Una nueva narración de Billete para dar comienzo a la semana dedicada a sus anécdotas:
"Era un sábado por la noche. La Cucucá se había acostado pronto, pero yo no tenía sueño y me había quedado viendo una película. Serían las 2:30 de la madrugada. Kika también estaba despierta, y entre lección y lección, chateaba con sus amigas más trasnochadoras desde su habitación. Todo estaba tranquilo cuando, de repente, escuchamos unas violentas voces que provenían del parque de abajo. Intrigados, prestamos atención y, disimuladamente, Kika y yo nos asomamos a la ventana.
Descubrimos que eran dos los individuos que mantenían esa acalorada conversación. Debido a su estado de embriaguez, su vocalización dejaba mucho que desear y no se les entendía casi nada. Kika y yo aguzábamos la vista y el oído desde nuestro disimulado escondite, detrás de las plantas del salón. Sin parpadear siquiera, seguíamos atentamente, con un interés no exento de curiosidad, el discurrir de los acontecimientos.
Entre los retazos de conversación que captamos, pudimos descifrar como uno acusaba al otro de haberlo dejado todo por estar con él. Afirmaba que se había gastado hasta el último céntimo y que no le quedaba ni tan siquiera un euro para poder comer algo e irse a dormir. Vimos al otro individuo meterse las manos en los bolsillos y sacar de ellos un fajo de billetes antes de responder: "Si lo que quieres es dinero, tómalo". Le agarró la mano y plantó el taco en ella. El primero, muy ofendido, lo tiró al suelo con rabia.
Kika y yo nos miramos en ese momento. Nos comunicamos con un gesto, sin necesidad de mediar palabra. Ambos nos hacíamos la misma pregunta: ¿recogerán la pasta o se olvidarán de ella? Desde nuestra privilegiada posición continuamos al acecho, tensos e impacientes. Casi saltamos de alegría, y nos falto poco para que nuestro entusiasmo nos delatase cuando, al fin, les vimos alejarse tambaleantes, sin haber resuelto aún su discusión y dejando en el suelo el suculento botín.
Como un resorte, los dos nos levantamos a la vez y, procurando no hacer ningún ruido, nos vestimos por encima del pijama. ¡No se podía dejar ahí toda esa pasta olvidada! ¡Seguro que no iba a durar ahí hasta el día siguiente! Bajamos al parque. Por el camino, entre susurros de emoción, perfilamos nuestro plan. Por supuesto, a esas horas, nada de separarse. Debíamos ir juntos. Las farolas estaban apagadas. Tardamos un poco en acostumbrarnos a la oscuridad y orientarnos en ella. Caminábamos sigilosamente, agarraditos del brazo que nos apretábamos con nerviosismo, muy despacio y con el corazón desbocado. Con un ojo mirábamos el suelo, para no perder de vista la recompensa, y con el otro vigilábamos al par aquel de individuos que todavía deambulaban por el parque. Nos encaminamos hacia el lugar del que parecía provenir la conversación . Según nos acercamos, ¡eureka!, descubrimos el botín abandonado. Me agaché al suelo para cogerlo. Kika, con disimulo, se abrochó el calzado. Una vez el tesoro en nuestro poder, regresamos apresuradamente a nuestra casa.
Al abrir la puerta nos encontramos a la Cucucá. Alarmada, se había despertado al oírnos salir. Desde la ventana había vigilado nuestros movimientos y, extrañada, esperaba oír nuestra explicación sobre aquel paseo intempestivo.
Por supuesto, ante su tercer grado, no tuvimos más remedio que ceder y confesarlo todo. Saqué el dinero y nos dispusimos al reparto del suculento botín: ¡Tanta aventura para 4 míseros billetes de 5 euros. ¡Vaya una mierda!"
"Era un sábado por la noche. La Cucucá se había acostado pronto, pero yo no tenía sueño y me había quedado viendo una película. Serían las 2:30 de la madrugada. Kika también estaba despierta, y entre lección y lección, chateaba con sus amigas más trasnochadoras desde su habitación. Todo estaba tranquilo cuando, de repente, escuchamos unas violentas voces que provenían del parque de abajo. Intrigados, prestamos atención y, disimuladamente, Kika y yo nos asomamos a la ventana.
Descubrimos que eran dos los individuos que mantenían esa acalorada conversación. Debido a su estado de embriaguez, su vocalización dejaba mucho que desear y no se les entendía casi nada. Kika y yo aguzábamos la vista y el oído desde nuestro disimulado escondite, detrás de las plantas del salón. Sin parpadear siquiera, seguíamos atentamente, con un interés no exento de curiosidad, el discurrir de los acontecimientos.
Entre los retazos de conversación que captamos, pudimos descifrar como uno acusaba al otro de haberlo dejado todo por estar con él. Afirmaba que se había gastado hasta el último céntimo y que no le quedaba ni tan siquiera un euro para poder comer algo e irse a dormir. Vimos al otro individuo meterse las manos en los bolsillos y sacar de ellos un fajo de billetes antes de responder: "Si lo que quieres es dinero, tómalo". Le agarró la mano y plantó el taco en ella. El primero, muy ofendido, lo tiró al suelo con rabia.
Kika y yo nos miramos en ese momento. Nos comunicamos con un gesto, sin necesidad de mediar palabra. Ambos nos hacíamos la misma pregunta: ¿recogerán la pasta o se olvidarán de ella? Desde nuestra privilegiada posición continuamos al acecho, tensos e impacientes. Casi saltamos de alegría, y nos falto poco para que nuestro entusiasmo nos delatase cuando, al fin, les vimos alejarse tambaleantes, sin haber resuelto aún su discusión y dejando en el suelo el suculento botín.
Como un resorte, los dos nos levantamos a la vez y, procurando no hacer ningún ruido, nos vestimos por encima del pijama. ¡No se podía dejar ahí toda esa pasta olvidada! ¡Seguro que no iba a durar ahí hasta el día siguiente! Bajamos al parque. Por el camino, entre susurros de emoción, perfilamos nuestro plan. Por supuesto, a esas horas, nada de separarse. Debíamos ir juntos. Las farolas estaban apagadas. Tardamos un poco en acostumbrarnos a la oscuridad y orientarnos en ella. Caminábamos sigilosamente, agarraditos del brazo que nos apretábamos con nerviosismo, muy despacio y con el corazón desbocado. Con un ojo mirábamos el suelo, para no perder de vista la recompensa, y con el otro vigilábamos al par aquel de individuos que todavía deambulaban por el parque. Nos encaminamos hacia el lugar del que parecía provenir la conversación . Según nos acercamos, ¡eureka!, descubrimos el botín abandonado. Me agaché al suelo para cogerlo. Kika, con disimulo, se abrochó el calzado. Una vez el tesoro en nuestro poder, regresamos apresuradamente a nuestra casa.
Al abrir la puerta nos encontramos a la Cucucá. Alarmada, se había despertado al oírnos salir. Desde la ventana había vigilado nuestros movimientos y, extrañada, esperaba oír nuestra explicación sobre aquel paseo intempestivo.
Por supuesto, ante su tercer grado, no tuvimos más remedio que ceder y confesarlo todo. Saqué el dinero y nos dispusimos al reparto del suculento botín: ¡Tanta aventura para 4 míseros billetes de 5 euros. ¡Vaya una mierda!"
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