Además del trajín hospitalario de costumbre, esta semana hemos tenido, ¡al fin!, la cena de despedida de nuestra compi que ha decidido emigrar. Eso sí, el evento ha tenido lugar en esta ocasión sin la asistencia de las auxiliares. Salvo una, la más discreta y esta casi por pura casualidad, ninguna más se enteró de los planes. Como todo se organizó en mi semana de vacaciones no soy responsable, en absoluto, de ese lapsus informativo. De todos modos mejor así, porque con lo quemada que he terminado al respecto de las comidas "oficiales" podría haber desencadenado algún tipo de conflicto. Esta vez no estaba dispuesta a realizar ninguna concesión a la vía diplomática, sino a exponer una política de hechos consumados de "esto es lo que hay, y el que quiera que se apunte y el que no que se calle". Creo que las vacaciones no sirvieron para calmar mis ánimos pero, después de tener a los obreros en casa buscando la Capilla Sixtina en mi cocina, tampoco es de extrañar.
El caso es que, sin la presencia ni la opinión de las auxiliares, nos fuimos a cenar al Reservado de Decuatro. Es un sitio muy pequeño, que se llama El Reservado precisamente porque lo reservan sólo para un grupo (que suele oscilar habitualmente entre 8 y 20 personas). Está decorado como si fuese un salón-comedor de una casa, muy acogedor, íntimo y cómodo. Puedes elegir entre el menú reducido: entrante, a escoger 2 primeros, 2 segundos y 2 postres (cambian por mes), u optar por el menú degustación, donde no escoges sino que te traen una media ración de cada uno de los platos. Esto es lo que hicimos y aquí va un resumen de lo que tomamos. De entrantes: canapés de hummus, empanadilla criolla, brocheta con soja y guacamole. De primer plato gazpacho y tallarines con gambas (los tallarines en sí no tenían más gracia que las gambas, que eran realmente muy buenas), seguido de plato principal por tataki de atún (perfecto) y solomillo ibérico con torta del Casar. Postre (lo mejor junto con el tataki): semifredo de queso (lo llamaban tarta, pero en realidad era sólo la crema) con frambuesas y semifredo de chocolate (este se supone que era un pastel, pero idem de lo mismo) con helado de pistacho.
Entre retrasos de llegadas, charlas y comida salimos tardísimo. Para colmo el viernes me tocaba consulta sobrecargada de revisiones. En la sesión previa estuve a punto de abrirme las venas, porque lo de concretar e ir al grano no es algo que forme parte de la practica habitual, sino que parece mejor idea que todo el mundo exprese su opinión antes de tomar una decisión, cuando se alcanza, lo que, en ocasiones, puede resultar desesperante, sobre todo cuando ya se llega tarde a la consulta y se es algo obsesivo con la puntualidad.
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