Dentro del área del hospital se incluye un centro penitenciario. En realidad la población en la que se encuentra la cárcel en cuestión pasó a pertenecer a uno de los nuevos hospitales, público aunque de gestión privada. El caso es que en el nuevo hospital no les interesa atender a reclusos, salen caros y no dan buena imagen. Los presidiarios no son enfermos rentables, la mayoría padecen dependencias y enfermedades crónicas. Sus problemas de salud tienen la misma causa que su pérdida de libertad: las drogas.
Acuden al hospital custodiados. Cuando tienen cita en consulta les acompaña la guardia civil. En el caso de que ingresen para una cirugía se encarga de ellos la policía nacional, con relevos de turno cada dos horas, con lo que ello implica de cambio de vestimenta en el tiempo de espera y durante la intervención. Hay presos encantadores, pobre gente que ha caído en garras de desaprensivos y que son más víctimas que delincuentes. Los hay tan cariñosos que me saludan desde el otro extremo de la sala de espera a voces, tan contentos de verme de nuevo. Si no saltan de alegría y se lanzan a abrazarme es porque sus custodios se lo impiden. También hay casos que imponen, algunos porque su mera mirada transmite frialdad y otros porque están tan trastornados, mentalmente, que son impredecibles. Resulta difícil saber qué fue antes, si el huevo o la gallina. Quizá su trastorno sea consecuencia de las drogas o quizá el abuso de sustancias comenzó en relación con su patología psiquiátrica. Sea cual fuera la causa su cabeza no responde, permanecen apáticos ante las explicaciones o en la exploración reaccionan de formas inesperadas.
A los convictos les gusta acudir al hospital. Salen de la cárcel y cambian de ambiente, aunque se den el paseo esposados. Durante mi época de residencia aparecían en la urgencia después de haberse tragado los objetos más variopintos, hasta un tubo fluorescente que hubo que extraer por fragmentos. Algunos aprovechan la visita para escaparse. En ocasiones los guardias han recibido alguna voz de alarma y ese día el hospital se convierte en una fortaleza. Agentes armados montan guardia en las salas de espera y otros recorren los pasillos. El resto de los pacientes citados no se atreve ni a chistar, no está la cosa como para quejarse por unos minutos de retraso. En ocasiones pienso que no estaría mal tener a un policía en la puerta de manera permanente los días de consulta. La educación mejora mucho cara a la autoridad, sobre todo si esta va uniformada.
Sin embargo tanta organización hace aguas, no sé si porque la falta de personal también afecta al Ministerio del Interior aunque de lo que estoy casi segura es de que comparten los mismos problemas informáticos que el hospital. ¿Por qué lo digo? Pues porque al parecer no hay un registro fiable de los presos internos y de los que ya son libres. Hace unas semanas programamos para cirugía a un antiguo recluso. La última vez que le vi en consulta el hombre me comentó que en unos días salía de la cárcel pero que, aunque ya no le correspondía el área, tenía confianza conmigo y quería que fuese yo quien le operase (hasta a la cárcel se extiende a veces el club de fans). Le dije que no se preocupase y le entregué el preoperatorio y los papeles de inclusión en lista de espera. Lo programamos hace unas semanas pero no se presentó. Me extrañó e indagué (con cierta insistencia, si me hubiese rendido a la primera no solo no habría descubierto nada sino que el paciente habría sido borrado de la lista de espera). Así pude averiguar que el hospital no se había enterado de su puesta en libertad y que, según el procedimiento habitual, había mandado un fax al Ministerio del Interior para avisarles. Lo singular del caso es que, poco después, el hospital había recibido otro fax en el que confirmaban la comparecencia del enfermo para la intervención. Por desgracia a nadie se le ocurrió avisar a nuestro protagonista en cuestión que, ajeno a todo el trajín, el día de la cirugía se quedó tan tranquilo en su casa, disfrutando de su libertad. Por lo que sé no es la primera vez que sucede algo así sino que es algo que se repite. Que en la cárcel no dispongan de una lista de internos, o que no la consulten en estas situaciones, y confirmen a ciegas la asistencia de un hombre libre me resulta surrealista. En fin, no quiero ni pensar el control que llevan de los permisos, solo imaginármelo no me deja muy tranquila.
1 comentario:
Lo que hoy cuentas diría una de tus hermanas que es muy fuerte. Por un lado porque refleja la relación tuya como médico al atender a personas en situación tan complicada; por otro, mucho menos personal, es el desastre organizativo de la Administración al que haces referencia. Si nos fijamos en lo primero, es buena cosa saber que una goza de un cierto predicamento también con el personal recluso, porque ya sabemos el dicho de que conviene tener amigos hasta en el infierno.Estoy segura de que cuando estabas estudiando la carrera ni se te pasaba por la imaginación tener que atender a enfermos mientras te observaban con atención dos guardias civiles o dos policías. El sujeto y la compaña tienen que imponer.
(Me alegro de que a estas alturas ya tengas a tu paciente operado, con la aquiescencia del clan al completo)
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