Tras jugar un poco con el cuento, me gustó el resultado en segunda persona. Se ve desde otro prisma.
¿Por qué te has despertado sobresaltada? ¿Sientes frío? Tus manos están heladas. Lo sé, es un frío penetrante que duele como un puñal al clavarse. La herida se abre y ahonda en el vacío que crece en tu interior. No recuerdas nada, no recuerdas qué has soñado, incluso has olvidado haberte dormido. Notas las sábanas acartonadas. Te incorporas y esperas a que tus ojos se acostumbren a la oscuridad para examinarlas. ¡Es sangre! Te preguntas cómo ha llegado hasta ahí. Palpas tu cuerpo, tiras del camisón que se ha pegado a tu piel. ¿Por qué yaces en medio de un charco de sangre seca?
¿Qué sucede? No estás en tu cama, tampoco en tu habitación. No es tu casa ni tampoco reconoces el lugar. ¿Dónde estás? No ves puertas ni ventanas, ni siquiera una rendija de luz. El colchón reposa sobre un lecho de madera tallada. Del dosel cuelgan unas pesadas cortinas de terciopelo negro que añaden cuerpo a las tinieblas. No estás sola, sientes la presencia de alguien más dentro de la estancia. ¿Será suya la sangre? Hay tanta que tendría que estar muerto y el cadáver a tu lado, sobre la cama. Sin embargo allí no hay nada. Escuchas. Estoy aquí, aunque no me oigas ni moverme, ni respirar.
La voz no sale de tu garganta. No sabes qué decir, ni si en realidad deseas hablar. Me acerco a ti sin pronunciar palabra. Avanzo y las sombras crecen, se hacen más densas. No apartas la mirada, no sea que me desvanezca. Te proteges con las sábanas que agarras con manos crispadas.
Al fin distingues mi rostro. Me devuelves la mirada sin moverte, sin parpadear. Hasta el tiempo se detiene hipnotizado antes de dar la vuelta para regresar atrás. Recuerdas tu llegada: la verja de hierro, el camino de losas de piedra entre los árboles del parque, la mansión gris, la puerta entreabierta, tus pasos sobre el suelo de mármol. Recuerdas que fuiste tú la que se ofreció a venir. ¡Demasiado tarde has descubierto que te equivocaste!
Cometiste muchos errores y has pagado un alto precio. No era el ser terrible que te imaginabas sino una víctima más. No esperabas encontrarte con mi sufrimiento. Leíste en mis ojos la lucha interna que mantenía y la magnitud de mi tortura demolió tus defensas. Tiraste tus armas, no las iba a utilizar.
- ¡Ayúdame!- te pedí.
Aunque entendiste a qué me refería, me lo preguntaste con la esperanza de que te mintiera.
- ¿Cómo?
- ¡Destrúyeme! Yo solo no tengo fuerzas.
Esa era la respuesta que no deseabas escuchar, aunque fuese el motivo por el que te encontrabas allí.
- No puedo.
- Si no lo haces seré yo el que te destruya.
- No me importa.
Era verdad. Preferías morir a matarme. Te arrojaste en mis brazos sin permitirme que te rechazara. No ignorabas lo que te sucedería después, pero nada más contaba. Tenías razón, te necesitaba. Sentí el alivio de mi dolor y el inicio del tuyo antes de que te desmayases.
Estoy al borde de la cama. ¿Te arrepientes? Ambos compartimos el mismo suplicio, a ambos nos desgarra el vacío, sin piedad. En ti hay algo más, algo que no consigo captar. ¿Es valentía o locura? Te rebelas contra la agonía, no te rendirás a su dominio. Te levantas con decisión.
- Tengo que regresar.
Niego con la cabeza.
- Es de día – te informo.
- Sí, lo sé. Ven conmigo – me propones.
Ahora lo comprendo. Sin dudar, asiento y te ofrezco mi mano. Los muros de piedra giran y la pared se cierra de nuevo a nuestra espalda. No miramos atrás. Caminas junto a mí sobre el suelo de mármol, hacia delante, sin retroceder. Tus pasos son firmes, los míos te siguen aunque para no flaquear nos apoyamos el uno en el otro. Me besas antes de abrir la puerta, el último beso antes de que nos golpee la luz y nos convierta en estrellas.
1 comentario:
Genial! A mi me ha enamorado esta versión. Besos.
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