Para una mujer, los zapatos son una manera ideal de empezar a recorrer ese camino de progresión. Los hombres optan por la vía rápida y conducen por esa ruta. Es un reparto equitativo del cuento: los zapatos de cristal para Cenicienta y la carroza de veloces caballos para el príncipe. Al perder la doncella su zapatito de cristal y huir con el coche, el príncipe se apresura a ir en su busca con la idea de recuperar el precioso carruaje. Para hacerse con la dote, hay que incluir a la dama en el lote. Declara sus intenciones, siempre con el miedo de que la otra les dé "calabazas". El coche de la novia juega un papel fundamental tanto en los preparativos como en la ceremonia de la boda. Ya casados, y motorizados, pueden emprender el viaje.
No hay que escandalizarse cuando la esposa llega a casa con unos escarpines de varios cientos de euros. Son mucho más asequibles un par de tacones, aunque sean unos Manolos de piel de cocodrilo, que el vehículo ideal al que aspiran muchos hombres, con un caballo en el escudo de armas. En cuestiones de mantenimiento las diferencias se acentúan. Por eso, en este caso concreto, resulta infinitamente más viable satisfacer los deseos de una princesa.
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