Los bebés enseguida se llenan de mocos, eso lo saben bien los padres que deben limpiarlos con amor y paciencia (y sin guantes) y no por ello dejan de pensar que el pequeño es un angelito. Cuando era pequeña, hermanísima tenía un muñeco adorable cuyo nombre comercial era Baby mocosete y que hacía pipí y tenía moquitos, se consideraba toda una delicia de juguete. ¿Qué cambia para que con el paso del tiempo los mocos se conviertan en algo casi tabú?
Nada como un otorrino en la familia para llegar a ver los mocos como algo tan natural que incluso las conversaciones telefónicas giren con frecuencia sobre la evolución de su color en los catarros. Escogí una especialidad muy socorrida, mucho más de lo que se figuraron en un primer momento, sobrinos aparte, raro es el que no sufre de algo de rinitis, además de que la alergia a pólenes está a la orden del día (sobre todo en estas fechas).
Sin embargo cuesta imaginarse que nadie pueda convertirse momentáneamente en un héroe por culpa de los mocos, pero así es, y no tardé en descubrirlo. Los pacientes operados de laringe, con traqueostomías, tienen tendencia a acumular moco en el árbol respiratorio, y esa tendencia se agrava porque la mayoría tienen los bronquios destrozados gracias al tabaco. El aire que entra sin filtros nasales que lo calienten y humedezcan, les irrita, y la mucosa irritada produce moco; si se sobreinfectan el tema es aún peor, los mocos se espesan. Para tratar ese problema se usan aerosoles, se les aspira regularmente y se les enseña a toser, pero a veces eso no basta.
Una noche, en una de mis primeras guardias, me llamaron con urgencia de una de las plantas: un paciente laringuectomizado presentaba serios problemas para respirar. Corrí escaleras arriba hasta llegar sin resuello a la cabecera del enfermo. El pobre tenía muy mal color, la cianosis se describe como negro como un zapato y no es una exageración, la piel se torna gris y los labios morado oscuros casi negros. El ruido que emitía se asemejaba a una cafetera vieja en ebullición, pero por el agujero de la tráquea apenas salía aire.
Tiré de la cánula, a veces el tapón está ahí atascado y con retirarla basta. Todo seguía igual e iluminé con una linterna el interior de la tráquea (no disponía de otra luz mejor). Solo se veía oscuridad, nada de un tubo de mucosa sonrosada como sería normal. Pedí una jeringa con suero, un aspirador y una sonda a la que le corté la punta para que solo aspirase por el extremo y no perdiese fuerza por los orificios laterales (no comprendo el diseño ese de varios agujeros cuando lo que interesa es concentrar la aspiración). Instilé unos cc de suero en el interior de la tráquea y le dije al paciente que contuviera la respiración unos segundos. Aquel pobre me miró con los ojos desorbitados, no solo se ahogaba sino que aquella jovencita casi recién salida del colegio parecía dispuesta a rematarle con líquido en la vía aérea. ¿Qué pretendía? Tosa, le ordené. Es lo que le pedía el cuerpo, salpicó alguna gotita pero nada más. Aspiré y repetí la operación. Instilé un poco más de suero. Aquello sonaba como una olla. Le hice toser de nuevo y metí el aspirador. Al momento salió disparado un tapón, un molde cilíndrico de mocos sólidos y duros de varios centímetros de longitud, y en los pulmones del enfermo entró un chorro de aire que le devolvió la color. El hombre me sonrió aliviado y me hizo sentirme como una heroína que le había salvado la vida, además de como toda una profesional aunque no fuese más que una inexperta R1. ¿A quién no le gusta sentirse así? Y todo fue cuestión de mocos.
2 comentarios:
Mocos... mis hijos están llenos de ellos, a Jaime le salen por las orejas (literalmente) después de los drenajes. La historia me parece muy buena, y tu ojo clínico como siempre brillante.
Lo de los fluidos prometía otra cosa ;)
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