En un alarde de lucidez, es raro mantener la mente clara tras un golpe de esa magnitud, aunque algunos es lo que necesitarían para espabilar, me recalcó el hecho de ser varón. Por esa razón resultaba más que recomendable el tratarle con delicadeza so pena de que se marease. Lo del sexo débil es una entelequia que sólo se creen los hombres y que las mujeres aprovechamos en nuestro beneficio para no tener que mover los muebles en casa. En lo que se refiere a las curas de cirugía nasal, las féminas son indudablemente más resistentes. Ellas no se marean mientras que ellos acaban todos en la camilla con la enfermera abanicándole con la carpeta de la historia. Los que entran en plan macho ibérico asegurando que no se han mareado en la vida, son los que menos resisten.
Claro que, cuando ha advertido la aguja con la que pretendía infiltrarle la anestesia, el herido casi se va de nuevo al suelo. Entre los recortes presupuestarios y los dispositivos de seguridad con la que vienen ahora los Abocaths para evitar contagios, no disponemos de agujas largas para utilizar en este tipo de situaciones y nos tenemos que apañar con las de punción lumbar que, aunque finas, tienen unos 10 cm de longitud, por lo que es frecuente que el paciente se sienta "ligeramente" impresionado al verlas.
La maniobra de reducción de huesos propios dista mucho de ser agradable. Una cosa es operar a un paciente con anestesia general y dar martillazos a gusto para recolocarle el tabique y, otra muy distinta, mover los huesos bajo el efecto de un poco de infiltración y unos algodones. Para colmo, ha sido trabajoso. Sin embargo y, con gran mérito por su parte, no ha emitido ni un sólo quejido. Lo que no aguante un residente entra dentro de la categoría de torturas de guerra. Como muestra de recochineo de la dichosa ley de Murphy, el accidentado entraba hoy de guardia. Con taponamiento y escayola nasal incluida, rodilla contusionada y muñeca dolorida, pretendía cumplir con su deber. Ni que decir tiene que, según ha salido de la consulta para que le mirasen en urgencias y le hiciesen unas radiografías, me he ido a hablar con los de su servicio para que se lo impidieran y le mandasen a descansar a casa hasta que se recuperase.
La dedicación de los residentes a los enfermos es comparable en ocasiones a la de Teresa de Calcuta: se trabaja sin dormir, con fiebre, se ofrece uno a coger el busca (aún no se le ha cogido tirria al inoportuno aparato), se come en el hospital hasta destrozarse el estómago, en las tardes uno busca qué investigar, revisar y estudiar hasta que cierran la biblioteca o el laboratorio y, en resumidas cuentas, se vive por y para el hospital. Afortunadamente, con el tiempo, uno vuelve a disfrutar de otras facetas de la vida, aunque en eso influye mucho la disminución de la resistencia física al cumplir años.
Claro que, cuando ha advertido la aguja con la que pretendía infiltrarle la anestesia, el herido casi se va de nuevo al suelo. Entre los recortes presupuestarios y los dispositivos de seguridad con la que vienen ahora los Abocaths para evitar contagios, no disponemos de agujas largas para utilizar en este tipo de situaciones y nos tenemos que apañar con las de punción lumbar que, aunque finas, tienen unos 10 cm de longitud, por lo que es frecuente que el paciente se sienta "ligeramente" impresionado al verlas.
La maniobra de reducción de huesos propios dista mucho de ser agradable. Una cosa es operar a un paciente con anestesia general y dar martillazos a gusto para recolocarle el tabique y, otra muy distinta, mover los huesos bajo el efecto de un poco de infiltración y unos algodones. Para colmo, ha sido trabajoso. Sin embargo y, con gran mérito por su parte, no ha emitido ni un sólo quejido. Lo que no aguante un residente entra dentro de la categoría de torturas de guerra. Como muestra de recochineo de la dichosa ley de Murphy, el accidentado entraba hoy de guardia. Con taponamiento y escayola nasal incluida, rodilla contusionada y muñeca dolorida, pretendía cumplir con su deber. Ni que decir tiene que, según ha salido de la consulta para que le mirasen en urgencias y le hiciesen unas radiografías, me he ido a hablar con los de su servicio para que se lo impidieran y le mandasen a descansar a casa hasta que se recuperase.
La dedicación de los residentes a los enfermos es comparable en ocasiones a la de Teresa de Calcuta: se trabaja sin dormir, con fiebre, se ofrece uno a coger el busca (aún no se le ha cogido tirria al inoportuno aparato), se come en el hospital hasta destrozarse el estómago, en las tardes uno busca qué investigar, revisar y estudiar hasta que cierran la biblioteca o el laboratorio y, en resumidas cuentas, se vive por y para el hospital. Afortunadamente, con el tiempo, uno vuelve a disfrutar de otras facetas de la vida, aunque en eso influye mucho la disminución de la resistencia física al cumplir años.
4 comentarios:
Muy bueno, pobre residente pero el relato es muy elocuente y divertido.
Como aludido me ha gustado mucho la entrada. En mi descargo sólo he de puntualizar que no me mareé al ver la aguja de PL... aunque sí me agobió pensar que con ella me llegases a la base del cerebro :)
Gracias por todo.
¿Este es el residente que me tiene que infiltrar el botox? Por favor, que se recupere para la seman que viene que estoy fatal de mis dolores de cabeza y creo que no podría resistir que me infiltre mientras me chorrea su sangre por la cara. ¡Me he reido un montón!
Y a pesar de todo te queda tiempo para deleitarnos con tu prosa y tu facilidad de palabra. ¡Gracias mil! ¡Pobre Eugenio! Que se recupere pronto. Javier y Fran
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