Las luces de Navidad ya están en las calles. Eso no significa, ni mucho menos, que me haya sentido impelida, cual posesa, a ir corriendo a contemplarlas. Aunque la decoración navideña es bonita, en ocasiones su exceso es un despropósito, mayor aún cuando hay vecindarios en los que colocan las bombillitas pero no las llegan a encender por motivos de presupuesto. El gasto eléctrico extra conlleva que luego, en un intento de compensarlo, si una sale a la M40 de noche, se encuentra con que aquello está más oscuro que la boca del lobo. Es cierto que no hay demasiada circulación a esas horas, salvo algún desafortunado médico de guardia al que espera un paciente indemorable.
Las luces me indican que sería conveniente adaptar mi guardarropa a la temporada. Pese a exceder habitualmente mi presupuesto dedicado a ropa, no puedo renovar todo mi vestuario en cada estación por lo que no me queda más remedio que resignarme a afrontar el cambio de armario. Quizás esperar a Diciembre para guardar las cosas de verano y sacar las de invierno puede dar la sensación de que soy calurosa y tolero bien el frío. Nada más lejos de la realidad. Soy una gran friolera pero también una gran perezosa. De sólo pensar en todo el trajín que supone esa tarea me entran más escalofríos que por la bajada de las temperaturas. En previsión, siempre dejo unas cuantas cosas de "entretiempo", suficientes como para vestir a una familia numerosa, con las que tirar en el interín.
El gran problema deriva de que me gusta la ropa y me gusta ir de compras. Esa resulta ser una combinación muy peligrosa. Con la frase de "esto es un fondo de armario", mi fondo actual no me permite ni asomarme al frente. Además de protegerme del frío, la exposición y colocación de todo lo guardado me conciencia de la exageración de prendas que poseo, sobre todo en relación al hueco donde debo encajarlas. Eso me sirve para controlar, lástima que sólo transitoriamente, mi compulsión de sustentar con mi economía la del pequeño comercio. Claro que encuentro muchas trabas en el camino a mi curación: descuentos previos a la Navidad, tentaciones mientras busco regalos para la familia y ofertas especiales para clientes de los millones de tiendas en las que figuro como tal.
He logrado terminar con el armario de los "vestidos bonitos", como lo llama nuestra asistenta. Gracias a ella, la leonera de la "habitación para mis cosas" consigue, ocasionalmente, aparentar un mínimo de orden dentro de su caos. Está claro que hoy no es uno de esos días y, la pobre mujer, cuando asome la nariz por allí va a tener que ser atendida por el Dr. House (esta menda habrá huido con la excusa del trabajo). Después, ambos se dedicaran a planear mi asesinato y hacerlo parecer un accidente. Si les descubren, una foto del cuarto en cuestión seguro que es considerada como prueba exculpatoria.
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