sábado, 29 de octubre de 2011

The Saturday Evening Post



Esta mañana había quedado con mi amiga de Suecia para desayunar. El plan era a las 9 de la mañana en el VIPS. Lógicamente sin el Dr. House que, cuando escuchó ayer la hora de nuestra cita me aclaró, innecesariamente, que él no deseaba despertarse a las 8. Sin romper mi rutina semanal he amanecido poco antes de las 7 y me he ido al salón a leer. Soy de las que desayuna según se levanta pero hoy me ha tocado aguantarme el hambre hasta las 9, lo que no ha resultado fácil. He engañado el estómago con una infusión y la cabeza con el libro.


A las 8 y media he salido de casa para encadenar mis distintos planes. Primero coger fuerzas y recuperar glucemias en el VIPS con puesta al día de desventuras suecas y sucesivos viajes, con mudanza incluida, acarreando a dos peques de 3 y 1 año respectivamente. Experiencia poco atractiva en su concepto y nada recomendable en su realización. Si además se junta con marido en Alemania y expediciones entre los dos países con los churumbeles y el equipaje que suponen, la situación puede llegar a ser insostenible salvo que se tenga más paciencia que un santo (virtud de la que hace gala mi amiga). El simple paso por el aeropuerto para esta visita tampoco estuvo exenta de incidencias. Hacer el check-in en las dichosas maquinitas con un ojo en los críos supuso que escogiese, sin darse cuenta, el asiento que le asignaban por defecto, en la última fila del aparato. No dejar al pequeño dormir la siesta con la esperanza de cansarle y que durmiese en el vuelo motivó que tuviese que recorrer el pasillo con el chiquillo en brazos llorando y chillando a pleno pulmón. Las comprensivas miradas de dicha del resto del pasaje le hicieron desear que se abriese la tierra en su trayecto y, la del agraciado en el sorteo de los asientos con uno al lado de mi amiga y de su familia y, que al verla, seguramente se acordó también del resto, cambiaron esa idea por la de poseer el don de la invisibilidad. Afortunadamente la estrategia funcionó y los niños durmieron como benditos durante 3 horas lo que le permitió poder mantener una buena conversación con su vecino (tiene facilidad de palabra y don de lenguas, aunque lo de esto último se explica fácilmente por la práctica intensiva que hace del lenguaje).

Nos hemos puesto tibias en el desayuno y, después de su respiro conmigo, no le ha quedado más remedio que regresar junto a sus hijos a cumplir con sus deberes maternales. Yo, en cambio, me he dedicado a representar el papel de nieta favorita, eso sí, previo paso por las Rozas Village para ojear el muestrario de Castañer. No quería perderme la ocasión pese al panorama de otras veces en el que un ejercito de mujeres asediaba la tienda por conseguir unos zapatos a 50 euros. Pese a no estar hasta los topes como en anteriores ocasiones, en estas situaciones conviene actuar con rapidez. He arramblado con los pares que me han llamado la atención con la velocidad de un buen prestidigitador. A continuación he buscado un rincón en el que sentarme a probármelos con tranquilidad. Pese a la explosiva combinación de mujeres y zapatos no ha habido lucha a muerte entre las pretendientes al mismo par. Una de las razones para evitar la violencia es que, con el pie pequeño no se puede patear con fuerza ningún trasero, sin contar con que además se puede estropear el calzado. Por ello el truco estriba en la rapidez de detectar y hacerse con lo que se quiere. Es cuestión de práctica, la primera vez te quitan todos, en la segunda estás sobre aviso y, en la tercera, te conviertes en una experta. Había cosas chulas pero he conseguido resistirme y me he ido sin comprar (no os preocupéis, no tengo fiebre ni me encuentro mal). La razón de mi contención ha sido que no sé cómo apañármelas para guardar los que ya tengo, lo que no es un problema sencillo, en absoluto. Al menos me he regalado la vista y me he probado los que me ha apetecido, lo que también tiene su encanto. Seguro que, a lo largo del invierno, me acordaré varias veces de ellos y pensaré en lo bien que me vendrían las botas azules o los salones burdeos. Para entonces será tarde para rectificar.

Con el ánimo levantado tras la terapia del calzado, me he ido a la residencia. Mi abuela estaba desanimada y aburrida, aunque la hora de visita con un poco de charla se ha pasado volando y se ha quedado más contenta. Lástima que no sepa moverse por Internet o sería mi lectora más asidua del blog.
He llegado a casa a las 2, lista para empezar a preparar la comida con salmón y crackers suecos incluidos (buenísimos). Un poco de descanso en la sobremesa para recuperarme del trajín matutino y una salida al mercado para compras de última hora. Ni que decir tiene que estaba mucho peor que las Rozas Village. Esta vez sí que no me ha quedado más remedio que abrirme paso a codazos.

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