Las noches de luna llena, cuando el mundo duerme en calma, el océano se transforma en un espejo, oscuro como el azogue, en el que la Dama de la Luna baja a contemplarse. Al agitar la superficie se levanta la brisa, el reflejo se rompe y las ondas se confunden al llegar a la frontera entre el océano y la orilla. Esas noches las sirenas nadan hasta la costa.
Las sirenas son el mar, son su espuma, sus remolinos, su rugido, su silencio y sus misterios. Figuras que surgen del océano y de la fuerza del viento, juegos de sombra y de luz, brillos irisados sobre fondos de arena. Hablan con su lenguaje de sonidos dulces, de ritmos cadenciosos y de vibrantes ecos. Conocen todos sus secretos: los tesoros hundidos en sus profundidades, la vida que late entre las rocas. Comparten con el mar su memoria, no tienen recuerdos propios. Ven y olvidan, su memoria pérdida en la inmensidad del agua. Su vida eterna e inmortal transcurre en un presente efímero, fugaz, sin conocer otro pasado que el de las leyendas del océano.
Mientras las sirenas se asoman a la playa, la Dama de las Aguas asciende hasta encontrar la figura de su hermana sentada en el borde de la laguna remansada. Se funden la luz de plata con la sal del agua. La brisa levanta gotas blancas. La luna se cubre de nácar. El agua y el aire se unen. Al amanecer el sol marca la huella del mar, las sirenas dejan atrás la arena para retornar a su hogar.
Existen hombres que distinguen la silueta de la Dama de la Luna en las noches claras de plenilunio. Sueñan con recorrer sus sendas de luz, navegar sobre su estela. Sin embargo sus cuerpos densos se interponen en su camino y abren ante ellos un abismo de oscuridad sólida que bloquea su avance. Sus pasos se detienen, sus brazos se alargan, sus voces se elevan en silencio, hacia el cielo, mientras sus miradas viajan detrás de los rayos hasta extraviarse en el halo del astro.
Algunos de esos hombres escuchan también la llamada del mar. Comprenden el lenguaje escondido entre el ruido de las olas y, en las noches de calma chicha, perciben la voz profunda del eco de sus historias. Un eco que resuena en su garganta y sale en forma de aullido, el lamento del lobo de mar. A veces, sólo a veces, la luna responde a su grito y les muestra una esfera de luz en el lecho del agua.
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