el hotel (un descanso más que ganado, como pudimos comprobar en los días posteriores). Dimos una vuelta por los alrededores, caminamos dos kilómetros hasta la siguiente aldea donde encontramos un bar cerrado (y que permaneció en ese estado durante toda nuestra estancia) y una carretera nacional. Regresamos al hotel y en recepción nos remitieron a Tapia de Casariego, a unos 4 km por la susodicha nacional. En esa ocasión optamos por recorrer la distancia en coche, sabemos por experiencia que no todo el mundo tiene clara la distinción entre millas y kilómetros a la hora de medir distancias a ojo y esos cuatro kilómetros no fueron una excepción. Tapia es un pueblo muy agradable, con un paseo marítimo muy bonito, con acantilados al Cantábrico, un faro y un puertecillo de lo más pinturesco. El lugar nos reconcilió con Asturias. Cenamos en una taberna-restaurante que nos recomendaron, "La Terraza", y nos pareció tan bueno que nos mantuvimos fieles a su carta durante toda nuestra estancia.

miércoles, 31 de agosto de 2016

Maquillaje

¿A qué mujer, femenina, no le gusta verse guapa? Es así, la vanidad es poderosa y desde pequeñas hemos aprendido a valorar la belleza, quizá más de lo que merezca, pero ¿quién no se siente un poco mejor cuando le dicen "¡qué guapa estás!"? Que añadieran que eras lista no estaba mal si además ensalzaban tu aspecto, sin esa condición el adjetivo de lista era un eufemismo de poco agraciada y hacía poca ilusión.

Partiendo de la premisa de que la autoestima de una fémina depende en gran parte de su autoimagen, y sus inseguridades también, no es de extrañar el éxito de la industria cosmética. Las capas de mejunjes y colores también actúan sobre nuestra representación mental, no importa lo que muestre el espejo sino lo que la cabeza graba de ese reflejo. Es posible que eso explique porque a las mujeres nos gustan más las bodas y demás celebraciones que a los hombres. Una boda, junto con la Nochevieja, es uno de los eventos en los que una fémina tiene una buena justificación para arreglarse al máximo, durante horas si es necesario. No solo le está permitido disfrazarse de reina de cuento de hadas sino que además debe (y sí, es obligatorio) maquillarse para ir a tono. La edad ofrece una ventaja en lo que a aspecto se refiere, aunque sea la única: una aprende a conocerse a sí misma, a realzar sus mejores rasgos y disimular las imperfecciones (de joven cualquier cosa cuela, aunque el recuerdo provoque escalofríos). Aún así, probar nuevos sistemas para mejorar la técnica nunca está de más, aunque el conocimiento sí ocupa lugar, al menos en forma de potingues en el baño.

Antes no se necesitaba una carrera de estilismo para pintarse la cara, recuerdo que yo lo hacía con seis o siete años en el baño de la granja con los pintalabios rojos de mi abuela y mi tía y mi "rouge" de mejillas era envidiable. No deseaba que me pillaran, aquellos pintalabios no eran para jugar, así que ponía especial cuidado en no pasarme para que mi rubor pareciera natural y evitar el castigo. Me daba tanto arte que más de una vez alabaron mi buen color, lo cual dada mi palidez natural, con absoluta ausencia de rosa en mis mejillas, resultaba algo sospechoso. Hoy en día, el pintalabios sigue siendo mi colorete favorito, quizá es porque aún me hace sentirme como una niña.

Las técnicas de maquillaje han cambiado mucho, muchísimo, en los últimos años, y los productos también: ingredientes, texturas, indicaciones, contraindicaciones, forma y orden de aplicación, combinaciones, precauciones... Ahora es una ciencia. Nunca me leo las instrucciones de los electrodomésticos, así me va a veces, pero sí que me estudio el prospecto de los cosméticos, no me queda otro remedio si pretendo usarlos y sacarles partido. Youtube está lleno de gurús de imagen, la mayoría insoportables de puro histriónicos (de verdad, ¡menuda fauna!). Por suerte, en este mundo hay de todo y también hay excepciones, aunque sean casos aislados. Mi favorita, con diferencia, es Lisa Eldridge: sabe hablar y entiende de lo que habla, el tema le apasiona y se nota, se preocupa por estar al día, pero no divaga en vídeos interminables mientras se hace la interesante, va al grano (en todos los sentidos) y, además, ofrece una gran variedad de estilos fáciles de adaptar al gusto y bolsillo de cada uno. Lo hace tan bien que sus tutoriales con casi hipnóticos, además de adictivos.

La base de un buen maquillaje, como con cualquier pintura, empieza por preparar el lienzo. Una piel impecable es fundamental, y para ello la piel tiene que conservar su textura de piel, no se trata de convertirla en una máscara. El método Eldridge es sencillo y brillante, se basa en la máxima que nunca falla en cuestiones de moda: menos es más. En síntesis: embellecer la piel de la forma más natural, sin taparla, con el mínimo de maquillaje, bien difuminado y con un extra en las zonas problemáticas, mejor añadir que retirar, corrector puntual, por zonas, del mismo tono que el maquillaje, y que la piel, para no llamar la atención sobre las imperfecciones, no deben quedar cercos, líneas ni roales, el polvo en poca cantidad (para no apagar la tez) y en las zonas de brillos o que se precise más fijación o corrección.

