It's only those who do nothing that make no mistakes, I suppose. Joseph Conrad
Hay días en los que trabajar no es fácil. No es cuestión de cansancio, no tiene relación con el síndrome del lunes, ni tampoco es culpa de que los pacientes, o el médico, tengan el día cruzado. Una puede llegar al hospital con el mejor de los ánimos y encontrarse con que todo se tuerce porque sí, sin más. Conseguir que las cosas salgan, pese a las circunstancias, es a costa de luchar a brazo partido contra los elementos.
Al llegar a la consulta, aún antes de dejar el abrigo, lo primero es encender el ordenador. Esto tiene su razón de ser: mientras el dichoso aparato, a punto de cumplir una década según indica su etiqueta, se decide, da tiempo de sobra a guardar las cosas, buscar dónde tiré la bata, deprimirse tras echarle un vistazo a los listados e, incluso, tomar un café si es necesario para terminar de abrir los ojos. Con eso, generalmente, suele bastar para que la maquina arranque, aunque siempre conviene estar pendiente y no confiarse, nunca se sabe las sorpresas que reserva al sentirse abandonada. La última, y eso sin separarme de ella, fue media hora de barrido de disco duro tras el cual me tocó llamar a informática porque la sesión la había agotado. ¡Si es que ya no tiene edad para esos trotes!
A pesar de las instalaciones antediluvianas, lo peor con diferencia es el programa de consultas, un galimatías de pestañas e iconos diseñado por todo un equipo de genios que lo bautizaron con el sugerente nombre de Selene (con tanta pestaña tenía que ser femenino). Selene ya decidió tomarse vacaciones en Navidad y las disfrutó tanto que ha repetido tras Semana Santa. Al principio de la mañana funciona más o menos bien pero, a partir del mediodía, comienza la juerga. El ordenador se bloquea. La explicación es que, al parecer, Selene es demasiado sensible para la miserable red del hospital por lo que, en plena hora punta, no da más de sí y se cuelga (y los médicos también). No es posible escribir una nota, ni pedir un preoperatorio, ni solicitar una cita. Imposible trabajar en esas condiciones. La pantalla se queda en blanco, literalmente, y no permite hacer nada, absolutamente nada, salvo desesperarse.
El problema de la desesperación es que su progresión hacia un estado de furia es cuestión de carácter, y de, más o menos, tiempo. Una hora de intentos frustrados al intentar escribir en las historias suele bastar para obrar la transformación en la mayoría de los casos. En el proceso se prueban toda suerte de trucos: reiniciar el ordenador, cambiar de sala y llamar a informática, donde comunican sin parar. Por mucho que uno se esmere en continuar con su tarea, la consulta se enlentece, no así el ritmo cardiaco. Por desgracia no todos los pacientes hacen gala de la cualidad que su nombre indica y algunos, sin conocer al médico ni tampoco importarles, invaden las consultas para preguntar cualquier estupidez, generalmente relacionada con su cita con otro facultativo. Indicarles que no deben pasar, que ya saldrá alguna auxiliar a resolver sus dudas, no sirve de nada, no están dispuestos a marcharse sin una respuesta. ¿Por qué a nadie se le ocurre entrar en la cabina de un piloto de avión y sí se creen con el derecho de avasallar al médico en su cubil? Un galeno en plena guerra contra la informática no está de humor para tonterías y llega un punto en el que mordería. El maleducado de turno no sabe la suerte que tiene de librarse con solo unos gruñidos.
En fin, todo son ventajas en un hospital informatizado. Si el médico ha aprobado una carrera, el examen MIR, sobrevivido a la residencia y a las guardias y está habituado a apañárselas en situaciones peliagudas ¿con qué reto desafiarle?, ¿por qué no añadir una nueva serie de botoncitos al programa? No se admiten fallos y, sin embargo, todo son quejas cuando, al revisar, falta una nota o no se ha verificado la visita de un paciente. ¡Horror! ¿Qué dirá el inspector si lo descubre? Se organiza toda persecución, a base de llamadas y correos, hasta que se subsana tamaño error. ¡Qué despistados son los profesionales, siempre hay que andar detrás de ellos!
3 comentarios:
Selene, el nombre lo dice todo, es gente que está en la luna.
¡Claro! ¡En la luna! Si es que era evidente. Eso explica muchas cosas. Gracias.
¡La voz de Flora ! No le digas a Inés que he reticulado su cuento. Creo que me va a llevar El Trol por despistada.
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