jueves, 19 de diciembre de 2013

El Libro de Dambil

Existe un lugar secreto llamado Dambil. Es un mundo creado por la magia de las razas ancestrales para preservar el secreto de los Elementos. Cuatro Templos, aislados y unidos entre sí, guardan el germen de las fuerzas del origen de la Vida y del Universo: Agua, Aire, Tierra y Fuego.

Cada año el Gran Maestro Titón selecciona a 18 escolares del Bastión Elemental que serán los responsables de mantener a salvo ese mundo. Los elegidos formarán el Consejo de los 18, un Consejo cuyo poder se basa en la Sabiduría, el Valor, la Imaginación y la Palabra. Cada año la historia se reescribe y son los miembros del Consejo los encargados de afrontar la difícil tarea. Cada palabra que apunten en el Libro del Consejo se corresponderá con un hecho imborrable en Dambil. Cualquier error, un acento, una coma, una simple falta de ortografía cambiaría el significado de lo escrito y su lugar lo ocuparía un suceso distinto, imprevisible y fuera de control. Las fuerzas oscuras  aprovecharían la coyuntura para liberarse y no tardarían en desencadenar guerras que pusieran en peligro la estabilidad de ese mundo con el fin de dominar su Magia.

El Consejo siempre está de guardia, pendiente de cualquier alteración, de revisar cada detalle. Sin embargo nadie supo de dónde provenía la gota de tinta que apareció una mañana sobre las páginas del libro. Surgió de repente, de la nada. El Consejo no pudo borrarla. Al intentarlo, se extendió. Era una mancha oscura que ocultaba las palabras escritas debajo. Convertía la historia en un galimatías ininteligible que se reescribía sin orden una y otra vez. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué significaba en la realidad de Dambil? Aquel borrón se escondía un personaje de origen incierto que bautizaron con el nombre de Blurr. Sembraba el caos a su paso. Desintegraba párrafos, lugares y seres que sustituía por garabatos de criaturas informes, irreconocibles.

¿Qué hacer? Desde el Bastión todo era inútil, no tenían más opción que la de ir a su encuentro, averiguar qué ocurría tras el muro de tinta, reparar los daños y acabar con aquel ser. Tendrían que ir todos. Antes, cada miembro del Consejo debía escoger y leer un libro. Su tema conformaría la base de sus habilidades: literatura, matemáticas, idiomas, gramática, historia, arte, música, física, química, biología... cualquier materia era susceptible de ser consultada. Con la lectura las páginas se transformarían en plerios, dones mágicos que nacen del conocimiento. El Gran Maestro portaría El Libro del Consejo. La continuidad de todo dependía de él.

Los héroes escribieron sus nombres en la contraportada del Libro y, al lado, añadieron el título de su obra de poderes. Unieron sus manos manchadas de tinta y las apoyaron sobre la cubierta. La habitación osciló antes de desaparecer.

Les rodeaba un mundo diferente. Un mundo que moría y se deshacía ante sus ojos. Entre sus paisajes de ríos, bosques, cascadas e incluso en el cielo se abrían abismos de papel y tinta. La Naturaleza y la Magia se desmoronaban.

En seguida se dieron cuenta de que no estaban solos. De entre los árboles surgieron representantes de las distintas razas: elfos, orcos, trols, duendes, enanos, hadas, brujas, unicornios, dragones e incluso algunos humanos. El Gran Maestro se inclinó ante ellos y el Consejo reprodujo su gesto.

