domingo, 7 de agosto de 2011

Barbacoas familiares


Las últimas celebraciones familiares han recaído sobre los hombros de mi hermano. Esto se debe al hecho de que su casa dispone de una hermosísima terraza en la que tuvo la brillante idea, al menos para los demás, de instalar una barbacoa. Gracias a ella ha conseguido que, ante cualquier ocasión, todos nos acoplemos allí sin muchos miramientos.  Las excusas que le vendemos son variadas: cumpleaños y santos por descontado (que hay que celebrarlo todo), el que haya venido alguien de la familia a pasar unos días (lo que no es infrecuente ya que, para ser una familia de gitanos sólo nos falta la raza, que el nomadismo, los vínculos hasta con primos terceros, y aún más remotos si se tercia, y el número ya los tenemos) o, simplemente,  nos juntamos porque hace bueno.

El factor meteorológico influye pero sólo en el caso de que caigan chuzos de punta, de otro modo, se considera adecuado para barbacoa. Incluso someterse al riesgo de insolación es aceptable. Tengo clarísimo que mi hermano tiene una resistencia al calor suficiente como para sobrevivir a una erupción volcánica: más de 40 grados a la sombra (y muchas veces ésta apenas está presente en su terraza) y ahí está él, al pie del cañón, en este caso la parrilla, avivando el fuego y vigilando que todo quede perfecto (cosa que consigue). Otro rasgo de la familia es el buen diente del que gozamos, siempre y cuando lo servido tenga calidad. Se puede decir que somos los invitados ideales: exigentes, gourmets y tragones. También hay que reconocer que mi hermano ha conseguido llevar el papel de anfitrión a límites con los que resulta difícil competir. Creo que incluso disfruta con ello.

Ayer, con el cumpleaños de mi hermana y el reciente santo del dueño de la terraza hace unos días, había doble motivo para la barbacoa, así que allí estuvimos. Ni que decir que fue un rotundo éxito del que no quedó ni rastro de las viandas que se llevaron: más de 5 kg de carne, 2 bandejas de chorizos, ensaladas para ayudar a bajarlo todo (incluso la ensaladilla rusa con su patata y mayonesa entra en esta categoría), unos quesos variados que habíamos traído de Suiza, tartas de cumpleaños (chocolate y zanahoria) y un surtido de chocolates suizos (tableta, trufas y avellanas recubiertas de caramelo y chocolate negro) para picar en la sobremesa, por si a alguien aún le quedaba algún hueco que rellenar en el estómago. Por supuesto, todo se despachó a su ritmo: llegamos antes de las 15h y nos fuimos después de las 20h.

Tampoco faltó la conversación, o conversaciones que, desde bien bebés soltamos la lengua con fluidez (mi hermana pequeña apuntó maneras desde los pocos meses de edad, cuando sus primeras palabras fueron: ¡calla, calla, calla!,  pensaba que el ser la última en llegar le daba derecho a tener la última palabra, aunque esa posición, con los años, ha descubierto que está muy reñida. Tampoco es que importe, porque luego cada uno hace lo que le peta y "aquí paz y después gloria" como dice el refrán). Es también cierto que nuestra locuacidad deriva con frecuencia en que las conversaciones no sean muy participativas, sino más bien del tipo monólogo, con todos y cada uno de nosotros contando el suyo al mismo tiempo. ¿Quién "se supone" que escucha? Eso no admite dudas: los cuñados (y el resto de la familia política en las celebraciones a las que asisten). En realidad, tan sólo lo suele hacer esta última que, cosa extraña, pese a la aturdidora verborrea a la que se ven sometidos, nunca han buscado excusas para eludir nuestras invitaciones. Lo que son los cuñados en sí, ya están escarmentados y, saben que les basta con poner cara de interés mientras hacen oídos sordos. Seguir todo lo que se dice es imposible, quemaría los circuitos de cualquier computador. Tampoco importa, no damos ninguna clave para resolver los problemas del mundo y, además, se puede contar con que el relato de las anécdotas se repetirá, con regularidad, en un futuro próximo (a veces sólo precisa unos minutos hasta encontrar un interlocutor desprevenido al que abordar) y, si encima es gracioso o jugoso, la historia será aprovechada hasta la saciedad y, con alguna pequeña exageración propia de nuestra sangre andaluza, alcanzará la posteridad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Me encanta!

Anónimo dijo...

¿Como se convierte un día normal en un acontecimiento, dificil de olvidar?

Eran las dos de la tarde y veia pasar los coches, que buscaban un hueco que convertir en aparcamiento, unica condicion no molestar para no ser molestados. Cada coche que conseguia su objetivo, se onvertia en un soy yo, que provenia del telefonillo del portal y a su vez una voz hacia el interior del apartamento, "son los primos, o los tios o los cuñaos".

Mientras disfrutabamos de aquellas sensaciones se abrieron las primeras cervezas, bien acompañadas de aperitivos, y cuando por el pasillo llego corriendo la voz "los que faltaban", empezo la barbacoa..... lo siguiente fue tan fantasico como el relato al que con todo cariño quiero unir este comentario