Esta mañana había quedado con mi amiga de Suecia para desayunar. El plan era a las 9 de la mañana en el VIPS. Lógicamente sin el Dr. House que, cuando escuchó ayer la hora de nuestra cita me aclaró, innecesariamente, que él no deseaba despertarse a las 8. Sin romper mi rutina semanal he amanecido poco antes de las 7 y me he ido al salón a leer. Soy de las que desayuna según se levanta pero hoy me ha tocado aguantarme el hambre hasta las 9, lo que no ha resultado fácil. He engañado el estómago con una infusión y la cabeza con el libro.
A las 8 y media he salido de casa para encadenar mis distintos planes. Primero coger fuerzas y recuperar glucemias en el VIPS con puesta al día de desventuras suecas y sucesivos viajes, con mudanza incluida, acarreando a dos peques de 3 y 1 año respectivamente. Experiencia poco atractiva en su concepto y nada recomendable en su realización. Si además se junta con marido en Alemania y expediciones entre los dos países con los churumbeles y el equipaje que suponen, la situación puede llegar a ser insostenible salvo que se tenga más paciencia que un santo (virtud de la que hace gala mi amiga). El simple paso por el aeropuerto para esta visita tampoco estuvo exenta de incidencias. Hacer el check-in en las dichosas maquinitas con un ojo en los críos supuso que escogiese, sin darse cuenta, el asiento que le asignaban por defecto, en la última fila del aparato. No dejar al pequeño dormir la siesta con la esperanza de cansarle y que durmiese en el vuelo motivó que tuviese que recorrer el pasillo con el chiquillo en brazos llorando y chillando a pleno pulmón. Las comprensivas miradas de dicha del resto del pasaje le hicieron desear que se abriese la tierra en su trayecto y, la del agraciado en el sorteo de los asientos con uno al lado de mi amiga y de su familia y, que al verla, seguramente se acordó también del resto, cambiaron esa idea por la de poseer el don de la invisibilidad. Afortunadamente la estrategia funcionó y los niños durmieron como benditos durante 3 horas lo que le permitió poder mantener una buena conversación con su vecino (tiene facilidad de palabra y don de lenguas, aunque lo de esto último se explica fácilmente por la práctica intensiva que hace del lenguaje).
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Con el ánimo levantado tras la terapia del calzado, me he ido a la residencia. Mi abuela estaba desanimada y aburrida, aunque la hora de visita con un poco de charla se ha pasado volando y se ha quedado más contenta. Lástima que no sepa moverse por Internet o sería mi lectora más asidua del blog.
He llegado a casa a las 2, lista para empezar a preparar la comida con salmón y crackers suecos incluidos (buenísimos). Un poco de descanso en la sobremesa para recuperarme del trajín matutino y una salida al mercado para compras de última hora. Ni que decir tiene que estaba mucho peor que las Rozas Village. Esta vez sí que no me ha quedado más remedio que abrirme paso a codazos.
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