Las prebases son una novedad de hace unos años, y evolucionan cada temporada, en función del último ingrediente de moda (oro, perlas, vitaminas, liposomas, péptidos milagrosos, siliconas...) Antes bastaba con la hidratante, pero una buena prebase debe no solo hidratar sino realzar la piel y dotarla de luminosidad, homogeneidad y firmeza. A hermanísima le encanta la de miel de NYX, que además de eficaz es barata y cuida la piel. Conviene que no abusen de las siliconas para que no hagan bolas. No hay que insistir hasta que penetren, no lo van a hacer, se trata de extenderlas en una capa, con pocos movimientos, y nada más.

La función del maquillaje es unificar y corregir imperfecciones leves (para las más severas está el corrector, siempre más ligero en los ojos donde la piel es más fina y más denso en otras zonas, aunque siempre difuminado con el entorno). Todo debe fundirse con la piel, sin cortes y sin capas que se noten. El tono dependerá de cada uno, aunque ha de asemejarse al propio. Hay bases cálidas (más beige) y frías (más rosada), para saber a qué grupo pertenecemos hay que fijarse en el color de las venas (en las manos), y si son azuladas somos fríos y si verdosas cálidos, y escoger el matiz adecuado en función de nuestra temperatura (para contrastes ya recurriremos a sombras y labiales). Una zona buena para probarlo (en pieles blancas, porque al parecer eso es algo que varía según la raza) es en la zona latero-superior del cuello, como un centímetro por debajo del ángulo de la mandíbula, de ese modo se consigue un tono uniforme sin necesidad de cubrir el cuello, con el riesgo de manchar la ropa.

El grado de cobertura dependerá de la ocasión y el estado de la piel. Las marcas suelen ofrecer alternativas de todo tipo y no siempre lo más caro es mejor. Uno bueno y ligero sería el Healthy Mix de Bourjois, casi indetectable si se aplica bien, las BB y CC cream también pertenecen a esta categoría. Makeup Forever Ultra-HD, con muy buena prensa, se incluiría dentro de la textura ligera con cobertura media. En el grado más extremo estaría el Dermablend de Vichy (cuyos polvos resisten el sudor). Un maquillaje muy cubriente no es para todo el rostro y puede depositarse en las arrugas y marcarlas más, así que es recomendable limitarlo a las zonas problemáticas y en el resto del rostro usar uno más ligero. Poner el producto en el centro del rostro y difuminarlo hacia la periferia (con los dedos, pinceles, esponja o lo que prefiramos) ayuda a conservar la textura de la piel y da más sensación de naturalidad. Lo ideal es comenzar con poca cantidad y añadir lo necesario, poco a poco, en las zonas que requieran más cobertura (que no son todas). Siempre es más fácil poner que quitar. Cada añadido hay que difuminarlo bien con el resto, debe quedar bien pulido.

En caso de un evento con fotos, se supone que conviene evitar los factores de protección solar que añadirán una palidez fantasmal a nuestra imagen (en mi caso he llegado a la conclusión de que eso es algo que importa poco). Claro que, si la boda es de día, es casi más fácil escapar del fotógrafo que del sol.

(Continuará, por hoy ya es muy largo)

martes, 30 de agosto de 2016

Mascarillas coreanas

Oigo a House que viene por el pasillo. Según se acerca me siento como la de la canción de Mecano, "¡No me mires!" digo, no es que no me haya puesto el maquillaje, no, a esa visión ya le tengo habituado, es mucho peor que eso: me he puesto una mascarilla. No sabía cómo era hasta que me la he empezado a untar, aunque el nombre debería haberme dado suficientes pistas: Silver peel-off purifying de StrickVectin. Me regalaron la muestra en Sephora el otro día y hasta que no la he abierto no me he dado cuenta de que la plata del nombre correspondía también al color. Después de extenderla mi cara ofrecía el mismo aspecto que la de los robots de Asimov. El tiempo de exposición eran 20 minutos. Por supuesto, ese ha sido el momento escogido por House para salir de su despacho. ¡Que oportuno! ¡Cómo si no le gustasen ya bastante poco las mascarillas!

Por desgracia las mascarillas son más agradables en verano si se guardan en la nevera y he tenido la poca vista de hacerles un hueco en el estante de abajo, junto con las cervezas. ¡Mea culpa! Sí, antes de empezar el juicio me declaré culpable, otro posible error por mi parte. Después del primer interrogatorio para descubrir qué tipo de porquería era el que interfería con el espacio sagrado de las cervezas, lo siguiente fue rebatir la efectividad de los cosméticos, en su opinión comparables a los de la homeopatía. Ni en el juicio de Spencer Tracy y Katherine Hepburn en Adán y Eva se discutieron tantos cargos. El contenido de la bolsa de la nevera eran pruebas fehacientes de mi crimen, aquello era un atentado contra la ciencia. ¿Acaso se necesitaba más evidencia?

