Hoy vamos a ir a ver la exposición de Antonio López en el Thyssen, lo que me ha traído a la memoria la exposición de Ghirlandaio de hace un año, también en el Thyssen. He decidido que es un buen tema y un momento adecuado para transcribir las impresiones que me causó entonces. Ni que decir tiene que me encantó. Eso es quedarme corta, la realidad es que me resultó no sólo inolvidable sino también terapéutico. No se precisan Reiki y chacras, con un poco de arte, la mente y el cuerpo se reequilibran. También escribir relaja aunque el cursor de este ordenador no ayuda, salta de vez en cuando, sin venir a cuento, simplemente porque le da la gana explorar otra parte de la página. Se coloca en cualquier lugar del texto. Si os encontráis palabras extrañas es precisamente porque me la ha hecho y no he sido capaz de encontrarlo y corregirlo. Ya lo he avisado. Sigamos con la exposición, un tema más agradable y relajante que la irritante idiosincrasia del ordenador.
Aquel día no me levanté con mucho ánimo para irme a ver nada. Era uno de esos días en que lo mejor que se puede hacer conmigo es dejarme sola un rato. Vino la asistenta y tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no decirle a la pobre que me dejase tranquila. A fin de cuentas ella no tenía la culpa si yo andaba con el colmillo retorcido esa mañana. Para colmo, gracias a la obra de casa, se había estropeado algo del agua y cortaron el agua caliente. Por desgracia me di cuenta una vez dentro de la ducha y, aunque se supone que el agua fría puede ayudar a calmar los nervios, confieso que no me sentó muy bien. Tenía que salir de casa a echar un poco de humo por ahí.
Meterme en el Metro tampoco me apetecía demasiado, no es el lugar más sedante que conozco. Pero entre las escaleras por un lado, que si viene el metro, que si corre que la puerta está abierta, y tras un rato lectura, al salir ya tenía decidido irme a ver la exposición.
Aunque no había cola (no sé que habría hecho si llega a haberla), mi visita no comenzó con buenos augurios: en la taquilla se quedaron sin entradas en la impresora y tuvieron que ir a por un nuevo taco, desmontar y montar el aparato y realizar las impresiones de prueba correspondientes. Afortunadamente la chica era competente y ella sola se lo guisó y comió, sin tener que solicitarle ayuda al de al lado, como suele ocurrir cuando pasa esto en el Alcampo, tras esperar un cuarto de hora de cola más un extra en la caja cuando no pasa un determinado artículo y hay que llamar al encargado para que lo verifique. Más vale que sea de primera necesidad o ahí se queda.
¡Viva el Renacimiento! Tendrían que patentarlo como terapia, visitas privadas para los pacientes psiquiátricos, básicamente neuróticos, claro. Es tan bonito, equilibrado y sereno que casi inmediatamente me mejoró el humor. La exposición estaba muy bien planteada: una primera sala sobre Florencia en la época (finales de 1400-ppos de 1500), con un plano muy bonito de la ciudad; la segunda y la tercera sala dedicadas al retrato renacentista y a su evolución, centrado lógicamente en el papel de Ghirlandaio en este tema. Realmente me sorprendió. Desde el primer retrato (simplemente en tinta), me llamó la atención su capacidad para captar la expresión y transmitirla. Muchos pintores renacentistas, tan preocupados por el equilibrio y las proporciones, se quedan un poco fríos en ese sentido, como quedaba patente en otros retratos de la exposición, que no llegaban a la altura de los de Ghirlandaio en ese aspecto, ni siquiera el mismísimo Botticelli.
El retrato de Giovanna degli Albizzi Tornabouoni, sobre el que se centraba la exposición, al haber sido restaurado recientemente, me pareció maravilloso. La pintura despierta sensaciones inimaginables que no logran reproducir las copias de promoción de la exposición. El retrato transmitía una inmensa paz, era tan hermoso que emocionaba hasta poner la piel de gallina. Te hace desear quedarte a mirarlo embelesada durante horas, si es que el resto del público lo permitiese (es normal que sea el que atraiga más gente a su alrededor, porque es verdaderamente impresionante ¿veis cómo me cambió la mentalidad? ¡si hasta disculpé a las masas!). Según paseaba por el resto de la exposición, regresé varias veces a la sala a contemplarlo.
Las siguientes dos salas estaban dedicadas a la "boda aristocrática": cuadros que se hicieron ex profeso para decorar el palacio del matrimonio. Entre estos había una Adoración de los Reyes, también de Ghirlandaio, con una perspectiva y una profundidad que te transportaban hasta el interior de la escena. Había dos salas dedicadas a la iconografía sacra que incluían unos libros de horas de las Medicis. Cada página era una obra de arte en miniatura. También había varios retratos de Virgen con Niño: uno muy bonito de Lippi y otro de Ghirlandaio en el que la Virgen miraba al Niño con gesto de ¡a ver qué vas a hacer! y que es una preciosa muestra de la humanización del Renacimiento. Me encantó una talla de madera y estuco en la que la madre abrazaba al niño con la misma ternura que lo haría una de carne y hueso.
En la última sala hacían un análisis científico del retrato de Giovanna: las proporciones geométricamente perfectas del Renacimiento, un estudio por Rayos X e infrarrojos, el análisis de las pinturas (describiendo los materiales utilizados para los distintos tonos) y de las pinceladas. Muy interesante.
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