- Sed bienvenidos Gran Maestro y magos del Consejo - le saludó Feyn, el Rey Elfo, que enseguida les puso al tanto del estado de las cosas. - Nuestra situación es grave. La devastación es imparable y, al ritmo que avanza, pronto no quedará nada, ni nadie. Sois nuestra última esperanza.
- Al principio intentamos cubrir los daños - explicó Mindor, el líder de los enanos - pero desistimos al ver que nuestras excavaciones sólo empeoraban la situación.
- Hemos perdido a muchos de nuestros compañeros - añadió Kurg, el General Orco. - Les hemos visto caer víctimas de ataques invisibles transformados en sombras. Ni siquiera conservaban una forma reconocible. Ahora no son más que una opacidad siniestra que arrasa por donde avanza.
- Desde nuestro Bastión hemos visto las huellas en las páginas sin ser capaces de detenerlas- expuso el Maestro al tiempo que se las mostraba en el Libro. - Teníamos que venir. Necesitamos reunir los Cuatro Elementos para crear la nueva materia con la que restaurar el libro y reconstruir Dambil.
El comité de bienvenida asintió. ¡Ojalá ese plan funcionase!
- Os guiaremos hasta sus Templos - se ofreció Rose, la Dama de las hadas. - La ruta más segura es cruzar el bosque, sin seguir ningún camino. Es fácil perderse pero también estaremos más protegidos. Los árboles resisten mejor el influjo de las sombras, aunque con el tiempo a ellos también les afecta. Debéis evitar tocar las heridas o las extenderéis.

El grupo se internó en el bosque. El hada tenía razón, en medio de la espesura el paisaje era casi normal. Aún así, en algunas zonas, las copas habían perdido ramas y hojas y los troncos presentaban parches borrosos sobre su corteza. Aunque sentían curiosidad por estudiar aquellas lesiones, hicieron caso al hada y se mantuvieron a distancia. Ni siquiera el Claro de los Templos se había librado por completo del contagio.

El Templo era una inmensa cascada de Agua, tan alta que parecía caer desde una montaña de nubes en el cielo. No era así. En realidad caía desde el germen de Agua que habían ido a buscar. ¿Cómo iban a subir hasta allí a recogerlo?
- Si congelásemos la cascada podríamos escalarla - sugirió el Mago Físico. - Creo que con mis plerios lo conseguiría.
- Me parece buena idea- convino el Mago Arquitecto- pero sería más fácil si helásemos tramos de agua para construir una escalera.
Así lo hicieron. Los dos Magos combinaron sus plerios mientras ascendían por la escalinata de hielo de la cascada solidificada. Con su último plerio envolvieron el Germen del Agua: una gota cristalina, fluida y sin fondo.

La cascada desapareció y en su lugar surgió un volcán, el Santuario del Fuego. La lava avanzaba por sus laderas y el humo se alzaba en espirales por las grietas y su cráter. El calor era insoportable. ¿Cómo extraerían el Germen de su interior?
- Tengo una idea, - comentó el Mago Químico. - No es difícil pero sí peligrosa.
- Nada está exento de riesgos - comentó el maestro. - Cuéntanosla.
- Consiste en hacer estallar el volcán para que expulse el Germen.
- No serviría de mucho, no quedaría nadie para recogerlo - vaticinó la Adivina del grupo.
Mindor intervino en la conversación.
- No si nos refugiamos en las Minas. Están cerca y son el lugar más seguro. Los enanos sabemos cómo excavarlas para que resulten más firmes que cualquier fortaleza.
- Creo que funcionaría - manifestó la Adivina.
- Ahora el problema es que mis plerios caigan en el cráter desde las Minas - reveló el Químico.
- Eso es fácil de solucionar. Yo me encargo del arma para lanzarlos - se ofreció el Mago Ingeniero.
Dentro de las Minas el Ingeniero encontró herramientas y material en abundancia para construir un cañón que dispararía los plerios del Químico. Agregó algunos de sus propios plerios para aumentar la precisión del arma. Una vez todo listo, protegidos en su refugio, descargaron la munición.

El volcán reventó con toda su furia. La lava inundó el terreno y el humo el cielo. Se sucedieron un millar de explosiones. El Gran Maestro pensó que no se acabarían nunca. Una sacudida más honda que el resto marcó el final. Mindor demostró tener razón, las Minas les mantuvieron a salvo.
Cuando salieron sólo encontraron un ascua, tan radiante como el sol. El Químico la recogió con unas pinzas y la metió en el interior de un termo de laboratorio.
- Así no me quemará - afirmó.

