viernes, 29 de abril de 2016

Entre Steinbeck, Murakami, Conrad y...

"Leer es como pensar, como rezar, como hablar con un amigo, como exponer tus ideas, como escuchar las ideas de los otros, como escuchar música (sí, sí), como contemplar un paisaje, como salir a dar un paseo por la playa.” Roberto Bolaño.

He sido muy buena, hasta ahora. ¿Por qué lo digo? Pues porque ha pasado el mes de Abril, estamos ya a 29, y ¡no había hablado de libros! Bueno, pues ya toca, así que mejor lo aviso desde el principio: esta entrada va de libros. Ha sido un mes de lecturas variadas, algunas memorables y otras para olvidar, lástima que luego la memoria funcione a su antojo y recuerde cosas que no hacen ninguna falta.

Empezaré con Murakami. Aproveché una oferta de Amazon con descuentos en varios de los títulos de este autor para hacerme con algunos de ellos. El primero que cogí fue "Sputnik, mi amor", una historia de amor, de amistad, de complementarse y de perderse. Habla también de sueños, de deseos, de sexo, de irrealidad y del impulso de escribir (ese tema tuvo mucho que ver con mi elección). La historia tiene altibajos y me resultó más interesante el principio que la segunda mitad de la novela, aunque la segunda parte posea más ese componente de irrealidad que suele atraerme de su autor. Murakami siempre escribe fragmentos que me encantan y por los que merece la pena leer el libro, y eso me sucedió con el primer párrafo de esta novela, para mi gusto lo mejor de todo el texto: "A los veintidos años, en primavera, Sumire se enamoró por primera vez. Fue un amor violento como un tornado que barre en línea recta una vasta llanura. Un amor que lo derribó todo a su paso, que lo succionó todo hacia el cielo en su torbellino, que lo descuartizó todo en un arranque de locura, que lo machacó todo por completo. Y, sin que su furia amainara un ápice, barrió el océano, arrasó sin misericordia las ruinas de Angkor Vat, calcinó con su fuego las selvas de la India repletas de manadas de desafortunados tigres y, convertido en tempestad de arena del desierto persa, sepultó alguna exótica ciudad amurallada. Fue un amor glorioso, monumental." Sin embargo, a pesar de ese principio tan prometedor, la sensación final que me quedó fue la de un poso de insatisfacción, que es posible que me la transmitieran los propios personajes porque, a ellos mismos, les falta algo en sus vidas.

Para no cambiar de autor, aprovecharé para comentar ahora "El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas". Aunque me quedan muchas obras por leer de este escritor, de las que sí he leído, ésta es, sin duda, la que más me ha gustado. Murakami siempre tiene algo de onírico que, con frecuencia, se pierde durante la narración sin llegar a cuajar del todo, y que suele ceder ante una realidad nihilista. Sin embargo, en esta ocasión, no sucede eso. En la historia se alternan la "realidad" del despiadado país de las maravillas y el subconsciente del fin del mundo en dos tramas diferentes que convergen y que, según se acercan, van explicando la una a la otra. Me ha encantado la parte del fin del mundo con su ciudad perfecta a costa de la pérdida del corazón de sus habitantes. Descubrir sus secretos y descifrar sus sueños es la tarea del protagonista, así como redescubrirse a sí mismo durante el proceso. Me ha parecido un cuento largo y precioso.

Por recomendación, y préstamo de la Señora, me pasé una tarde inmensa en pleno "Tifón", de la mano de Joseph Conrad (en una edición de la biblioteca Conrad de Alianza editorial, muy bien traducida). Es un libro magnífico, breve pero intenso, no creo que nadie haya descrito jamás el mar mejor que Conrad en esta novela. El mar te ahoga. Se puede notar el calor pegajoso y la calma inquieta previa al tifón, la violencia del viento, los golpes contra la cubierta del barco, la lucha por avanzar, el peso de las columnas del agua al desplomarse, el vacío tras las olas convertidas en montañas, los crujidos de la estructura, la voz ahogada por la fuerza desatada de la naturaleza, el miedo, la tensión, la resignación y la esperanza como lo último a lo que aferrarse. Una maravilla. (Después de la experiencia me he comprado las obras completas de Conrad en inglés para Kindle de Delphi).

