domingo, 8 de diciembre de 2013

Horticultura con el Sr. Carroll

De nuevo estaba ante la puerta del Sr. Carroll. A ninguna otra alumna se la requería tantas veces a ese despacho como a ella. Pasaba allí más tiempo que en su propia habitación. Cualquiera pensaría que eran grandes amigos. Por desgracia se equivocaría. El profesor nunca se mostraba feliz al verla.

¿Qué había hecho esta vez? Tan sólo había intentado recuperar la confianza del Sr. Conejo. Desde su última desventura el animal se mostraba reacio a acercarse a ella. Le dolía su falta de agradecimiento después de todos sus desvelos para devolverle a su estado original. No era el único. Todos la culpaban de aquel incidente en lugar de reconocer su valor y el mérito de su hazaña.

Las clases de ciencias ya no se impartían en el laboratorio. El aula había sido clausurada, declarada siniestro total. El Sr. Carroll cambió la química por la biología y ahora salían al campo a estudiar la vida en las charcas y a recoger ejemplares de plantas para el invernadero. Al principio la jardinería le había resultado frustrante, todas sus macetas perecían en un par de días mientras que las del resto crecían y florecían. No lo comprendía. Estaba constantemente pendiente de ellas: las podaba, trasplantaba y regaba varias veces al día. Nadie más se desvivía tanto y, a pesar de ello, sólo las suyas morían. Así, nunca terminaría el proyecto.

Menos mal que encontró un hierbajo medio reseco en un tiesto del invernadero. Era tan feo que al pobre nadie le hacía caso y, en un ataque de compasión, decidió adoptarlo. Sustituyó con él a los vegetales muertos. Sin duda estaba necesitado de cuidados. Le buscó un rincón soleado y solitario, en el que estuviese tranquilo, sin soportar críticas por su lamentable aspecto. Enseguida comprobó que era justo el espécimen adecuado para ella.

Su protegida respondió agradecida a sus atenciones. El agua irguió su tallo y sus hojas adquirieron un aspecto carnoso de un color verde brillante de lo más atractivo. Adaptó su tamaño al de sus nuevas macetas y hasta tuvo que buscarle una parcela para que creciese a sus anchas. Sin duda le gustó su nueva ubicación y para demostrarlo, floreció. Se limitó a dar una única flor: grande, con forma de copa y de un luminoso color rojo. Los insectos se volvían locos al verla y revoloteaban desesperados a su alrededor. ¿Y si tanto bicho la perjudicaba? Afortunadamente la planta era de lo más tolerante y se amoldó a tantos moscones, incluso jugaba con ellos y abría sus hojas para que se resguardasen en su interior. Era tan hospitalaria que ninguno salía de allí.

Una mata tan gentil seguro que la reconciliaría con el Sr. Conejo. ¿Quién no sucumbiría a su encanto? Tendría que encontrar un momento en el que todos estuviesen despistados para presentarlos. Esa era la parte más difícil: ¿cuándo?

Descartó las horas de clase y las comidas, notarían su falta. Necesitaba algún evento que se saliese de la rutina. Se acercaban las vacaciones y no disponía de mucho tiempo. No le apetecía marcharse sin hacer antes las paces con la mascota. El final de curso era un caos y, para rematar aquel trajín, la Reina se presentaría cualquier tarde a tomar el té en el jardín. Su visita intempestiva descuajeringaba los horarios de todos, incluidos los del Sr. Conejo, ya que a la Reina no le gustaban los animales y había que ocultarlo. Aprovecharía entonces para llevar a cabo su plan.

La Reina aún tardó un par de semanas en acudir a su cita. Cada tarde se preparaban y ensayaban: repasaban el protocolo a seguir y tomaban té y tarta de no-cumpleaños. El tiempo no pasaba en balde en el interior del invernadero. La planta crecía por días y era el orgullo de su dueña. Un orgullo un tanto frustrante porque no se la había mostrado a nadie. No es que no lo hubiese intentado, pero la habían rechazado. Sinceramente no les culpaba.

A pesar de los ensayos, se organizó el jaleo habitual de cada visita real. Contentar a Su Majestad no era una tarea sencilla, siempre encontraba algún motivo de queja: el té flojo, el té fuerte, en ambos casos nunca estaba lo suficientemente caliente, los terrones de azúcar eran irregulares, los emparedados finos, faltaba la tarta de su sabor favorito, que había cambiado desde el día anterior. Ni tan siquiera el sol brillaba a su gusto.

Entre todo ese ajetreo nadie se dio cuenta de su desaparición. No tuvo problemas para hacerse con la jaula del Sr. Conejo, abandonado en una de las aulas. El animal no se alegró al verla pero era porque ignoraba la sorpresa que le esperaba. Se escabulló con él al invernadero.

La planta se mostró encantada. No sucedió lo mismo con el desagradecido bicho que gritaba en el interior de su jaula con el pelaje erizado y se negaba a salir. Le costó Dios y ayuda sacarlo de allí. La mata inclinó su hermosa flor y acercó sus hojas dispuesta a darle un abrazo. ¿Se podía ser más amigable? Pues a pesar de aquel gesto el conejo luchaba por alejarse. ¡Qué huraño! Lo acercó un poco más y el animal saltó de sus brazos y huyó despavorido. El muy tonto no tuvo mejor idea que salir al jardín. Tenía que atraparle antes de que la Reina lo descubriese.

¡Qué suerte! La planta estaba dispuesta a ayudarla. Inclinó su tallo y reptó por el suelo estirando sus ramas. ¡Qué lista era! ¡No había otra como ella! Salieron juntas en persecución del Sr. Conejo que corría como alma que lleva el diablo directo hacia la Reina. ¡No llegarían a tiempo para evitarlo! La planta la adelantó en la carrera y el fugitivo aceleró. No lograron alcanzarlo antes de que se abalanzase sobre la mesa. No la derribó de milagro. No se quedó a contemplar los daños sino que siguió sin mirar atrás. Las consideradas ramas sí que se detuvieron sobre el mantel. Después del ejercicio debía de estar hambrienta porque la comida desapareció entre las hojas sin miramientos al protocolo. La Reina se levantó indignada y estiró el brazo dispuesta a abofetear a aquel vegetal tan descarado. La mata interpretó aquello como un gesto de amistad y se inclinó con cortesía para devolverle el abrazo. Quizá se dejó llevar por su entusiasmo y apretó demasiado a la soberana. Sólo devolvió la corona, no hacerlo equivaldría a traición.

Miró al Sr. Carroll cuando terminó su sincera explicación. Como única respuesta el profesor le entregó un sobre con el membrete real. Una escueta nota, escrita de puño y letra por el mismísimo Rey, le otorgaba un sobresaliente en botánica y le prohibía el cultivo de cualquier planta.

3 comentarios:

amigademadre dijo...

Gracias por recordarme a Alicia. Me encata su País de las Maravillas.
El cuento es precioso, uno de los que más ha gustado de los que he leido.
No me llamo Concah, ni Inma, ni cosa parecida, pero ... recuerdo con cierta nostalgía que cuando era hija hoy se celebraba también el día de la MADRE. Así que me adjudico la felititación como madre y como amigademadre.

Ahiara dijo...

Gracias guapísima por acordarte siempre de mi, un cuento precioso para un día especial.
Un beso
Inma

Yo misma dijo...

Gracias! Nunca había tenido una felicitación cuento! Besos