Se levantó el viento, un torbellino que se abría en un túnel semejante a una serpiente que se enroscaba y oscilaba en todas las direcciones. Soplaba desde un punto situado en su otro extremo, el Germen del Aire. El viento era tan fuerte que no les permitía acercarse, en cada intento los repelía una y otra vez. Era infatigable y ellos no.
- Sólo hay un modo de controlar el aire - gritó una voz.
- ¿Cual?- preguntó otra. - ¿La respiración?
- No, la Magia de la Música - le aclaró la primera.
Se oyó el sonido de una flauta. Las notas volaban, se entremezclaban y se perdían. La Maga Músico insistió. Tocaba a un ritmo de vértigo, aún más rápido que el viento. Sólo así lograría que la melodía amainase a la serpiente y ésta les permitiese penetrar en el túnel. Cada compás era un paso hacia delante, un paso hacia dentro, un paso hacia el fondo. Allí le esperaba una canción con la fuerza reunida de todas las voces de la Naturaleza, un sonido cuyo eco resonó en el vórtice de una Rosa de los Vientos antes del último acorde. La Maga cogió la Rosa y la guardó junto a su flauta.

La Tierra tembló. De una hondonada rellena de lodo negro trataba de emerger una figura que se derretía de nuevo en una masa informe. Algo raro sucedía.
- ¡Parece un Golem! - exclamó el Mago Teólogo.
- En realidad es un Ser enfermo - diagnosticó el Mago Médico. - Se está muriendo.
- Es por culpa de la palabra que lleva escrita en la frente - resolvió el Lingüista. - "Met" es hebreo y significa muerte cuando debiera ser "Emet", verdad. Tenemos que corregirlo.
- ¿Cómo escribiremos sobre una sustancia que se deshace? Se borrará.
- Si ocurre aquí, estará en el Libro. Hay que revisarlo.
El Mago lingüista se puso manos a la obra. Comprobó párrafo a párrafo, con la ayuda de sus plerios, un diccionario y varias lupas, cada página del libro. Era una tarea complicada porque los borrones y garabatos se habían extendido por todo el Libro. Al terminar volvió al principio y miró a todos con gesto de desaliento.

- Es Blurr- declaró.
- ¿Qué quieres decir? - le preguntó el Teólogo.
- Que si toco el Libro se dañará aún más. No lo puedo arreglar porque el Golem es Blurr. Ambos son lo mismo.
- Y cuando el Golem muera también lo harán Dambil y desaparecerá el Gran Libro - dedujo el Médico. - Tenemos que curarle.
- ¿Cómo? No es posible acercarse.
- Sí que es posible - corrigió el Gran Maestro. - No olvidéis que contamos no sólo con los plerios sino con el resto de los Elementos.

Aquel lodo no presentaba buen aspecto. Su color, negro azabache, no se correspondía con el de ningún tipo de tierra conocido. El médico lo tocó y el barro se pegó a sus manos. A pesar de sus intentos de limpiárselas y restregárselas, la piel continuó manchada de negro.
- Parece tinta - comentó.
- Pues no debiera estar ahí. Tendremos que extraerla. - añadió el Geólogo.
- ¿Cómo?
- Lo mejor sería centrifugarla.
El resto de sus compañeros le miraron asombrados. ¿A qué se refería?
- ¿Cómo una lavadora? - preguntaron.
- Exacto, es para que se sedimenten las distintas capas - explicó mientras vertía sus plerios en la falla, que se transformó en un remolino. -  ¡Apartaos!- avisó.
Demasiado tarde. Antes de que reaccionasen un aspersor de tinta les tatuó, sin remedio, de la cabeza a los pies. La piel se les cubrió de historias. Algunos se miraron entre sí preocupados ¿qué iban a decir sus padres y el resto de sus profesores al verlos?
- No os preocupéis, - les consoló el Gran Maestro, - los tatuajes desaparecerán cuando los hayáis leído.