Al igual que en meses anteriores, he seguido con la línea de John Steinbeck. Me faltaba comentar "The Wayward Bus", que leí en marzo. Un corto y accidentado trayecto en autobús da pie a Steinbeck para hacer un magnífico retrato de cada uno de los viajeros. No hay duda de que tiene un don, sin saber muy bien cómo, los personajes salen del papel e incluso te acompañan al alejarte del libro. Es una historia de gente de carne y hueso, hombres y mujeres imperfectos, que no siempre actúan movidos por la generosidad o las buenas intenciones, sino que se ven arrastrados por el egoísmo, el deseo de manipulación o los instintos carnales. Aún así, es el propio lector el que acaba por defenderles, aunque no esté de acuerdo con sus actos. Sin duda son muy pocos los escritores que consiguen semejante grado de empatía.

"Once there was a war" reúne los artículos de Steinbeck como corresponsal de guerra en 1943. Son crónicas desde UK, África y el Mediterráneo, siempre en lugares indeterminados, en viajes sin origen y sin destino. Relata los preparativos previos a la batalla, hasta el comienzo de la misma, en un ambiente de humo, polvo y ruido y tanto horror que hace que luego todo eso se olvide. Habla de los soldados, de los escuadrones, de los aviones y los barcos. Son historias breves del día a día con algunas anécdotas para dar un toque de humor a una situación dramática, cuyo dramatismo se minimiza para no preocupar en exceso a los lectores. Cuenta la guerra, aunque no le está permitido contarlo todo.

En "El largo valle" Steinbeck escribe sobre el valle de Salinas. Se puede sentir el polvo seco de la tierra, los arañazos de la maleza, el frío del atardecer, la humedad de la niebla. El paisaje tiene la fuerza de un personaje, y Steinbeck necesita pocas palabras para conseguir personajes vivos, de carne y hueso, llenos de emociones. Como siempre, leerlo es un placer.

"En La Jungla De La Noche" es una novela corta a medio camino entre la narrativa y el teatro. Hay un argumento y 4 escenarios. Con el mismo hilo de la historia, el escenario cambia, sin embargo eso es algo secundario. Los protagonistas son acróbatas, granjeros, marinos... pero en realidad eso no importa, todos son gente real. Un matrimonio, un amigo, un intruso conforman el elenco de la obra, y no se necesita más. Las cuestiones que se plantean dan lugar a una trama llena de reflexiones que llevan al lector más allá en sus planteamientos vitales. ¿Qué no se haría por amor? ¿Hasta dónde es posible aceptar? ¿Es uno capaz de recibir todo lo que el otro está dispuesto a ofrecer? Una joya engañosamente sencilla.

Había leído en Babelia un artículo sobre Elena Ferrante y pensé que podía resultar interesante. Poco después una amiga me comentó que había empezado "La amiga estupenda" y que le parecía fantástico. Tiene buen criterio y me fié de su recomendación (y de la de un sinfín de críticos que la ponen por las nubes). La amistad entre dos niñas da pie a la misteriosa autora a contar la vida de ambas, así como el ambiente en sus hogares y en su barrio napolitano. Los escenarios resultan algo sórdidos, aunque es la postguerra y ese entorno de pobreza es el que había y está bien conseguido. Sin embargo, así como los personajes de las niñas están bien trazados, sobre todo durante la infancia, los secundarios quedan algo desdibujados y también la figura de Lila pierde fuerza y personalidad en la segunda mitad del libro, cuando su magnetismo se centra más en su belleza que en su singularidad. La historia tiene partes fáciles de leer, pero las transiciones entre una de esas partes y la siguiente, sin ser largas, se me hicieron algo pesadas. Hay momentos brillantes aunque el conjunto no ha terminado de convencerme, lo vi algo folletinesco, supongo que tiene matices que no he sabido ver.