No dudo que en la cosmética hay mucha publicidad engañosa, y lo cierto es que las mascarillas conllevan todo un ritual que contribuye a la sensación de cuidado. Supongo que esa parte es efecto placebo, pero placebo viene de placer que es algo que los tratamientos de belleza buscan, a fin de cuentas sentirse bella es sentirse mejor. Sin embargo no había probado este tipo de terapia hasta este verano, y eso gracias a la invasión del mercado de la cosmética coreana en la que las mascarillas son protagonistas. No sé si la cosmética coreana es más eficaz que la tradicional, pero sin duda es más agradable.

El mejor adjetivo que describe mi piel es problemática. No solo pasé un acné infernal desde la pubertad hasta los 40 sino que mi piel es intolerante, sensible y con tendencia a la alergia. ¡Una prenda! Probé todo para los granos pero la solución definitiva llegó gracias a la Isotretinoina. A hermanísima mis problemas cutáneos le vienen de perlas porque hereda todas las cremas y cosméticos que, pese a las pruebas alérgicas y dermatológicas del envase, han decidido darme reacción. ¿Cuál no sería mi sorpresa cuando al probar la mascarilla de Gold Snail de TonyMoly, descubrí que las irritaciones de mi piel se calmaban? ¿Cómo resistirme a un milagro semejante? Otro de mis defectos es que no tengo medida y, si algo me gusta, me entusiasmo, de ahí el arsenal de mascarillas en la nevera que hace tan feliz a House.

TonyMoly tiene una gama de mascarillas interminable que se pueden adquirir por amazon, Sephora y Primor (donde también ha llegado la fiebre coreana). Algunas cuestan poco más de un euro así que son un capricho de lo más asequible, sobre todo comparado con un tratamiento de cabina. Aún no he probado ni la mitad, pero todo se andará. A hermanísima le puse una de "Panda" muy graciosa, con los rasgos del animal dibujados en el papel y que le gustó hasta el momento en que llegó a casa y debutó con una gastroenteritis (que ya estaba incubando antes de la sesión de belleza). De momento, las que mejor me van, y las más agradables, son la del Gold Snail (caracol) que ya he mencionado, y que viene en sobre monodosis, en una base de gel y es algo más cara que otras de la firma (no sé si cerca de 6 euros) aunque merece la pena probarla, y la Tomatox, que venden en un tarro con aspecto de tomate, por lo que da para muchos usos, y que también calma mi piel de un modo llamativo. Aunque se supone que la Tomatox es para dejarla un rato, la tengo hasta el día siguiente. Es bastante blanca pero procuro no ponerme una capa gruesa y, dado mi tono de piel, ni siquiera House se ha dado cuenta de cuando la llevo.

Terminaré la entrada con un par de trucos útiles:
1. Una gran idea para convertir una crema o un serum (con más concentración de activos) en mascarilla es untar una buena capa sobre el rostro y cubrirla con papel film de cocina durante unos 20 minutos (sin que te vean los niños para no darles ideas, y con agujeros para ojos, narinas y boca, que no es cuestión de convertirse en un precioso cadáver).
2. Mi último truco del día es para la irritación de los párpados (si mi piel es sensible la de los párpados ni os cuento). Para mejorarlo, y disminuir la quemazón y la rojez, basta con pasar un bastoncillo (cuyo uso se limita a cuestiones estéticas, nada de hurgar en orificios) impregnado en un par de gotas de Vispring. En unos segundos se nota el efecto.

Últimamente he hecho toda una investigación sobre maquillajes, productos y trucos, así que ya seguiré con el tema (lo siento por los varones, las mascarillas puede que atraigan a alguno, aunque no a House).

viernes, 26 de agosto de 2016

Sobre gustos... libros

Mis gustos literarios no siempre coinciden con la opinión mayoritaria, lo que sí me choca es que muchas veces se califica como obra maestra a verdaderos bodrios. De esos ha habido un par de ellos en estos meses, de los de no pasar del primer capítulo de puro malo, tanto que en un caso pensé que la culpa era de la traducción y luego descubrí que el español era su idioma original. Cierto que algo de traducción había, porque la historia era una copia poco lograda de las novelas inglesas del XIX. No me quiero imaginar la cara de Jane Austen o Elizabeth Gaskell al dar con uno de sus imitadores actuales. La otra que abandoné, de Jane Aiken, una autora con relativo éxito y adaptaciones hollywoodienses, y que empecé en inglés con lo que no podía culpar al traductor, me pareció aún más penosa, con una trama manida y previsible y una narración infame (al parecer su padre fue premio Pulitzer y aunque la hija no heredó el talento del progenitor se ve que supo hacer uso de sus contactos).

En fin, hablemos de libros sobre los que se puede decir algo.

