Ese mismo fin de semana preparo las diapositivas, si no lo hago así corro el riesgo de dejarlo para el último momento. En los sucesivos martes aviso a los pacientes para que no acudan ese día al hospital porque no me encontrarán. Algún paciente se ofrece a que le haga la infiltración en directo, en el curso. No es mala idea, de hecho cuando se la comento al organizador del evento le parece excelente.
Sin embargo, según se acerca la fecha, mi voluntario falla, está bien y no necesita infiltrarse, no es cuestión de llevarse un pinchazo por amor a la docencia. Le mando un mensaje a mi amigo, pero coincide con el bloqueo informático de seguridad en Sanidad para evitar virus como el que ha bloqueado los hospitales ingleses y no lo recibe.
Mi charla es a media mañana. Ese mismo día me paso a primera hora por el hospital por si aparece algún Rendu despistado para infiltrarse. Hago bien, viene una paciente de Castilla La Mancha y sería una pena que hubiese hecho el viaje en balde. Estoy por llevarla al curso porque es un encanto y está encantada, hace un mes que no sangra y la hemoglobina le ha aumentado, se encuentra mejor y con más fuerzas. No obstante, es posible que no sea el mejor caso para animar a nadie porque también está anticoagulada y el riesgo de sangrado en el proceso es más alto que con otros enfermos.
En esas estoy cuando recibo una llamada del organizador. ¿Recuerdo que es hoy el día del curso? ¿Voy a llevar a algún paciente? Le explico que el que tenía ha fallado, pero que si quiere puedo buscar a otro. Me pide que lo intente.
Llamo a una paciente que sé que vive cerca del hospital en cuestión. La pillo en la peluquería, pero me dice que en cuanto acabe, allí estará. Me pregunta dónde tiene que ir. Buena pregunta, no lo sé, quedo en llamarla de nuevo para darle todas las instrucciones.
Salgo hacia allá. No conozco el camino ni he estado nunca en ese hospital. Me imprimo un plano para no perderme, no es que vaya a consultarlo mientras conduzco, pero me sirve para hacerme un mapa mental de la ruta y recurrir a él en caso de emergencia. Llego sin problemas. Aparcar es un martirio, me entero después que hay huelga de taxis, todo está lleno de coches y ninguno se mueve. Finalmente encuentro un hueco de chiripa. Voy a Información y pregunto. Estoy nerviosa y hablo sin parar, cuento cosas que a las pobres del mostrador no les interesan. En cuanto pueden meter baza, me explican como llegar al aula.
Sigo las indicaciones al pie de la letra, luego me doy cuenta de que apenas me he fijado en nada y si consigo salir de ese laberinto al terminar es de chiripa. Un pasillo, puertas, un ascensor, otro pasillo, más puertas, las flechas de los carteles al aula cambian de sentido, pregunto, estoy en el sitio pero no lo veo, ¡qué cierto es eso de que el que no sabe es como el que no ve!, paso un par de veces por delante hasta encontrarlo. Lo primero que hago es llamar a mi paciente para darle los detalles. No debe quedarle claro porque me dice que preguntará en Información. Le digo que ya saben que va a ir, es una de esas explicaciones innecesarias que les he contado a las pobres mujeres.
Saludo y me saludan. Para romper el hielo me preguntan sobre el Rendu, todos le tienen bastante respeto, cuando los enfermos acuden a urgencias es porque son incapaces de cortarse ellos mismos la hemorragia y tampoco el médico cree tenerlas todas consigo. Hablo y hablo, entre los nervios y todas las anécdotas acumuladas no sé si alguien es capaz de seguir el curso de mi logorrea.
Mi paciente llega justo a tiempo, la pobre ha abandonado la peluquería a toda prisa. El director hace las presentaciones y empiezo mi exposición mientras le coloco unos algodones con anestesia tópica en la nariz. Aprovecho para contar lo importante que es anestesiar bien antes de cualquier manipulación, es una zona muy sensible. Mientras la anestesia hace efecto hago un breve resumen de la enfermedad y del material y la técnica de la esclerosis. Preparo la infiltración mientras les muestro algunas imágenes de las lesiones.
Llega el momento de la verdad. Les digo que el que quiera se acerque porque no van a ver nada desde el asiento. Me sorprende que se levante toda la sala, lo habitual es que lo hagan uno o dos, los más osados. El interior de la nariz se ve poco pero lo suficiente como para hacerse una idea. También hay una teleangiectasia en el labio que me comenta que le ha crecido y que aprovecho para pinchar, esa se distingue muy bien y la demostración es mucho más clara. Todo va rodado, no hay sangrado, ni sustos, y no tardamos más que unos minutos. Es el caso ideal para animar a la gente. No me canso de insistir en lo fácil que es, pero nada como comprobarlo de primera mano.
La paciente recalca lo que han mejorado su vida y la de su hijo, los sangrados ya no le suponen una limitación laboral y no viven con el miedo de sangrar en cualquier momento. Se atreven a hacer planes, a salir y a viajar. Anima a que más médicos lo hagan. Después de oír sus palabras, el entusiasmo de la sala es generalizado.