"En tiempo de prodigios" fue otra recomendación de otra amiga y, supongo que por eso, y porque fue finalista del Planeta, me esperaba mucho más. Una mujer joven, y llena de amargura, va a visitar al abuelo de su amiga que le cuenta una parte de su vida que, hasta entonces, mantenía en secreto. El qué le impulsa a sincerarse es un misterio, al menos para mí, pero esa confesión crea una historia dentro de la historia y es lo que salva el libro, porque los recuerdos del anciano son entretenidos y tienen cierto interés. El problema, o uno de ellos, es que de fondo está la parte de las comeduras de cabeza de la mujer, su evolución, su tristeza, sus inseguridades, el resentimiento hacia los médicos a los que culpa de la muerte de su añorada madre, en un monólogo consigo misma que se hace repetitivo y algo pesado, y que no aporta nada interesante. La voz del narrador, aunque supuestamente sea diferente en ambas partes, no cambia y todo el libro da la impresión de estar escrito en el mismo tono monocorde.

A veces se necesita algo con lo que desconectar. Por desgracia hay una gran cantidad de "literatura" ligera, con muchos bestsellers en sus listas, que no es otra cosa que mala literatura y cuya lectura ni siquiera se disfruta. Por suerte también hay libros olvidados que cumplen con creces esa función de entretener y divertir. "Information Received" (The Bobby Owen Mysteries) de E.R. Punshon es  una estupenda novela policiaca al estilo clásico. El robo de una importante cantidad de bonos y diamantes se comete en la mansión de un millonario de carácter difícil que también es asesinado. Bobby Owens, un policía sin experiencia en estos casos, se encuentra por los alrededores y se ve involucrado en la investigación. Todo resulta muy complicado: un matrimonio secreto, otro concertado, un misterioso merodeador y un invitado que no se presenta. Hay muchas piezas que no terminan de encajar en las distintas hipótesis, o lo hacen en una parte de la teoría pero no en toda. El asunto no acaba ahí pero los nuevos acontecimientos no explican lo sucedido. Es un libro que se lee bien, que engancha, que capítulo a capítulo da una vuelta más de tuerca y mantiene el ritmo y la intriga. Muy recomendable.

Siempre tengo un apartado de literatura infantil, hay una parte de mí que no ha dejado de ser una niña, puede que sea nostalgia pero disfruto como cuando era cría. En esta ocasión la excusa, cómo si la necesitara, fue la visita de nuestro Principito, al que le encantan los cuentos. Como hay que fomentar esas inclinaciones, me entregué a la búsqueda del libro ideal para leerle por las noches. Escogí "El pequeño dragón Coco y sus aventuras" de Ingo Siegner. Creo que acerté, es un libro para leer a los niños sin aburrir a los adultos, muy imaginativo, en el que cada capítulo es una historia que se puede leer de manera independiente y cuyo estilo es sencillo, pero no simple, que los pequeños no son tontos.

"Mountwood School for Ghosts" de Toby Ibbotson es un gran cuento de fantasmas al que no le falta ningún ingrediente, derrocha imaginación y encanto. Como corresponde a un clásico, los malos son muy malos, pero también hay sorpresas y héroes inesperados. En algún momento el ritmo decae pero el desenlace es estupendo.

"The Flying Classroom" de Erich Kastner es una historia sobre un grupo de amigos de un colegio que, además de las asignaturas, aprenden el valor del honor, la amistad, la confianza, el coraje, el respeto y el agradecimiento. Hay encuentros, reencuentros, alegrías y sinsabores. La historia es muy amena y está bien contada, y sin duda resulta un gran libro para cualquier edad.

"The Moomins and the Great Flood", de Tove Jansson, es un cuento infantil muy bonito, uno de esos relatos con las que regresar a la infancia a cualquier edad. Mamá Moomin y su hijito buscan un lugar donde pasar el invierno, porque los Moomins son delicados y no toleran el frío. También quieren encontrar a Papá Moomin que partió en busca de aventuras y no regresó. Se adentran en el bosque, cruzan la montaña, llegan a una playa, hacen un viaje en barco, sufren un diluvio... Los dibujos son una preciosidad, muy sencillos pero llenos de encanto, como el cuento.

Tove Jansson, la autora de los Moomins, es una escritora finlandesa que también escribió algunas novelas de adultos. Después de los Moomins me animé a leer algo más de ella. Uno de sus libros más conocidos es "The Summer Book". En una isla diminuta del golfo de Finlandia es donde pasan sus veranos Sofía y su abuela, rodeadas de mar, algas y un pequeño jardín. La relación entre ambas es especial, comparten una camaradería que va más allá de lo habitual entre abuela y nieta. La abuela suele usar pequeñas tretas, que reflejan una gran sabiduría, para reconducir a la niña; sin embargo, en ocasiones, se enfurruña como si ella también tuviese seis años y, a tenor del resto del relato, esos enfados resultan un tanto chocantes. No es un libro divertido, aunque tenga algún punto de humor en relación con la astucia de la abuela, sí que es bonito, tierno a veces, exasperante otras y, sin ser nada trascendental, se lee con gusto.