The Coroner's Lunch (el primero de los misterios del Dr. Siri) de Colin Cotterill, es una novela de investigación bastante original, con un trasfondo político, médico y social del Laos comunista de los años 70. Muy a su pesar, Siri es el único forense de Laos. Obligado a sus 72 años a aceptar el cargo, nombramiento que se le otorga gracias a su título de médico, nunca antes había ejercido como forense y tiene que empezar casi de nuevo en esa especialidad. Por fortuna no suele contar con muchos clientes, hasta que de repente todo se complica y se encuentra frente a frente con un complot internacional y con la muerte de la esposa de un dignatario. Además de su enfermera y su ayudante, con Sd de Down, los propios muertos contribuyen a la investigación de su defunción. La historia es entretenida, ligera, no carga las tintas en la situación social y política del país, sino que se apoya en el humor y la ironía de Siri a la hora de de criticarlo y la parte correspondiente a magia y tradiciones es un aliciente más.

On the move fue el último libro de Oliver Sacks. Antes de morir de un cáncer terminal, Sacks divaga y se confiesa mientras habla de su vida personal y profesional en una autobiografía interesante a la que le falta concisión y, en ocasiones, unidad. Él mismo cuenta que, al escribir sus obras, siempre sentía que le faltaba añadir algo más, aunque me imagino que después de los alardes de logorrea de este libro, se quedaría tranquilo en ese aspecto (y, por si acaso, añadió la infinidad de notas del final). El ritmo cambia y eso hace que al lector le cueste engancharse y también que se desenganche con facilidad. La parte científica es interesante, aunque salvo en el caso de la L-Dopa (en el que se basa la película Awakenings-Despertares), e incluso en el desarrollo de este, hay mucha historia clínica, mucho estudio e investigación, bastantes hipótesis, pero poca resolución terapéutica. Es un libro curioso, muy sincero aunque con bastante autocomplacencia.

Babbit, del primer premio Nobel americano, Sinclair Lewis (del cual no había leído nada), me resultó soporífero. Del que se trata de una sátira se refleja en todas las incongruencias entre la manera de pensar y de actuar del personaje y, aunque está bien escrito, carece por completo de sentido del humor. El ritmo me resultó tan lento que como somnífero me hacía un efecto infalible. Sin duda por el estilo se merecía un esfuerzo, por soso que me parezca se trata de un Premio Nobel, e intenté darle una oportunidad, pero fui incapaz de terminarlo. Decidí que no me interesaba saber nada más sobre la vida de Babbit y del americano medio que representa.

El misterio de la cripta embrujada de Eduardo Mendoza es una investigación de lo más disparatada y surrealista. Como bien explica el autor en el prólogo, este libro lo escribió para divertirse y se dejó llevar. El resultado es un disparate irreverente y bastante chocante, con un protagonista marginal, loco y lúcido a su manera, que no es la convencional, y que junto con su "ayudante" parece ser el único que cuenta con media neurona funcionante, y no siempre. Es una comedia del más puro género "basura blanca americana", que no es un estilo de humor que me haga demasiada gracia, pero que tiene sus adictos (de ahí el éxito de la saga Torrente). Se lee rápido, a veces en diagonal o de otro modo sus monólogos y descripciones resultan un tanto cargantes. No seguiré con la serie.

jueves, 25 de agosto de 2016

Joyas literarias

Hay libros que no solo cuentan una historia sino que transmiten emociones y dejan una huella. Están llenos de frases que te hacen pensar y consiguen arrastrarte a su interior aunque no tengan nada que ver contigo. Es el poder mágico de la escritura, aunque pocos escritores poseen el don de hacer magia con las palabras. Leer uno de esos libros es como descubrir un tesoro.

Manual para mujeres de la limpieza de Lucia Berlin  ha supuesto todo un hallazgo, había leído muy buenas críticas pero por las sinopsis no estaba segura de que me fuese a gustar. Sin embargo este libro es el ejemplo de que con la buena literatura lo que importa no es lo que se cuenta sino cómo se cuenta y la manera de narrar de Lucia Berlin es maravillosa. Son relatos independientes, pero que al mismo tiempo se relacionan entre sí para dar una idea global de la historia, como las piezas de un puzle. Los personajes, con sus defectos (evidentes), se convierten en seres reales, magnéticos, entrañables, con los que se ama, se sufre y se siente cada recuerdo. Una escritora genial.

"La historia, de hecho, ni siquiera está escrita todavía. Sin embargo, aspiro a que, a fuerza de minuciosidad en el detalle, esta mujer les resulte tan creíble que no puedan evitar compadecerla".

«Ramas cargadas de nieve se quiebran y crujen sobre mi tejado, y el viento estremece las paredes. Acogedor, sin embargo, como estar en un barco recio, una gabarra o un remolcador"

"Ojalá hubiera un autobús al vertedero. Íbamos allí cuando añorábamos Nuevo México. Es un lugar inhóspito y ventoso, y las gaviotas planean como los chotacabras del desierto al anochecer. Allá donde mires, se ve el cielo. Los camiones de basura retumban por las carreteras entre vaharadas de polvo. Dinosaurios grises."

