Me levanto antes de que suene el despertador, me encanta esa hora de antes del amanecer en el que el mundo todavía duerme y los ruidos no lo han sublevado. Es un momento para mí sola, para leer, escribir, pensar y aovillarme en mi enmimismamiento. Es temprano pero no me da pereza, empiezo el día con calma y, aunque no duermo, sueño despierta.
Hablo en sueños y una parte de mí se queda en ellos. Me gusta sentir que está ahí, que volverá mientras duermo. Si se acerca durante el día, recuerdo mi sueño aunque también, a veces, permanece lejos y busca otra noche para regresar y contarme un poco más.
Leo palabras recogidas en papel que dormitan en silencio mientras esperan transformarse de nuevo. Escribo sueños para soñar, y para que otros sueñen. Dormidos, despiertos, qué más da, el caso es soñar. Dejar que la mente se pierda por los senderos de la imaginación y descubra lo que se oculta en ellos. Diversión, romance, felicidad, nostalgia, fantasía, unos sueños aguardan, otros te envuelven y te atrapan, los hay efímeros como suspiros, imposibles de agarrar, y hay otros que dejan marca.
Vivimos mientras soñamos, una vida más, que, cuando emerge, domina la realidad. ¿Es la vida un sueño o sólo parte de él?
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