"Travelling Light", de la misma autora, es una colección de historias cortas, muy bien escritas, con un trasfondo algo agobiante y bastante inquietantes en general. Con algunas se sufre pero, al estar tan bien escritas, te enganchan. Mi favorita fue la última, sobre dos ancianos que visitan el invernadero del jardín botánico, es la más ligera de todas, con un sutil sentido del humor.  

Ha habido más libros, pero opino que ya me he extendido bastante. Por las fechas decidí ponerme con las Novelas ejemplares de Cervantes pero, al intercalarlas con otras lecturas, aún tengo una buena parte pendientes. Confieso que el castellano del siglo de oro es un tanto trabajoso y me da pereza, además, la pluscuamperfecta gitanilla me resultó de lo más irritante. Otras obras que he leído, y algunas que he dejado, es mejor olvidarlas y no merece la pena comentarlas aquí.

sábado, 23 de abril de 2016

Sueños de hidalgo

Caminamos al borde de un abismo en el que nada señala el límite entre la realidad y el sueño. ¿En qué lado reside la cordura? ¿Es acaso soñar una locura? Si es así, ¿quién no está loco? ¿No sería la vida una aventura?

Yo era tan solo un hidalgo, un simple Alonso Quijano, que quiso vivir las gestas guardadas en los estantes de mi amada biblioteca. Soñé con ser caballero, no por encontrar la gloria sino por la honra de recuperar aquellas viejas memorias. ¿Quién no ha perseguido un sueño?

Cabalgué por los caminos que antaño habían marcado el honor de mis antepasados; un honor que los tiempos han borrado y al que nadie le otorga ya valor.

No hallé premio a mis desvelos, y sí la burla y el desprecio. Luché sin rendirme mas fui en la batalla vencido, o de eso me convencí, poco antes de morir.

Mas ser quien soy era mi sino y, al cincelar mi destino, no fui solo un caballero, sino que me convertí en un sueño.

Mural para el "Día del libro 2016" por Carmen Marcos-Salazar

jueves, 21 de abril de 2016

El héroe

Tenía miedo, un miedo cerval que inmovilizaba mis miembros. Me acurruqué en el suelo, enterrado a medias en el lodo. La oscuridad se cernía sobre mi cuerpo, era una niebla hecha de humo, de pólvora, de sangre, de carne quemada, de muerte. Las balas silbaban y rasgaban el aire a su paso. Con frecuencia ese silbido no se desvanecía sino que se interrumpía de repente, cuando el proyectil encontraba un objetivo en su camino. Posiblemente se tratase de alguien que conocía, algún muchacho que bien podría haber sido yo, y quizá el próximo fuese yo. No quería mirar, aunque tampoco habría visto nada, las lágrimas me cegaban. La tierra temblaba, retumbaba con los disparos de artillería, con el avance de los tanques y los camiones y la vibración de las ametralladoras; se estremecía bajo el golpe de los hombres que se desplomaban sin vida sobre el suelo, uno sobre otro, hechos pedazos. Entre mis brazos sujetaba mi fusil, incapaz de disparar. Hay quien es capaz de apretar el gatillo sin pensar; no es mi caso. Aferraba aquel arma asesina para que la muerte no escapase de su interior. No quería morir pero la idea de tener que matar a otro para sobrevivir me abrumaba. ¿Huir? ¿A dónde? Hay cosas de las que no es posible escapar. Nunca.

Minutos, horas, días, ¿qué más da? El tiempo no transcurre en las batallas, quizá se deba a que se detienen muchas vidas o tal vez sea que, en el infierno, no existe el tiempo. Se olvidan el hambre, la sed, el cansancio, solo perduran el miedo y la locura. No es el valor ni los ideales lo que mantiene en pie a los hombres en medio de la carnicería, sino la locura de la desesperación, una rabia salvaje, una furia irracional y cruel que provoca reacciones cargadas de ensañamiento; la violencia es insaciable, ante tanta atrocidad, la razón no sobrevive. Sigo agazapado sobre la tierra y rezo. Sé que si pierdo la cabeza, no la recuperaré jamás. La muerte tampoco tiene camino de regreso.

