martes, 1 de diciembre de 2015

Magia Gris (Primeros capítulos)

Magia Gris es la continuación de Paloma. Su existencia se debe a una sugerencia de mi madre y a la insistencia de los personajes por secundarla. Durante aquella época viví rodeada por ellos y por su magia, hasta el aire poseía un brillo distinto. Fue una experiencia extraña y maravillosa que echo terriblemente de menos. Es un libro especial al que tengo un gran cariño. 


CAPÍTULO 1: EL BUZÓN

Existe una regla no escrita entre las brujas por la que éstas evitan utilizar el sistema de Correos. La razón fundamental emana de su natural suspicaz: confiar en que nadie más que el destinatario vaya a leer el mensaje es una muestra de la necedad del remitente. Su animadversión al sistema no les impide pulular por las rutas más transitadas de los carteros y aprovechar la coyuntura para argumentar su teoría. Los secretos e intrigas de otros constituyen un gran aliciente en sus, generalmente, monótonas vidas. A pesar de su interés por todo lo ajeno se muestran muy reservadas en lo propio y, con tal de preservar su intimidad, han rescatado lenguas muertas para comunicarse entre ellas. Por desgracia, en el proceso cada una desarrolló su propia versión lo que a la larga derivó en numerosos disgustos y no menos enfrentamientos al no ser infrecuente que se malinterpretasen sus palabras.

Aquella mañana, la bandera roja alzada del buzón del camino indicaba que una carta hacía compañía a las telarañas que lo atestaban. No siempre la casilla se había dedicado a residencia para arácnidos, en otro tiempo por su interior había circulado una nutrida correspondencia. No obstante, últimamente, su poste se empleaba de apoyo para que, Lope, el mercader, dejase en su base la leche y demás encargos de Marla. El descubrimiento del comerciante había supuesto un hito en sus vidas. Pese al huerto de la cabaña, los árboles frutales, las cacerías de Orión, las bayas, castañas y las setas del bosque, la bruja siempre se había valido de su poder para procurarse algunos productos. Con la pérdida de su magia esos artículos se habían convertido en un lujo. Ya no había manera de convencer a las cabras montesas para que acudiesen voluntarias a ser ordeñadas por la anciana y era impensable que las ocas le prestasen sus huevos. Ahora había que perseguir a los animales. Dadas las condiciones físicas y mágicas de Marla, Paloma se encargaba de esa tarea. A instancias de Marla, Orión solía escoltarla, aunque sin correr riesgos. 
- No me vendría mal algo de ayuda – le sugirió la joven a su acompañante mientras saltaba por los escarpados riscos.
- Por eso estoy aquí, para darte apoyo moral. No pretenderás que me juegue el pellejo, ya no tengo edad para eso. 
- Pensaba que los gatos teníais siete vidas – le rebatió Paloma. 
- Te equivocas. Los de las brujas tenemos nueve –le aclaró el minino- y necesitamos todas y cada una de ellas. No hay que desperdiciar ninguna. 
- No entiendo por qué Marla insiste en que vengas. 
- Para vigilarte. No te preocupes, si te ocurriese algo, iría a avisarla.
Orión, además,  disfrutaba del espectáculo que le brindaban las acrobacias y los apuros de la joven. No siempre las escaladas culminaban con éxito, sobre todo en lo referente a la leche y, en más de una ocasión, Paloma se libró de milagro de terminar despeñada entre las rocas. 

La cuestión de la miel era otra faena peliaguda. Sin miel no había dulces y tanto Paloma como Orión eran golosos por naturaleza. A pesar de sus infinitas precauciones la bruja siempre pagaba un doloroso precio por aquel caramelo. El día en que Paloma aprendió a sacar la miel del panal sin que las abejas la acribillasen, Orión, atento a sus maniobras, se olvidó de resguardarse de los enfurecidos insectos lo que le costó ser él el damnificado. Sin embargo lo peor no fue el dolor de las picaduras, sino la risa de Paloma. Tras cada excursión Marla hacía gala de todos los conocimientos de medicina acumulados a lo largo de siglos: curaba heridas, picaduras, torceduras y enfados. Sus guisos restablecían la paz.