El Camino Estrecho Al Norte Profundo, de Richard Flanagan, Premio Booker 2014, fue una novela que me recomendó la Señora y que merece la pena, aunque es un libro que cuesta, a veces mucho, pero eso no le quita mérito a la narración. No es fácil, es duro, desgarrador, hay crueldad, pero tampoco podía ser de otra manera porque es un libro sobre la guerra, sus horrores, la lucha por la supervivencia, por seguir un día más, y no se puede escribir sobre ese tema en serio y esperar que el resultado sea una obra de lectura ligera. La guerra es algo que te marca, que te cambia la vida. Hay amor, sí, pero el romance sirve para enfatizar aún más los contrastes; también el amor se convierte en un fantasma de la guerra.

"Nothing endures. Don’t you see? That’s what Kipling meant. Not empires, not memories. We remember nothing. Maybe for a year or two. Maybe most of a life, if we live. Maybe. But then we will die, and who will ever understand any of this?" 
"Nada permanece. ¿No lo ves? Eso es lo que Kipling quería decir. Ni imperios, ni recuerdos. No recordamos nada. Tal vez durante uno o dos años. Tal vez casi toda la vida, si vivimos. Pero entonces moriremos, ¿y quién comprenderá algo de esto?"

The Duchess of Bloomsbury Street de Helene Hanff es otra pequeña joya. Helene Hanff escribe sobre lo que le pasa y en eso no tiene parangón; es dulce, con un sentido del humor nada dañino y su lenguaje fluye y engancha, consigue que el lector se identifique con ella desde las primeras líneas y que comparta experiencias y emociones. Sus palabras poseen voz, en realidad no se leen sino que se escuchan, la misma Helene Hanff narra su historia, le da su entonación, sus inflexiones, el murmullo de su tono suave y pausado, como quien cuenta un cuento mientras el oyente mantiene la atención para no perderse ni una coma. ¿El argumento? La crónica de un viaje. Tras años de querer conocer Londres, Helene Hanff finalmente logra su deseo a raíz de la publicación, y el éxito, de su novela epistolar y autobiográfica 84, Charing Cross Road. El trato que recibe es tan magnífico que se nombra a sí misma la Duquesa de Bloomsbury St (lugar en el que se encuentra su hotel). Durante su estancia lleva un cuaderno en el que narra el día a día del viaje, habla de la gente que conoce y los sitios que visita, todo de forma amena y concisa; ese cuaderno es este libro y es una auténtica delicia.

“I tell you, life is extraordinary. A few years ago I couldn’t write anything or sell anything, I’d passed the age where you know all the returns are in, I’d had my chance and done my best and failed. And how was I to know the miracle waiting to happen round the corner in late middle age? 84, Charing Cross Road was no best seller, you understand; it didn’t make me rich or famous. It just got me hundreds of letters and phone calls from people I never knew existed; it got me wonderful reviews; it restored a self-confidence and self-esteem I’d lost somewhere along the way, God knows how many years ago. It brought me to England. It changed my life.” 

miércoles, 24 de agosto de 2016

Y más libros

Aunque leo mucho en inglés, a veces intento leer también en francés para que no se me termine de olvidar todo lo que estudié en su momento. Me da más pereza, tengo menos fluidez y la selección de autores es limitada, aunque podría empezar con el filón de Verne. Me encanta Irene Nemirovsky y Les feux d'automne es una novela no muy larga que pensé que no me costaría demasiado leer en su versión original (que tenía la ventaja añadida de ser mucho más barata, al menos en kindle). Sin embargo, aunque el lenguaje es precioso, sencillo, y leerlo es un placer, no pienso que sea la mejor historia de su autora, sino que es algo desigual. El libro se divide en tres partes, la primera me pareció con diferencia a la mejor, es la época que corresponde a la Gran Guerra y Némirovsky describe con maestría las escenas en el campo de batalla. El personaje de Marcial es uno de los más logrados, aunque por desgracia su protagonismo no continúa. La segunda parte corresponde al periodo entreguerras, los jóvenes regresan cambiados, buscan la vida fácil y la encuentran. Esta parte me resultó mucho más floja, melodramática y convencional, Nemirovsky es mejor cuando a sus personajes les mueven emociones fuertes, es entonces cuando les da vida. El final del libro lo dedica a la Segunda Guerra Mundial y, aunque mejora algo, sigue sin alcanzar la calidad literaria del principio. Los bienes de este mundo, ambientada en una época similar (y novela que ya comenté en su momento) me gustó mucho más.