La batalla se aleja pero aún no me atrevo a moverme. Todavía resuena su eco en el interior de mis oídos. No sé si es peor el silencio de después, ese silencio sordo en el que el roce de la mejilla sobre la tierra hace que se tensen los músculos de nuevo. Cada crujido de mis huesos al estirarme estalla en el aire. Tan profundo es el silencio que todo el ambiente late al ritmo de mi corazón. Bajo mis botas crepitan fragmentos, casquillos, huesos. El campo está sembrado de cuerpos reventados. Hay árboles arrancados y enormes socavones que servirán de tumbas. Apenas se oye un gemido perdido.

Escucho con atención, retengo mi respiración. Un gemido significa vida. He de encontrar de donde proviene. Espero a que se repita. Nada, no oigo nada. Espero más. No, no te detengas ahora. ¡Por favor!, le suplico, aguanta. Vuelvo a oírlo. ¡Sí! ¡Es ahí! Me dirijo hacia el sonido. Un muchacho respira. Me acerco. Está cubierto de sangre. Se queja al tocarlo, pero no abre los ojos. No le quedan fuerzas. A él no, pero a mí sí, y tendrán que valer para ambos. Hablo en voz alta, para mí, para él, me convenzo de que así le llegan mis palabras. Estoy aquí. Saldremos de esta.

No hay respuesta. No por eso me doy por vencido.

Voy a atarte a mi espalda. Ahora notarás la cuerda, no te asustes. Eso es, pasa los brazos por mi cuello. Deja que te sujete. Ahora las piernas. ¿Estás cómodo? ¿Sí? Así no te caerás. Tranquilo. Te llevaré al hospital. Confía en mí. Te curarás.

Mi compañero no reacciona pero noto su respiración en mi cuello. Su sangre me empapa la ropa. Caminamos por entre los árboles. De vez en cuando he de detenerme para apoyarme en algún tronco, solo me paro un instante para reponerme antes de continuar, no debo perder tiempo, pero tampoco puedo desfallecer. Al principio mis músculos se quejan. Poco a poco se acostumbran a la carga. Hace frío. Las cuerdas se clavan en mi carne pero está tan entumecida que apenas siento el roce. Los restos de humo me irritan los ojos y el olor se mete en mi boca. Tengo nauseas. Es una suerte que mi estómago esté vacío. Aprieto los dientes y sigo.

El bosque se acaba pero no así el camino. Marcho por inercia, un pie delante de otro, con la cabeza inclinada y la mirada fija en el suelo. El aliento del herido me impulsa a seguir. Sé que salvar su vida es lo único que merece la pena, lo único que algún día querré recordar de todo esto, ojalá pudiera olvidar el resto. No miro a mi alrededor, no atiendo a los sonidos que indican que la batalla se ha reanudado en otro punto no muy lejano. Pienso que si la muerte está ocupada en otro sitio, a lo mejor se olvida de mi muchacho. Las botas se fijan al barro y pesan. Hace tiempo que no tengo fuerzas para levantarlas. Las arrastro. Todo se reduce a dar un paso más.

La luz cambia, también lo hacen las sombras. Mis ojos se nublan. Avanzo con los ojos cerrados. Un poco más. Ya no puede quedar mucho. Caigo. Gateo unos metros hasta que me levanto. No estoy dispuesto a ceder, aunque tenga que reptar porque mis piernas se nieguen a sostenernos. Doy otro paso, y otro. Los cuento hasta perder la cuenta. Palpo la tierra con las manos para no tropezar. Voy a tientas pero el caso es llegar, aunque sea a rastras. Me parece oír voces. La mía es ronca, un graznido de ayuda, un grito tan seco y sordo que apenas lo oigo.