Las salvajes ocas tampoco se lo ponían nada fácil a la muchacha y la atacaban feroces cuando se acercaba con fingida expresión de inocencia. A pesar de sus brazos llenos de moratones Paloma disfrutaba al preparar tortillas: era la venganza por sus picotazos. ¡Una fiera menos!- pensaba al batir los huevos con saña. Cierto que al cocinarlos, el resultado se parecía más a un espumoso y delicioso soufflé.

Una tarde, a la vuelta de una de aquellas partidas, encontraron una botella abandonada a un lado del camino. ¡Aquel hallazgo se reveló providencial! La depositaron junto al buzón y, al día siguiente, como por arte de magia, hallaron en su lugar una garrafa nueva, llena de leche de vaca: recién ordeñada, dulce, fresca y espumosa y ¡sin necesidad de someterse a las coces de las cabras! Debajo había una lista de las mercancías del comerciante, junto con sus precios. ¿Por qué no probar?

Marla disponía de una cantidad ingente de monedas, algunas antiquísimas, de las que desconocía por completo su valor. Hizo un pedido y dejó un pago astronómico por él. Afortunadamente, Lope resultó ser muy honrado. Descontó el importe exacto del encargo y buscó coleccionistas para las antiguas piezas. Las tasó, se encargó de la transacción y, sin preocuparse por sus beneficios de intermediario, le entregó íntegramente a su legítima dueña todo lo obtenido. Era además muy detallista y con frecuencia les dejaba algún obsequio. Esa táctica para dar a conocer sus productos le resultó muy provechosa y la lista de pedidos se alargó con añadidos de chocolate, azúcar, cacao, café, sabrosos quesos, aterciopelados vinos de Doria, aceite de oliva virgen de Canema, especias y pastas, entre otros caprichos.  Lo que no solía haber en el buzón era precisamente lo que el banderín indicaba aquella mañana: cartas.

CAPÍTULO 2: LA CARTA

- ¡Qué carta tan extraña!- murmuró Marla al recoger la insólita epístola. Pese a lo precario de su vista, los barrocos relieves de su sobre no le pasaron desapercibidos. También advirtió que estaba cerrado por un anticuado sello de lacre ¡doble!

La anciana palideció alarmada al reconocer el grabado negro sobre la pasta rojiza. ¡Un mensaje del Aquelarre! Su corazón latió desbocado. Dada la aversión de sus antiguas compañeras a este sistema de comunicación, sólo un motivo de extrema importancia podría haberlas impelido a recurrir a él. No había que ser adivino para vaticinar que no podía tratarse de nada bueno. Sus manos temblaron de ansiedad y, pese a la curiosidad, fue incapaz de reunir el valor suficiente para abrirla de inmediato y enfrentarse a su contenido. Con el alma en vilo, regresó a la cabaña. Tan distraída iba que tropezó con todas las raíces y cantos del camino y trastabilló un par de veces. El percance desvió su atención de la carta y la fijó en el suelo para evitar derramar la leche.

Una vez en la casa, colocó automáticamente las cosas en la despensa.  De refilón le echaba miradas furtivas a la misiva. Casi esperaba que esta desapareciese igual que un espejismo. ¡Habría sido un alivio! Se puso a preparar la comida. La mecánica de cocinar la ayudaría a calmar los nervios: picó unas verduras, molió unas especias con unos buenos golpes de almirez que relajaron su tensión, añadió unas hierbas, caldo y algunos trozos de carne y, cuando el guiso empezó a bullir y el aroma reconfortó su inquietud, se sentó delante del aciago sobre.

