viernes, 13 de diciembre de 2013

Claridad

Puedo ser irónica y puedo ser sarcástica pero, aunque lo pretenda, lo que no puedo ser es sutil. Decir las cosas con tacto tiene sus ventajas y también sus inconvenientes. La principal pega que le veo es que, cuando se suavizan las palabras, o se utilizan circunloquios y parábolas para explicarlas, lo que generalmente se consigue es que el interlocutor se pierda y no capte el quid de la cuestión. Como dice el refrán: las cosas claras y el chocolate espeso (que además de negro y amargo es como lo prefiero) En mi opinión es mejor ser directo, aunque esto no siempre sea fácil, ni popular.

La ironía y el sarcasmo permiten afrontar con humor algunas situaciones e incluso transformar en ridículo lo desagradable. Es fundamental saber reírse de uno mismo ya que se suele ser el protagonista de la mayoría de las anécdotas y, de este modo, el bochorno asociado a estas es más llevadero. No hay que pecar de estúpido orgullo y de amor propio mal entendido, lo que desemboca en un bucle de rencor que mina la vida del que lo sufre. Tomarse las cosas a la tremenda no las mejora. Contemplarlas desde otra perspectiva sí que suele hacerlo. Lógicamente no todas las circunstancias difíciles son susceptibles de ser transformadas en episodios cómicos. Por desgracia, en algunas, el motivo subyacente o bien no tiene remedio, o bien su gravedad no permite aplicar este tratamiento.

Una máxima fundamental es que siempre hay que tener en cuenta las formas. Un estilo imperativo es sólo aconsejable con los animales que sólo comprenden ordenes cortas, simples y firmes. Sin embargo, su uso en los seres racionales (por pocas muestras que den de esa cualidad) generará una actitud de rechazo inmediata y debe ser evitado so pena de obtener el efecto contrario al deseado. Hay que ser sincero sí, pero con cortesía. Si es imposible mantener una conversación civilizada con la otra parte, y se corre el riesgo de perder los papeles, es una muestra de inteligencia no profundizar más en el tema conflictivo (la mayoría no son más que ridículas nimiedades). Las opciones pasan a ser las de: o bien actuar en el asunto según las propias convicciones, lo que con o sin discusión es lo que suele suceder en la mayoría de los casos, o bien abandonarlo si no es posible llevarlo a cabo sin el consentimiento del contrario.

Hay que aprender a escoger las batallas y minimizar su número y duración. En el caso de que el asunto en cuestión requiera medidas desesperadas con urgencia, no queda más remedio que ser tajante y  proceder de forma consecuente con la decisión tomada. En una situación así es absurdo el prolongar discusiones estúpidas. Nada como un buen argumento, que no admita réplica (afortunadamente en medicina esos argumentos existen y resultan muy útiles a la hora de zanjar mezquinos debates basados en protocolos cuadriculados, a veces tan rígidos que ni siquiera el sentido común es capaz de flexibilizarlos). Si algo debe hacerse, lo único importante es hacerlo cuanto antes. Eso sí, en una muestra de civismo, la opinión personal sobre los debatientes es mejor guardársela para uno, aunque eso suponga un gran esfuerzo.

La sutileza implica diplomacia, rasgo del que por desgracia carezco. Sin embargo la ironía y el sarcasmo se benefician de la ausencia de esta cualidad, así como de un punto de exageración. Decir las cosas a medias implica callar algunos elementos de las mismas y puede ser motivo de malentendidos por omisión. Es la verdad, pero no toda la verdad, ni nada más que la verdad. Los adornos que matizan la realidad pueden llevar a engaño e incluso provocar que se tergiversen las conclusiones. Expresarse simultáneamente con claridad y tacto es facultad de unos pocos privilegiados.

El lenguaje es preciso en vocabulario, forma y estilo, y su dominio permite manifestar hechos e ideas con fidelidad, al tiempo que se obvian palabras tabú. No obstante, se corre el riesgo de que el interlocutor no comprenda el significado de todos los términos empleados y no capte la intención del discurso. Ante la duda, mejor no dar lugar a ella.


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