domingo, 6 de diciembre de 2015

La evolución de la domadora de elefantes

Fue a raíz de un sueño, que conté en el blog en su momento, cuando empecé a pergeñar la historia de La domadora de elefantes. Comencé a escribir los primeros capítulos pero, tras ese primer empujón, me detuve y dejé la obra en barbecho. Eso mismo sucedió con Paloma. En ocasiones la historia  parece que fluye bien pero, de repente, sin motivo aparente, se detiene. Es posible que la culpa sea mía, por pura cuestión de cansancio, o de pereza, dejo de sentarme a escribir y, al no prestarle la atención que se merece, el relato decide tomarse un descanso. Llegado a ese punto, seguir supondría forzar las cosas y la narración perdería naturalidad y credibilidad, así que lo dejé que reposara durante una temporada.

Pasaron los meses y una tarde me senté a leer aquellos capítulos. No me considero una persona graciosa, soy un desastre a la hora de contar chistes, pero aquella historia era muy divertida, mucho. Había permitido a los personajes hacer de las suyas, sin cortapisas, con el resultado de que habían llevado a cabo todo tipo de ocurrencias de lo más disparatado. Me reía sola al leerla. ¿De verdad había escrito yo eso? ¡¿Cómo?! (en serio, en ocasiones no sé de dónde surgen mis ideas felices y, cuando lo pienso fríamente, me veo incapaz de repetir la hazaña). Decidí que empezaría a mandársela por entregas a mis padres, a ver qué opinaban.

La respuesta de mi padre fue toda una inyección de ánimos. Según me contó mi madre se le oía reírse en voz alta en su despacho. La única pega que le encontró es que le parecía dificilísimo que pudiese continuar el relato en ese tono, según sus palabras "si lo conseguía, sería el libro más divertido que jamás se hubiese escrito". Tenía razón, ni yo misma sabía cómo me las iba a apañar para seguir la historia a ese ritmo.

Tenía el gusanillo de la escritura metido en el cuerpo y no me quedaba más remedio que escribir. El final lo tenía bastante claro pero me faltaba el puente de enlace entre el inicio y la conclusión, ambas partes estaban en orillas distintas. Poco a poco, aunque en mi novela nada sucede despacio, el puente se tendió y la obra se preparó para su desenlace. A mi madre le encantó, le pareció un final redondo, y según ella no era un libro fácil de terminar. Yo estaba encantada, aunque mis padres puedan ser más benevolentes conmigo que con extraños, a la hora de ser críticos, sobre todo en cuestiones literarias, no pierden su objetividad y, si algo está mal, lo dicen.

Así como Paloma tiene mucho de la granja de Linares, la Baronesa inspiró el personaje de Marla, en la domadora es mi abuelo paterno el que hizo su aparición en la narración (supongo que eso influyó positivamente en mi padre). No fue algo premeditado sino que cobró vida propia dentro de la historia como si perteneciese a ella.  Es algo curioso, porque el sueño inicial tenía lugar en la granja y lo esperable es que todo se hubiese desarrollado en ella. No fue así, la ciudad donde se desarrolla se da un aire a Valladolid y el parque al Campo Grande. House dice que en mis novelas hay mucho de mí. Quizá no le falte razón y mi subconsciente me traicione. Siempre he tenido cierta propensión a los accidentes y es posible que la frase "como un elefante en una cacharrería", que he oído hasta la saciedad aplicada a mi persona, haya servido de inspiración para este cuento.

3 comentarios:

El tito Paco dijo...

Comentar la propia obra es un ejercicio difícil. Tendemos a pensar (es natural) que hemos escrito lo que queríamos y no lo que hemos escrito. La confusión de la realidad y los deseos es una tentación permanente que cuesta mucho superar y que, cuando se hace, produce cierta depresión, porque, sin duda, la realidad nos parece más fea. Si analizamos bien no es así, la realidad es real, claro; pero nuestros deseos no lo son, por lo tanto no son comparables.
Grumpy tiene una cierta facilidad natural para separar ambas cosas, aunque sea en teoría (aquí no hacemos psicoanálisis) y, como siempre que es descriptiva, resulta minuciosa y exacta. La domadora de elefantes, en efecto, es un libro muy diferente; pero no es sino la exageración traspuesta a la fantasía de lo mejor que escribe: las historias de la granja y del hospital, es como un Quijote de la granja, si se me permite la hipérbole, que ruego se entienda adecuadamente. No sé cómo será el ganador del Lazarillo y, de hecho, desconfío de los premios, porque sé que, generalmente, si no conoces a alguien del jurado a quien puedas decirle que tu libro es el que empieza o acaba de tal manera, salvando así el anonimato obligado del concursante, las posibilidades de ganarlos son mínimas (o nulas). En España escribir no es una profesión y los pocos que lo hacen así necesitan el apoyo de amigos para seguir comiendo y pagando facturas, de ahí que todo se adecue a esa necesidad.
Los profesionales que no necesitan de la escritura para vivir (aunque ganar dinerito con los libros siempre venga bien) pueden permitirse más cosas, lo que, también, pone en peligro la profesionalidad de la escritura, algo de lo que hay que tener cuidado. Uno puede acabar escribiendo mal, porque piensa que escribe para uno mismo, lo que nunca es cierto. Todo el que escribe lo hace para un lector, que nunca es uno mismo: aunque a veces el lector y el escritos coincidan, entonces el lector no es el escritor. No se lee como se escribe. Por eso el lector externo es necesario, porque es quien dice lo que el público desconocido espera o puede esperar.
La verdad, escribir es un bonito mester.

Sol Elarien dijo...

¡Uff! ¡Gracias! Me ha encantado eso de "un Quijote de la granja", entiendo a lo que te refieres y es un gran halago.
Muchos besos.

J Comas dijo...

Que gran raxón (no me funciona la "ceta" de mi teclado) tiene tu tío Paco, yo siempre pongo el ejemplo de nuestro poeta, Don Antonio, no vivía de sus libros vivía de su sueldo de profesor de Instituto, ni siquiera de universidad. Muchos artístas desprecian a otros artistas que tienen dos trabajos, el creativo y el que da de comer... pandilla de snobs que no conocen la historia, ni el proceso, ni el dolor de la creación...