jueves, 12 de diciembre de 2013

El bolso

Un día te regalan el primer bolso. No el bolso de niña que juega a ser mayor sino un bolso serio, y con el que no se sabe qué hacer. Ese tipo de regalo es toda una novedad. Hasta entonces se habían limitado a libros, juguetes, alguna colonia y puede que también ropa (con la que a esas edades una se siente engañada, eso no es un regalo sino algo útil y necesario). Aparece el bolso. Se estudia, se abre, se le da la vuelta para mirarlo desde distintos ángulos. ¿Cómo se lleva? Si se cuelga del hombro se nota, se es consciente de que está ahí, se balancea con los movimientos, se desliza y tiende a caerse. ¡Qué incómodo! Sujetarlo en la mano es aún peor, la inutiliza para cualquier otra actividad. Ese primer bolso habla de cómo te ven los demás, para ellos has dejado atrás la infancia. Su percepción no encaja con la propia, en tu cabeza aún eres pequeña a ratos. Ni tan siquiera se te había pasado por la cabeza el deseo de tener nada semejante. Es un complemento de adultos.

Se supone que en un bolso puedes meter todo lo que necesites. Hasta el momento esa función la cumplían los bolsillos, que con frecuencia iban vacíos. Ahora una se encuentra en la tesitura de tener que rellenarlo. ¿Con qué? Es posible que esa sea una de las razones por las que las mujeres acumulamos en su interior toda una colección de objetos inútiles que jamás sacamos más que cuando necesitamos encontrar algo, por lo general: las llaves. Sin embargo, al principio, no parece haber nada que guardar: ni grandes carteras llenas de tarjetas, ni gafas de sol, ni un set de maquillaje para retocarse cuando es necesario, ni un montón de "por si acasos" que incluyen bolígrafos y cuadernos en los que apuntar, kleenex, algún analgésico que nunca aparece cuando se necesita, motivo que obliga a recurrir a alguna amiga previsora, ni tampoco un montón de basura que almacenamos hasta el momento en que nos acordamos de tirarla: publicidad, tickets, pañuelos usados, muestras y cosas que habíamos olvidado que teníamos y que, a veces, ni sabemos lo que son.

Es curioso que el primer bolso suela tener un tamaño más que reducido y no se nos ocurra qué meter en él. En seguida decidimos que es más sencillo no seleccionar, no separar lo que debe ir dentro o fuera, sino convertirlo en un cajón "desastre" en el que echarlo todo, sin orden ni concierto. Hay dos opciones: bolsos cada vez más grandes o... cada vez más bolsos. En el primer caso el mundo entero cabe dentro de un solo bolso. En el segundo el tamaño mínimo es aquel que permite llevar un libro. ¿Qué hacer cuando se llena? Se sacan las llaves y la cartera para pasarlas a otro, algo más vacío. A pesar de contar con un surtido digno del inventario de cualquier tienda que se precie, puede llegar a ser necesario revisarlos y proceder a hacer limpieza. Generalmente ese temido momento coincide con el cambio de estación (no para guardar impolutos los que van a la caja, sino para hacer hueco en los que salen de ella). Está claro a qué grupo pertenezco.

3 comentarios:

señora dijo...

Parece mentira todo lo que puede dar de sí hablar de los bolsos sin entrar en los topicos habituales. Te diré que el cajon es cajon "de sastre" (referido a los sastres y no al desastre) Es muy divertida la asociacion teniendo en cuenta de quien viene.

House dijo...

Sospecho que nuestra escritora ha utilizado desastre plenamente consciente de lo que hacía. Casi sin duda.

Elvis dijo...

Lo del bolso- cajón "desastre" nos viene de familia....
pero y la ilusión que hace cuando limpias uno de esos bolsos que ya no usas, porque te da vergüenza abrirlo y que la gente vea cómo puede llegar a desordenarse un bolso, y te encuentras un billete....recuerdo billetes de 1000 pts con la misma ilusión que la loteria de navidad.