Sobre la Segunda Guerra Mundial también versa Maus (I y II), el cómic de Art Spiegelman ganador del premio Pulitzer. Vladek, el padre del autor, le cuenta a su hijo su historia, desde el momento en que conoció a su madre, su vida en Polonia antes de la ocupación nazi, sus experiencias durante la guerra y su encierro en Auswitch. El retrato de esa época es magnífico, se sienten las emociones de los protagonistas, el frío, la tensión, la ansiedad, el peligro en el que viven cada día, las condiciones de maltrato que deben soportar, el miedo y su lucha por la supervivencia día a día.  En el primer tomo hay más historia, en el segundo el momento actual adquiere más protagonismo que la propia narración y una se siente que le cuentan cosas que el padre hubiese preferido mantener en la intimidad de la familia. Cierto que la guerra le afectó y le dejó secuelas, o quizá ya había algo de eso antes y fue uno de los rasgos que le permitió sobrevivir, pero el autor recalca demasiado esa parte y no veo el motivo de tanta insistencia salvo el de justificar sus propios demonios y su sentimiento de culpabilidad por no desear cuidar a su progenitor (algo comprensible porque no tenía un carácter fácil).

El mandarín de Eça De Queirós es una novela interesante, muy bien escrita, reflexiva pero fácil de leer. El ritmo es muy bueno, nunca se hace pesado. Sin embargo, me resultó más atractiva la premisa que el desarrollo, es una visión demasiado negativa y sin esperanza, aunque me figuro que ese era el propósito del autor. «En la lejana China existe un mandarín inmensamente rico. Nada sabes de él, ni de su nombre, ni de su rostro, ni de la seda con que se viste. Para heredar sus inagotables riquezas basta con que toques esa campanilla que está a tu lado sobre un libro. El mandarín tan sólo exhalará un suspiro en los confines de Mongolia. Al momento será un cadáver. Y tú verás a tus pies más oro del que puedes soñar. Tú, que estás leyendo esto y eres hombre mortal, ¿tocarás la campanilla?» Teodoro se conformaba con su existencia mediocre hasta que su elección sobre la muerte de un desconocido, un viejo mandarín, le convierte en el dueño de su gran fortuna. La riqueza pone al alcance de su mano muchos de sus sueños, pero eso no le da felicidad; la culpa le persigue. Para librarse de ese sentimiento, viaja a la China con la intención de resarcir a los herederos. Ni siquiera el amor ni el consuelo espiritual satisfacen el vacío de su espíritu. Al olvidarse del dinero y retornar a su vieja vida no recupera la tranquilidad, sino que se da cuenta de la hipocresía de la sociedad. A veces pienso que los críticos que opinan sobre los libros no los han leído, catalogar esta novela como divertida me suena a despropósito, no hay humor en el desencanto, aunque a veces se recurra a esa táctica para restarle importancia, pero el trasfondo es muy triste.

Grant Allen es un autor canadiense de finales del XIX del que no había oído hablar aunque, según he descubierto, posee cierto renombre. Es de descarga libre y gratuita en Gutenberg.org así que, picada por la curiosidad, me bajé algunos de sus libros. Empecé con una historia sobre una mujer liberada, The woman who did. No es una novela de horror, como sugiere la descripción de amazon (otro de esos libros que se resumen sin haberselos leído), sino una novela breve sobre la emancipación de la mujer y el estigma social que supone. Herminia, la protagonista, sabe que actuar según sus ideales la convertirá en una mártir por la causa. Aún así, sigue adelante y no cede a la presión cuando las circunstancias lo reclaman. Es una historia trágica pero muy interesante, hace pensar y el contraste es aún más llamativo cuando se comparan las convenciones de entonces con la época actual. Hay mucho que agradecer a esas mujeres.

Me hice con un Omnibus de Helene Hanff para leer todas sus novelas. La siguiente en la lista fue Q's legacy, que en realidad es una suerte de memorias, aunque todas las obras de Helene Hanff son autobiográficas. El título, Q's legacy, es un homenaje a Sir Arthur Quiller-Couch, el profesor inglés cuyo libro, On the art of writing, Helene empleó como guía de estudio. En plena depresión de los años 30, sin dinero para acceder a la universidad, Helene recurrió a la biblioteca en busca de un tutor que se adaptase a ella, y lo encontró bajo la letra Q. En estas memorias repasa historias que ya había mencionado en libros anteriores (y que conviene haber leído antes para conocer a los personajes), pero se extiende más en el tiempo, a posteriores viajes a Londres para la adaptación de su novela 84, Charing Cross Road a la televisión y al teatro.

"If I live to be very old, all my memories of the glory days will grow vague and confused, till I won't be certain any of it really happened. But the books will be there, on my shelves and in my head -the one enduring reality I can be certain of till I die."

martes, 23 de agosto de 2016

Un poco de infancia y bastante fantasía

Los niños son lectores exigentes, necesitan algo que les enganche, no captan los matices y les aburren los párrafos excesivamente largos o los fragmentos descriptivos en los que no pasa nada. No se conforman con facilidad, no es fácil captar su atención durante mucho tiempo seguido. Con semejantes condiciones, no comprendo como no hay más lectores adultos aficionados a la literatura infantil.

