lunes, 20 de abril de 2015

La voz de Flora (primeros capítulos)

La voz de Flora es una historia basada en una redacción escolar de sobrinísima que publiqué en su momento en el blog. Me gustó tanto que le pregunté si no le importaría que la emplease de base para un relato más largo. Le encantó la idea y aquí está el resultado en el que, por supuesto, figura como coautora (y beneficiaria, aunque la literatura, de momento, solo da algunos céntimos de beneficios). Ya está disponible en amazon para Kindle (tardará unos días más en papel). Escogí una ilustración de Ida Rentoul, una de mis favoritas, como portada. ¿Verdad que es una preciosidad?

CAPÍTULO 1: EL VALLE

Hace mucho tiempo, perdido entre las montañas,  no lejos de aquí, existió un lugar llamado Valaín. Era un valle de praderas fértiles, rodeado de bosques frondosos y atravesado por un gran río, el Arún. El caudal del Arún se alimentaba del sinfín de pequeñas fuentes y manantiales, de agua pura y fresca, que bajaban desde las montañas entre saltos y cascadas. En el centro del valle, el río se enlentecía hasta remansarse en un pantano en el que pescaban los pájaros. 

En la vecindad de una de aquellas fuentes, se situaba la cabaña de Flora, la muchacha más encantadora del valle. ¿La más hermosa? Es discutible. Lo que sí se podía afirmar, sin temor a equivocarse, es que era la más musical. 

Flora poseía una voz privilegiada, capaz de reproducir casi cualquier sonido. El agua fue lo primero que escuchó al nacer e imitó sus gorgoritos con su llanto de bebé. La música fluía en su garganta y creció con ella. Cuando Flora cantaba, hasta los rápidos del gran río se serenaban para escucharla y la fuerza de sus corrientes se ajustaban al ritmo de su canción. 

Valaín era un lugar aislado y tranquilo. Una muralla natural, de imponentes montañas, lo abrazaba y lo protegía. Sus habitantes eran todos gente afable y respetuosa, cuya única ley era la de no interferir en la vida del resto, al menos sin ser consultados. No es de extrañar pues, que vivieran en paz. 

Durante siglos el valle permaneció imperturbable. El paso del tiempo lo marcaban las estaciones, las cosechas y el curso de la propia vida. Así  debiera haber seguido. Sin embargo las cosas no siempre suceden según están previstas y el cambio sobrevino de repente, en sólo unas horas. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué? 

CAPÍTULO 2: ÁMBAR

Nuestra historia comenzó el fatídico día en el que apareció en el valle una malvada bruja. No era oriunda de la región, sino que provenía de un reino de sombras y humo más allá de las de rocas, de una tierra árida y estéril que se agrietaba y se abría en abismos sin fondo. Aquel era un lugar de niebla, de colores apagados, siempre cubierto de un cielo gris. Ni las águilas más valientes se atrevían a sobrevolar aquel territorio ya que, al acercarse, el viento las rechazaba con salvajes embestidas y las tormentas las atacaban con sus descargas. Allí sólo se admitía a las fieras y a las aves carroñeras. Por encima de las alimañas, reinaba la bruja Ámbar. 

Ámbar era aterradora, al verla era difícil distinguir si se trataba de una bruja o de una arpía. Sus ropas eran aún más negras que las tinieblas y su rostro de piedra jamás sonreía. Su boca sólo mostraba crueldad y sus ojos, que delataban su condición de arpía, eran su rasgo más espeluznante. Su escalofriante mirada bastaba para abatir a sus enemigos, primero los paralizaba y después los convertía en espectros esclavizados. Hasta las piedras hablaban y revelaban sus secretos si Ámbar clavaba en ellas las pupilas alargadas de sus iris morados. No había nada que la bruja no descubriese, nada que, más tarde o más temprano, la oscuridad de su alma no sacase a relucir. 

A través de sus ardides, engaños y tretas, se enteró la bruja de la existencia de Flora y del magnetismo de su voz. Oyó hablar de la atracción que ejercía sobre el agua, de cómo su sonido la atraía y la encauzaba. Aquel era un poder que a ella le faltaba y que, por tanto, anhelaba. No obstante, ante todo, debía ser precavida ¿y si el rumor no era cierto? Decidió acercarse a comprobarlo personalmente, no era cuestión de delegar en un asunto de tanta importancia. Si confirmaba que el don era auténtico, ya se las ingeniaría para adueñarse de esa voz sin levantar sospechas que la quebraran. 

Ese, y no otro, era el motivo por el que Ámbar había abandonado su Tierra de Humo y viajado hasta el valle de Valaín. Una vez allí, aguardó a su presa oculta tras unos arbustos. Escogió bien su escondrijo para controlar, en todo momento, la fuente a la que la muchacha solía acudir a por agua. No tuvo que esperar mucho. Primero oyó su voz que tarareaba una melodía tan dulce y clara como un arrullo. Desde su posición la bruja podía verla y oírla sin ser vista. Espío cada uno de los movimientos de la joven al acercarse. La vio apoyar un cántaro en el borde de la fuente y observó como el agua se vertía dentro de las vasijas con un ritmo suave que acompañaba la canción de la muchacha. Las gotas no se dispersaban, no caían ni se salían, sino que obedecían el camino marcado por el sonido. La bruja vigiló todo el proceso sin perder detalle mientras maquinaba la manera de hacerse con aquella voz maravillosa sin dañarla. Debía acercarse a Flora con cuidado de no asustarla, seducirla para que cantase para ella y, en ese instante, tocar su boca para apropiarse de su don. Necesitaba un plan.

Sacó su varita y le dio una vuelta en la mano mientras reflexionaba. No podía presentarse ante la muchacha con su auténtico aspecto. A pesar de lo satisfecha que estaba de su imagen, no solía gozar de gran éxito. Habitualmente no deseaba ser aceptada. Se transformaría pero ¿en qué? Lo mejor, sin duda, sería escoger algo adorable. La idea le repugnaba y se estremeció de asco pero ¿qué otras opciones había? ¿Un héroe romántico? No, no y no, eso de los amoríos era aún peor. ¿Y si le pedía un beso? No estaba dispuesta a pasar por ello, todo tenía un límite.

Entre romántico y adorable lo segundo era menos malo. Resignada, cerró los ojos y se imaginó a una chiquitina tierna y dulce, de esas con sabrosos hoyuelos que tanto le gustaban con una buena salsa. Se relamió para consolarse. Quizá encontrara algún ejemplar antes de marcharse para degustarlo y resarcirse de la experiencia. Con un toque de su varita, trocó en un instante su forma. Transformada en una verdadera muñeca de carne y hueso salió de su escondite y se acercó al riachuelo que manaba de la fuente. Chapoteó entre las piedras para llamar la atención de Flora. No necesitó esforzarse demasiado en su estrategia, el agua se encargó por sí sola de montar un alboroto. (...)


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2 comentarios:

Carmen dijo...

Ya lo he puesto en mi página de Facebook. A ver si hay suerte y lo lee mucha gente.

Sol Elarien dijo...

Gracias. Ojalá tengas razón. Besos.