Lo cogió con la punta de los dedos, no es que fuese a estallar pero eso no hacía el contenido menos explosivo. Inhaló aire hondo para armarse de valor antes de abrirlo. Esperaba que no estuviese protegido por ningún hechizo peligroso aunque, generalmente, este no afectaba al destinatario sino a los curiosos entrometidos que intentaran cotillear el mensaje.  Rompió el sello con aprensión. Con un esfuerzo, consiguió que las letras se mantuviesen fijas sobre el papel. Con la ayuda de su lupa, leyó la familiar caligrafía:
Querida Marla:
Debido a que últimamente mi salud ya no es tan resistente como solía, he pensado que sería una buena idea aprovechar para hacerte una visita y reponer las fuerzas perdidas gracias a tus habilidades culinarias y a tus creativas y deliciosas pócimas. Disfrutaremos de volver a estar juntas, recordaremos viejos tiempos y recuperaremos algo de estos últimos años de forzosa separación. No dudes que aprovecharé para ponerte al día de los últimos cotilleos del aquelarre. 
Con cariño. 
Tu hermana: Merle.

Marla abandonó la lupa y la misiva con gesto de desaliento sobre la mesa. Se sorprendió de que una nota tan breve fuese capaz de anunciar un trastorno semejante en su apacible existencia. ¡Merle! ¡De visita! ¡Con la sana intención, además, de prolongarla el tiempo necesario para recuperar su salud, según decía! Conociendo a la interfecta, la anciana dudaba mucho que esa fuera la auténtica razón por la que hubiese decidido presentarse, de improviso, después de tantos años. De algo sí estaba segura: si estuviese enferma de veras no lo habría reflejado tan abiertamente en la carta. Aún así cabía la posibilidad de que le diese un infarto cuando descubriese en lo que se había convertido su vida. Eso casi sería una suerte, de esa forma se aseguraba de que la estancia iba a ser breve y poco problemática. La otra opción era que ella misma sufriese una embolia tras tenerla allí unos días. Había un mensaje entre líneas: los “cotilleos” a los que hacía referencia seguro que escondían el verdadero motivo de su visita.

Marla tembló ante la perspectiva de convivir de nuevo con su hermana. ¿Acaso no habían pasado suficientes años juntas durante su formación como para escarmentar con la experiencia? Sin embargo no había forma de escabullirse: si a Merle se le metía una idea en la cabeza, Marla sabía de sobra que no existían en el mundo argumentos suficientes para hacerla cambiar de opinión. Su ambiciosa hermana no comprendería que viviese feliz y tranquila en la compañía de un gato y una Bruja Blanca que no sabía hacer magia. Si llegara a enterarse, siquiera por descuido, de que la susodicha Bruja se debía a un error propio y que, en realidad, debería de haber sido su aprendiz, Merle era muy capaz de denunciarla ante el Aquelarre y acusarla de traición. Todo dependería de sus intereses y del estado de sus relaciones con el resto del grupo en esos momentos. No es que Marla tuviese mucho que perder, a fin de cuentas ya había renunciado a su Magia aunque nunca se sabía el tipo de castigo que se les ocurriría a las altas esferas. Si decidían que sirviese de ejemplo y escarmiento para otros, la cosa podría ponerse muy fea. Su rostro palideció ante el panorama desolador que se le presentaba y sus manos temblaron mientras arrugaba, inconscientemente, el papel de la fatídica nota.

Tan preocupada estaba, tan hundida en sus negros pensamientos, que se olvidó de que había dejado la comida al fuego. El cazo empezó a humear. El sabroso aroma fue sustituido por penetrante olor a quemado. Aquello espabiló a Orión, que se acercó a avisarla. 
-¡Marla! ¡Se quema la comida!
Marla no pareció oírle. Continuó sentada inmóvil, en estado de estupor, pálida y sudorosa, inmersa en una espiral de negros presagios. No presentaba muy buen aspecto. ¿Y si le pasaba algo a la anciana?, se alarmó Orión. Era excepcional que se distrajera con la comida y la falta de reacción ante su aviso resultaba de lo más extraño. El felino salió a buscar a Paloma que, recostada bajo un árbol, estudiaba el libro de hechizos con toda la aplicación que le permitía la soleada mañana. Al sentir la sombra del gato sobre su rostro entreabrió los ojos. 
- Marla se ha olvidado la comida en la lumbre y no parece oírme. ¡Hoy no comemos! – Le notificó el animal con un chillido y la mirada espantada.

