domingo, 22 de diciembre de 2013

La Baronesa autoestopista

A la Baronesa no le gustaba caminar. Su idea de dar un paseo era salir al porche para subirse a un coche que la llevase donde quería ir. Sus destinos más habituales eran la iglesia y la peluquería. Eran mi abuelo, mi madre o mis tías las que se ocupaban de ir a la Plaza del Mercado a por los distintos recados. El lechero llevaba las lecheras hasta la cocina de la casa para rellenar los cazos que le indicase mi abuela. El panadero también subía hasta la granja y hacía sonar su claxon cuando aparcaba su furgoneta en la puerta.

Sólo en una ocasión memorable la Baronesa recorrió el trayecto entre la peluquería y la casa. Fue a instancias de la tita Mercedes que la acompañaba y que insistió en que caminar les sentaría bien. Aún nadie se explica cómo la convenció y estoy segura de que esa misma pregunta se la planteó mi abuela varias veces por el camino. La única explicación plausible es que ese día los astros se habían alineado de forma especial, única e irrepetible, en la historia del universo. Sin duda se trataba de un acontecimiento extraordinario, de un milagro navideño. La fecha del evento: el 22 de diciembre. ¿Por qué se recuerda en la familia con tanta precisión? Porque mis tíos la esperaban en la granja para darle una noticia según llegara: ¡les había tocado la lotería! Claro que primero hubo que sentarla, no por la emoción del momento sino porque, en sus palabras, venía "para entregarle el alma a Dios".

La Baronesa siempre contaba con alguien motorizado que la subiese a Linares. Lo de bajar era otro cantar. Por supuesto no estaba dispuesta a volver a pasar por la experiencia de "pasear". Ya lo había probado y había decidido que con una vez bastaba. Nunca se planteó aprender a conducir, no lo necesitaba. Creo que tampoco subió nunca a un autobús urbano. Si al terminar de peinarse no la esperaba nadie para recogerla, recurría a una técnica infalible. Esperaba a que se parase algún coche, sólo debía de hacer amago de cruzar para que alguno lo hiciese. Entonces se acercaba al conductor y le preguntaba con ingenuidad:
- Hijo mío, ¿no irás por casualidad hacia la gasolinera de la carretera de Bailén?
La gasolinera, en las afueras, no le pillaba a nadie de camino. No obstante ese detalle carecía de importancia. El encanto de la Baronesa era irresistible y el inocente de turno caía en la trampa.
- No señora, pero si Ud. va para allá no se preocupe, que yo la llevo en un momento.
Mi abuela le agradecía su amabilidad, añadía que tenía los huesos hechos puré, y subía al vehículo. De este modo tan sencillo, siempre disponía de chófer.


3 comentarios:

José Miguel Díaz dijo...

JAJAJAJA, no conocía esta anécdota de la Señora Baronesa. Seguramente, de aquella experiencia nació la famosa expresión de "meando para no hacer polvo" y que era utilizada siempre que se le proponían paseos, ascensiones fatigosas por escaleras y demás tareas que no eran santo de su devoción.
Un beso Grumpy

Ysabel dijo...

¡Qué historia más entrañable!
Espero que estés disfrutando de estas fechas con la familia...Madrid está precioso para pasear ;)
Por cierto, no tendrás otra deliciosa receta como la del año pasado que me salve las fiestas, verdad?
Un beso

Anónimo dijo...

Conociendo la señora baronesa no dudo de su encanto y poco reparo para parar a cualquier coche, aunque no era yo conocedora de esta historia, Sí de que tocó la lotería, hago una petición: sé que hay otra historia de la abuelita que tomó café con gambas y algo de una parada en un bar de carretera de esos de lucecitas...pero no recuerdo bien la historia, seguro q tú la consigues para una buena ocasión y la sabes contar de la mejor forma. Un besazo. pal