Recuerdo lo difícil que era dejar el libro a la hora de comer, con los Cinco enredados en el punto álgido de sus aventuras o los protagonistas de Julio Verne en lo más emocionante de la historia. Una vez me lo llevé a la mesa, ¿cómo podía abandonar a Miguel Strogoff a su suerte frente a los cosacos?, pero no tardé en enterarme de que "en la mesa no se lee" y de que el pobre Miguel debía esperar su destino en la habitación. La orden fue tan tajante que nunca más se me ocurrió intentarlo. Al parecer está mal leer las páginas de un libro, pero se ve que con la tecnología las cosas han cambiado y ahora no supone incurrir en un delito si cualquiera (niño o adulto) se pasa la comida pendiente de la pantalla de un smartphone, ¿por qué ninguna regla obliga a dejarlos en la habitación? Sin embargo, estoy segura de que cualquier letra impresa tiene más enjundia que un whatsapp.

Sigamos con la letra impresa...

Thimble Summer de Elizabeth Enright fue el ganador de la medalla Newbery en 1938. Narra la vida de una familia durante un verano en plena época de la depresión. Garnet, una niña de 9 años, hija de granjeros, encuentra un dedal de plata y, a partir de ese momento, siente que todo cambia a mejor, no de manera llamativa sino a base de pequeñas cosas que convierten el día a día en la granja en algo especial. Una historia sencilla y con un lenguaje acorde, para disfrutar de volver a ser niño.
It was the stillest hour in the world as though all things held their breath perilously, waiting for day to begin. (Esta frase suena a Steinbeck, y es preciosa)

Neverwhere, de Neil Gaiman, es una novela sobre Londres, pero no la ciudad conocida sino otra. Tras ayudar a una vagabunda, Richard pierde su vida, desaparece de la visión del resto del mundo y se ve arrastrado al otro Londres, el Londres de abajo. Allí las cosas son difíciles, con seres violentos, amenazas en la oscuridad, ratas, ángeles ambiguos, bestias milenarias y toda la porquería acumulada desde la fundación de Londres. Neil Gaiman disfruta (porque se nota que se lo pasó bien al escribirlo) con un humor negro algo sádico e imaginación a raudales, algo que le caracteriza. A veces pierde ritmo, pero en general resulta bastante entretenido.

Desde hacía tiempo me apetecía descubrir una novela de Diana Wynne Jones que hiciese honor a su fama, y a las buenas críticas que había leído de ella. Empecé con su serie de Chrestomanci pero fui incapaz de resistir a la niña protagonista, era insufrible (aunque esa era la intención, supongo que su carácter mejoraría a lo largo de la serie pero no me quedé a comprobarlo). Enchanted Glass sí que ha sido esa novela que no solo me ha reconciliado con su autora sino que me ha aficionado a sus libros. Al morir el abuelo de Andrew, éste hereda tanto su hogar como la tarea de proteger la región. A sus protegidos se suma Aidan, un niño perseguido por criaturas mágicas que pretenden destruirle para que no ponga en peligro el reinado de Oberon. Es una historia muy interesante, imaginativa, bien traída, bien rematada, con buen ritmo y que engancha.

Dado el éxito, seguí con Diana Wynne Jones, en esta ocasión con su libro más conocido, Howl's moving castle. Sophie es la mayor de tres hermanas, según los cuentos eso significa que está destinada al fracaso. Cuando un hechizo la convierte en una anciana, Sophie abandona su hogar y termina en el castillo ambulante de Howl, un mago con muy mala reputación. Allí la magia la rodea, y los problemas también. La historia es un alarde de imaginación que combina todos los ingredientes clásicos de los cuentos para crear una fantasía nueva, original y divertida (Hayao Miyazaki la convirtió en película, habrá que verla).



The Mystery of the Clockwork Sparrow ( el primer título de The Sinclair's Mysteries), de Katherine Woodfine, es una aventura de detectives aficionados, juvenil y entretenida. Aunque no se sale del genero, y sin ser nada extraordinario, me sorprendió agradablemente. Un robo en unos grandes almacenes destapa una trama de corrupción, en la que no es posible fiarse de nadie, y una serie de crímenes cuya cabeza, el Barón, es un misterioso individuo relacionado con la flor y nata de la sociedad londinense. Se lee bien, en ocasiones le falla algo el ritmo, pero engancha y entretiene.

Harry Potter and the Cursed Child de J.K. Rowling, John Tiffany, Jack Thorne es, en realidad, una obra de teatro o un guión de cine. La trama no está mal, pero por desgracia ese es el único mérito del libro. No está bien resuelto, el ritmo se hace lento en ocasiones, algo de lo que la autora ya adolecía en entregas anteriores de la saga, y en las adaptaciones de las películas, que es lo que se asemeja esta historia: un guión pesado en el que se ha ahorrado el paso de transformar la novela original (y que seguro ya cuenta con productor). Por si fuera poco, a menudo me ha resultado demasiado edulcorado y sensiblero, Rowling no se ha dado cuenta de que "el vivieron felices y comieron perdices" no se ajusta a todos los estilos, y forzarlo no ayuda a que encaje.

domingo, 21 de agosto de 2016

¿Dónde están los libros?