La joven acudió a  la cabaña con presteza. Retiró el cazo del fuego para evitar que la casa saliese ardiendo y se acercó a la anciana, que no hacía más que mirar y estrujar un papel que tenía en sus manos. Al arrebatárselo para leerlo sintió un pinchazo en los dedos que le hizo sacudir el brazo con brusquedad y soltar el mensaje. Su gesto hizo reaccionar a Marla que levantó los ojos y se percató de la mirada de preocupación de sus compañeros y del brillante sarpullido en la piel de la joven. 
- Mi hermana Merle viene de visita - comentó.
- ¿Tu hermana? - se extrañó Paloma, olvidando por un momento el creciente picor en su cuerpo - No sabía que tenías una hermana, ni tampoco que las brujas pudiesen tenerlas. ¿No naciste de un huevo de cuervo?
- Es mi gemela. El huevo del que nacimos era excepcional: tenía dos yemas. Por lo tanto soy de las pocas brujas que tienen familia consanguínea. 
- ¿Qué me pasa? Me escuece hasta el pelo – preguntó Paloma, picada no sólo por la curiosidad mientras se sacudía para rascarse. Cambió rápidamente de idea: el movimiento exacerbaba los pinchazos y hasta el roce del vestido le resultaba doloroso.
- Es por tocar el papel del Aquelarre. No te preocupes, es un tóxico bastante irritante pero nada más. Se te pasará pronto – le aseguró. - Te untaré un poco de aceite de linaza para calmar el picor.

Marla se levantó y se acercó a la alacena donde guardaba su colección de hierbas. Escogió una bonita ánfora de aire antiguo y derramó unas gotas de su contenido en un cuenco. Lo rebajó con aceite de oliva y le ordenó a Paloma que sumergiese en él las manos, sin sacarlas, hasta que se hubiesen normalizado. Al o es que el gato supusiese una ayuda, al contrario: el minino disfrutaba del espectáculo que le brindaban las acrobacias y los apuros de la joven a la que contemplaba sin que su pellejo corriese peligro. Al obedecer la joven se sintió tentada de retirarlas. Miró a Marla pero esta no se compadeció de su sufrimiento. 
- Espera - insistió. 
La reacción inicial del veneno con el ungüento hacía parecer peor el remedió que la enfermedad pero, tras el primer momento de pánico, noto cómo la inflamación bajaba. Poco a poco, la sensación se extendió hacia los brazos. Marla cortó una hoja de un cactus, la abrió y le indicó que se frotase con ella por el resto del cuerpo.

- Estábamos con tu hermana, ¿cómo es?- Indagó Orión.
- Al ser gemelas, Merle se asemeja físicamente a mí, somos prácticamente idénticas salvo que ella es algo más gruesa y bastante más fuerte. Siempre le ha gustado llevar la voz cantante - suspiró Marla. - La quiero mucho, de verdad, aunque reconozco que seguramente se deba más a algún tipo de instinto entre hermanas que porque ella haya hecho algo para merecerlo o haya demostrado su cariño hacia mí. Es más fácil sobrellevarla a distancia que cuando estamos juntas. De sólo pensar en aquellos tiempos de confraternidad me entran sudores.
- Cuéntanos - le pidieron Orión y Paloma, que seguía dándose fricciones con la gelatina del aloe como si pretendiera pulirse la piel con ella.

(Ya sabéis, continúa en el enlace, y también está disponible en papel)



2 comentarios:

Emerencia dijo...

Hola Sol. Lo primero de este día, tu relato. Me ha gustado. Te comento algunas impresiones. Paloma curando enfados y haciendo guisos que restablecen la paz. Marla extasiada por la visita de Merle ¿qué va a ocurrir ahora, cuando ella venga? estoy intrigada. Invita a seguir leyendo. Me encanta tu narración, ah y además he descubierto palabras que ni me sonaban: trastabillo y aciago. Un gran abrazo de miércoles

Sol Elarien dijo...

Querida Joseme: Me alegro mucho de que te haya gustado. No te puedes ni imaginar lo bien que me lo pasé mientras lo escribía, aunque seguramente más de uno pensó que estaba un poco loca. Paloma y Marla se convirtieron en personajes reales y me acompañaban a todas partes. Era como vivir en medio de una nube mágica. Besos: Sol.