jueves, 4 de junio de 2015

Lista de espera

What do we live for, if it is not to make life less difficult for each other? George Eliot

- ¿Y cuando me llamarán para operarme?
Esta es una de las preguntas más habituales de los pacientes tras indicarles una cirugía. Lo que no se esperan es la respuesta.
- En cuanto tenga el preoperatorio completo, apenas tenemos lista de espera.
Así es. En contra de lo que afirma la Consejería, que llama a todo el que ingresa en la lista de espera quirúrgica para proponerle la derivación a un centro concertado, y le amenaza si se niega, en mi servicio no tenemos lista de espera para las cirugías (la cuestión de la consulta es otro cantar).
- ¿Y me operará Ud?
Eso es algo que la Consejería aún no ha comprendido, que la relación médico-paciente es casi más importante que la que existe entre la enfermedad y su tratamiento. El enfermo llega al hospital asustado, teme oír una mala noticia, y que su doctor le inspire confianza le tranquiliza. Me indigna que un desaprensivo con poder, sin un buen motivo más que el interés económico, interfiera en esa relación y que, para colmo, lo haga con engaños y azuzando el miedo del pobre paciente.

Por regla general cada uno opera lo que ha indicado. La medicina no son matemáticas y no hay reglas exactas por lo que, en ocasiones, surgen discrepancias. Los casos problemáticos se discuten en sesión, en la que también se revisa la programación quirúrgica para evitar que algo se escape. Aún así, hay menos problemas si los pacientes no cambian de médico, uno no discute sus propias decisiones.

Soy consciente de que mis criterios son más quirúrgicos que los de mis compañeros. A consecuencia de ello, y aunque en conjunto no haya lista de espera en mi servicio, casi la mitad de la misma es mía. Al contrario de lo que cabría esperar muchos pacientes se sienten aliviados cuando les indico que hay que operar y, aunque resulte aún más sorprendente, las madres desesperadas de niños que no levantan cabeza son las más dispuestas. ¡Hasta se diría que les hace ilusión!
- ¿De verdad? - preguntan esperanzadas, supongo que para cerciorarse de que han oído bien.
- Creo que es lo mejor, el niño no está bien, está malo cada dos por tres y si, por lo que me cuenta, además no respira por la noche, no hay alternativa.
- Es que me habían dicho que aún era muy pequeño.
Ningún infante, desde el momento de su nacimiento, es demasiado pequeño como para permitirse el lujo de pasarse ratos sin aire.
- También hay que quitar las anginas -continúo.
- Pero... ¿no son defensas?
Ahí me toca explicarles que ese es un concepto erróneo y me sorprende que aún haya médicos que lo defiendan y lleven a gala su ignorancia. Desde el momento en que las amígdalas se convierten en un foco de infección, o provocan una obstrucción, su presencia deja de aportarle beneficios a su portador. La faringe es una capa de tejido linfoide, recubierto de mucosa, en cantidad suficiente como para suplir la función defensiva de unas amígdalas problemáticas.

Algunas madres no ven el momento de que su vástago pase por mis manos y se presentan regularmente en la puerta de la consulta para que no me olvide de ellas. Alguna hasta ha intentado sobornarme pero le hago ver que eso es algo que, dentro de la casta médica de este país, es una costumbre que no se estila, aunque visto el ejemplo de los políticos su acción no es de extrañar. Las más agobiadas me informan con puntualidad de las fechas en las que el chiquillo tiene todas las consultas del preoperatorio. No pueden ni imaginarse que su niño vaya a respirar, al fin, de manera continuada. Las pobres han olvidado lo que es una noche entera de sueño, algunas se pasan la noche de guardia junto a la cama de su bebé. Los padres, más pragmáticos, me muestran una grabación del angelito dormido para ratificar su declaración. La pobre criatura ruge como un demonio.

La relación médico-paciente no termina tras la cirugía y la revisión de turno, sino que se extiende. Tras el primero llegan los demás hijos, los hermanos suelen compartir rasgos entre sí que los hacen susceptibles a las mismas patologías. Mayores, pequeños... da igual, una vez vistos los resultados, los padres citan al resto de su progenie. A veces ya no les corresponde el hospital, por razones administrativas, sin embargo nadie les ha consultado antes de tomar esa decisión y no desean cambiar. A pesar de la libre elección de especialista se dan casos en los que les ponen todo tipo de pegas para evitar que abandonen su nuevo hospital de referencia. Es curioso que esto solo suceda cuando dicho hospital está sometido a un tipo especial de financiación (o privatización encubierta). A pesar de los obstáculos, al final llegan a mi consulta.
-Es igual que su hermano -me explican.
Exploro al interfecto y compruebo que sus padres tienen razón. No intento convencerles de lo contrario, le pido el preoperatorio y lo incluyo en la lista de espera. No sé si es mi criterio quirúrgico, mi poder de convicción o este tipo de cirugía de familia lo que en última instancia me hace responsable de casi la mitad de la lista de espera de mi servicio.

3 comentarios:

Carmen dijo...

¡Cómo no voy a comentar! En nuestra vida hay un antes y un después de la operación de nuestras hijas. Yo soy una de esas madres que te cree a pies juntillas, que ha pasado un montón de noches maldurmiendo y que está convencida de que unas amígdalas permanentemente inflamadas e infectadas, unos oídos llenos de mocos y y unas vegetaciones que hacen que pequeños seres ronquen como osos adultos no pueden ser ninguna "defensa". Te dan ganas de decir ¿Pero señora, qué va a defender eso? ¿La entrada del infierno quizás? Yo no soy médico pero me considero una madre práctica y con cierto sentido común (todo el que la maternidad te puede dejar libre) Y estoy segura de que si una encuentra un médico que merezca la pena, hay que hacerle caso a pies juntillas.

Yo misma dijo...

Mi médic@ es mi médic@! y es de quien mi fio, y no hay nadie que cambie eso (esto va por mi gine que si me dice que me tire de un balcón me tiro) , así que comprendo total a esas madres. Y con lo de las anginas, más de acuerdo aún. Yo me ponía malísima dos veces al año, año tras año, con mogollón de fiebre, porque mi madre no quiso que me "quitaran las defensas" hasta que una vez, con más de 30, y tras inyecciones de penicilina porque eso era horroroso, me operé y ahora vivo feliz, aunque ronco como un oso ;)

Elvis dijo...

Acabo de ver que mi comentario a este post no se grabó.... me suele pasar desde el móvil :(.

En fin, creo que a veces las cosas no son tan claras, y ahí entiendo a las madres que entran en un mar de dudas sobre si realmente hay que someter al niño a una cirugía. En mi caso, traté de evitarla con diferentes métodos que fueron muy bien, aunque no lo suficiente... pasamos de 10 otitis en 10 meses a una sola otitis en el mismo tiempo, pero eso sí, los oídos nunca terminaban de estar del todo bien. Siguiendo el consejo de los dos otorrinos (el brasileño y grumpy, que por suerte para mi salud mental, suelen coincidir) nos lanzamos a la cirugía y todo fue bastante bien, la recuperación muy rápida y el peque, la verdad, que ni se enteró.

Yo no tengo un antes y un después, porque no partía de noches sin dormir, ronquidos, apneas ni nada parecido, aunque sí tengo la tranquilidad de pensar que sus oídos no son una bomba de relojería al límite de la infección. Hablar y cantar, habla y canta lo mismo, pero realmente me daba miedo pensar que aquello pudiera dispararse (aún más).