Abro los ojos. El sol entra por la ventana. Me sorprende encontrarme en una cama, una de las muchas alineadas en el lateral de una inmensa nave. He soñado que caminaba y que alguien me quitaba la mochila de los hombros. A partir de ahí no recuerdo nada. Me incorporo y miro a mi alrededor. Reconozco al muchacho de la cama de al lado. Está muy pálido pero se ha despertado y me sonríe. Gracias, me dice.

martes, 19 de abril de 2016

Relato familiar

Desde hace muchos años, ni sé cuántos, posiblemente sea algo que venga desde el tiempo de mis abuelos, una vez al año, los tíos y primos de mi madre, por vía paterna, organizan una comida. Comer, además de ser algo que conviene hacer a diario, siempre es una buena excusa para juntarse. Se decide una fecha, un sitio y allí van todos, y ese plan tan sencillo mueve a mucha gente, más de cincuenta, porque, con el tiempo, esa reunión ha pasado a incluir a los hijos y algunos nietos aunque, también con el tiempo, mis tíos-abuelos se han visto forzados a no asistir más que en espíritu. Sin embargo ese espíritu familiar está presente, con toda su fuerza, en cada reunión, aunque este año se ha intensificado aún más gracias al esfuerzo de la Señora, con la colaboración del resto.

¿Cuál ha sido la aportación de la Señora para esta ocasión? Pues nada menos que un libro de relatos familiares ilustrado con viejas fotos, y cuando digo viejas me remonto a la categoría de piezas de museo, con imágenes de mis tatarabuelos del S XIX. Esas fotos tan antiguas tienen algo especial, son una ventana abierta al tiempo, no solo muestran un retrato sino que guardan parte del pasado grabado en el papel, es una sensación extraña que te impulsa a estudiar la imagen casi conteniendo la respiración, como cuando se persigue algo oculto que se quiere evitar que escape.

El libro es una maravilla, la Señora lo ha escrito con cariño, con frases cuidadas y sencillas que mantienen un ritmo constante, sin decaer. Es de esos textos que es un placer leer y al que se le añade el interés de las imágenes. Esa misma noche me entregué a su lectura y disfruté como una enana, no paré hasta que lo terminé y, desde entonces, lo he consultado varias veces. La maquetación la hizo mi primo y es una preciosidad. Para comenzar su crónica, la Señora se ha remontado al pasado, a casi 200 años atrás. De las tierras de Baeza ha viajado a Rus, a Canena, a Linares para llegar a Madrid y regresar a Linares. De los orígenes casi olvidados de su tatarabuelo, pasa a su bisabuelo y de ahí se centra en sus abuelos. En la segunda parte del libro los protagonistas son su propio padre y sus tíos. Ha recopilado las anécdotas que han salido a relucir en las conversaciones familiares de estos años, recuerdos plagados de personajes reales que parecen sacados de una novela, tantos y con tantas historias que incluso resulta difícil seguir el hilo y más aún relacionar los vínculos que los unen entre sí. Ha rellenado los huecos que faltaban gracias a la colaboración y la memoria de sus primos. Hay verdaderas aventuras, como el encuentro de mi bisabuelo con un famoso bandolero en las cuevas de Giribaile (ahora un pantano), donde ambos buscaban refugiarse de la tormenta. Mi relato favorito es el del acto heroico, que tuvo lugar durante la guerra, en el que un compañero rescató a mi tío-abuelo Pepe, herido de un balazo en el abdomen, y cargó con él durante kilómetros hasta llevarle a un hospital. Es entrañable el momento en que mi tatarabuela se hace cargo de una chiquilla melliza para amamantarla junto a mi bisabuela. Son narraciones sin desperdicio; hay pérdidas, dolor, lucha, romances, buenos momentos, apoyo, confianza y mucho cariño, de ese cariño que significa estar allí para contar con uno. Los relatos de esta crónica son un ejemplo de entereza, de actitud positiva ante la vida y de verdadera bondad. Es un orgullo pertenecer a una familia así.

lunes, 11 de abril de 2016

Pequeñas batallas y grandes satisfacciones

Hace unos meses, otro médico me preguntó qué me había impulsado a tratar a los pacientes de Rendu-Osler. La verdad es que hay muchos motivos para hacerlo y no se me ocurre ninguno que justifique no hacerlo. Dentro de ese ninguno se incluyen el miedo y el ahorrarse complicaciones, sinceramente no me parecen razones que un médico pueda esgrimir para no esforzarse ante un enfermo. Los pacientes no escogen sus enfermedades. Si los enfermos no tienen opción, los médicos, cuya finalidad es atenderles, tampoco deberían tenerla. ¿Que el Rendu-Osler es una enfermedad genética, que no se cura y que con la edad empeora y se complica cada vez más? Cierto, pero eso no significa que no haya que intentar mejorar la calidad de vida de los pacientes. Al final el médico nunca gana la guerra pero sí consigue vencer algunas batallas. La medicina tiene sus límites, pero la ciencia no habría avanzado si nadie hubiese intentado ir más allá, hasta donde se consideraba imposible. En este caso no se trata de ir más allá sino de seguir caminos trazados por otros.

