No tarda en sonar el teléfono, primero es mi madre, solo quiere saber si estoy viva porque no hemos hablado en toda la semana. A continuación llama mi hermanita con las anécdotas y los mocos de mis sobrinos; la pequeña ha heredado la personalidad de su madre en su infancia (algo que hermanita no recuerda pero que los demás no hemos olvidado). La chiquilla tiene muy claro, a su año y medio de edad, que no está dispuesta a hacer el ridículo, de manera que sus padres han desistido de llevarla disfrazada a ningún lado, la niña se niega a salir con esas pintas. Luego, si en la guardería los demás llevan disfraz, es la primera en colocárselo, pero antes tiene que asegurarse de que esa extraña indumentaria no es un capricho. Su hermano es todo lo contrario, nada como convertirse en un personaje lleno de historias gracias al atuendo, el verano pasado a duras penas se consiguió que cambiase sus botas amarillas de agua, dignas del mejor bombero, por unas sandalias.
Al poco de colgar aparece un número en pantalla que no tengo fichado. Es una de mis primas. La ventaja de ser el médico de la familia es que siempre mantienes el contacto, sabes que la salud de todos está bien si no te llaman, pero cuando lo hacen no solo te cuentan el motivo de consulta sino que la llamada sirve de puesta al día sobre el resto.
¿Te pillo en mal momento?, me pregunta
Para nada, le contesto mientras me arrellano en el sofá. Estoy supertranquila.
Me cuenta la consulta, no es de mi especialidad, pero en mi familia tienen la idea de que sé de todo (¡ojalá!). A veces se agradece que las conversaciones con mis amigas médicos versen sobre anécdotas de pacientes, se aprenden muchas cosas. Las comidas y las cenas de guardia eran casi sesiones clínicas.
Pasamos a otros temas. Hablamos de las entradas del blog, me dice que le gustan las del hospital, al parecer le dan mucho juego en el trabajo para comentarlas con sus compañeros. Me habla del trabajo. Me cuenta que hace poco ha estado en Alemania viendo cómo funcionan allí y ha sido un viaje de descubrimiento y de desmontar mitos, los alemanes no trabajan más que los españoles.
Miro la caja de pedicura a mi lado, todavía no he empezado. Quizá no sea mala idea
La pedicura, contesto.
Yo soy un desastre, me dice. Mi hermana siempre va a que le arreglen los pies, las manos, el pelo, pero a mí me da pereza.
Ya somos dos, quizá por eso escribo los post de belleza, por si hay alguien que prefiere los tratamientos caseros a los del salón. Nada como la comodidad del propio sillón. Además no me resulta cómodo que alguien que no conozco me toque los pies, por muy limpios y perfumados que vayan, ni tampoco que me hurguen en las uñas de las manos. ¿Cutículas? Estaría en tensión. ¿Esmalte? En las manos no, por favor, lo noto como si tuviese yeso pegado a los dedos. Además me conozco, me gustan las uñas muy cortas (todas), para que no se me ensucien, y no creo que eso se adapte a ninguna tendencia estética. Sí, soy una tiquismiquis.
Abro la caja de los milagros. En su interior descubro la Eight hour cream de Elizabeth Arden. ¡Qué sorpresa!, la había echado de menos, no sabía dónde la había metido, al menos lleva allí un año. Es lógico que la guardase ahí, es una de las mejores cremas para pies que conozco, la leyenda cuenta que la fórmula surgió de un unte para las pezuñas de los caballos, creo que el origen de esa historia es por el olor, me recuerda al desinfectante de Zotal de las cuadras de mi tío (aunque hay una versión sin olor). Eso sí, si suavizaba las pezuñas, las uñas y las cutículas las deja como nuevas. No tardo en comprobarlo.
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Mientras tanto hablamos de vestidos. Me pregunta donde comprar uno para un boda, tiene una idea bastante clara de lo que quiere y no es el típico traje tieso de vestir. Lástima que no compartamos talla porque en mi armario hay donde escoger. En Claudio Coello hay tantas tiendas que es posible que encuentre algo que se ajuste a lo que busca, le digo que también puede probar en Divina, en Elisa Rivera, o en la página de alquiler de vestidos maravillosos e incomprables de 24horas.fab.
Cuando colgamos el sol se ha puesto hace rato, sin embargo aún estoy haciendo la digestión de la comida. Entra un poco de aire fresco por las ventanas. Me recuesto en el sofá con mi libro.
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