Al menos la técnica había sido eficaz y toda la tinta la tenían sobre la piel. El lodo estaba limpio, con el color normal de la arcilla. No todo eran buenas noticias. El Golem se hundía. No les sobraba tiempo, no podían entretenerse, tenían que actuar.

Recurrieron al viento para levantar de nuevo al Golem. Los Magos escultores le devolvieron su forma de Titán de la Tierra, gigante y majestuoso. El Lingüista escribió en su frente la palabra hebrea Emet y el Fuego fraguó la talla. La lluvia cayó sobre Dámbil. Una lluvia hecha de la unión de Agua, Fuego, Viento y Tierra que hizo germinar nuevas semillas. Los árboles cubrieron los claros vacíos. Sus raíces sostuvieron el terreno deshecho. Sus hojas se introdujeron entre las páginas del Libro, cicatrizaron los borrones y crearon nuevos párrafos. Los Magos se encontraron de nuevo en la Sala del Consejo con el Libro abierto sobre la mesa.

Sobre mi piel aún tengo grabada una palabra de esta historia. Una palabra que no he leído, que no leeré y que no sé cuál es.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

La imaginación es la base de la creatividad. La creatividad es el principio de la innovación. La innovación es el motor del desarrollo. El desarrollo crea riqueza. La riqueza fomenta el empleo. El empleo proporciona trabajo y el trabajo realiza y dignifica al ser humano.

Desde aquí quiero expresar mi reconocimiento a todos los maestros que se preocupan de fomentar la imaginación de sus alumnos.

Feliz cumpleaños Titón.

Gran relato. Un beso, JMD.

Elvis dijo...

Qué homenaje tan bonito de grumpy y de su padre para mi primo. Un beso muy fuerte y que disfrutes mucho tu día.

José Miguel Díaz dijo...

Grummpy, creo que es difícil expresar con palabras el agradecimiento por este homenaje. En primer lugar debo disculparme por haber tardado tanto en contestar, pero hoy teníamos la función y la comida de Navidad del cole. Esta mañana por pocas y llego tarde, he tenido que salir pitando pues nada más despertarme le pego un vistazo rápido a mis favoritos. Cuando he visto tu post, y sobre todo la longitud del texto me he sentido tan contento y tan intrigado que no he podido evitar ponerme a leer. Conforme leía la sonrisa se ensanchaba, no solo porque te has adentrado en nuestro mundo, sino que has conseguido mimetizarte y adaptar tu estilo a mi forma de escribir del "churrigueresco" como si de una de mis historias se tratase.
Muchas gracias por dedicarme este trabajo tan bonito, muchas gracias por interesarte por mi blog y muchas gracias por ayudarme a mejorar mi expresión escrita.
Gracias también a mi padre por las bonitas palabras que animan en estos tiempos donde el docente ha sido degradado a la categoría de niñero/a y nuestro trabajo cuestionado hasta la saciedad. Es el precio a pagar por vivir en un país donde la escuela se presta como cabeza de turco de todos los males que nos aquejan. En fin, habrá que seguir prestando batalla…
Muchas gracias Elvis
Un beso para todos.

Señora dijo...

Es ya tarde, pero no quiero dejar de manifestar mi felicitación al ilustre profesor por su cumpleaños y por el modo de realizar su labor; porque esta se rige plenamente por la fórmula clásica de "enseñar deleitando", en un derroche de imaginación y esfuerzo que nuestro Titón lleva a cabo cada día. Y es muy de agradecer a la autora del cuento que haya recurrido al mundo titoniano para que los seguidores del blog podamos compartir tasmbién la magia de tanta inspiración. Felicidades.

José Miguel Díaz dijo...

Muchas gracias tita¡¡¡
Un beso muy fuerte