No niego que, en algún momento, no haya que echarle valor torero al asunto y atacar sin pensárselo demasiado (las comeduras de cabeza vienen después, y dan muchas, muchísimas vueltas). Sin embargo esto no es nada nuevo para ningún cirujano que ha de tomar decisiones en el momento y atenerse a ellas porque, de actuar de otro modo, se bloquearía. Quizá una hemorragia sea más estresante en la consulta que en el quirófano aunque, en plena crisis, el lugar pasa a formar parte del escenario. El paciente está despierto y consciente y el médico debe mantener su sangre y su cabeza frías en todo momento, sin dar muestras de nerviosismo o inseguridad; el enfermo ya está lo bastante asustado como para notar que el doctor, en el que confía, comparte su temor. No, definitivamente ese tipo de conocimiento no le hace ninguna falta. Esas veces no hay tiempo para pensar, se actúa por impulso, casi por instinto. A posteriori uno se da cuenta de todo lo que podría haber hecho mejor, o de lo que no ha hecho.

Después de leer lo anterior supongo que aún es más difícil comprender el porqué, qué es lo que arrastra a alguien, además del sentido del deber, a meterse en esos berenjenales. Sin embargo, aunque la medicina está llena de riesgos y sinsabores, también es muy satisfactoria. Una de esas grandes satisfacciones la recibí hace unos días, cuando me llegó un mensaje de la Asociación HHT para agradecerme mi labor. No me lo esperaba y me hizo mucha ilusión, me sentí emocionada, abrumada y muy feliz. Llamé al presidente y muchos considerarían nuestra conversación de lo más peculiar. Primero hablamos de los trámites para conseguir la pomada nasal con propanolol que, tras presentar un protocolo y pasar por la comisión, ya está disponible en la farmacia hospitalaria. Luego, a raíz de que quería mandarme un detalle, me comentó que era de Jaén, y eso fue como descubrir a un miembro perdido de la familia (con la puesta al día correspondiente). Esta tarde me han llegado unas botellas de aceite de "Puerta de las Villas" con una pinta buenísima. Un detallazo.

jueves, 7 de abril de 2016

Instrucciones para subir una escalera (de Julio Cortazar)

INSTRUCCIONES PARA SUBIR UNA ESCALERA
(Julio Cortazar)

Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.

Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).

Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.

FIN

PS: En la página de ciudadseva hay otros muchos cuentos de Cortázar y de otros autores. Es muy recomendable. 

miércoles, 6 de abril de 2016

Las dunas del tiempo


La música es la luz de la luna en la lúgubre noche de la vida. Jean Paul Friedrich Richter.

Las dunas avanzan sobre las ruinas. La fina arena, el viento y el tiempo ocultan los restos de una civilización. La naturaleza no necesita luchar para recuperar lo que siempre ha sido suyo. Son sus testigos el mar y el cielo. Se han derrumbado las piedras para volver a la tierra. Tan solo se yerguen las columnas de los templos, se levantan orgullosas, ancladas en el recuerdo de la fuerza de los dioses. Mientras ellas permanezcan, los señores del Olimpo no caerán en el olvido.

Hay un instante en el ocaso en el que el día se transforma en silencio y el silencio suena a música. Tecla a tecla, escalón a escalón, retumban los pasos sobre la escalera que desciende al fondo del océano. Cada ola abre por un instante las compuertas de la ciudad perdida. La luz incide sobre un palacio cubierto de coral. Las sombras se deslizan entre rocas de mármol. En el viento se oye el eco del tiempo. Como un espejismo, la ciudad hundida emerge... y desaparece. Es el último recuerdo de la leyenda sumergida.