En julio terminaba la convocatoria del Lazarillo, había salido mucho antes, pero no me enteré de la misma hasta una semana antes de que terminase el plazo. Es el único concurso en el que consigo quedar dignamente, aunque no cuente más que para satisfacer mi ego lo cual, dada la inseguridad del escritor, ya es bastante. Quería presentarme, otra vez... ¿a la tercera? Revisé La voz de Flora y la mandé junto con El trol, éste sin revisar, no me daba tiempo y tampoco deseaba comprobar que esa historia no estaba tan bien lograda como creía. Corregir se lleva bastante tiempo y preparar los libros para el concurso, aunque sea con un encuadernado de espiral, obliga a pasar una tarde de la imprenta al estanco y del estanco a correos. En resumen, una semana en la que prácticamente solo me leí a mí misma.

Otro tanto me ocurrió con el concurso indie de Kindle. Tenía que maquetar mi "Tiempo de sueños" y a eso me puse. ¿Con qué criterio ordenar 100 historias? Dado que hablaba de tiempo quería hacer algo que siguiese ese hilo, dentro de lo posible. Empecé con el pasado, seguí con las estaciones del año (o lo que me pareció que encajaba con cada estación: flores en primavera, mar en verano, árboles en otoño, montañas y nieve en invierno) y terminé con la muerte y la eternidad. La vida de los escritores antes de la era informática debía de resultar desesperante, realmente tenía mérito colocar los párrafos del libro en su lugar. Aún con el bendito Cortar-Pegar de Word la tarea se lleva un rato. Lo de crear un índice fue la puntilla.

¿Quiere decir esto que no he leído? No, simplemente he leído menos y he tenido menos tiempo de escribir en el blog sobre lo leído, alguna historia de cumpleaños es lo único que he logrado, y a duras penas. Ha sido tanto tiempo sin hablar de libros que voy a tener que ir por partes (o nadie va a ser capaz de llegar al final).

Como ya me he extendido bastante, os dejo con un único libro y algunas citas.

Las tareas de casa y otros ensayos es una colección de ensayos de Natalia Ginzburg. Como en toda recopilación, hay textos de todo tipo y, en este caso, de todo tipo de temas: vida, cine, recuerdos, literatura, religión, política, personajes... Los hay absolutamente brillantes, una delicia tanto de reflexión como de lectura, con frases impagables. La autora tiene un estilo sencillo pero eso no le resta valor a sus ideas, al contrario, consigue que su hilo se siga con facilidad. Quizá los que me han parecido más flojos se debía tan solo a no haber logrado conectar con el pensamiento de la escritora. Sin embargo, con las siguientes citas es fácil identificarse:

"poco a poco vamos cayendo en la inmovilidad de la piedra. Sin embargo, nos damos cuenta de que antes de convertirnos en piedras nos convertiremos en algo distinto, porque también esto es ahora para nosotros un motivo de asombro: la extrema lentitud con la que envejecemos. Conservamos durante mucho tiempo aún la costumbre de creernos "los jóvenes" de nuestro tiempo, de modo que cuando oímos hablar de "jóvenes" volvemos la cabeza como si se hablara de nosotros." 

Algo que no creo que deba hacer nunca quien escribe es lamentarse excesivamente por las críticas negativas o por el silencio con que se recibe su obra. Atribuir una desmesurada y esencial importancia al éxito de nuestra obra revela en nosotros una falta de amor por la obra. Si nos ha gustado y nos gusta de verdad, sabemos que lo que le ocurre, su trayectoria y sus suerte, la incomprensión o el favor que podrá encontrar, no tienen más que una importancia efímera. 

Ser comprendidos significa ser tomados y aceptados por lo que somos. El peligro más triste que corremos con las personas no es tanto que no vean o no amen nuestras cualidades sino que por el contrario supongan que nuestras cualidades reales han hecho proliferar en nosotros numerosas cualidades que no existen en absoluto.

Por eso quien escribe siente con fuerza la necesidad de tener interlocutores. Es decir, de tener tres o cuatro personas en el mundo a las que mostrar lo que escribe y piensa para después hablar sobre ello. No necesita muchas (...) Estas personas ayudan al escritor a no sentir por sí mismo una simpatía ciega e indiscriminada o a no sentir por sí mismo un desprecio mortal (...) Es imprescindible que los interlocutores no nos rechacen jamás. 

Pienso que en la vida de cada uno de nosotros existe un libro similar, que de pequeños no nos limitamos simplemente a leer, sino que inspeccionamos y rebuscamos en cada uno de sus rincones como si de una habitación se tratara. 

Las verdaderas tinieblas nos dan la verdadera profundidad de la noche y la verdadera conciencia de nuestra condición humana antes los secretos de la realidad, misteriosos para nuestro pensamiento y poblados de una vida intensa y encantada. 

Y sin embargo estoy segura de que debe de haber también un lugar en el mundo para los que , como yo, no entienden de política, que si hablaran de política dirían solo banalidades y tonterías, y  que por consiguiente lo mejor que pueden hacer es no expresar casi nunca opinión alguna. Casi nunca. A veces, decir sí o no es indispensable.